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03
julio
POLVO AL VIENTO (21)

CAPÍTULO 20

Lunes, 18 de febrero de 1878

El mismo día que Tunstall llegaba al rancho de Chisum para pedir ayuda cuatro personas abandonaban Lincoln. Por un lado, Billy y Fred, que regresaban a Río Feliz. Por otro, James Dolan con Bill Mathews dirigiéndose al rancho de Bob Paul, donde se habían reunido la cuadrilla de Jesse Evans y la de los Seven Rivers Warriors, un total de 45 hombres.

John Tunstall comprobó lo acertadas que habían sido las palabras de Jesse Evans: Chisum era de los que lanzaban la piedra y escondían la mano; en consecuencia se negó a prestar ayuda al inglés. Sabía que llevaba las de perder si se enfrentaba al Círculo de Santa Fe tal y como se desarrollaban los acontecimientos; mejor quedarse al margen y que otros le sacaran las castañas del fuego.

Desengañado con Chisum John Tunstall regresó a su rancho. Se sentía vencido y sin ánimo de seguir luchando. Cuando llegó a Río Feliz la noche del domingo diecisiete había tomado la decisión de rendirse. Entregaría los nueve pura sangre confiscados y dejaría que decidiera el pleito la justicia.

Poco antes del amanecer, sin haber dormido, dio orden a Dick Brewer, Bob Windenmann, John Middleton, Henry Brown, Billy Bonney y Fred Wayte, de rodear los corceles para conducirlos de vuelta a la ciudad. Él los acompañaría.

A unas diez millas de distancia Fred, que conducía un carro, siguió la ruta más fácil de Río Hondo, mientras que sus compañeros, excepto Henry, que tuvo que regresar al rancho al perder su caballo una herradura, tomaron el atajo de Pajarito Springs atravesando la montaña.

Entre tanto Dolan, con las dos bandas de forajidos, llegaba a Río Feliz descubriendo que no había nadie salvo  Gottfried Gauss, el cocinero. Encolerizado por la jugarreta interrogó al pobre hombre, que confesó que Tunstall iba camino de Lincoln acompañado de cinco empleados.

No era preciso que los persiguieran todos, con 20 hombres bastaría; mientras, él con el resto, se quedaría en el rancho. Se veía bueno, no estaría de más que también lo confiscaran. Para calcular mejor su valor ordenó inventariarlo: había unas 360 cabezas de ganado, un yunque, una pala, una cabaña con sacos de arena…

-¿Quién dirigirá el grupo? –preguntó Jesse Evans a Dolan, que codicioso del rancho se había olvidado del dueño.

-Tú mismo –respondió midiendo a pasos la longitud de la casa.

-Conmigo no cuentes, no soy un perro de presa.

-¿Es porque Billy es uno de ellos? –quiso saber William Morton, macizo, malcarado y receloso.

La mano de Jessie se acercó peligrosamente al revólver.

-Es porque sólo son seis y nosotros veinte.

-Como quieras –respondió ansioso Dolan, la interrupción le había hecho perder la cuenta, tendría que empezar de nuevo. Tomó nota mental de la insubordinación -. En ese caso tuyo es el mando, Morton. Quiero esos caballos a cualquier precio.

-Los tendrá –aseguró éste y recordando que Dolan había querido matar al británico en La Mesilla gritó a sus hombres -: ¡Apúrense, muchachos! Mi cuchillo está afilado y tengo ganas de arrancarle la cabellera a alguien.

En Pajarito Springs el grupo de Tunstall se detuvo sólo lo suficiente para que bebieran del manantial las monturas y la manada de caballos, luego siguieron por el sendero. Era un camino serpenteante, pedregoso, las piedras rodaban por la ladera al pisotearlas los cascos arrastrando un pequeño alud de guijarros.

Cerca de la puesta de sol llegaban a una división y continuaron cuesta abajo. El sendero era ahora angosto y los hombres y caballerías avanzaban en fila india con Billy y Middleton en la retaguardia. En la vanguardia, Brewer y Windenmann divisaron una bandada de patos y subieron una pendiente a cazar algo para cenar.

En la parte superior del cruce Billy y Middleton vieron a varios jinetes acercándose rápidamente. Mientras Billy espoleaba a su caballo, no el ruano sino el gris que le había regalado Tunstall, para avisar a Brewer y Windenmann, Middleton hacía lo mismo para alertar al patrón.

Cuando Billy llegó a la altura del capataz los perseguidores alcanzaban el cruce y comenzaban a dispararles. Eran tres contra veinte, se adentraron en el bosque huyendo y se refugiaron detrás de matorrales y rocas.

Poco después se les unía Middleton.

