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29
noviembre
SAN MACARIO - Patrón de la Villa de Andorra

BIOGRAFIA DE SAN MACARIO (1)

Son varios los autores que han escrito sobre la vida de nuestro patrono como P. Juan Croisset quien, en su monumental obra (16 tomos) titulada “Año Cristiano” narra las vidas de los santos que se celebran cada día del año, aunque la más antigua y fidedigna es la de Paladio en su “Historia Lausíaca” que trata sobre los primeros tiempos del monacato.

1.- ALEJANDRÍA: LA CIUDAD DONDE NACIÓ

1.1.- La ciudad

Cuando Alejandro Magno conquistó Egipto había, en el brazo más occidental de la desembocadura del Nilo, un pequeño poblado de pescadores  llamado Rakotis. Tras estudiar la zona indicó dónde debían construirse los cimientos de un nuevo barrio al oeste del mismo. La antigua población y el nuevo arrabal, juntos, serían llamados ALEJANDRÍA en honor de Alejandro Magno.  La ciudad está situada sobre una loma que separa el lago Mareotis del Mediterráneo[1], lo cual hacía la elección del emplazamiento muy afortunada pues estaba al abrigo de las variaciones que pudiera tener el río Nilo, y por otro lado, lo suficientemente cerca de su curso como para que pudiesen llegar a través de sus aguas las mercancías destinadas al puerto, a través de un canal que unía el río con el lago Mareotis y el puerto. Proyectada por el arquitecto Dinócrates de Rodas, fue concebida con calles rectas que se cruzaban en ángulo recto. Un urbanismo que copiaría, a finales del siglo XIX, Barcelona.

Ilustración 9 – Alejandría cuando nació San Macario (siglo IV). La ciudad de su época corresponde con la linea costera antigua.

El lugar estaba frente a una isla llamada Faros, que con el tiempo y las múltiples mejoras que se harían quedaría unida por un largo dique a la ciudad de Alejandro. El arquitecto que realizó esta obra fue también Dinocrates de Rodas. El dique tenía una longitud un kilómetro trescientos metros[2] y su construcción conformó dos puertos, a ambos lados: el Gran puerto, hacia el este, el más importante; y el Puerto del buen regreso, al oeste, que es el que continúa utilizándose en la actualidad.

Con los años, Alejandría se convertiría en el centro comercial del Mediterráneo oriental, convirtiéndose en una gran metrópoli que haría las veces de capital de Egipto; de hecho, poco tiempo después de la fundación, la ciudad estaba habitada principalmente por griegos, judíos y egipcios, y contaba con unos 300.000 habitantes, sin contar los esclavos y los extranjeros. Estrabón habla de calles de 30 metros de ancho, de este a oeste, cruzada por otra semejante, de norte a sur. El que la calle de este a oeste midiera una extensión de seis kilómetros nos habla del tamaño de la ciudad: enorme para su época. En la conjunción de ambas calles principales había una gran plaza.

Ilustración 10 – Alejandría en tiempos de Julio César

Cuando nació San Macario, Alejandría seguía superando a cualquier ciudad, podía competir con la misma Roma. Las casas altas, las calles llenas de carros, de comercios, de gente. Alejandría era un mundo.

Los habitantes de esta magnífica ciudad eran en su mayoría griegos de todas las procedencias. También había una colonia judía y un barrio egipcio, de pescadores, el más pobre, y abandonado de la gran urbe. Frente a las amplias y rectilíneas calles patricias el trazado de las callejuelas de los suburbios pobres, donde se crió nuestro patrón, eran irregulares y caprichosos, en parte enlosadas y llanas, con las gallinas sueltas por las calles y, en ocasiones, las cacas de los rebaños de cabras darían un aspecto similar al que, hasta hace pocos años, podíamos ver aún en nuestro pueblo, en el Plano Bajo[3] por ejemplo. Y llenas de moscas, abundantes, pegajosas, acostumbradas a vivir en torno a la boca y los ojos de los indígenas. Una auténtica plaga facilitada por la mala costumbre antihigiénica de eliminar la basura arrojándola simplemente tras la muralla que lindaba con sus casas, algo que si bien estaba prohibido en la parte rica griega era habitual entre la población egipcia de los suburbios desde milenios.

