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22
noviembre
FALTA DE AIRE (10)

24

            Tan pronto lo vio supo que había tormenta.

            Francesc estaba sentado en una mesa del exterior del bar enfrente del hospital de San Pablo. Estaba leyendo un periódico en una actitud que le recordó la típica de los policías cinematográficos cuando están al acecho. Si era así al único que podía estar espiando  era a él.

            Dedujo, por tanto, que Francesc quería hablarle y por lo sombrío de su aspecto no era para nada bueno.

            Se aproximó, tenía que informarle y por otra parte era absurdo tratar de escurrir el bulto.

            El comisario levantó la vista y frunció el ceño.

            Dani se sentó enfrente de él esperando el chaparrón que anunciaban aquellos ojos grises.

            – Una banda de chicos incontrolados han robado en varias farmacias de guardia -los ojos de Francesc llameaban-. Curiosamente se han llevado de todo menos dinero. ¿Qué tienes que decir?

            El primer pensamiento fue mentirle, pero no valía la pena.

            – Si cree que tengo algo que ver está en lo cierto.

            – Debería encarcelarte.

            – Estaba entre la espada y la pared. Uno de los muchachos tenía una herida muy grave.

            – ¿Y no podías llevarlo a un hospital?

            – No me dejaron, que no es lo mismo. Tuve que improvisar sobre la marcha.

            – Y no se te ocurrió nada mejor.

            Era una afirmación.

            – Pues no, no se me ocurrió -contestó tranquilamente.

            Francesc cerró el puño al tiempo que el “Chino” y Albert se preguntaban de qué trataría la conversación. Aquello era muy interesante. Norberto estaba en lo cierto.

            – Has cometido un delito.

            Dani torció el morro. ¡Como si no lo supiera!

            – ¿No podría hacer la vista gorda? -preguntó con expresión de un niño pillado en falta.

            Aquello colmó la paciencia del comisario.

            – Escúchame. Un acto. Un sólo acto delictivo más de alguno de esos chicos por cuenta tuya y te juro que te meto en la cárcel.

            Dani no respondió.

            – ¿Está claro? -insistió el policía.

            – Muy claro. ¿Ha terminado? -el tono era ligeramente insolente.

            Francesc enrojeció.

            – ¿Pero quién te crees que eres? El que quieras ayudar a esos chicos no te da patente de corso.

            – Le repito que no quedó más remedio. Así que entre no poder llevarlo a un hospital y cometer un acto delictivo o dejarlo morir, creo que la elección está clara… No, déjeme acabar. No me hace gracia que atracaran las farmacias pero lo prefiero a que haya otro muerto más. Sé que he hecho mal y sé lo que arriesgo, así que no me venga con sermones. Haga lo que tenga que hacer, deténgame o déjeme libre, pero déjese de historias. Y ahora atienda que tengo algo importante que decirle.

            – Contén tu lengua y no tientes tu suerte.

            – Sé quién es el asesino -replicó sin hacerle caso.

            Francesc se quedó un instante perplejo.

            – Mejor dicho, conozco a uno de sus cómplices -puntualizó Dani aprovechando la tregua.

            Explicó todo lo que había descubierto, la conversación con D. Miquel y le dio la dirección de la clínica.

            – No tienes ninguna prueba.

            Dani puso encima de la mesa la bala extraída.

            Francesc la estudió.

            – Es de otro calibre y de arma corta. No nos sirve para el caso.

            – Sí para investigar a ese hospital. El dueño está en el ajo, pondría la mano en el fuego. Hágale vigilar, él nos llevara a los demás.

            Francesc se inclinó hacia delante en la mesa.

            – Ahora escúchame tú. Deja esto. Ya has conseguido lo que querías, así que deja todo en mis manos. No vuelvas a hacer ninguna de las tuyas. Mantente al margen de todo y dentro de la ley. No hagas nada más o me veré obligado a detenerte.

            – ¿Bajo qué cargos? -sonrió cínicamente.

            – Intrusismo, obstrucción o delincuencia, me da igual. Estoy harto de ti.

            – ¿O sea, que antes me detendría a mí que a esos criminales?

            – No me provoques -el tono era bajo, contenido-. Por tu bien, no me provoques.

