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12
febrero
POLVO AL VIENTO (53)

CUARTA PARTE

DESPERADO

CAPÍTULO 5

Una fuga y dos muertos

La escalera estaba en el lado oeste desembocando en un largo pasillo. En el extremo este del mismo se abría una puerta que daba al despacho de Garrett, a la derecha de la oficina había otra habitación. Al otro lado del pasillo, otra puerta daba a la armería. En la planta baja estaba la letrina.

Había amanecido soleado y Billy, sentado en una caja, permanecía con los ojos cerrados disfrutando del calor primaveral que entraba por la ventana, mientras repasaba la disposición  del edificio. Los abrió al oír pasos.

Olinger y su escopeta, marca Whitney.

-¿Ves estos cartuchos? –gruñó cargando uno en cada cañón -¿Los ves? Hay doce perdigones en cada bala. Estoy deseando descargártelos entre los omoplatos.

Aquellas palabras se habían convertido en sus buenos días habituales desde que estaban en Lincoln. Pero esta vez Billy no se calló.

-Eso será si no te disparo yo primero.

Lo dijo con una sonrisa que no auguraba nada bueno.

Olinger acercó su grasoso rostro al de Billy. El chico arrugó la nariz por la halitosis, fétida.

-También estoy escogiendo la soga con la que te ahorcaré.

-Tú no sabes qué cuerda es buena para colgar a un hombre.

-Tampoco importa. Te mataré antes si huyes. ¿Sabes que Bell ha encontrado un seis tiros en la letrina? Lo debió dejar ayer Sam Corbett cuando vino a visitarte con su esposa. Bell lo ha recogido. Yo le dije que lo dejara, para que intentaras huir y…

-Y descargarme veinticuatro perdigones entre las paletillas.

-Eres listo, he de reconocerlo. Sí, eso haría. Así que, ¿cómo piensas dispararme antes?

-Ya lo verás.

-Te estaré esperando.

Billy hizo un mohín; si creían que habían abortado la fuga, se equivocaban. No necesitaba para nada aquel revólver.

***

Mediodía.

Olinger se dispuso a llevar a los cinco presos al hotel para el almuerzo. Luego, al regreso, traería la comida para Billy, y mientras éste comía sería el turno de Bell.

Apoyó la escopeta en la pared, debajo de la ventana que daba a la calle. Siempre la dejaba allí a esas horas; no la necesitaba con los demás, porque sólo el nombre de Kid estaba escrito en ella; para el resto le bastaba con sus dos colts del .45.

No evitó una sonrisa despreciativa. Garrett temía al chico, estaba claro, aunque ninguno se atreviera a decírselo a la cara. No entendía cómo el blancote del sheriff podía acobardarse de aquella manera. ¿Qué podía hacer Billy? Estaba aherrojado de pies y manos, y encadenado al suelo. No podía moverse.

Garrett le había dicho en una ocasión que Billy tenía una rara facilidad para quitarse los grilletes de las muñecas, pero aunque fuera cierto, seguía amarrado al cáncamo.

Ojalá lo hiciera delante de él. Le descerrajaría los dos cañones de la escopeta al mismo tiempo si le veía sacar las manos de las esposas.

***

Gauss dejó de trabajar y se aproximó a la cárcel con la excusa de que en todos los trabajos se fuma. Su compañero se encogió de hombros.

Olinger estaba sacando a los presos para llevarlos al hotel Wortley.

Encendió la pipa.

***

¡Bien por dad!, pensó Billy. Ahora sólo estaban Bell y él en todo el edificio. Seguía sentado en la caja. Bell estaba leyendo un periódico al lado de la ventana.

-Bell, ¿puedes soltarme y acompañarme al escusado?

-Sabes que no puedo. Tenemos que acompañarte dos al retrete.

-Pero es que tengo retortijones y… ¡no querrás que me lo haga encima! ¡Olinger ya se burla demasiado como para…!

Ok, ok. Te soltaré.

Se levantó, entró en la oficina de Garrett y regresó con la llave para desbloquear la cadena. Se agachó para soltarla sin darse cuenta que Billy sacaba la mano derecha de la esposa. El chico lo golpeó en la parte posterior de la cabeza con ambos puños entrelazados a los grilletes.

Bell quedó inconsciente con cortes sangrantes en el cuero cabelludo. Cuando se recobró vio a Billy liberado, excepto por la cadena de 35 cm que unía sus pies. El muchacho lo apuntaba con su propia arma.

-No quiero hacerte ningún daño –prometió Kid -. No lo haré si haces lo que te digo. Me abrirás la puerta de la armería, para que pueda coger pistolas y munición. Luego te dejaré encerrado en ella y me iré.

De hecho, si todo salía como tenía planeado nadie resultaría herido. Cuando Olinger se enterara de la fuga al regresar de comer, él ya estaría lejos.