Ilustración 11 – El faro de Alejandría

Nos podemos imaginar a San Macario niño correteando por los estrechos callejones donde vivían estrujados los pobres; las grandes avenidas, las casas patricias, los templos y monumentos. Podemos verlo, niño, lleno de fuerzas, de alegría, de risas y llantos, mezclado entre galos, judíos, griegos, etíopes, nubios, egipcios, romanos… razas todas que deambulan por las calles, por el puerto, en una marabunta de lenguas incomprensibles y aturdientes.

Ya sin salir del puerto la ciudad era inmensa para quien llegaba por mar. Trirremes, liburnas, barcos mercantes, barcas de pesca, balsas, que formaban otra ciudad, con gente viviendo en aquellas lanchas que convertían a Alejandría en una ciudad anfibia. En los amplios muelles del gran puerto atracaban barcos que habían surcado el Mediterráneo y el Atlántico. Traían mercancías que se apilaban en los muelles: lingotes de bronce de España, barras de estaño de Bretaña, algodón de las Indias, sedas de China

Hacia el interior las calles se impregnaban del olor a pescado frito, que salía por las ventanas, a medida que se abandonaba la península que constituía el puerto. Hacia el este, próximo a la muralla que circunvalaba la ciudad estaba el barrio judío; la columna de Pompeyo[4], al sur. El antiguo barrio real había estado al oeste. Allí, entre templos y espacios verdes, todavía se alzaban el palacio, el Museo, la Biblioteca, allí habían estado los cuarteles griegos de la guardia, ahora romana; las tumbas de los reyes Ptolomeos y la maravillosa de Alejandro, el fundador. Pero por encima de todo se erguía el Faro, alzado por Sóstrato de Cnido. Era una gran torre de tres pisos, cada uno menor que el precedente, y de unos ciento veinte metros de alto. En el tercer piso se elevaba una cúpula sostenida por ocho columnas, bajo la que ardía un potente fuego resinoso. Es posible que hubiese cristales convexos, y algunos textos comentan que su luz podía verse a una distancia de 50 Km. Podía subirse en ascensor.

Con la excepción de la Gran Pirámide de Gizat, sólo el faro sobrevivió al resto de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Esta maravilla va a durar bastante: unos mil seiscientos años, hasta que en el siglo XIV la catástrofe de la naturaleza la derribe. Fue severamente dañada por los terremotos de 1303 y 1323 hasta el punto de que el viajero árabe Ibn Battuta escribió que le había sido imposible entrar en las ruinas.

Dicha maravilla, cuyo nombre era “la Torre de Faros”, designará a todas las construcciones posteriores realizadas con el fin de mostrar el camino a los barcos.

Próspera, sofisticada, cosmopolita, Alejandría era también el mayor centro de la sabiduría mundial.

Ptolomeo I había heredado la biblioteca de Aristóteles, el gran filósofo griego, y la amplió ansiosamente. Más de 600.000 volúmenes en la época en que vivió Jesucristo, en un tiempo en que todo se escribía a mano, en que no existía la imprenta.

La biblioteca formaba parte del Museo, el cual era el equivalente a una Ciudad Universitaria en la actualidad. En él trabajaban los sabios amparados por el Estado y llegó a tener hasta 14.000 estudiantes a un mismo tiempo.