            – Si no voy a la clínica para las prácticas, podrían sospechar. Se les ha escapado un chico y acto seguido han robado en varias farmacias. Son médicos, no son idiotas, y habrán atado cabos. Así que con su permiso o sin él volveré a la clínica.

            – En todo caso estarán sospechando ya con tu atolondramiento de presentarte allí. Te estarán vigilando.

            – Entonces, ¿de qué servirá que me retire del caso? Dígame.

 

 

25

            – Soy yo.

            Montse colgó el teléfono interior. Al otro lado de la línea Dani estuvo tentado de insistir, pero abandonó la idea.

            Cuantas más vueltas le daba menos comprendía la actitud de Dani. No le encontraba ningún sentido. Pensándolo bien… algo raro había detectado días atrás. Desde hacía casi un mes no parecía el mismo. Estaba como ausente, en ocasiones era como los típicos sabios distraídos que siempre están en las nubes sin percatarse de lo que ocurre a su alrededor. Ella lo había atribuido a la proximidad de los exámenes finales. Era lógico que Dani no pensara en otra cosa. Pero después de lo de ayer…

            ¿En qué estaría metido? ¿Tan grave era que no podía confiar ni siquiera en ella? ¡Y encima la utilizaba para…! Cruzó los dedos para que aquel muchacho se curara. Si moría no se lo perdonaría en la vida. ¿Cómo había accedido? ¿Cómo no se había puesto fuerte y obligado a Dani a llevarlo a un hospital?

            Tenía que ser algo muy serio.

            Sus pensamientos daban vueltas y vueltas sobre lo mismo sin llegar a ningún sitio. Algo muy serio, y de ahí no salía, porque ello conllevaba a dar parte del caso y posiblemente la detención de Dani.

            Pese a su enfado no se vía capaz de hacerle aquello. Hubiera hecho lo que hubiera hecho, Dani era un buen chico, él… Se enfureció porque su mente divagaba nuevamente sobre lo mismo.

            Se dio cuenta que si quería saber lo que ocurría tendría que cambiar de actitud y permitir que Dani se explicara. Pero, ¿qué le diría? Lo conocía bien, le soltaría cualquier embuste razonable para contentarla sin confesar la verdad. ¿Con quién podría hablar? ¿María? No. Ella no sabría nada, principalmente porque era como dar la noticia a un pregonero. ¿Jordi? Eran buenos amigos, pero no tanto como para que Dani confiara algo tan importante. ¿Pedro?

            Estuvo pensando un rato. Podría ser. Era con quien mejor se llevaba Dani.

            Miró la hora. Debería estar en el departamento de Anatomía Patológica. Ahora no había trabajo en Urgencias, podría desaparecer un rato con la excusa de ir a tomar un café al bar del hospital.

            Encontró a Pedro clasificando unas diapositivas de micro patología para la clase que iba a dar la Dra. Gutiérrez.

            – ¿Qué le sucede a Dani?

            – No te andas con rodeos, ¿eh? -sonrió Pedro-. Ni siquiera has saludado.

            No era ningún reproche, aunque Montse lo tomó como tal.

            – Perdona -se disculpó-, es que Dani…

            – No sabes si dejarlo correr o matarlo, ¿verdad?

            Montse hizo un mohín de asentimiento.

            – ¿Sabes lo que le pasa?

            – Lo presumo. Algo me contó hace dos o tres semanas. Al principio pensé que hablaba por hablar, pero creo que se lo ha tomado muy en serio.

            – ¿Está metido en algo?

            – En un asesinato.

            Montse palideció. Pensó que Pedro bromeaba, pero su semblante no podía ser más serio.

            – ¿Qué Dani es un asesino?

            – ¡No, mujer! Lo que está haciendo es investigar por su cuenta un asesinato. Se cree Sherlock Holmes o algo así.

            La miró atentamente.

            – Estás más asustada ahora que cuando has entrado. Verás, todo empezó cuando hicimos la autopsia a un niño asesinado. El porqué se hizo aquí no lo sé, así que no me preguntes. Tenía un balazo en la cabeza y parece ser que había habido otro caso anterior. Dani quedó muy impresionado y decidió investigar por su cuenta.