Sin decir una palabra Bell salió al pasillo, pero una vez allí corrió hacia la escalera. Billy intentó perseguirle, pero la cadena entre sus pies le impedía correr, así que saltó y se deslizó por el suelo con el impulso. Bell estaba entre el tercer y cuarto escalón superior cuando Billy alcanzó la escalera y disparó. Erró el tiro, pero la bala golpeó la pared, rebotó y entró en el cuerpo de Bell por debajo del brazo, cerca de la axila, atravesó los pulmones y el corazón, saliendo por el otro costado. Cayó por las escaleras, muerto.

***

Gauss alzó la cabeza mirando al edificio al oír el disparo. A través de la ventana vio el cuerpo de Bell desplomándose.

***

-¡Mierda! –exclamó Billy.

Nunca había querido matar a Bell, se había portado bien con él.

No había tiempo para lamentaciones.

Todo se había ido al garete.

El ruido del balazo quizá se había oído desde el hotel.

Corrió como pudo a la ventana donde Olinger había dejado la escopeta. Seguía cargada. Lo vio cruzando tranquilamente la calle viniendo del hotel, atraído por el disparo. No tenía prisa, sin duda convencido de que Bell había matado a Billy.

Kid vio que tenía los dos revólveres en las fundas. Sospechó que lo creía muerto. Dejó que se acercara lo suficiente, para concentrar mejor la dispersión de los perdigones.

Cuando estaba debajo de la ventana se inclinó sacando el arma.

-Hola, Bob. Mira hacia arriba.

Olinger se detuvo. Palideció al verse encañonado con su escopeta.

-Así me gusta. Cara a cara. No quiero dispararte por la espalda como hiciste tú con mi amigo John y otros hombres. Además, así sabrás quien es el que te mata.

Bell Hudson escribió, en su historia sobre Billy the Kid, que Olinger murió con sus dos .45 en las manos, lo que indica que desenfundó para defender su vida, pero Billy no le dio tiempo.

El disparo le golpeó en el pecho matándolo al instante. Mientras caía, Billy le disparó los otros doce perdigones. Quería que los recibiera como Olinger le había prometido disparárselos.

Se sintió feliz de matarlo después de todo lo que le había hecho pasar aquellas semanas.

La leyenda convirtió a Olinger en un abnegado sheriff víctima, como no, del despiadado Billy the Kid. La realidad fue que nadie lamentó su muerte; ni siquiera su madre, que aseguró que su hijo Bob era un asesino y que estaba convencida que ardía en las llamas del Infierno.

Billy dejó caer la escopeta al suelo de la habitación. Cogió la pistola de Bell, que había guardado en la cintura del pantalón, y con él en la mano bajó cojeando las escaleras. Salió por la puerta lateral.

Gauss y otro hombre estaban parados cerca del cuerpo de Olinger. Caminó a saltos cortos hacia el cocinero.

Dad, tengo un trabajo delicado para ti. Apoyaré la cadena, que une mis tobillos, en esa roca. Quiero que la cortes.

Gauss cogió una sierra.

-No, con el hacha. Terminarás antes. Y ten cuidado con ella cuando golpees.

No era ninguna amenaza, pero mantuvo la pistola en su mano apuntándole por precaución mientras trabajaba. En aquellos momentos no se fiaba de nadie.

Una vez cortada. Billy enroscó cada extremo a sus piernas, cerca de los tobillos, y los ató, para no rastrearlos. Caminó unos pasos. Asintió satisfecho.

Regresó a la cárcel. En la armería cogió dos fundas, un winchester del 73, un cinturón cargado de cartuchos y dos revólveres del .44. Abandonó el de Bell. El cinturón con las municiones se lo puso en bandolera.

Al salir vio por la ventana a un muchacho de unos quince años, Gorgonio Wilson, que contemplaba curioso el edificio atraído por el tiroteo. Billy salió por la misma para no darle tiempo a huir.

-¡Eh, chico! –dijo -. Ve a Gauss y dile que me ensille el caballo de Pat Garrett.

Severo Gallegos era otro de los curiosos, sólo que él estaba cerca de Olinger. También corrió hacia Gauss al oír a Billy.

Nadie se movía.

Billy comprobó que, a pesar de que había ya bastantes personas, no venía nadie a impedirle que huyera, ninguna comisión de probos ciudadanos amantes de la Ley. O le tenían mucho miedo o le apreciaban tanto que todos deseaban que escapara, y aunque no tenía intención de averiguarlo, deseó que fuera lo segundo.

Gauss traía el caballo del ronzal con un sonriente Severo, que había ayudado a ensillarlo.

Billy puso el pie en el estribo, se alzó cargando el peso, los grilletes y las cadenas rozaron al animal que se asustó y encabritó arrojándolo al suelo antes de que llegara a sentarse.

-Te has equivocado de caballo –dijo levantándose -. Tráeme el de Pat, Black Mart.

Poco después Gauss regresaba con el potro correcto. Billy montó ágilmente en él.

-Gracias, dad.

Se inclinó. Alborotó el cabello de Severo Gallegos.

-Gracias a ti, también.

El chaval sonrió satisfecho.

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