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10
abril
POLVO AL VIENTO (9)

CAPÍTULO 8

Cuatrero

PROPIEDAD DE DOC SCURLOCK

Y CHARLIE BOWDRE

Kid Antrim descabalgó y se dirigió a la puerta donde estaba colgado el letrero; había seguido el consejo de Naiche. Hubo cierta reticencia para contratarle entre los socios. Charlie quería hacerlo, pero Doc no veía la necesidad. Habían venido de Nuevo México creyendo hacer un buen negocio, pero la incertidumbre con los pieles rojas estaba perjudicándolos. Según Doc el balance Riesgo / Beneficio no era rentable. Charlie creía que debían darse más tiempo antes de rendirse.

Finalmente no lo contrataron y Billy buscó trabajo en uno de los ranchos vecinos.

-¿Seguro que tienes dieciocho años?

-Sí, señor.

-Aparentas no tener más de trece.

Era demasiado bajo y débil para la edad que decía.

-El trabajo es más duro de lo que crees. Necesitamos hombres hechos y derechos.

-Tengo experiencia. Póngame a prueba, no le defraudaré.

Encima embustero, ¿qué experiencia podía tener? William Whelam inspiró hondo.

-Lo siento, chico, no me interesa. Regresa cuando termines de crecer y ya veremos.

Kid bufó tan pronto salió a la calle. Se encontraba sin tener dónde ir y sin un centavo.

Fort Grant se encontraba al sur y estaban construyendo una población en las cercanías. McDowell’s Store había oído que se llamaba el asentamiento, una serie de salones de juego y bebida, de baile y prostíbulos, a dos o tres cuartos de milla del fuerte.

Probaría suerte. Seguro que estaría frecuentado por soldados y vaqueros aficionados a las cartas. Aunque no se veía como un tahúr tenía confianza en su habilidad con los naipes. Desechó intentar buscar trabajo en otro rancho.

Fort Grant estaba ubicado en la ladera suroeste de Graham Mountain, tenía como misión proteger a los colonos que estaban constantemente acosados por los apaches. Apenas tenía un año de vida. Su localización anterior había sido en la confluencia de Araivaipa Creek y el río San Pedro. Se llamaba entonces Camp Grant y su nombre se había hecho infame.

En abril de 1871 un grupo de hombres blancos abandonaban Tucson dirigiéndose al poblado indígena aprovechando que todos los hombres se habían ido de caza. Arrasaron la aldea asesinando, mutilando o violando a 150 mujeres y niños apaches. Las noticias de la Masacre de Camp Grant llegaron hasta las civilizadas ciudades del Este. El Presidente de la nación amenazó con poner el Territorio bajo la Ley Marcial si los culpables no eran llevados a un tribunal. Se acusó a un centenar personas. Todas salieron absueltas.

Pero el oficial militar al mando del Territorio de Arizona no tuvo la suerte de los civiles y fue destituido. Su sucesor ordenó cerrar Camp Grant, que fue definitivamente abandonado en 1873 y construir uno nuevo, cambiando tan funesto nombre.

Estratégicamente la nueva localización resultaría beneficiosa para controlar las incursiones apaches y rápidamente empezaron a construirse casas en sus inmediaciones. Una de ellas era el Wood’s Hotel de Luna, donde el joven Antrim encontró trabajo de camarero y ayudante de cocina.

No era el mejor empleo del mundo pero estaba bien, le dejaba horas libres para seguir practicando con las armas, acudir a la cantina, jugar a las cartas y conocer gente curiosa entre los que iban de paso o se alojaban en el hotel Luna. A uno de éstos le quiso vender el caballo; no era prudente tener un animal robado del Ejército con los militares alrededor. Lo eligió a él, porque por la forma de expresarse con un acompañante, dedujo que era otro ladrón de caballos.

John Mackie sonrió burlesco cuando comprobó que el hermoso alazán, que quería venderle aquel crío, era un caballo del Ejército.

-Esto no se encuentra en cualquier sitio, chico.

-Si no preguntas no te tendré que mentir.

John soltó una carcajada. Le caía bien el muchacho. Entonces le propuso un trato, que fuera con él, ganaría más y más rápidamente con el hurto de caballos que trabajando en el hotel. Kid se negó. Sólo había robado ocasionalmente pero sabía que era un delito grave, no judicialmente pues solo eran dos años de cárcel (aunque para su edad, una eternidad) sino porque si los cogían in fraganti los colgaban allí mismo.

Además, él quería ser vaquero no un delincuente. Su plan era trabajar tres o cuatro años en el hotel, crecer lo suficiente y volver a intentarlo en el rancho y si entre tanto hacía algún dinerillo con los naipes, mejor.

No fueron estas las explicaciones que dio a John Mackie, que no le importaba nada, sino que respondió con un escueto no me interesa.

El otro aceptó la negativa con un gesto de cabeza.