            – ¿Qué edad tenía ese crío?

            – Trece años. Dani supone que hay un asesino que está matando a muchachos vagabundos en serie.

            Aquello explicaba que Dani estuviera en contacto con aquellos chicos y la herida de aquel otro.

            Si antes estaba preocupada ahora estaba francamente asustada.

            – Habla con él -aconsejó Pedro-. Se está obsesionando con esto y descuidando los estudios. Van a suspenderle si no anda listo. Además corre peligro. Si por esas casualidades tropieza con el asesino lo más lógico es que quiera eliminarlo. Consigue que deje esto, es asunto de la policía, no suyo. A ti te hará caso…

            Montse sonrió con gracia. ¡Caso!

            – … a mí no me escucha -proseguía Pedro-. Esta mañana le he preguntado. Ha respondido misteriosamente que no le extrañaría que el asesino sea un médico. Le he preguntado en qué se basa y va, me sonríe una sonrisa que no sé como clasificarla, y me contesta que por la mala leche de los asesinatos.

            “Me tiene preocupado, Montse. Por favor, habla con él. Hazle razonar.

            Montse se lo prometió. Aunque no tuvo consciencia exacta de sus palabras.

            Estaba asustada. No. Estaba aterrorizaba. Pedro tenía fama de serio y ni borracho habría confeccionado un embuste como aquel. Había dicho la verdad. Por otra parte coincidía con lo de aquella noche.

            ¡Entonces razón de más para llevar aquel chaval al hospital!

            Algo no cuadraba.

            No le iba a quedar más remedio que hablar con Dani. Comerse su enfado; bueno, ya no lo tenía. Era imposible seguir enfadada con lo que sabía ahora.

            Tenía que hablar con él y hacerle razonar como aconsejaba Pedro. Era la única solución. ¡Oh, claro! Dani se defendería no queriendo dar su brazo a torcer. Pero le forzaría. Le haría elegir en último extremo entre ella y seguir con aquella locura.

            Detuvo sus pasos.

            No. No debía hacerlo. Si lo ponía entre la espada y la pared la plantaría. Antes la dejaría a ella que aquel caso. Lo conocía bien. Dani no era como los demás chicos. De serlo ya no se habría metido en aquel lío. Por la razón que fuera aquello era importante para Dani, más importante de lo que ella representaba para él.

            Tendría que emplear otra táctica.

 

 

26

            – ¡Hombre, Rashid! Pasa, ¿qué tal sigue Iván?

            – Recuperándose. Hace unas horas recobró el conocimiento un momento, echó una ojeada alrededor y comentó que si hasta en el cielo tenía que encontrarnos.

            Dani se rio. Volvían a tener Iván para rato.

            El rostro de Rashid en cambio permaneció serio.

            – Vengo de parte de Albert. Quiere hablar contigo.

            – ¿Conmigo? -repitió extrañado.

            Rashid asintió. Levantó el labio superior antes de añadir.

            – Me huelo algo. Porque tú no tienes tratos con él, ¿verdad?

            Dani negó.

            – Hacía años que no lo había visto.

            – Por eso me extraña -frunció las cejas preocupado-. No vengas. Ya me pensaré una excusa.

            – ¿Qué te ha dicho exactamente?

            – Nada en concreto. Que tenía algo que te interesaría.

            – Quizá algún chico. Ten en cuenta que me cree un pederasta.

            Rashid negó con seguridad.

            – Yo lo sabría -agregó-. La red que hemos creado funciona de puta madre, me habría enterado. No. Me huele a trampa.

            Dani se asombró por enésima vez de lo aprisa que maduraban los chicos en las calles.

            – Podría ser por ese Santi de quien hablasteis -conjeturó Rashid-, Albert está muy en contacto con el “Chino”. O quizás por los asesinatos. Alguien que se hubiera enterado de lo que haces y lo utilice a él. No creo que ninguno de los míos haya hablado, pero podría ser. Iván no, desde luego, estoy muy seguro de él.

            Miró a Dani antes de preguntar.

            – ¿Lo sabe alguien más?

            – El policía de quien te he hablado.

            – ¿Confías en él?

            Dani asintió.

            – De todas formas hay gato encerrado -concluyó el muchacho-. No tiene sentido esta cita.