Así era la ciudad en que nació y creció San Macario, un hormiguero humano que pululaba por calles y callejones, alegre, vivaracho, de hablar alto, efusivo y simpático, en donde los chiquillos rodeaban a los forasteros pidiendo o cargados con algún artículo, empujándose entre sí, tal y como aún sucede en cualquier nación del mundo porque, en esto, la sociedad humana no ha cambiado. Tampoco cambiaron, según Voltaire, en la industria que poseyeron unida a su actividad, en su afición a los adelantos aplicables al comercio y a todos los trabajos que le hacen florecer, en su espíritu porfiador y pendenciero, en su superstición y en su relajación de costumbres. Sobre esta ciudad nos dice el célebre filósofo francés:

          La ciudad se pobló de egipcios, de griegos y de judíos que, siendo pobres al principio, se enriquecieron con el comercio. La opulencia introdujo en Alejandría las bellas artes y la literatura. Los judíos edificaron un templo magnífico como el que tenían en Bubaste, y tradujeron sus libros al griego, que se había convertido en la lengua del país. Los cristianos establecieron grandes escuelas. Reinó allí tan grande y tan viva animosidad entre los egipcios indígenas, los griegos, los judíos y los cristianos, que continuamente unos a otros se acusaban ante el gobernador, y hubo frecuentes y sangrientas sediciones. En una de ellas, que estalló durante el imperio de Calígula, los judíos, que lo exageran todo, dicen que el celo que tenían por la religión y por el comercio les costó perder cincuenta mil hombres, degollados por los alejandrinos.

El cristianismo, que Pantenes, Orígenes y Clemente habían establecido, y que era admirable por sus buenas costumbres, degeneró hasta el punto de llegar a convertirse en partido político. Los cristianos copiaron las costumbres de los egipcios. La codicia de la ganancia dominó al espíritu religioso, y los habitantes de Alejandría, enemistados unos con otros, sólo estaban acordes en profesar amor sin límites al dinero.

            Voltaire no habla en vano, pues se basa en una carta del emperador Adriano al cónsul Servianus:

He visitado el Egipto, que tanto me elogiáis, y le conozco perfectamente. Esa nación es ligera, voluble, pero va a cambiar muy pronto. Los adoradores de Serapis se hacen cristianos, y los que están al frente de la religión de Cristo se convierten en devotos de Serapis. Los archirrabinos judíos, los samaritanos, los sacerdotes cristianos, o son astrólogos, o adivinos, o alcahuetes[5]. Cuando el patriarca griego va a Egipto, se apoderan de él unos para que adore a Serapis y otros a Cristo. Son sediciosos, vanos y pendencieros. La ciudad es comercial, opulenta y muy poblada, y sus habitantes no están nunca ociosos: unos trabajan en la confección del vidrio, otros fabrican papel; parece que conocen la generalidad de los oficios. Ni aun los enfermos dejan de trabajar, y el oro es un dios al que allí sirven igualmente los cristianos y los judíos.

Durante el período romano la ciudad experimentó numerosos desastres: una rebelión judía en el año 116 tuvo como consecuencia la aniquilación de la población judía y la destrucción de una gran parte de la ciudad; posteriormente, la llamada Guerra Bucólica (172-175); en el 215, el emperador romano Caracalla ordenó la masacre de casi la totalidad de la población masculina de la ciudad, por razones que aún se desconocen, pero que al parecer se produjo como castigo por alguna clase de conducta sediciosa; fue destrozada por Valeriano en 253, por las tropas de Zenobia, reina de Palmira, en 269, y por Aureliano en 273. Este último saqueó y destruyó completamente el Bruchión, desastre que dañó el Museo y la Biblioteca.  Se dice que en aquella ocasión los sabios griegos se refugiaron en el Serapeo, que nunca sufrió con tales desastres, y otros emigraron a Bizancio. Finalmente, en 297 la revuelta del usurpador Lucio Domicio Domiciano acabó con Alejandría tomada y saqueada por las tropas de Diocleciano, tras un asedio de ocho meses (victoria conmemorada por el llamado «Pilar de Pompeyo»). Se dice que tras la capitulación de la ciudad, Diocleciano ordenó que la carnicería continuara hasta que la sangre llegara a las rodillas de su caballo, librando a los alejandrinos de la muerte la caída accidental de éste, al resbalar en un charco de sangre.