-De todas formas, si cambias de opinión, estaré unos días por Cottonwood Spring.

Kid respondió que lo tendría en cuenta, aunque no era esa su intención. Se encontraba a gusto en Fort Grant, que era un rosa con espinas, siendo la espina el herrero del fuerte.

Frank Windy Cahill era un irlandés de casi dos metros de altura, 90 kilos de peso, lanudo como un oso grizzly y con una cicatriz que le cruzaba la cara, pero era también el típico matón que disfrutaba molestando a los débiles. Al mentir sobre su edad el aspecto de Kid Antrim era demasiado aniñado, andrógino y bajo de estatura. Siendo por añadidura bien parecido, cortés y de trato agradable, acaso demasiado refinado para aquellas redoladas, se convirtió en la víctima perfecta para un alarbe como Frank, que no tardó en meterse con él, burlarse, revolverle el pelo e incluso humillarle cada vez que lo veía.

Billy aguantaba con estoicismo los abusos de aquel bravucón. La leyenda dice que Kid tenía un carácter explosivo, que pasaba de la tranquilidad a la más extrema violencia en una fracción de segundo. Nada más alejado de la realidad. Su carácter era tranquilo, bromista y no solía alterarse por nada, a diferencia de su padre.

También se ha dicho, cogido de los escritos de Pat Garrett que el mayor error de sus adversarios era el infravalorarlo creyendo que por su aspecto era inofensivo, lo cual sería cierto si Billy hubiese sido el sádico que dice la leyenda, pero siendo ésta falsa también lo es la afirmación. No. El joven Antrim tenía una gran sangre fría y una mente no menos cálida, aunque Cahill estaba empezando a terminar con su paciencia.

Desahogaba su mal humor disparando a las latas mientras practicaba detrás del hotel. Se daba cuenta que su edad y su físico frágil eran claras desventajas en un enfrentamiento personal y que acaso convertirse en un buen tirador con el rifle y el revólver era la mejor manera de protegerse contra daños corporales.

-Pasas mucho tiempo disparando –interrumpió Miles Wood.

-Sólo en mis ratos libres –respondió a su patrón.

-No me gustan los pistoleros.

-No soy un pistolero, sólo me gusta hacer puntería.

-¿Con qué finalidad?

-Por lo pronto, cazar. Y si un día me voy de aquí, defenderme. ¿No recuerda que no hace un mes los indios mataron a Custer y todos sus hombres? Los lakota y los cheyennes están en pie de guerra y aquí tenemos a Victorio y Jerónimo envalentonados por esa victoria.

¿Cómo no veía algo tan claro?

Los apaches de por allí eran de otra índole que los de San Carlos.

-Kid, no sólo soy el dueño de este establecimiento también soy el juez de paz y no quiero ningún pistolero trabajando para mí –cortó la respuesta de Billy con un ademán -. Estás despedido.

Aquello fue un jarro de agua fría para el chico, que vio que su proyecto de estar tres o cuatro años allí se quedaba en agua de borrajas.

Se terminó de amolar cuando comprobó que nadie quería darle empleo. Se había corrido la voz del motivo por el cual el hostelero y juez lo había dejado cesante y nadie quería ponerse a mal con las autoridades.

Visto el paño la propuesta de John Mackie ya no le pareció tan desagradable. Si no le dejaban más opción que agranujarse, lo haría.

En 1911 Miles Wood declaró sobre Billy the Kid: Trabajó durante unos días para mí, pero se unió a una cuadrilla de ladrones. Este lugar era entonces el cuartel general de la pandilla.

No se puede ser más hipócrita. El cuartel general era el hotel del cual era dueño. Si lo consentía, siendo juez, era porque sacaba sus buenos dividendos, ya que los cuatreros le pagaban un porcentaje de sus ganancias. ¿Qué otra explicación hay si tenía los militares al lado con los que los habría metido en cintura de haber querido? Pero en vez de cortar el latrocinio les daba cama, comida y ejercía de adrollero.

Es ahora cuando se puede fechar la entrada de lleno en la delincuencia del que sería conocido como Billy the Kid. Sus robos anteriores se pueden considerar hechos aislados, pero es en este momento cuando adquieren continuidad. Sin embargo, en vez de asaltar los ranchos vecinos la banda se dedicaba a los caballos y acémilas de los soldados acuartelados en diversas zonas de Arizona. Finalmente el Ejército, harto de perseguirlos sin éxito, solicitó al juez Miles Wood orden de detención. Mas el juez detestaba renunciar al soborno, así que únicamente la extendió al cuatrero más débil, el recién llegado Kid Antrim.

Sabiendo que el muchacho estaba en Globe envió la orden allí, donde fue detenido y trasladado a Cedar Springs, pero el rapaz no estaba por la labor de dejarse encerrar por un capricho y se les escapó sin que sepamos aún cómo, pues a los guardias, vergonzosos ellos, les dio apuro confesar qué mañas empleó.

