Sin Comentarios
30
octubre
Extracto de

Los tres primeros capítulos pueden leerse libremente en la página de venta.

 

Se había hecho un nuevo análisis, esta vez particular porque no se fiaba de la seguridad social. En el laboratorio le había extraído sangre un principiante. Al menos es lo que sospechaba por la forma como le temblaba la jeringuilla en la mano y los sudores del joven.

– ¿Tiene miedo? -había preguntado.

– Yo no -respondió Mac-, pero tú me parece que sí.

Luego fue al juzgado a concretar la fecha de la boda.

Ahora, al abrir la puerta de casa, Mac se quedó clavado, incrédulo, luego su rostro se iluminó.

Los dos amigos se abrazaron entre risas y bromas.

Esther, aparte, tenía los ojos fijos en Mac. Quizá no era caridad, quizá la quería realmente.

– ¿Lo has traído? -murmuró. ¿Por qué pregunto eso? ¡Aquello no era lo que quería decir!

– Sí -el tono de la piel de Mac se tornó gris. Entregó dos sobrecitos.

Esther los cogió sin poder disimular el ansia. Parte para la niña, lo demás para ella.

Quedaron solos.

– Ya veo que te lo dijo Isabel.

– Sí -musitó Germán- ¿En serio vas a casarte?

– ¿No lo has hecho tú? -sonrió. La boda del prometedor político había sido muy popular.

– No me vengas con cinismos. Isabel está muy dolida.

– Se le pasará. Sólo he sido honesto con ella.

Recorrió con los ojos a Germán.

– Tienes buen aspecto -comentó.

– No puedo decir lo mismo de ti.

– Conservo la línea -bromeó-. ¿Quieres tomas algo?

– Saca una cerveza si tienes.

Mac trasteó en la nevera.

– ¿A morro? -preguntó abriendo la lata.

– Claro -extrañado-, como siempre.

– Como ahora te has vuelto un pijo.

– Que te den por el culo.

– ¡Huy, que lenguaje! ¿Así hablas a los demás diputados en el Congreso?

– No, Mac -siguió la broma-. Allí si quieres llamar a alguien hijo de puta tienes que emplear la fórmula hijo de mil padres.

– No me lo creo, es cosecha tuya.

– Por supuesto. Lo que sí es cierto es que tienes que ir con mil ojos para decir las cosas. Por ejemplo, no puedes acusar a nadie de mentir. En todo caso le puedes decir que está faltando a la verdad.

– No sé como tomar eso. ¿Es chorrada o tan sólo hipocresía?

– Tómalo como quieras.

Se llevó la cerveza a los labios.

– ¿No bebes tú?

– No -Mac carraspeó-. Voy a intentar dejarlo. No soy borracho… o sea, alcohólico -¿por qué le costaba decir este vocablo refiriéndose a él y no le costaba con el padre de Isabel? ¿Y por qué a Fermín lo veía como enfermo y no se lo aceptaba a él mismo?-. Creo que no lo soy, vamos, pero… he seguido pinchándome.

– Lo sé.

– Quiero dejarlo y no tengo para ir a una granja. Así que he pensado que quizá una asociación de alcohólicos…

– No congenian bien los toxicómanos con los alcohólicos.

Toxicómanos, vaya labia.

– No te cachondees.

– No, no congenian siempre, pero también… bueno, quizá esté enganchado al alcohol, últimamente bebo mucho. Supongo que lo que me sirva para él me servirá para lo demás. Después de todo, una adicción es una adicción.

Germán torció los labios. Se echó hacia atrás apoyando la espalda en el respaldo del sofá que crujió. Miró hacia la ventana.

– ¿Qué pasa? -preguntó Mac.

– Me ha venido a la cabeza lo absurda que es la vida. La tenemos cambiada. Yo tenía que estar en tu lugar, no tú.

– No seas gilipollas.

Germán se echó hacia delante. Apoyó los antebrazos en los muslos.

– Mac, si puedo ayudarte…

– No.

– Joder, no seas orgulloso conmigo.

