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25
abril
POLVO AL VIENTO (11)

CAPÍTULO 10

Primera víctima

Kid Antrim detuvo un momento el caballo pinto contemplando el fuerte de lejos. Había regresado a Fort Grant sólo medio convencido de que debía hacerlo, obligándose porque una parte de él no quería. Nunca se había planteado la posibilidad de entregarse, pero la epidemia de viruela lo había cambiado todo; aquella niña india al cogerle la mano…

Una cosa era cierta: no quería la vida que había emprendido, sólo quería ser vaquero y vivir honestamente. Los motivos que le impulsaron a unirse a los ladrones de ganado ahora le parecían estúpidos, porque una cosa era robar algún caballo suelto de tarde en tarde para subsistir y otra muy distinta convertirlo en una profesión.

Llevar una vida honrada.

Eso implicaba regresar y entregarse.

No quería.

Robo, fuga… ¿cuánto podía caerle?

No, no quería.

Hacer lo correcto.

Todo el viaje había sido una lucha entre irse y regresar.

Allí estaba.

Seguía luchando.

Hizo avanzar lentamente el pinto, a paso lento, en dirección al fuerte.

No creía que pasara de la puerta y se sorprendió al ver que entraba sin problemas. ¿Tanto había cambiado en cuatro meses que no lo reconocían? Era cierto que había crecido bruscamente unas pulgadas y que su voz estaba más rota, pero nadie era tan irreconocible.

Tampoco se descubrió.

Estaba allí sin querer estar. Necesitaba tiempo para pensarlo. La cantina era el mejor sitio para ello, siempre había una mesa, un rincón en donde se sentaban los que querían permanecer solos con la botella.

Entró en el saloon sin ver a nadie, buscando la proverbial mesa en la que había depositado sus esperanzas. Se sentaría en ella, meditaría, reflexionaría muy bien si debía hacer o no la locura de entregarse y después…

-Mira quién tenemos aquí.

Reconoció la voz de ogro a su espalda.

Frank Cahill.

Tenía que reconocerle precisamente él.

Intentó ignorarlo como otras veces, pero no se encontraba con ánimo y el siguiente comentario acabó con su paciencia.

Se giró lentamente y alzó la cabeza para mirar a Cahill a los ojos. A pesar de lo que había crecido la diferencia de altura era de 30 centímetros.

-Te crees muy chulo viniendo aquí después de haberte escapado.

-Y tú te crees muy hombre cuando te metes con gente más débil que tú.

-Niñato de mierda.

-Que te den.

-¿Hablas de ti, adamado? ¿Cuántas veces has puesto el culo a John Mackie?

Son of a bitch!

La rapidez del puñetazo lo sorprendió y lo envió unos metros atrás cayendo estrepitosamente al suelo. Se había esperado una respuesta por parte de Cahill, porque el insulto se consideraba especialmente grave, pero no una reacción tan repentina y violenta.

Aturdido en el suelo su mente se preguntaba si había sido un puñetazo o una estampida que le había arrollado cuando sintió una opresión en el abdomen que le paralizaba el movimiento torácico y le impedía respirar; Cahill se había sentado encima. El jayán comenzó a abofetearlo violentamente, su cabeza oscilaba de un lado a otro como la de un muñeco roto a cada bofetón. Eso y la asfixia le hizo temer por su vida. Sus 43 kilos poco podían hacer contra los 90 del matón.

Ahogándose sacó el revólver de la funda y apoyó el cañón en el vientre del herrero. ¡Sal de encima mío!, quiso decir, pero los continuos guantazos y la disnea se lo impidió, sólo emitió un gorgojeo incomprensible. Y por su parte, Cahill estaba tan enfurecido que ni siquiera se percató de que tenía el cañón de una pistola apoyado en su barriga.

Kid disparó. El balazo a bocajarro cruzó los intestinos de izquierda a derecha y atravesó el hígado. Frank Cahill cayó hacia atrás como un tronco liberando de su peso al muchacho, que respiró en una bocanada.

Todo había ocurrido muy rápido. Los parroquianos que se habían levantado de las mesas para separarlos no tuvieron tiempo de nada viendo consternados el desenlace. También Billy miraba el cuerpo caído, los ojos dilatados, horrorizado por lo que acababa de hacer.

Su desconcierto duró poco. Reaccionó enseguida, salió corriendo de la cantina, brincó al primer caballo que vio y abandonó Fort Grant al galope. Sólo se detuvo cuando se dio cuenta que no lo perseguían. Entonces paró el potro y descendió sintiendo que le fallaban las piernas.

Sentado en el suelo ocultó la cara entre sus manos. Tenía quince años y acababa de matar a su primer hombre. Pero al recordar cómo había ocurrido lo aceptó. Había sido en defensa propia, si no lo hubiera hecho ahora sería él el muerto.

No se alegraba, no era para alegrarse, pero tampoco se arrepentía. Había sido el uno o el otro; puestos a elegir, mejor el otro.

Cuando se levantó y volvió a montar no habría sabido decir cuánto tiempo había estado sentado. Se dirigió a un rancho cercano y compró, con el poco dinero que le quedaba un rocín. Regresó a Fort Grant y liberó en sus inmediaciones el caballo que había robado en la huida para que regresara con su dueño.

Hacer lo correcto.

La muerte de Frank Cahill había resuelto el dilema. No iba a entregarse. Había sido en defensa propia y no iba a correr el riesgo de que le condenaran por ella.

Cambiaría nuevamente de nombre, Henry Antrim era ya demasiado conocido. Durante un rato estuvo pensando en su nuevo alias sin llegar a decidirse hasta que recordó uno de los que barajó Belle Reed: Bonny. No estaba mal, pero alguno de sus significados no le terminaba de gustar. Su fisonomía y su voz suave habían sido una de las causas por las que Cahill se había metido con él, sólo faltaría que ahora se pusiera por sobrenombre lindo. Lo rechazó. Pero el adjetivo volvía machaconamente una y otra vez a su cabeza. Lo cierto es que le gustaba, era sencillo y fácil de recordar. Al final lo aceptó, pero con una pequeña variación, Bonney. Aquella e rompía el significado de la palabreja. Bonney, sí quedaba bien como apellido, para el nombre propio no se lo pensó, utilizaría el real, William Henry.

Echó un último vistazo a Fort Grant. Volvió grupas y tomó la ruta de Nuevo México.

Al día siguiente Frank Cahill moría. El juez Miles Wood no hizo caso de los alegatos de defensa propia de los testigos; demasiado sabía él que Kid era un pistolero. Además (aunque esto no lo dijo, naturalmente) necesitaba cubrirse las espaldas y romper toda posibilidad que pudiera relacionarle con los ladrones de ganado y qué mejor forma que demostrar que era un ferviente defensor de la Ley.

Arrancó para ello al agonizante Cahill un embeleco por testamento, que escribió el propio Wood, y que le hizo firmar.

…lo llamé chulo y él me llamó hijo de puta. Creo que entonces lo golpeé y él sacó el arma. Intenté quitársela, pero no pude y me disparó en el vientre…

Con el documento en la mano extendió orden de busca y captura por asesinato para Henry Antrim.

Telegrama:

Grant A. T.

23 de agosto de 1877

Osborn, WJ

U. S. Diputy Marshall

Tucson

Cahill no fue asesinado en la Reserva Militar.

Su asesino Antrim, alias Kid, pudo escapar y creo que todavía está prófugo.

C. E. Compton

Mayor, Com’d’g.

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