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27
septiembre
FALTA DE AIRE (2)

4

 

No comprendía aquella ocurrencia de realizar la autopsia en un hospital general. Era menos llamativo que en el Instituto Anatómico Forense y los periodistas no prestarían tanta atención, habían vertido. ¡Como si éstos fueran necios!

Encogió los hombros.

Tampoco era asunto suyo. Su misión consistía en detener al asesino. Nada más.

Se preguntó qué clase de hombre era aquel. En toda su vida profesional había conocido a todo tipo de criminales, pero ninguno que se dedicara a asesinar niños vagabundos.

Paseó la vista por la sala. Sonrió a la enfermera que correspondió cortésmente antes de regresar a sus quehaceres.

Francesc llevaba diez años de comisario y su mayor éxito había sido cuatro años antes al desmantelar una red de prostitución juvenil gracias al chivatazo de uno de los chicos. Sin embargo, no había conseguido ningún ascenso por ello, únicamente unas palmaditas en la espalda por parte de sus superiores y su traslado fulminante a homicidios.

El confidente, sin embargo, había salido peor parado. La banda había intentado asesinar al muchacho y casi lo consiguió. Posteriormente alguien había matado al lugarteniente de aquella pandilla rompiéndole el cráneo contra la pared. No, recordó. No le había roto el cráneo, pero sí le ocasionó una hemorragia cerebral. El criminal ingresó cadáver en el hospital.

Fue su primer caso. El homicida había actuado temerariamente matándolo en el Metro a la hora punta, y nadie se había percatado de nada. No apareció ningún testigo. Nadie conocía la identidad del asesino, aunque Francesc tenía sus sospechas. Sin embargo, no movió un dedo por detener a su antiguo confidente. La banda se la tenía jurada, habían intentado matarle y el chico probablemente sólo había actuado en defensa propia.

El cómo y porqué aquella muerte ocurrió en el Metro le tenía sin cuidado. Fue uno de sus rotundos fracasos como detective. Pero había sido un fracaso premeditado. No deseaba detener a aquel chico del cual no había vuelto a saber nunca nada más.

Aquella red de prostitución había sido su caso más importante en los últimos diez años. Algo le decía que éste último podría ser trascendental para su carrera.

Vio acercarse un joven, que se detuvo a hablar con la enfermera. Ésta señaló al policía y el joven miró hacia él con curiosidad. Le vio decir unas palabras a la enfermera y luego aproximarse.

– Buenos días -saludó Dani preguntándose dónde había visto antes aquella cara-. Me han dicho que desea ver al Dr. Félez.

Francesc asintió.

– Está en la Sala de Autopsias. Venga, le acompañaré.

El comisario siguió a Dani por los corredores prestando poca atención a su conversación.

– Es curioso que a los dos los hayan matado de la misma manera.

Francesc volvió a poner los pies en la tierra.

– ¿Qué quiere decir?

– Bueno, los dos casos son de las mismas características.

Dani vio un leve gesto de contrariedad en el rostro del policía. Había echado un anzuelo a ciegas para ver lo que pescaba y había conseguido una buena pieza.

– Le recuerdo -dijo fríamente Francesc- que hay algo que se llama secreto médico.

– Pero bueno -respondió inocentemente Dani-, usted conoce los casos, ¿qué secreto debo mantener?

– Me refiero a los demás. No queremos asustar a nadie.

– Comprendo. No suelo ir chismorreando lo que veo en mi profesión. Si usted no fuera el encargado de investigar estos asesinatos no habría hecho ningún comentario.

Sonrió como un bendito.

– No he querido molestarle ni ser indiscreto.

Francesc no respondió. Dani tampoco insistió. Había averiguado más de lo que esperaba.

Había pues, al menos, dos asesinatos. Ambos chicos, probablemente mendigos, asesinados por la misma mano. No conocía el otro caso, pero seguro que tendría otro balazo en la cabeza. El homicida era buen tirador, puesto que había disparado de bastante distancia. Los había esperado pacientemente para matarlos como quien caza un corzo.

Desconocía el móvil, pero pondría la mano en el fuego a que habría más crímenes.

Por otra parte la policía estaba preocupada y deseaba mantener el asunto en secreto el mayor tiempo posible.

 

 

– ¿Que has hecho qué?

La voz de Pedro sonó aguda.

A Dani le había faltado tiempo para contarle sus averiguaciones tan pronto el Dr. Félez les hizo salir de Autopsias, para hablar con el policía.

– Lo he sondeado.

– Pero, ¿qué te importa a ti todo esto? Eres médico, no detective. No es asunto tuyo.

– Sólo siento curiosidad.

– Pues olvídate.

– ¿Me podrías hacer una copia de la autopsia? -preguntó sin escucharle-. Quisiera estudiarla con detenimiento.

– ¿Es que sólo oyes lo que te interesa?

– ¿Tú no?

Pedro tuvo ganas de golpearlo.

– No quiero detener al asesino -insistió Dani-. Pero sí quiero saber qué clase de elemento es capaz de hacer algo así.

