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07
diciembre
FALTA DE AIRE (12)

29

            ¡Marchado!

            Aquel miserable era más escurridizo que una serpiente.

            – Sí -confirmó la anciana-. Ha estado aquí, además fijo durante bastante tiempo. Un muchacho muy agradable y buen mozo, ya lo creo -suspiró-. Si supiera las veces que he pinchado a mi nieta para ver si… porque buena planta la tiene, y guapo… ¡y trabajador! Si supiera usted…

            – Ya, ¿pero dónde se ha ido?

            – No, no se ha perdido. Se ha marchado, ya le digo…

            ¡Encima sorda!

            El “Chino” estuvo a punto de cogerla del cuello.

            – …le dije, ¿pero dónde va? Y me contestó no sé qué había encontrado para bajo y eso me sorprendió porque nunca había dicho que fuera músico.

            Y no lo era. El “Chino” presumió que Santi lo que probablemente había dicho era que había encontrado trabajo.

– Pero, ¿dónde ha ido? -levantó la voz.

            La arrugada cara se alteró en un tic de fastidio.

            – ¿Pero no le digo que no se ha perdido?

            – ¡Ido, IDO!

            – ¿Un nido?

            La anciana no podía estar más perpleja. Además, ¿a qué tanto gritar? ¡Ni que fuera sorda!

            El “Chino” se rindió.

            De estar en la ciudad la habría hecho confesar, y bien ¡ya se habría encargado él de que le entendiera! Pero siendo un pueblo se contuvo. Habría corrido la voz y no le interesaba que llegara a los oídos de Santi.

            Se había equivocado. Había confiado en encontrarlo pronto y despacharlo, estando de regreso a Barcelona antes que D. Norberto notase su falta. Pero aquello iba a alargarse más de lo previsto. Tendría que renunciar y regresar. Su rostro se oscureció al pensar en retrasar más el ajuste de cuentas. Pero tendría que hacerlo, D. Norberto no gustaba de irregularidades y era peligroso si se enfurecía.

            – … formas, no tardará en volver -proseguía su monólogo la anciana-. La atontada de mi nieta no ha querido hacer caso, pero ya hay quien no lo ha dejado escapar, ya.

            El “Chino” prestó nuevamente atención. Aquello era interesante. Preguntó la dirección de aquella muchacha.

            – No está mal la moza, pero mi nieta es mejor. La verdad es que no sé qué ve en ella. Ahora, ya ha sido más espabilada ya, porque mi nieta es buena chica, ¿sabe usted? y guapa, pero parada con los hombres

            – Le pregunto la dirección, señora.

            – No, no digo que la otra sea un pendón, Dios me libre…

            – He dicho dirección.

            La abuela necesitó unos minutos en entenderle. No, no sabía el nombre de la calle, habían cambiado tantas veces los nombres… Antes de la guerra no existía, después se le puso del Generalísimo Franco, aunque no sabía porqué porque todos la llamaban la Carretera, y luego…

            El “Chino” se sentía un desdichado.

            – Ahora ya ni sé cómo se llama, pero bueno, es esta travesía, la primera, ésta mismo, todo para delante -se ayudó con la mano moviéndola arriba y abajo-, donde la fuente del Piojo.

            Al menos había conseguido sacar algo en claro. No esperó a que la anciana terminara de contarle unas aventuras con un pretendiente que le salió cuando los soldados bajaban del frente de Teruel a descansar al pueblo y se fue.

            El “Chino” se recorrió la avenida tres veces y la única fuente que encontró se llamaba del Botón. Se sintió ridículo ante las miradas curiosas y extrañadas de las mujeres y desocupados que descansaban tomando el fresco en las aceras, a corros, sentados en sillas y charlando ante aquel ir y venir del forastero.

            Al final preguntó a un joven, que se rascó la cabeza; no conocía aquella fuente. Una muchacha la confundió con la fuente Baja y lo remitió a una plaza. Sólo cuando preguntó allí mismo, en el hogar del pensionista, se enteró que la susodicha fuente hacía cerca de cuarenta años que no existía.