– ¿Orgulloso? ¡No tendrías ni que estar aquí!

– ¿Por qué? -el tono alto.

– Por que un hombre de tu posición no debe mezclarse con tipos como yo.

– ¡Ya salió!

– ¿Qué quieres decir con ya salió?

– ¡Que sabía que lo dirías!

Raúl asomó el rostro por la puerta atraído por los gritos. Su madre, adormecida por la heroína, no se percataba de nada.

– ¡Muy listo, el señor! Entonces, ¿por qué cojones has venido?

– ¡Porque me la traen floja! ¡No me importa lo que piensen de mí! ¡Hostia p…! ¡Somos amigos, Mac!

– Pero ya no somos niños -contestó suavemente.

– ¿Es más importante la posición social que la amistad?

– ¿Es que soy el único que ha crecido? Lo nuestro estuvo bien mientras éramos chicos, incluso ahora lo sería si lo fuéramos. Pero ya no lo es. Tú tienes una posición y una vida que no debes arriesgar. ¡No digas nada! Lo sé: te da igual. Y te creo. Pero estás casado, tendrás hijos…

– Ya tengo.

– Enhorabuena. Entonces piensa en ellos, no en ti. Ahora puedes darles lo que tú no tuviste. ¿Qué quieres? ¿Perderlo todo y que crezcan como nosotros?

– ¡Mierda, Mac! ¿Por qué no? A veces creo que era más feliz antes que ahora. No teníamos nada salvo problemas con la justicia, pero tú no sabes la hipocresía que hay ahí dentro, las miras tan estrechas que tienen, el egoísmo, el interés, la corrupción. Quizá no sea quien para hablar de esto, después de todo he sido un delincuente, pero es así.

– España no ha tenido un gobernante bueno en su vida, Germán -comentó afectuoso-. España es como yo, necesita retorcerse en el fuego, porque no sabe vivir de otra manera. Y aquí donde nos ves, con nuestros inmorales partidos, con nuestra corrupción y estraperlos somos y seremos siempre el hazmerreír de Europa. No puede ser de otra forma en un país cuyos habitantes son de poco seso o ninguno.

– Buen alegato -interrumpió- ¿Me das permiso para emplearlo en el Congreso?

– ¡Querrás que te linchen! Además, no es mío. Lo dijo Benito Pérez Galdós hace cien años.

– Poco hemos cambiado desde entonces.

– No le des más vueltas. Lo que tienes que hacer es decir amén a todo y llenarte los bolsillos. Si ellos no lo hacen, ¿por qué tienes tú que arreglar el país? Envíalos al carajo, ponte las espaldas bien anchas y vive del cuento.

– Para eso hay que nacer, Mac -rezongó-. Pero me estás dando la razón.

– ¿En qué?

– En la hipocresía de las convicciones y posiciones sociales. Son una pura mierda, hablando claro. Si tengo que avergonzarme de alguien es de toda esa gente con la que me relaciono ahora, no de ti… ¿Qué murmuras?

– Que eres más terco que una mula. No importa lo que pensemos o creamos. La sociedad está cancerosa, de acuerdo, pero vivimos en ella, y hagamos lo que hagamos no va a cambiar, nunca cambia.

– Pues sabes lo que te digo, que os vayáis a hacer puñetas tú y tus convicciones sociales. Eres mi amigo, Mac. Cuando lo necesité, ¿quién me ayudó? ¿Quién se jugó la piel para que yo no fuera a la cárcel? Fuiste tú, tío, no fueron ellos. Hemos pasado mucho juntos -ladró-, ¿crees que eso se olvida?

– No me has entendido.

– Te he entendido perfectamente. Pero no creo que estés convencido de tus propias palabras. De estar en mi lugar estarías haciendo lo mismo que yo. Y niégalo, si tienes huevos.

Los ojos de Mac rieron burlones. Aquello era cierto.

– ¿Por qué quieres que te perjudique? -preguntó en cambio.

– ¿Perjudicarme?

