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30
octubre
POLVO AL VIENTO (38)

TERCERA PARTE

FORAJIDO

CAPÍTULO 8

El perdón del Gobernador

La Guerra del Condado de Lincoln había creado inseguridad en todo el Territorio, no sólo habían acudido bandadas de forajidos de otras latitudes sino que también las ya asistentes, como la de John Kinney o Jesse Evans, se habían envalentonado y no se dejaban pisar el terreno por los nuevos, sin contar que todavía seguían la batuta de James Dolan, quien también tenía bajo sus pies al sheriff Peppin, a Barela y otros agentes de la Ley, los cuales se desentendieron de los recién llegados, porque su única obsesión (órdenes de Dolan) era acabar con William Bonney en una prolongación de la guerra entre ganaderos.

Y así, mientras el muchacho llevaba una vida más o menos pacífica en Fort Sumner, manteniéndose con el juego o trabajos esporádicos en alguno de los ranchos de ovejas de los alrededores, el sheriff Peppin solicitaba otra vez ayuda militar en Fort Stanton para detenerlo y los salteadores asolaban Nuevo México convirtiéndolo en un Territorio sin Ley.

La situación llegó a tal extremo que el Presidente de los Estados Unidos destituyó al Gobernador Samuel Axtell e impuso en su lugar al general Lew Wallace con órdenes estrictas de terminar, al coste que fuera, con la violencia en Nuevo México.

Tras estudiar la situación el nuevo Gobernador consideró que para que volviera la paz tenía que extender en primer lugar, un amplio y generoso perdón a todos los combatientes de la Guerra del Condado de Lincoln.

Billy jugaba una partida de cartas cuando llegó Tom Folliard con la noticia.

Estaba sentado en la misma mesa un individuo de unos treinta años, delgado, mostachudo, de casi dos metros de altura. Un antiguo cazador de búfalos, que había huido de Texas después de matar a su socio por una discusión en el reparto de las pieles.

Buen tirador, le gustaba beber en exceso y cuando se emborrachaba se volvía agresivo, pendenciero, bullicioso y ofensivo, acosando constantemente a hombres más débiles que él. Al menos es lo que se decía.

Que le gustaba el alpiste era cierto por lo que pudo comprobar Billy el día que lo conoció.

Cuando llegó a Fort Sumner trabajó en primer lugar para Pete Maxwell, pero fue despedido cuando éste lo sorprendió robándole varias reses. El fulano tuvo suerte; de haber vivido Lucien, el padre de Pete, lo habría ahorcado, máxime cuando no fueron ellos las únicas víctimas de sus latrocinios. Ahora trabajaba como camarero en el salón de Smith. Su nombre: Pat Garrett.

La leyenda los convirtió, a él y a Billy, en compadres para alimentar la tragedia. En el siglo XX, con la liberación sexual, hasta hubo quien los convirtió en amantes. Un drama. He aquí un efebo muy malo, muy malo y un sheriff muy bueno, muy bueno, que se ve obligado a matar al amor de su vida por criminal, asesino y vil. Lloros.

En realidad tan sólo llegaron a ser grandes conocidos con una cierta amistad, puesto que coincidieron en muchas partidas de naipes a las que eran grandes aficionados. Los parroquianos, por ello, apodaron a Pat Garrett como Gran Casino y a Billy, por la diferencia de estatura, Pequeño Casino.

De quien sí era amigo y se conocían de Texas, era Tom Folliard. Por mediación de éste, Billy, Charlie Bowdre y otras amistades de Tom escotaron dinero, para que Garrett pudiera celebrar su boda con Juanita Martínez, puesto que él no podía permitírselo. Incluso le compraron un par de botas nuevas.

Pat Garrett se emocionó y juró a Folliard que nunca olvidaría el detalle que habían tenido con él.

***

-¿Podemos hablar? –preguntó Tom.

Billy miró a su amigo; parecía preocupado.

Garrett también le echó un vistazo antes de saludarlo. Folliard respondió al saludo pensando que Pat se había repuesto muy rápidamente de la pérdida de Juanita. La feliz novia, llena de encanto y alegría, había fallecido por causas desconocidas a las tres semanas de casarse. Todo Fort Sumner la lloró.

Kid acabó la partida y lo siguió. Receló cuando Folliard no se detuvo hasta llegar al barracón que había cedido Pete Maxwell en el hospital indio, porque al matrimonio Bowdre no les molestaba alojarlos en su casa.

-¿Tan grave es lo que vas a decirme?

-Wallace concede el perdón a todos los que lucharon en la Guerra de Lincoln.

Billy tardó unos segundos en asumir la grata noticia.

-Tú no estás indultado –continuó Folliard con voz seria.

La expresión de alegría que había comenzado a aparecer en el rostro de Billy se congeló.

-¿Cómo puede ser que el Gobernador indulte a todos menos a mí?

Tom le tendió una hoja. Era una lista de nombres en la que no estaba el suyo. La repasó estúpidamente varias veces, incrédulo.

-Es por el sheriff Brady –dijo Folliard -. Al ver que no estabas hice mis averiguaciones.

-¡Yo no lo maté!

-No te creen. Te acusan de asesinato y Dolan ha conseguido que incluyan también a Buckshot Roberts como otra de tus víctimas. Te persiguen por los dos.