            Se prometió que mataría a aquella maldita abuela antes de marchar. Su rostro se transformó por el instintivo odio que sintió hacia la vieja sorda.

            – Estoy buscando a un muchacho forastero -probó suerte.

            – ¡Bo! ¡Pues no hay pocos!

            – Así vienen a la reparación, así -dijo otro anciano juntando los dedos.

            Desistió.

            Al próximo que preguntaría sería a un joven.

            Después de todo era lo más lógico que un joven se juntara con los de su edad. Sí, éstos podrían informarle mejor.

            – Pues no, no me suena.

            ¿Pero es que en aquel pueblo no se conocían ninguno?

            – ¿Y dice usted que es porrero?

            – Drogadicto.

            – Es lo mismo, ¿no? Oiga, ¿por qué no pregunta en aquel bar de allí? Es donde se juntan todos.

            En el bar tampoco sabían nada. Ni le habían visto nunca.

            El “Chino” estaba negro.

 

 

30

            Nunca creyó que regresaría a Barcelona, pensó cuando bajó del tren en Sans. La ciudad había cambiado algo, al menos en el subsuelo. Existían nuevas paradas del Metro y las viejas se habían modernizado. Pero también en el exterior estaba cambiada, al menos en ciertos barrios después de las modificaciones y obras que se produjeron de cara a las Olimpiadas. En cambio, el barrio de Dani estaba exactamente igual a como lo recordaba.

            Al final había decidido no enfrentarse al “Chino”. Mejor dicho, Raquel le había hecho desistir. Después que habló con Dani fue en busca de su novia comprendiendo que no podía seguir guardando el secreto con ella. Raquel le escuchó incrédula costándole trabajo aceptar la historia. Pero tenía que ser cierta. Santi no gustaba de bromear y sus ojos y su expresión no podían ser más sinceros. Cuando terminó Raquel estuvo mucho rato callada. Leía en los ojos de Santi miedo. Pero era un miedo muy especial, no lo era hacia el “Chino” ni siquiera a la muerte. Era miedo a perderla.

            Raquel buscó su boca y le besó. Santi reaccionó estrechándola con fuerza, mordiéndole los labios, deseando hacerla suya allí mismo, pero se contuvo. Su vida anterior como chapero le hacía valorar el acto sexual de una forma nueva. Era un acto de amor, no algo de hacer por hacer ni de necesidad animal. Actualmente se sentía incapaz de realizarlo si no existía cariño por en medio. Pero aún amándola como la amaba se sentía impotente para hacerlo antes de estar casados. No habría sabido decir el por qué, pero la respetaba. Quizá demasiado, se decía. No era por moralidad, de ello estaba seguro. Otros novios no habrían tenido tantos miramientos. El no podía, aunque no supiera cómo explicarlo.

            Cuando sus bocas se separaron continuaron abrazados. Santi ahora se sentía extrañamente indefenso. La vida que había llevado le había hecho fuerte, le había endurecido como a pocos convirtiéndole en autosuficiente. Sin embargo, en aquel momento, con el peligro nuevamente rondándole, se sentía débil, incapaz en cierto modo de enfrentarse a él después de confesarse con Raquel y comprendió que la necesitaba.

            – Te quiero -musitó.

            Nunca se lo había dicho. Era parco en palabras en este sentido. En cierta manera ni se dio cuenta de lo que decía hasta que se oyó a sí mismo. La estrechó más y de pronto sintió ganas de llorar como un niño. Así, tontamente.

            Raquel le acunó besándole la frente, las mejillas, nuevamente los labios, maternalmente. Santi ahogó un sollozo sin comprender lo que le pasaba, pero no podía evitarlo, mientras Raquel le besaba, le acariciaba, le consolaba y le decía que se fuera un tiempo del pueblo, el suficiente para que el “Chino” se cansase y se marchara nuevamente. No valía la pena enfrentarse, no merecía que condenara su existencia con su muerte, mejor que huyera un tiempo, ya volvería más tarde. No podía estar toda la vida huyendo, objetó él. ¿Qué podía ganar quedándose? La muerte o la cárcel. Si no quería hacerlo por él que lo hiciera por ella.

