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09
julio
Del Regallo al Ebro (6)

CAPÍTULO 5

            Mac abrió la puerta de la clase cariacontecido. No podía con el padre Javier. Acabaría soñando con él.

            No se fijó en el extraño silencio del aula, únicamente vio los interrogativos ojos de Efrén. Por toda respuesta formó un cilindro con los dedos de la mano derecha y golpeó dos veces la palma de la izquierda.

            – Bonito lenguaje, sí señor.

            Mac dio un respingo. Se volvió. El maestro. ¿Qué hacía allí? ¡Si siempre llegaba tarde!

            – Y encima entras sin llamar.

            – Como usted hace lo mismo.

            Efrén se golpeó la frente con la mano. Había días que era preferible que Mac no se levantara de la cama.

            El maestro lo había cogido del brazo arrastrándolo hacia la puerta.

            – Ahora mismo vas a dar veinte vueltas al patio.

            – ¿No serán muchas?

            No podía perder la compostura delante de los compañeros; habría sido una humillación.

            – Treinta, y quiero verte correr.

            Treinta vueltas, en el patio, corriendo ¡Como no las hiciera patinando con aquel hielo! Exhaló una exclamación. Aquella sí que era buena. Se ve que las verdades ofenden. Bronca por entrar sin llamar cuando…

            – Macario -una voz cansada, resignada-, pero ¿qué has hecho ahora?

            El padre Javier.

            Mac suspiró.

            – No me respondas -añadió rápidamente el salesiano-, no quiero saberlo. No tengo ganas de castigarte otra vez. Déjame descansar.

            ¡Descansar! ¡Sería capullo!

            La bocaza de Mac estuvo a punto de jugarle una mala pasada. Ese era su problema, se dijo, si se mordiera la lengua tendría una vida más pacífica.

***

            – Efrén, deja de mirar por la ventana.

            Efrén parpadeó.

            – Sólo observaba a ver si cumplía el castigo.

            El maestro, alto y seco, que solía carraspear mientras encendía un cigarrillo tras otro, se cruzó de brazos.

            – ¿Quieres acompañarle?

            Efrén negó.

            – Pues no mires.

***

            Mac corría, pasito a pasito, tomándose algún que otro descanso seguido, evitando resbalar.

            Qué bárbaro.

            Estaba batiendo su propio record. Dos vueltas en diez minutos. Otra vuelta más y subiría jadeando, resoplando sin fuerzas ni resuello, hecho polvo, a clase.

            Levantó la vista. Efrén. Estaba mirándole el muy… Su amigo se reía en silencio haciéndole muecas.

            Mac levantó el dedo mayor hacia el cielo. Efrén respondió apuntándole con el índice y el meñique.

***

            – ¡Efrén!

            – ¡No miraba! -se defendió.

            – ¿De qué estábamos hablando?

            – ¿Hablando?

            – Sí, hablando, hablando.

            – Pues… del cuerpo humano.

            – ¿De qué parte?

            – … -chasqueó los dedos-, ¿Cómo se llama? Lo tengo en la punta de la lengua, oiga.

            – Ve para abajo. Treinta vueltas.

            – Pero oiga…

            – Abajo.

            – Pero deme una oportunidad.

            – ¡Abajo!

***

            Mac sonrió orgásmicamente al ver aparecer a su amigo.

            – Si te ha pillado el profe, jódete, jódete… -cantó.

            – ¡Vete a la mierda!

            Mac se le abrazó.

            – Ya estoy.

            Efrén se desestabilizó, resbaló en el hielo, movió piernas y brazos para restablecer el equilibrio en un ridículo tango.

            – ¡Quita, idiota, que nos caemos! -aulló.

            Cayeron al suelo uno encima de otro en un lío de extremidades y las mejillas unidas.

            – ¡Me gusta cuando hacéis manitas!

            El maestro; gritando desde la ventana.

            Se separaron como si estuvieran apestados.

            Por las ventanas de otras clases se asomaban curiosos profesores y alumnos atraídos por los gritos.

            Sentados en el frío hielo, humedeciéndose la culera de sus pantalones, los dos chicos se contemplaron huraños.

            – ¡Imbécil! -refunfuñó Efrén.

            – Mamón.

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