-¿Y Tunstall? –preguntó Dick.

-No ha querido venir. Le he dicho que no podíamos hacer nada, que eran muchos y que lo más juicioso era que se quedaran los caballos, pero no ha querido. Dijo que nos fuéramos nosotros, que no le harían nada.

-Tenemos que volver –dijo Billy -, lo matarán si está solo.

-Lo matarán si acudimos –respondió Dick -, creerán que atacam…

Se interrumpió al oír el disparo, luego sonó un segundo.

Regresaron, pero se detuvieron a una distancia prudencial.

Tunstall yacía en el suelo en medio de un círculo que habían formado sus asesinos.

-No se les ve bien las caras –dijo Dick Brewer.

-William Morton es uno de ellos –respondió Billy – pude verle el rostro cuando me di cuenta que nos perseguían.

-Frank Baker es otro –dijo Middleton.

-¿Reconocisteis alguno más?

-Wallace Olinger, Buckshot Roberts, Manuel Segovia…

-Tom Hill –añadió Middleton -, Ramón Montoya…

-Robert Beckwith

-Casi todos hombres de Jesse Evans –comentó Dick Brewer -, ¿estaba él?

-No lo sé.

-¡No quiero mentiras, Billy!

El muchacho miró tenso al capataz. Su patrón yacía muerto a un centenar de metros y tenía la sensación de que habían matado a su mejor amigo; había sido bueno con él, siempre le trató como a un caballero ¡Y Dick dudaba de su integridad!

-Si estaba –dijo entre dientes -, yo no lo he visto.

-No, no estaba –apoyó Middleton -, lo habría reconocido.

Brewer se dio cuenta que había herido a Kid, pero éste ya no le prestaba atención pendiente de lo que hacían los asesinos.

Billy se sintió enfermo ante lo que veía: Morton disparaba dos veces el revólver de Tunstall, sin duda para hacer creer que lo habían matado en defensa propia; éste golpeaba la cabeza del muerto con la culata del rifle; aquel mataba al caballo y le ponía el sombrero de su amo como una broma macabra…

Una mano se posó en su hombro dándole consuelo, la de Dick, que estaba mortalmente pálido, igual que los otros compañeros, igual que él seguramente, pensó…

Cuando terminaron de burlarse del fallecido cogieron los nueve pura sangre y se los llevaron. Fue entonces, tras esperar un tiempo prudencial, cuando se acercaron al cuerpo del patrón. Ninguno hablaba. Tunstall tenía una bala en el pecho y otra en la cabeza.

-Me gustaría saber quién ha sido –comentó Billy.

-Todos –respondió Dick -. Todos son culpables, todos han participado.

Pareció que iba a añadir algo más, pero sólo rechinó los dientes.

-Vamos a Lincoln –dijo finalmente -. Hay que informar a McSween.

-¿Vamos a dejarlo aquí?

Dick miró al adolescente, Billy se veía muy afectado.

-No podemos llevarlo con nosotros.

El muchacho no respondió.

Llegaron a la ciudad sobre la medianoche y se encaminaron a casa del socio de Tunstall, que seguía en arresto domiciliario. McSween les escuchó sombríamente.

-Id a descansar –dijo -, enviaré a alguien a recoger el cuerpo.

No había camas para todos, dos la compartieron, el resto se agenció mantas para dormir en el suelo. Kid estaba extendiendo la suya cuando oyó la voz de Dick Brewer llamándole. El capataz tenía una expresión extraña, como avergonzado.

-Siento lo de esta tarde. Te pido disculpas por mis palabras y mi desconfianza.

Billy frunció una ceja levemente; Dick no era de los que solían disculparse.

-Además, Fred me ha contado como te arriesgaste para que Tunstall pudiera escapar de Lincoln. He sido injusto contigo, lo siento.

Billy era el tipo de persona que no olvidaba, pero lo suficientemente generoso como para perdonar y no echar nunca en cara lo ocurrido por mucho que lo recordara.

-Todos estábamos muy alterados –restó importancia -, incluso ahora, pero me alegro que no me veas como un enemigo.

Brewer se alegró que Kid no le guardara rencor. Se había equivocado completamente con él debido a la obcecación que tenía desde que Jesse Evans le robara los caballos. Estaba convencido de que todos los componentes de The Boys eran iguales, pero los ojos de horror de Billy al ver a Tunstall muerto y vejado no habían sido fingidos y cuando Fred le comentó la forma como consiguió Billy que el inglés huyera de Lincoln, se convenció de que lo había juzgado mal.

Posiblemente Billy y Jesse Evans fueran amigos como sospechaba, pero ahora estaba seguro que el chico nunca los traicionaría.

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