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01
mayo
POLVO AL VIENTO (12)

CAPÍTULO 11

Guerra de la sal

Aunque regresó al punto de partida, Nuevo México, no volvió a Silver City sino que enfiló hacia el este, al condado de Doña Ana. No llevaba ninguna ruta concreta simplemente quería evitar su antigua ciudad, puesto que allí lo conocían todos y tenía pendiente el robo del cual fue cómplice.

Llegó así a las cercanías del rancho Shedd, próximo a La Mesilla, del que provenían disparos que fueron haciéndose más manifiestos a medida que se aproximaba. Pronto paró cuenta que llevaban un ritmo, lo que era señal de que no se trataba de ningún ataque. A suficiente distancia comprobó que no se había engañado. Se trataba de un hombre joven, pocos años más viejo que él, practicando con un revólver; al lado estaban tres más que se limitaban a observar.

Billy movió la cabeza apreciativamente. El fulano tenía una puntería excelente. No pudo menos que detener el caballo al lado y contemplar la exhibición.

El desconocido se detuvo por enésima vez para cargar la pistola. Giró la cabeza al oír un silbido de admiración.

-¡Menuda puntería, amigo!

-Gracias –vio que el recién llegado tenía un arma al cinto. Lo observó más detenidamente, su rostro le resultaba familiar. También Billy lo estudiaba ahora que le veía la cara pensando lo mismo, pero ninguno de los dos recordaba dónde se habían visto antes -. ¿Le gustaría participar?

-Claro –sonrió.

Demostró que ambos estaban a la altura. Tenía una puntería igual de endiablada, aunque el extraño era mejor con la pistola, no así con el rifle en donde Billy era netamente superior.

Cuando terminaron ambos se contemplaron con respeto.

-Me llamo Jesse Evans –se presentó el desconocido extendiendo la mano -. Mis amigos me llaman Jessie.

Se detuvo un segundo al oír el nombre antes de estrechársela.

-Veo que me conoce.

-Pero no de ahora. Hace años, en Silver City.

Las pupilas de Jessie brillaron de comprensión.

-¡Ya decía que te conocía! -tuteó -. Eres…

-William Bonney, mis amigos me llaman Billy o Kid.

Jessie sonrió ante el falso nombre.

-Seamos amigos, pues.

Ninguno de los dos muchachos sabía, al darse la mano, que nacía una de las contradicciones más llamativas del western: una amistad inquebrantable y la paradoja de convertirse en adversarios irreconciliables.

La leyenda convirtió a Billy the Kid en el forajido más infame de Nuevo México, pero lo cierto es que Jesse Evans era mucho más peligroso y su banda la más temida. Poseía una cabeza redondeada; ojos separados, despiertos bajo unas cejas arqueadas; mentón redondo, nariz recta, mandíbula fuerte, barbiponiente y cabello corto con flequillo que le daba aspecto infantil.

De una edad cercana a la de Kid, Jesse Evans poseía, como él, sangre cheroki y un carácter similar, aunque más pragmático y desencantado de la vida. Provenía de una familia de delincuentes, actividad que, al verla desde su nacimiento, consideraba normal, con lo que los robos, tiroteos, violencia e incluso muertes era algo común a sus ojos, y de la misma manera que un hornero había aprendido el oficio de su padre, él aprendió el suyo de sus progenitores.

A los 14 años fue arrestado en Kansas junto con sus padres por manejar dinero falsificado aunque los liberaron poco después. Un año más tarde estaban en Nuevo México recalando en Silver City, en donde conoció a Henry Antrim, como lo conocían algunos en la ciudad.

Nuevamente perseguidos Jessie decidió cambiar de vida lejos de los conflictos con la Ley. Abandonó a sus padres y buscó trabajo como vaquero en diversos ranchos del Territorio, pero en ninguno estaba a gusto. Desde que nació que no había conocido otra vida que la delincuente y no conseguía adaptarse. El último rancho en el que trabajó fue el de John Chisum con quien tuvo enseguida desavenencias. El ganadero veía en el joven actitudes de poco fiar mientras que Jessie consideraba a su patrón falso y traicionero.