            Santi no comprendía la debilidad que sintió aquella tarde, pero no se avergonzaba de ella. Le gustó que Raquel cogiera las riendas pensando que debía ser cierto aquello que decían algunos de que en realidad las mujeres eran más fuertes que los hombres, éstos sólo poseían la fuerza bruta.

            Ahora volvía a sentirse en su salsa. En el pueblo estaba más tranquilo, aquí volvía a sentir el gusanillo del peligro y de la tensión. Era una sensación agradable, que diablos, se dijo. El peligro era como una droga. El que ha estado muchas veces en tensión por causa suya después no puede acostumbrarse fácilmente a la vida tranquila. Él lo había conseguido, pero reconoció, aunque con desagrado, que casi prefería el peligro cuando descubrió al hombre dando vueltas ante la casa de Dani.

            – ¡Santi! -exclamó alegremente su amigo al abrir la puerta-, pero ¿qué haces aquí?

            – Te están vigilando la casa -fue su respuesta.

            – Un chico, ¿verdad? -sonrió-. Estoy que no me dejan tranquilo.

            – No, no hay ningún chico fuera. Es un tío de unos cuarenta años. Ven a la ventana, te lo mostraré.

            Señaló con precaución de que no le vieran desde la calle.

            – Es ése.

            – No parece que vigile.

            – Pues lo hace, créeme, conozco el paño -se volvió a su amigo-. ¿En qué estás metido?

            – ¿Por qué crees que tengo algún lío?

            – El “Chino” te ha registrado la casa y ha hablado contigo. Y me encuentro a ese vigilándote. No necesito saber más. Es obvio.

            Empleaba un vocabulario más rico que cuando era muchacho, a causa de que había llenado el vacío que aparece al dejar cualquier droga con la lectura, principalmente desde que dejó el alcohol también.

            – ¿Y bien? -insistió-. Estoy esperando.

            – Me gustaría decírtelo, Santi, pero no quiero comprometerte.

            – Ya lo has hecho. Me has enviado al “Chino”.

            – Yo no te he enviado a nadie.

            – No lo parece.

            – Pero ¿quién te crees que soy?

            – Antes un amigo.

            – ¡Vaya! ¡Y ya no lo soy!

            – No debes serlo si no confías en mí.

            – ¿Por qué has venido?

            – ¿Por qué me enviaste al “Chino”?

            No iban a ninguna parte. Inconscientemente estaban entrando en el tipo de discusión que solían tener cuando chavales.

            Dani claudicó; alguno debía hacerlo.

            Contó lo ocurrido desde la primera muerte. Santi asentía con la cabeza. Después fue él quien narró su conversación con Raquel.

            – Pero no hay ningún chico abajo -terminó diciendo.

            – Tiene que haberlo. Rashid se ha empeñado en tenerme vigilado por si lo intentan de nuevo.

            – Te repito que no hay nadie. Lo habría visto.

            – Puedes haber perdido facultades.

            – No se puede perder en cuatro años toda una vida de comportamiento. Al chico que te estuviera vigilando lo han quitado de en medio.

            Dani se encaminó a la ventana.

            – Aún está ese tío.

            – ¡Claro que está! ¿Qué te pensabas?

            Otra muerte.

            Aquello había que cortarlo.

            Miró fríamente a Santi.

            – ¿Me ayudarás?

            – A eso he venido sino me habría marchado a cualquier otra parte.

            Dani asintió.

            – Puesto que viene a por mí, dejémosle que me alcance. Procura llegar a tiempo, no me gustaría que la presa cazase al cebo.

            – Muy poético. No te preocupes, seré tan puntual como la policía.

            – Buen ejemplo, siempre llegan tarde.

            – Eso es en las películas.

            Dani abrió el cajón de las herramientas sacando unos alicates.

            – ¿Para qué quieres eso?

            – Habrá que interrogarle luego, ¿no?

            – ¿Con eso?

            – Le contaré los dientes, igual que en los interrogatorios de Mortadelo.

            – Estás chiflado.

            – Bueno -murmuró Dani encogiéndose de hombros indolentemente.