            Dani estuvo unos minutos meditando.

            – La única manera de enterarnos es acudiendo -dijo al final.

            Rashid se mordió el labio inferior.

            – Ten cuidado. Sólo te tenemos a ti.

            Había un ligero deje de afecto.

            Albert le esperaba en su piso.

            Salieron juntos hacia allí. Mientras bajaban las escaleras el teléfono de Dani sonó varias veces. Al no responder Montse desistió.

            Rashid comentó que lo estarían vigilando desde la calle.

            – Si necesitas ayuda avisa.

            – Si es una trampa cuando lleguéis será tarde. No. Mejor que en ese caso te pusieras en contacto con el policía y le echáis una mano como confidentes.

            Tres manzanas antes de llegar al piso se separaron. Dani prosiguió solo el camino latiéndole el corazón discurriendo cómo podría actuar.

            – Este es el “Chino” -presentó Albert cuando entró en el piso.

            Dani le echó un vistazo antes de volver los ojos a Albert. Lo miró como a un imbécil.

            – ¿Para esto me has hecho venir? -preguntó todo lo despreocupado que pudo.

            – Albert dice que conoces a Santi.

            Dani giró la cabeza hacia el “Chino”.

            – ¿Y?

            – ¿Sabes dónde está?

            – Hace años que no lo he visto.

            – Yo creo que sí lo sabes -dijo amenazadoramente el “Chino” sin moverse del asiento.

            – Si piensas obligarme a confesar algo que no sé te advierto que, antes de que me pongas la mano encima, te cantaré cualquier embuste.

            – ¡Oh, no lo harás! Porque en cuanto descubriese el engaño te mataría.

            – Y si supiera algo, con mi muerte perderías a Santi definitivamente.

            El “Chino” no supo qué replicar. Estaba acostumbrado a que la gente se asustara. Pero aquel tipo si lo estaba lo disimulaba muy bien.

            – Lo encontraría de todos modos.

            – Entonces no me necesitas. Además, vivo te convengo más, porque si me entero de algo podría avisarte.

            No iba a sacarle nada, comprendió el “Chino”. Lo mejor sería terminar aquella estúpida conversación, cumplir lo que le había ordenado Norberto y, en todo caso, registrar su domicilio en busca de la dirección de Dani. Sí, sería lo mejor. Conocía donde vivía aquel tipo después de estar siguiéndole todo el día.

            – No -contestó el “Chino” levantándose-. Al salir de aquí a quien avisarías sería a la policía.

            Dani leyó sus intenciones. Al tiempo que el “Chino” sacaba la pistola para disparar Dani cogió del brazo a Albert, que estaba al lado, tirando bruscamente de él para ponerlo delante y protegerse. La bala dio en pleno pecho de Albert antes de que éste se diera cuenta. Ahora Dani empujó el cuerpo inerte contra el “Chino” sin darle tiempo a un segundo disparo.

            El “Chino” cayó al suelo bajo el peso de Albert. Cuando se lo quitó de encima Dani ya bajaba como una bala las escaleras. Lo persiguió.

            Había desaparecido.

            Jadeando y con la pistola aún en la mano el “Chino” miró en todas direcciones sin éxito.

            Con un juramento se encaminó hacia su auto.

            Al alejarse el ruido del motor Dani asomó la cabeza de detrás de las bolsas de basura. Se levantó. Se puso en jarras pensando.

            Regresó al piso de Albert.

            Inspeccionó el cuerpo. La bala estaba un poco alta para tocar el corazón, pero sí tenía afectado un pulmón, luego, una costilla o la escápula la habían detenido. La respiración era irregular.

            Puso un pañuelo sobre el orificio y lo sujetó con el cinturón de Albert.

            – ¿Estás bien?

            La voz de Rashid lo sobresaltó.

            – Si no me matas de un susto, sí -bromeó-. Llama a una ambulancia y luego a este número -le tendió una tarjeta de Francesc-. Dile que venga para aquí.

            – ¿Una ambulancia? ¿Para qué tantos miramientos? Ha intentado matarte.

            Antes de responder Dani colocó a Albert semisentado y lo tapó con una manta.