Habiendo fracasado el intento de llevar una vida honrada anduvo de bardanza por el condado de Doña Ana y pasó unos días en Las Cruces antes de dirigirse a La Mesilla. Se rumoreaba que por allí rondaba la banda de John Kinney, el cual había oído hablar de la familia Evans. Jessie supo estar a la altura de las expectativas por lo que fue admitido. Aquello era otra cosa, estaba en su salsa, lo que conocía, se sentía a gusto y sabía manejarse. No tardó en escalar puestos participando en atracos y tiroteos, destacando en el enfrentamiento que tuvieron con los soldados de Fort Seldon en las navidades de 1875.

John Kinney resultó seriamente herido en el combate y Jessie se hizo cargo de la cuadrilla. Lo hizo demasiado bien para contrariedad de Kinney; ahora tenía un rival. Cuando el cabecilla estuvo recuperado se habían creado dos facciones. Jessie comprendió que la mejor solución era abandonar la banda. Podía enfrentarse a Kinney, pero aunque tuviera éxito siempre quedarían sus partidarios acechándole. Era preferible irse.

En el primer trimestre de 1876 Jesse Evans formó su propia pandilla de bandoleros, The Boys (Los Muchachos), llamada así porque todos eran excesivamente jóvenes, con los hombres de Kinney que le habían seguido.

En el año escaso que llevaban de actividad habían anulado a la de John por el número de atracos, robo de ganado y asesinatos, y habían llamado la atención a uno de los caciques de Nuevo México, que los contrató para hostigar a sus enemigos.

Desde que Billy entró en Nuevo México que había oído hablar de ellos, cuya actividad se extendía desde Socorro a Chihuahua y desde el río Gila al Pecos. Nunca esperó que Jessie le invitara a unirse.

-No sé –respondió dudando -. No me conoces, no sabes cómo soy ahora.

-Sé que algo has hecho, porque te has cambiado el nombre y porque he oído que persiguen a un tal Antrim, alias Kid, por asesinato.

Se contemplaron a los ojos. Los de Billy eran fríos; los de Jessie, expectantes.

-No te lo digo como chantaje.

-Pues no lo parece.

-Billy, necesito a alguien con tu puntería.

-Para robar ganado no hace falta ser un as con el seis tiros.

-Para sacar a Mel de la cárcel.

Kid frunció el ceño preguntándose de qué Mel le hablaba.

-¿Melquíades Segura? –inquirió finalmente.

Evans asintió con la cabeza.

Era un antiguo amigo de la infancia, un chico mexicano que había conocido a poco de instalarse en Silver City y compañero de correrías cuando se relacionaba con Jessie.

-Lo tienen preso en la cárcel de San Elizario, en Texas, me llegó una nota suya hace un par de días. Aún no he hecho nada porque no quiero ir con la banda, llamaríamos demasiado la atención, y hacerlo solo es complicado, pero contigo seríamos dos. Lo haríamos perfectamente.

¿Estaba loco o simplemente era caradura?

¡Ni hablar! No iba a asaltar una cárcel para liberar a Mel, ya tenía bastantes líos como para…

Todo lo que queráis que hagan con vosotros los hombres hacedlo también vosotros a ellos.

Y el explorador apache le había ayudado a huir del calabozo de Fort Grant.

-Pinche fraile –murmuró en español.

Hacer lo correcto.

¿Qué era lo correcto, cumplir las leyes por insensatas que fueran o ayudar a un amigo?

-¿Estás dormido?

-¿Eh?

-Que si estás dormido. Te has quedado como en Babia.

-No, sólo recordaba. De acuerdo, te ayudaré a liberar a Mel, ¿de qué le acusan?

-De matar a un hombre.

San Elizario era un pueblecito situado en la frontera entre los Estados Unidos y México, que limitaba al noroeste con el condado de Doña Ana. Perteneciente al condado de El Paso, que se llamaba así por el paso que el río Bravo creaba a través de las montañas en ambos márgenes, era en su totalidad desértico, tan sólo un 0,4 % de su superficie poseía agua. En cambio era rico en minas de sal, lo que hizo que empezase a crecer al explotarlas.