– Exacto. Mi amistad te perjudicará. Los encopetados señores del Congreso empezarán a hacerse preguntas y los periódicos también. Tu carrera política se irá a hacer gárgaras tan pronto sepan que tienes tratos con un delincuente común.

– Yo también lo he sido.

– Lo descubrirán si sigues en tus trece. Maldita sea, tus adversarios e incluso los de tu partido te crucificarán.

– No creas que hay tanta diferencia entre aquello y esto. Pero al menos lo nuestro tenía cierta nobleza. Aquí todo son traiciones los unos con los otros, todo es quitar de delante al de arriba para subir ellos, todo es comprar favores o venderlos o crear leyes que ni siquiera sé a quién benefician. Por mí pueden irse al infierno. Dices que piense en mis hijos, ¿qué crees que estoy haciendo? No quiero que se avergüencen de mí.

– ¿Consideras más vergonzoso esto que la vida que llevabas antes?

– Sí.

– Que me aspen.

– Yo lo hacía para sobrevivir. Estos no tienen motivo. Mata a un hombre, Mac, mátalo y te caerán treinta años. Haz terrorismo de Estado y se tapará el asunto.

– Para eso está la oposición.

– A menos que tenga algo que ocultar y los otros le hagan chantaje. Te lo digo en serio. Prefiero mil veces la vida que llevaba antes que esta de ahora. No sabes las ganas que tengo de que termine la legislatura y abandonar.

– ¿Dejas la política?

– Tan pronto pueda. Se supone que los políticos son servidores del pueblo, no amos. Se supone que han de mirar el bien del país, no el bien del partido. Una idea no es buena ni mala porque la haya dicho un partido equis sino porque tiene sentido y unas bases reales, como tampoco tiene razón siempre el partido mayoritario ni está siempre equivocada la oposición. ¿Tú sabes la ceguera y egoísmo partidista que hay ahí metido? ¿Lo peligrosos que pueden llegar a ser con todo el poder que tienen?

– ¿Quién no lo sería?

– Se podría evitar con la separación real de poderes y con listas abiertas en las elecciones, que la gente votara a la persona y no al partido. Todo el que tiene poder es peligroso si se le cruzan los cables. Sé que es un riesgo imposible de evitar, porque para gobernar un país hay que dar el poder a alguien. Pero con la separación de poderes hay menos riesgo, es mejor que esté repartido entre un grupo que no lo ostente una sola persona o un único partido.

– ¿Me estás soltando un mitin?

– Déjate de coñas. Democracia y libertad. Si no sabe dosificar esa libertad en derechos y deberes, si sólo lo importante son los derechos y no los deberes, si la libertad de uno no termina donde empieza la libertad de otro y no hay unas leyes que la haga respetar y en las que nadie pueda estar por encima suyo, ni siquiera el Gobierno, la libertad se convierte en libertinaje, el país se va a hacer puñetas y entonces surge uno, que con la excusa de salvar a la Patria de la destrucción, se convierte en Dictador. Pasó aquí con Franco, pasó en Alemania con Hitler y en Italia con Mussolini…

Aquellas palabras le recordaron otras similares que aún le herían al pensar en ellas.

– A qué viene este sermón –dolido por el recuerdo- ¿Qué quieres decirme con él?

– Hay algo raro en el ambiente. No sé lo que es, pero no me gusta. Es… como cuando ibas por la calle y tenías una sensación de peligro, aunque sin saber por qué.

– ¿Sospechas de un golpe de Estado?

– Es una posibilidad más de las que estoy barajando. Lo cierto es que no tengo ninguna prueba de que esté ocurriendo nada. Es sólo una sensación.

Se rió bruscamente.

– Vengo aquí a verte y felicitarte por tu boda y termino arreglando España.

Buscó en los bolsillos; sacó un pequeño paquete.

– Supongo que no podré ser el padrino.

– Me gustaría, pero no te conviene.

Germán torció el gesto.

– Al menos acepta mi regalo de boda.

Dos alianzas. Mac sonrió.

 

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