            – No voy a explicarte las normas éticas de los médicos. Sencillamente que nos interesa que continúe vivo para poder interrogarle.

            – Comprendo.

            Hizo lo ordenado por Dani, mientras éste terminaba de inspeccionar al herido.

            – Te advertí que era una trampa.

            Dani no escuchaba.

            – ¿Se puede saber qué buscas?

            Dani dejó de registrar.

            – No me ha dado la impresión de que el “Chino” quisiera realmente saber donde ésta Santi. Sus palabras me han recordado más eso de “por probar no cuesta nada”.

            – ¿Insinúas que iba a por ti?

            Dani asintió.

            – Si estoy en lo cierto, alguien ha descubierto que estamos investigando y ha decidido cortar de raíz antes de que descubramos algo. El “Chino” debe estar metido en esto y al enterarse, por Albert, que conocía a Santi habrá querido matar dos pájaros de un tiro.

            Rashid lo miró divertido.

            – Eso ya te lo había dicho yo. No me dices nada nuevo.

            – ¿No dejas pasar ni una?

            – No, tío, ni una.

            – Muy bien. Sigue sacando conclusiones.

            – No hay más conclusiones. Te han descubierto y quieren matarte.

            – ¿Tú crees? El “Chino” era el cabeza visible de una red de prostitución de menores. Santi lo denunció y fue arrestado. Durante el proceso se demostró que había gente importante detrás, pero se tapó el asunto. Los únicos que fueron a la cárcel fueron él y otros cuatro tontos. No sé si eran diez o quince años. Pero al cabo de cuatro está en la calle. ¿No te parece extraño?

            El muchacho negó con la cabeza.

            – Tal como está el patio, no. Ahora sueltan a cualquiera.

            – Pero suponte que no es así. Suponte que el que está detrás le promete sacarle cuanto antes y, quién sabe si una recompensa económica, para pagar su silencio.

            El rostro de Rashid se alargó.

            – Supones que los mismos que manejaban la red de prostitución son los que llevan ahora el tráfico de órganos y que el “Chino” trabaja para ellos.

            – Exacto.

            – Entonces ya podemos abandonar. Si entonces no los condenaron tampoco lo harán ahora.

            – Sí si conseguimos organizar un buen escándalo.

            – Eso no te lo crees ni tú. Te diré como conseguiremos justicia: haciéndola nosotros mismos.

            – No estamos en la selva, Rashid, hemos de utilizar las leyes.

            – No, te equivocas, estamos en una selva. La ley está hecha para vosotros, no para nosotros. No le importamos a nadie una mierda.

            – Hombre, gracias.

            – No me refiero a ti. Tú eres… ni siquiera sé como clasificarte. Me tienes tan despistado como a Iván.

            – También está el comisario y mucha policía.

            – La policía no puede hacer nada si los jueces sueltan a los criminales. Conozco un caso que en una semana lo detuvieron cuatro veces, tres de ellas in fraganti, lo soltaron las cuatro el mismo día de su detención. Y era un simple drogata, tío. ¿Y a estos peces gordos los van a detener? ¡Anda ya!

            – Si las leyes son malas lo que hay que hacer es cambiarlas, no saltárselas.

            – ¿Cómo puedes decir eso después de lo que hicimos ayer? No me digas que no estuviste de acuerdo.

            – De ahí a tomarse la justicia por la mano hay mucho trecho.

            – No, tío, no hay ninguno, si se quebranta se quebranta.

            Un gemido les interrumpió.

            Albert vio borrosamente dos caras que se acercaban antes de reconocer la primera.

            – Dani… -susurró ahogadamente. Tosió.

            – No hables. Estás mal herido y no te conviene fatigarte.

            Rashid no fue tan fino.

            – ¿Por qué lo has hecho, maldito hijo de put…?

            – No te canses. Se ha vuelto de desmayar, no te oye.

            – Volviendo a lo que hablábamos…

            – Volviendo a eso, ¿tú crees que si tan seguros están de no ser condenados intentarían matarme? Tienen miedo, Rashid, y es que los podemos encerrar. Dale una oportunidad a la Ley.

            Rashid estuvo un rato en silencio.

            – Te contestaré cuando oiga la condena -decidió

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