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13
agosto
Aguja de marear (24)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

24

            Asesinarlo.

            Nunca creyó ser capaz de algo así, pero era el único camino. Era una chorrada encarcelarle. Tenía buenos amparos que lo sacarían en un pis pas o pagaría la fianza. Incluso de conseguirlo podía desde la cárcel pagar a un asesino.

            Sólo había un camino.

            Estaba sentado en un bar próximo al domicilio de D. Vicente con una cerveza en la mesa sin tocar.

            Huir era más fácil.

            Sí.

            Podía darse el piro. Pero aquel policía enchironaría a Mac.

            Asesinarlo.

            Esperar que el almirante abandonara un segundo la portería. Subir al piso sería fácil.

            La pipa rechazada, haría demasiado ruido.

            Una puñalada.

            Gritaría.

            Degollarlo.

            Era lo mejor.

            Con una navaja de afeitar.

            Entraría. Hablaría. Que se confiara y luego…

            Apoyó los codos en la mesa, unió las manos y se las llevó pensativo a los labios. Tenía las palmas sudorosas, los dedos temblaban.

            Puta vida.

            Introdujo la uña del pulgar entre los incisivos superiores, la deslizó adelante y atrás, como royéndola.

            Apiolarlo.

            Como si fuera tan fácil.

            El acto en sí no le preocupaba, se sentía capaz, cualquiera puede matar a un hombre.

            Era su significado.

            Un jifero.

            ¿Eso era?

            Debía serlo cuando meditaba asesinar a aquel tío.

            Así.

            Fríamente.

            Recordó cuando Mac mató a Gabriel.

            No era lo mismo.

            Mac había llegado al límite.

            Lo suyo era premeditado.

            Subir.

            ¡Y ñaka!

            Sintió frío en la espalda.

            Cogió la birra.

            La llevó a los labios.

            No pudo tragarla.

***

            Tomás cerró el informe que estaba confeccionando con las declaraciones de ambos muchachos y sus averiguaciones sobre D. Vicente Berenguer i Casetas. No había nada que hiciera sospechar actividades delictivas por parte de éste.

            Empresario importante. Alcalde de la ciudad durante diez años con importantes mejoras cívicas. Disminución de la delincuencia durante aquel período. Grandes donaciones al Colegio de Huérfanos de la Policía y a entidades benéficas…

            Nada. Ningún desliz, ninguna pista excepto la acusación de Germán.

            ¿Y si todo fuera falso?

***

            El conserje entró un instante en su domicilio, momento que aprovechó para entrar. Sonrió levemente contemplando los buzones y luego caminó hacia las escaleras sin ruido. El sonido del ascensor podía alertar al portero.

            Uno, dos, tres escalones.

            Un rellano.

            Uno, dos, tres… dieciséis peldaños. Un pasillo. Cuatro puertas.

            Uno, dos, tres…

            Se detuvo.

            No. No bajaba nadie.

            … cinco, seis… Vaya, aquí diecisiete escalones.

            Ruido abajo.

            No subía nadie.

            El conserje, que había regresado a su puesto.

            Uno,… Otro tramo.

            Estaba de suerte, no se había encontrado con nadie.

            Se detuvo ante la puerta.

            Se puso los guantes.

            Sacó la navaja de afeitar.

            Probó el filo.

            Llamó al timbre.

            D. Vicente abrió.

***

            – ¿Has llamado a tu hermana? – preguntó Pablo.

            Pruden negó.

            ¡Pues qué esperaba! La hora de la comida y Mac sin aparecer. ¡Ya la estaba telefoneando y llevándose a esa ricura de hijo que tenía!

***

            Germán rompió dos cigarrillos al intentar sacarlos de la cajetilla.

            ¿Cómo se le había ocurrido ir a casa de Vicente?

            ¿Cómo?

            – ¡Joder, joder, joder! -masculló con lagrimas en los ojos.

            ¿Qué podía hacer?

            Encima el portero le había visto salir.

            ¡Que ver!

            Había tropezado con él.

            Lo había arrollado.

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