Un mes más tarde Kid y John Mackie entraban en el cuartel general de la banda en el Wood’s Hotel de Luna para desayunar. El chico ignoraba que su orden de arresto había salido de allí o lo habría comentado a John.

Para estas fechas la insistencia de los militares se había vuelto peligrosa y Miles Wood se había convencido que o traicionaba a los cuatreros o él mismo terminaría en chirona, y puesto que salía más rentable el pillaje dentro de la legalidad que fuera de ella, por aquello de hecha la Ley hecha la trampa, y un hombre honrado debía mirar por sí mismo antes que por facinerosos, vendió a su compadres.

No conocía la habilidad de John Mackie con las armas, pero Kid era un pistolero, así que decidió cogerles por sorpresa y no arriesgarse. Tomó una gran bandeja simulando querer servir la mesa, pero con una pistola oculta debajo de ella.

Estaban distraídos hablando cuando lo tuvieron enfrente y levantó la bandeja, se callaron en seco al ver el arma.

-Las manos en alto.

Obedecieron.

-¿Qué significa esto? –quiso saber John -. ¿Es que quieres más dinero?

-Significa que rompemos el trato. Los militares me están hostigando y comprenderás que prefiero que vayáis vosotros a la cárcel antes que ir yo. Y no os molestéis en delatarme, nadie os creerá; no hay nada escrito, será vuestra palabra contra la mía, contra la del juez que os ha detenido.

Desarmados y esposados fueron llevados a Fort Grant donde les quitaron los grilletes y los encarcelaron.

Mientras John se resignaba a su suerte la mente de Kid maquinaba diversos planes de huida. Una hora más tarde llamaba al carcelero.

-¿Puedo ir al retrete?

El calabozo estaba en un fuerte militar y carecía de escusado, puesto que eran comunes y estaban en un extremo del patio.

El soldado abrió la puerta con desgana y lo acompañó. Una vez fuera, en un momento dado el chaval tropezó cayendo al suelo y mientras el militar esperaba que se levantara Kid se dio la vuelta y le lanzó un puñado de tierra a los ojos. Antes de que el carcelero se diera cuenta el muchacho le había cogido la pistola y echado a correr. Todavía ciego el guardia gritaba pidiendo ayuda y pronto Kid se vio rodeado de varios soldados encañonándole. Dejó caer el revólver al suelo con expresión de fastidio.

El carcelero lo cogió violentamente por la pechera, pero se contuvo; después de todo, aunque lo  había cegado y desarmado ni lo golpeó ni mucho menos le disparó. Lo soltó de un empujón.

De regreso al calabozo se detuvieron en la herrería y Frank Cahill tuvo el placer de ponerle grilletes en las muñecas y en los pies.

-¡A ver si te escapas ahora, niñato de mierda!

Kid no respondió.

Cahill le dio una bofetada.

Billy apretó los dientes. Las sienes le palpitaban.

John supo de su fracaso cuando lo vio aparecer cargado de hierros. No le hizo ningún comentario al verle la expresión de los ojos.

Sentado en el catre el chico procuró olvidarse de Cahill mientras estudiaba los grilletes. Eran de tamaño único. Sus muñecas eran grandes, las manos pequeñas en comparación. Doblando el pulgar hacia el meñique aún las empequeñecía más.

Miró al guardia.

No lo vigilaba.

Repitió la maniobra. El diámetro de la mano era menor que el de la muñeca. Deslizó fácilmente las esposas. Tenía las manos libres. Se las volvió a poner antes que el soldado se diera cuenta.

El problema estaba en los pies. No los podía liberar sin herramientas.

Se tumbó en la piltra, al poco se había dormido.

Cuando despertó era de noche. Se dio cuenta que estaban solos.

-¿Dónde está el guardia?

-Celebran un baile en el fuerte –respondió John -. Están todos en él.

Kid caminó hasta la puerta de la celda. Estudió la cerradura.

-Poco miedo tienen de que nos fuguemos.

-El único que se atrevería eres tú y no estás en condiciones.

-No, sin ayuda –oyeron decir a alguien que entraba.

Un explorador apache.

-¿Y por qué habrías de ayudar? –quiso saber Billy.

-Te conozco. Soy de San Carlos y allí todos te conocen. Nos ayudaste. Ahora quiero hacerlo yo.

John también aprovechó, aunque se separaron y nunca más se unieron. El chico lo prefirió así, desde que los detuvieron John no había resultado de ninguna ayuda. El explorador por su parte acompañó a Kid a la herrería y lo liberó de los grilletes de los pies.

Cuando terminó el baile Billy hacía horas que había abandonado el fuerte. El guardia encontró las celdas vacías y las puertas cerradas.

Estaban atónitos, era indudable que un soldado les había ayudado a huir, pero ¿quién?

Nunca se pudo probar nada.

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