            Algo iba a cambiar, pensó Santi. Aquella gente iba a arrepentirse de todo antes de que aquello acabara. Comprendió que no sabían con quien se metían. De pronto se le antojó Dani una de esas personas tranquilas y pausadas que, llegado a un límite, no le importa ser tan cruel como el ser más maligno.

            Mentalmente se imaginó a su amigo arrancándole los dientes a lo vivo uno a uno hasta hacerle confesar. No dudó ni un instante de que sería capaz de hacerlo.

            Lo peor es que reconoció que él no intentaría impedírselo. Había crecido en el arroyo y siempre había luchado a aquel nivel.

 

 

31

  1. Miquel se había refugiado en la costa veraneando como uno más de la Jet-Set, asistiendo a todas las fiestas y actos de la alta sociedad con la secreta ilusión de despreocupar su mente sin conseguirlo. Ni los bailes ni las conquistas ni nada que intentó consiguió quitar de la cabeza a aquel joven educado, que tan hábilmente le había engañado, y que le estaba destrozando su vida y su futuro. Dios quisiera que Norberto tuviera éxito en sus propósitos.

            – No lo dudes, querido amigo -comentó Dn. X. cuando D. Miquel descargó sus penas tergiversando los hechos-. No obstante, la culpa es tuya. Si querías incrementar tu fortuna deberías primero, haberte hecho político, conseguir un escaño, y ahora tendrías inmunidad. Era de esperar que, tarde o temprano, el tráfico de órganos se descubriera.

  1. Miquel palideció.

            – ¿Lo sabías? -tartamudeó.

            Dn. X. sonrió condescendiente.

            – ¿Creías que permitiría un trasplante a mi hijo sin averiguar el origen del donante? Debía de asegurarme que no tuviera el sida u otra enfermedad mortal. Así fue como lo descubrí. No obstante decidí callar a causa del bien que proporcionabas a la sociedad.

            – Siempre he comprobado, primero, la salud de mis donantes. Nunca acepto al que la tiene mala.

            – Lo sé. Me gusta tu puntillismo. Debido a ello te aconsejo que si deseas realizar ilegalidades asegúrate tu inmunidad. Aunque no es necesario realizar actos delictivos para lograr el bien común. Mi padre estuvo formando parte del gobierno con Alfonso XIII, con la República y con Franco. Me enseño que hay que adaptarse a las circunstancias. El mejor sistema para delinquir, si tal es tu deseo, y sin tener que ir a parar a la cárcel, es metiéndose uno en política. Para darte un ejemplo. Entre 1983 y 1987 nosotros, los políticos, permitimos la entrada en el país de hemoderivados contaminados por el sida, provenientes de USA, para suministrarlos a nuestros hemofílicos, y lo sabíamos. Posteriormente el asunto se destapó y apareció en los periódicos. ¿Hemos ido a la cárcel? No. Pues ya lo tienes. A pesar de las muertes provocadas y los contagios aparecidos entre éstos y sus cónyuges.

            – Lo sé. Se comentó que fue el Gobierno.

            – Eso no tiene nada que ver. En realidad, mande el político que mande, no deja de ser el mismo perro con diferente collar. Cambian las caras y los nombres, pero el interior es el mismo.

            “Es el Poder.

            “El Poder, que vuelve corrupto al más honrado.

            “El Poder es la esencia del mundo, es lo que lo hace mover, lo divino, lo único por lo que vale la pena luchar y matar. El Poder te convierte en un dios y tienes la potestad sobre haciendas y propiedades, sobre la vida y la muerte. Puedes enviar al pueblo a la guerra y puedes dejar que los maten sin que se defiendan. La guerra, amigo mío, es una masacre entre personas que no se conocen, para que nos aprovechemos nosotros, que sí nos conocemos, pero que no nos masacramos.