Casi toda la población era mexicana, pero al acabar la guerra civil inmigraron un buen número de afro americanos. Las autoridades anglosajonas trataron a los recién llegados como en los tiempos de la esclavitud, y para que no se sintieran celosos y vieran que todos eran iguales ante la Ley subyugaron a los mexicanos como si el moreno de la piel fuera negro descolorido.

La gota que derramó el vaso la escanció Charles Howard, juez de distrito, que quiso cobrar por recoger la sal de las minas. Abuso de autoridad, humillaciones, semiesclavitud y ahora paga por la sal cuando estaban rodeados de ella.

Hubo una pequeña rebelión y Howard fue encarcelado por lo lugareños, que sólo lo liberaron cuando prometió reinstaurar el libre acceso a las salinas.

Pero el juez, en cuanto se vio en la calle, lo que hizo fue llamar a las rangers para recuperar el control de San Elizario encerrando a los cabecillas.

Jesse Evans sospechaba que el apresamiento de Mel era por esto y no por ningún asesinato.

Después que Jessie le puso al corriente Billy se convenció de que había tomado la decisión apropiada. Como todo adolescente de cualquier época y lugar tenía muy sensible el tema de las injusticias, de la deplorable situación de los desposeídos, de los males, iniquidades, anomalías y absurdos sociales, y más si afectaba a un amigo.

Hacer lo correcto.

Lo estaba haciendo, se dijo. No podía permitirse tales abusos y menos de quienes se decían valedores de la Ley, ¿qué clase de Ley era aquella?

San Elizario estaba sólo a medio día de viaje del rancho Shedd, así que tras cabalgar toda la noche llegaban al alba a su destino.

Encontraron la localidad soliviantada. Jessie buscó a quien le había entregado el mensaje de Mel, que dijo que el pueblo iba a combatir a los rangers.

La traición del juez, la llegada de los agentes y las detenciones arbitrarias habían terminado provocando un alzamiento. Ninguno de los dos amigos dudó en ponerse de su parte.

El enfrentamiento armado pasó a la historia con el nombre de la Guerra de la Sal de San Elizario. Fue una batalla en la que el número de mexicanos y afro americanos contra los rangers, y la ayuda inesperada de dos buenos tiradores terminó con la victoria de los revolucionarios. Se calcula que hubo doce muertos.

Mel Segura fue liberado durante el combate. Se dice que los rangers abrieron la puerta de la cárcel engañados por Kid, que se hizo pasar por uno pidiendo refugiarse en ella. Su perfecto inglés sin acento mexicano ayudó a la trampa. Pero lo cierto es que no se sabe realmente cómo ocurrió, pues esta historia forma parte de la leyenda posterior, en la cual la Guerra de la Sal desaparece y en cambio se dice que Melquíades es encarcelado al matar a un hombre por disputas de apuestas. La misma leyenda afirma que Kid mató a un terrateniente mexicano durante una partida de cartas. Falso, como mucho de lo que se ha dicho de él. Pero sí es cierto que para muchos mexicanos Billy el Niño fue uno de los pocos defensores que tuvieron frente a la rapacidad gringa. Sin duda la batalla de la Guerra de la Sal contribuyó a esta visión.

Tras la liberación los tres amigos pasaron al Viejo México, al estado de Chihuahua, donde el tío de Segura tenía un rancho. Allí se quedaron unos días mientras se calmaba el ambiente, y no era para menos, porque los lugareños de San Elizario balearon al odioso juez Howard, lo despedazaron y arrojaron sus restos a un pozo.

El Gobierno de Texas se encontró en la misma situación de Fuenteovejuna: había sido todo el pueblo, y ante el dilema de qué hacer se hizo lo mismo: la vista gorda. Mas sólo fue a nivel judicial, porque como represalia trasladaron la capital del condado a El Paso y decidieron que las vías del tren no pasarían nunca por el pueblo de San Elizario limitando así su crecimiento.

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