Folliard se interrumpió. Le dolía ver a su amigo con el rostro pálido y desencajado.

Billy oprimió los labios.

-Hablaré con él.

-¿Con quién?

-Con el Gobernador.

-Billy, eso es una locura.

-No tengo otra. Me entregaré y hablaré con él.

-Y eso, una estupidez. Es el Gobernador, ¿cómo va a hablar contigo?

-Necesito ese indulto.

-Billy…

-Tú no lo entiendes porque lo tienes, tu nombre está en la lista.

-¿En serio crees eso? –interrumpió herido.

Billy desvió la vista, avergonzado.

-Perdona –murmuró -, no era ningún reproche. Entiéndeme, si no consigo el indulto voy a estar perseguido toda mi vida. Quiero a Celsa, Tom, quiero estar con ella, casarme… Necesito el indulto.

-Has hablado con su hermano.

-Sí, he hablado con Saval. No le gusta que su hermana una su vida con un forajido, y a mí tampoco.

-A Bowdre y su esposa no les importó.

-Yo no soy Charlie. Nunca le pediría eso. ¿Y qué consigo? Revolotear alrededor de ella como un moscardón. Se merece algo mejor y yo no puedo ofrecerle nada en estos momentos.

-Cierto, tú no eres Charlie, pero ella tampoco es Sally Chisum, ¿crees que le importa…?

-Me importa a mí.

Tom no respondió. Como cualquier adolescente ligón Billy tonteaba con cualquier chica que le gustara, pero era para divertirse, sobre todo en los bailes; ninguna conseguía hacer sombra a Celsa, ni siquiera Paulita Maxwell. Él en cambio tenía que conformarse con Deluvina, porque le gustaban más granadas, pero tampoco la criada india escapaba del influjo de Billy. Mis niños, les llamaba a ambos.

-Quizá… -continuó Kid -, ¿cómo decirlo? Quizá si me entrego… el Gobernador vea voluntad por mi parte.

-Con esa acusación, te colgarán.

-He de intentarlo.

Tom suspiró en un gesto de resignación; un suspiro amargo.

-De acuerdo, que nos cuelguen juntos.

***

Lo que menos esperaba el ayudante de sheriff de Lincoln, George Kimbrell, aquel 22 de diciembre es que William H. Bonney, alias Kid, que estaba siendo acosado como un perro rabioso, abriera la puerta de la cárcel entrando como Pedro por su casa.

-Hola, George –saludó al atónito agente de la Ley.

A Kimbrell le costó reaccionar. Dolan y toda su camarilla estaban decididos a tener la sangre del chico, ofrecían recompensas por su captura vivo o muerto, le obligaban a llevar una vida de proscrito y su única posibilidad de seguir vivo era escondiéndose.

-Eres de lo que no hay –consiguió articular -. Peppin está como loco con los militares buscándote y tú te presentas aquí tan fresco.

-Será que no sé como joderle –rió Billy jocoso. George Kimbrell le coreó; Folliard no tenía ganas de risas.

-¿Por qué no le dices para qué hemos venido?

Billy se sentó con toda confianza. Conocía a Kimbrell de antes de las hostilidades por haber coincidido en algún rancho y siempre se había llevado bien con él.

El ayudante se puso serio cuando Billy le habló de entregarse para participar en la proclamación de amnistía emitida por el Gobernador Wallace.

-Estás cometiendo un error –dijo sinceramente -. No te va a indultar por el hecho de entregarte voluntariamente; tienes dos acusaciones de homicidio.

-Es lo que he intentado hacerle entender yo, pero parece que lleve anteojeras, no ve nada más.

-Hazlo de todas formas, George.

Folliard movió la cabeza bruscamente.

Se le ofrecía en bandeja. Como ayudante, Kimbrell también poseía la orden de arresto, y con lo notorio que era Billy se ganaría una buena fama con su detención. Nadie tenía por qué saber que se había entregado voluntariamente.

Kid no tenía nada. Sus enemigos, aquella miserable pandilla que llamaban el Círculo de Santa Fe, lo tenían todo, dinero, poder… Billy sólo tenía amigos, muchos por todo el condado de Lincoln y en el De Baca, amigos de verdad, no de palabra, encantados de ayudarlo y mantenerlo informado de los movimientos de quienes buscaban su cabeza. Pero ninguno de ellos podía ayudarle ahora que lo tenía enfrente pidiendo que lo encerrara.

-Piénsatelo –aconsejó; él no era un rufián como Dolan, y aunque sin duda había matado a Brady, lo que hacían con el chaval no era de hombres -. Billy, te aprecio. Somos muchos en este lado lo que te apreciamos, y a ninguno nos gusta que indulten a todos menos a ti. Te encerraré si te empeñas, pero medítalo, porque una vez dentro no conseguirás hacerte oír, no te dejarán, y a Wallace sólo le importa que reine la paz, no quien viva o muera, aunque éste sea inocente. Hazme el favor y piénsatelo, no seas tonto. Si después de encerrarte, cambias de opinión dímelo y te soltaré.

Cumplió su palabra cuando, dos horas más tarde y tras pensarlo mejor, Billy se convenció que ambos, George y Tom, tenían razón.

Cuando salió de aquel agujero sombrío, no apto ni para perrera, que era el calabozo de la cárcel, Billy se juró que no volvería a entrar vivo en aquel pozo.

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