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26
junio
POLVO AL VIENTO (20)

CAPÍTULO 19

Distracción

Se despertó cuando Fred Wayte le sacudió el hombro.

-Levanta, tenemos que escoltar a la gentuza de Brady a la ciudad. Órdenes de Dick.

-¿Para convencerse de que se van?

-No, para informar a Tunstall de lo ocurrido.

Billy miró a su amigo con cara de guasa.

-Y de paso, vigilarme a mi, ¿no?

-Correcto –rió Fred -, ¿para qué mentirte? No sé qué hiciste ayer, pero el capataz no confía en ti.

-No hice nada, tan sólo coincidimos Jess y yo en la guardia y nos la pasamos hablando.

Connivencia con el enemigo –dedujo ante la forma familiar de nombrar a Evans; añadió en broma -: Eso está muy feo.

Go to hell!

Acompañaron al grupo guardando la distancia. A medio camino vieron a Jesse Evans separarse con dos más tomando la dirección del rancho de Bob Paul, que se hallaba al suroeste de Río Feliz. Ambos amigos lo siguieron con los ojos.

-¿De qué hablasteis? –preguntó Fred dudando entre cumplir la orden de informar a Tunstall o ir detrás de Evans.

-No te importa.

-Cierto, pero puesto que sabes que Dick me ha ordenado espiarte…

-Tienes la sutileza en los talones.

-Billy, tú y yo nos hemos hecho amigos; confío en ti, pero comprende que Dick se la tiene jurada a Jesse desde que le robó los caballos y tú participaste. Es lógico que desconfíe.

-Fred, si supiera que no ibas a irle con el cuento te lo  diría, pero así no. Si desconfía de mí, que se joda, no es él quien me paga sino Tunstall y es a éste a quien debo dar explicaciones, no a Dick.

 -¿Se lo digo con esas palabras?

Bonney se encogió de hombros por toda respuesta.

Llegaron a Lincoln al atardecer descubriendo que la tienda de John Tunstall estaba ocupada por varios de los ayudantes del sheriff Brady.

-No te pares, Fred, vayamos a su casa.

El domicilio del patrón estaba unas calles más abajo, cerca del hotel.

Al británico no le hizo gracia el informe y menos que Jesse Evans se hubiera separado del grupo. Los del rancho Bob Paul eran partidarios de Dolan.

-¿Qué pensáis? –preguntó a los dos jóvenes.

-Que van a reunir un grupo numeroso de gente armada para atacar Río Feliz –respondió Fred Wayte.

Eso mismo se temía Tunstall. Necesitaban ayuda. Si pudiera llegar al rancho de Chisum y que le prestara hombres… No podía, le vigilaban, sabrían que abandonaba la ciudad. Lo malo que también vigilarían a los dos muchachos, eran los únicos de sus hombres que estaban en Lincoln. Tenía las manos atadas.

-¿Y si creamos una distracción? –inquirió Billy.

-¿Cómo cuál?

El chico hizo un gesto de ignorancia. No obstante, a esas horas poco podían hacer. Se retiraron a descansar.

Por la mañana Billy vio salir del Wortley Hotel & Restaurant a uno de los camareros con comida dirigiéndose a la tienda de Tunstall. Sonrió pillo. ¡Ya lo tenía! Envió sin más explicaciones a Fred para que Tunstall se preparara y él corrió a detener al mozo.

En la tienda se sorprendieron al ver que quien se acercaba por la calle no era el camarero del restaurante sino un cowboy con un rifle winchester apoyado indolentemente en el hombro, el sombrero mexicano ladeado ligeramente hacia el occipucio mostrando el rostro.

-¿Quién es ese chico? –preguntó James Longwell.

-Creo que trabaja para Tunstall.

Billy caminaba despacio, sin apresurarse, calculando los riesgos (desde que acompañara a su padre por el sendero de Chisholm tenía demasiada experiencia en tiroteos como para andar a ciegas) y dejándose ver bien en la calle. Por el rabillo del ojo comprobaba que iba llamando la atención, pero aún no era suficiente.

Se detuvo a pocos metros de la tienda y llamó a los alguaciles, cobardes. Hablaba a gritos, para que lo oyera el máximo de gente. Fred, que le había seguido tras informar a Tunstall, vio que la calle entera empezaba a concentrarse en su amigo olvidándose de vigilar al inglés. Pero aquello iba a acabar mal. El idiota se exponía a que le descerrajaran un tiro, tendría que ayudarle. Buscó un parapeto sin perder de vista a Billy, que seguía dando espectáculo. Ahora se reía de los diputados en la tienda. Al final James se hartó de oírle y respondió desafiante.

-¡Muy bien! –contestó con una mueca de burla el adolescente, a la que siguió una corta y alegre carcajada -. Entonces sal y enfrentémonos en un tiroteo justo.

James se dispuso a salir, pero le detuvo su compañero.

-¿Estás loco? No es más que un niño. Si lo matas vas a poner a todo Lincoln en contra nuestra.

-Es un bocazas y va armado.

-¿Y qué? Te acusarán de asesinato igualmente, piensa en su edad. Además no está solo.

-¿Qué quieres decir?

-Mira en aquella esquina, hay otro de los hombres de Tunstall. A ese le conozco, es Fred Wayte. Seguro que hay más. Te cogerán en un fuego cruzado.

James se tragó la rabia. Su compañero tenía razón, seguro que el chaval no era más un cebo. Ahora se explicaba su temeridad. No salió. Y Billy considerando que Tunstall había tenido tiempo más que suficiente para fugarse finalizó la comedia.

Años después la leyenda diría que James Longwell no salió porque conocía la fama de pistolero de Billy, cuando lo cierto es que el muchacho, en aquel entonces, era un perfecto desconocido, un vaquero más del montón.

Fred vio, con cara de pocos amigos, aproximarse a Billy.

-Eso ha sido una estupidez –recriminó.

-La distracción tenía que ser llamativa.

-¿Y si llega a salir?

Billy no contestó. Había participado en diversos tiroteos, sobre todo durante el mes que estuvo en la banda de Jesse Evans, pero esto era distinto.

-¿No respondes?

-No hay respuesta. No sé lo que habría hecho –reconoció – Supongo que aguantar el tipo, qué remedio.

Suspiró antes de preguntar:

-¿Tunstall se habrá ido?

-Seguro, aunque nosotros deberíamos quedarnos un día más antes de regresar al rancho, para que no se den cuenta que se ha escapado. Así le daremos tiempo a que hable con Chisum.

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