Además hubo en el período varios terremotos virulentos. El del 21 de julio de 365 (época en que San Macario sufría la persecución arriana, motivo por el cual no se hallaba en la ciudad) fue particularmente devastador, con  un tsunami que arrasó la ciudad. Se recordó durante siglos como el día del horror la fecha en que los cadáveres flotaban en las calles y los barcos atracaban en los tejados. Según las fuentes, hubo 50.000 muertos en Alejandría, y el equipo de Franck Goddio del Institut Européen d´Archéologie Sous-Marine, ha encontrado en el fondo de las aguas del puerto cientos de objetos y pedazos de columnas que demuestran que al menos el veinte por ciento de la ciudad de los ptolomeos se hundió en las aguas, incluyendo el Bruchión, supuesto enclave de la Biblioteca.

Ilustración 12- Alejandría. Ruinas romanas

 

1.2.-…Y el Nilo

La columna vertebral de Egipto, en cuyo delta se asienta la ciudad.

¿Cuántas veces no acudiría San Macario a jugar y chapotear en algún meandro o en el canal que unía Mareotis con el río o el lago mismo? libre y acariciado por el sol, con las acacias creando un muro entre sus compañeros de juegos y los demás; explorando los arroyuelos bebiendo de aquel agua que daba vida a Egipto y que cuando San Macario era aún niño, todavía era venerado como un dios, Api, el dios Nilo. Sus aguas fecundaban los canales y apagaban la sed de los hombres y permitía los viajes y los transportes, porque Api daba agua a los campos creados por Ra, daba vida a todo animal, daba de beber incesantemente a la tierra, era amigo del pan, fortalecía el grano y lo hacía crecer, era el señor de los pobres y menesterosos… Un majestuoso curso de agua de intenso azul.

Salud, ¡oh, Api! Tú que vienes a dar su vida al país de Kemi, salmodiaban los sacerdotes cuando la corriente del Nilo empezaba a humedecer las crestas de los diques en su crecida, mientras la gente bailaba lanzando gritos de alegría, porque la vida de Egipto, su bienestar y economía dependía de la inundación. Todavía en vida de San Macario se celebraba ésta con una fiesta religiosa, que nos permite imaginar con qué ansiedad esperaban los habitantes de la Val del Nilo la subida de unas aguas de las que dependía su existencia.

En tal ciudad, en tal río, vivió sus primeros años nuestro patrón. Podemos imaginarlo, en las tórridas noches del verano egipcio con su cuerpo cobrizo bajo la luna, entonando alguna canción infantil, o acaso tocando el saibit, el sonido de la flauta extendiéndose a través de la caliente brisa… O al mediodía, con los joviales ojos oscuros semicerrados por el sol saludando, como cualquier niño, a un pequeño burro que da vueltas a una noria de madera. Los cascos patean la tierra bajo el abismo del río y diminutos cangilones sacan agua del dios Api.

¡Qué diferencia aquella tierra negra a la roja en la que se refugiaría siendo hombre!

[1]Por su extensión Mareotis es más un mar interior que un lago.

[2] Según los datos consultados el dique medía 7 estadios. Un estadio medía 185 metros.

[3] Recuerdo todavía haber visto pasar el ganado por delante de la puerta de mis abuelos en la calle Bilbao en los años sesenta, cuando en aquel barrio, mal llamado de la ratina, cohabitaban las viviendas con los corrales. O mi propia calle de D. José Gracia con la vaquería enfrente de mi casa y los carros aparcados a un lado de la calle sin asfaltar y llena de tollos.

[4] En realidad, de Diocleciano.

[5]  Alcahuetes no en el sentido aragonés de chafardero o chismoso que le damos en Andorra, sino en el sentido castellano de persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita.

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