            “El Poder es erótico, es sublime, es la mejor de las drogas, es celoso. Por eso todos lo queremos poseer. Pero únicamente los más aptos llegan a él. Sólo los que están dispuestos a todo por él lo consiguen. Y una vez conseguido, hay que protegerse de los envidiosos que, si pudieran, te tirarían abajo para ponerse ellos en tu lugar. Por eso establecemos por ley nuestra impunidad. Si tenemos el poder hemos de estar por encima de la Ley, porque, si por el bien del Estado, es preciso saltarse la Ley, no queda más remedio que hacerlo por el bien de todos los ciudadanos. De otra forma, ¿qué sería del país si cualquier pelagatos pudiera encarcelarnos simplemente por el quebranto de la Ley, sin tener en cuenta el bien común logrado? Y aún así, algunos son tan desgraciados que, en ocasiones, aunque afortunadamente pocas, logran que alguno de nosotros dimita.

            ¡Qué bien hablaba! ¡Cuan sublime!

  1. Miquel sentía que aquellas palabras le llenaban de vida.

            El bien de la sociedad era una labor difícil y excelsa sólo apta para los ungidos del Señor. Cada cual tenía su misión cuan engranajes de una bella máquina. Mas de todos ellos, los políticos eran los más incomprendidos por parte del populacho, los más criticados, los más odiados por la masa, que sólo se fijaba en el interés del vil metal, el cual tenía que pagar en los impuestos, sin querer ver, no le interesaba, los esfuerzos que tan elevados prohombres debían realizar para preservar el país.

            Él nunca habría sabido expresarlo tan cabalmente. ¡Qué gran orador Dn. X! No en vano en la oratoria y la disertación se basaba el noble arte de la Política.

            – No obstante -prosiguió Dn. X. con ampulosidad retórica para gozo y disfrute propio y de D. Miquel-, es del todo cierto que el hombre que gobierna jamás se propone, en lo que ordena, su interés personal, sino el de sus súbditos, porque, a pesar de que el Poder corrompe, el político es esencialmente bueno y un hombre honrado, así como tú, mi buen Miquel, como médico no te propones ni ordenas nada en ventaja tuya, sino aquello que es ventajoso para el enfermo, pues tal actitud es lo que distingue al buen del mal médico. Con la misma buena voluntad actuamos los políticos. Aún así hemos de sacar nuestros buenos dividendos, porque, ¿qué provecho sacaría el artista si ejerciera su arte gratuitamente? Ninguno. Y sin embargo, incluso así su arte seguiría siendo útil. De la misma manera nosotros necesitamos nuestro beneficio, y siendo nuestra responsabilidad mayor que la de cualquier obrero, ya que no hay mayor responsabilidad que el bien del Estado, nuestros dividendos deben ser obligatoriamente mayores. Así está estipulado; a mayor riesgo laboral mayor jornal. Y el riesgo existe, indudablemente, porque si tú te equivocas puedes matar a un enfermo, mas es uno, pero si nos equivocamos los políticos podemos enviar a todo un país, con todos sus habitantes, al garete.

            “No obstante nuestra buena fe y desinterés, porque insisto, somos hombres honrados, a pesar de que el vulgo, ignorantes algunos y maledicentes los más, opine lo contrario, no obstante, digo, cuando el Poder aparece y te absorbe, sólo piensas en él, cual una droga te envenena el seso. Mas la bendita Democracia hace justicia postrera al votar el pueblo a los más aptos.

            “Por todo esto te digo, querido Miquel, que en política no habrías necesitado delinquir, a pesar de la inmunidad parlamentaria. Tu recompensa habría ido en relación a tu responsabilidad.

            “Lo que has hecho tú pues, querido amigo, es una estupidez. Y la prueba está en que unos críos descamisados te están poniendo en jaque.

  1. Miquel se sentía abochornado. Dn. X. llevaba razón. Su fin había sido bueno, mas no método. ¡Cuánto bien podría seguir dando a la sociedad de poseer dicha inmunidad! En cambio ahora toda su labor peligraba a causa de aquel miserable de Daniel.

            – Es culpa de ese joven.

            – Debes eliminarlo. Te puedo ayudar en quitar del caso al comisario y colocar otro que sea más afín. Pero el otro es asunto tuyo. Podría evitarte la cárcel, pero no así la ley del Talión, que es la única que la chusma entiende. Corta la cabeza a la serpiente y se volverá inofensiva.

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