– Eso es fácil. Un criminal.

– No todos los criminales tienen tripas para asesinar niños.

– Sí si están locos.

– Este no está loco.

– ¿Cómo lo sabes?

– No lo sé. Lo intuyo. Por eso quiero estudiar los casos. ¿No sientes curiosidad como médico de estudiar lo que pasa por su mente?

– No soy médico.

– Pero lo serás.

Pedro no respondió. Se limitó a sostener su mirada.

 

 

5

 

            En España 500.000 niños necesitan apoyo social para salir de la marginación, entre una población de ocho millones de personas que viven en el umbral de la pobreza.

            Más de 50.000 menores son detenidos anualmente.

            40.000 al año son atendidos por malos tratos. Entre 1000 y 3000 mueren por esta causa.

            30.000 niños españoles se encuentran bajo la tutela de los Servicios de Protección de Menores.

            4.000 adolescentes se fugan de casa cada año.

            250.000 son explotados laboralmente.

            Hay 25.000 menores hijos de emigrantes ilegales.

            Dos millones de niños en situación de pobreza, perdidos en cinturones industriales cada vez más abigarrados.

Las cifras le mareaban, pero no le extrañaban. Bastaba circular por la ciudad, bajando a los Metros o andando por las calles con los ojos abiertos, para comprobar que era cierto. Sí, andar con los ojos abiertos, sin el cerrajón habitual que nos lleva a pasar delante de los pedigüeños o de los muchachos que asaltan a los automovilistas en los semáforos, con indiferencia, como si fuera algo que no nos concierne.

Entre tanto el problema de los niños abandonados va en aumento. Y a la pobreza, a la marginación y al hambre, se sumaba ahora un asesino.

Aquello le obsesionaba. Intentaba convencerse que no era asunto suyo, pero le obsesionaba, sino ¿cómo se explicaba que estuviera en aquel descampado investigando?

El cuerpo del chico no tenía escoriaciones ni ningún indicio que hiciera sospechar un traslado después de su muerte. Por tanto, había sido asesinado en el mismo sitio en que se encontró.

No tenía ninguna esperanza de encontrar algo. Después de todo habían pasado varios días, y muchos, policía, curiosos, periodistas… le habían precedido al lugar de los hechos.

Estudió la zona atentamente, pero como sospechaba no encontró nada. Por otra parte tampoco podía contar con los hallazgos de la policía.

El asesinato debía haber sido por la noche. El chaval no tenía signos de violencia física reciente ni sexual. Era un homicidio por el simple gusto de hacerlo. Igual que quien caza un conejo. ¿Por qué la idea de “caza” le obsesionaba? La verdad es que era lo único que daba una explicación lógica a todo aquello.

Dedujo que el chico debió acudir allí para dormir y no debía ser la primera vez por los restos de basura existentes.

Un cazador de niños vagabundos.

Aquello le horrorizaba.

Estaba empezando a ocurrir como en Brasil, en donde cientos de niños son asesinados impunemente cada año. Como en Colombia. Allí, para protegerse, los niños se escondían por las noches en las alcantarillas de Bogotá. Eran los gamines.

Parecían países lejanos, algo que sonaba a fantástico. Pero estaban allí mismo. Sumó mentalmente los datos que tenía recogidos. Casi tres millones en España. Tres millones de niños que molestaban a la sociedad, con problemas familiares, sociales, personales. Tres millones de niños conflictivos, explotados, muchos de los cuales se agredirían o suicidarían y otros muchos que serían los que agredirían a esa sociedad que les atacaba y se volverían peligrosos, que atacarían, robarían e incluso matarían. De víctimas se convertirían en victimarios y nuevamente en víctimas en las cárceles.

¿Y qué hacía la sociedad para evitar esto, aparte de ignorar el problema? Encerrarles en reformatorios, en orfanatos y hospicios. Instituciones que no funcionaban, obsoletas, y que, a pesar de su buena fe, se veían desbordadas por la magnitud de las cifras. Tres millones.

Se creaban instituciones nuevas como las Aldeas Infantiles, Mensajeros de la Paz, Manos Unidas, Ayuda en Acción… pero todas eran desbordadas. Tres millones y las cifras aumentan de año en año. Cifras de todas formas engañosas, porque, por ejemplo, eran 40.000 los casos denunciados anualmente por malos tratos. Pero, ¿cuántos no se denunciaban? Se calculaba un total de 400.000.

Y si sólo fuera eso.

Los niños abandonados de Santo Domingo, Brasil, Honduras, Guatemala y Colombia eran carne de cañón para el tráfico de menores hacia Estados Unidos y Europa. Aquí eran ingresados en clínicas clandestinas donde se les extraían las vísceras para su posterior trasplante a hijos enfermos de padres pudientes.

Ennio de Concini, autor de series documentales, acusaba a Barcelona, Hamburgo, Nápoles y Beirut de comerciar con órganos infantiles.

El diario El Independiente, en 1991, acusaba a España de ser un punto estratégico de la ruta negra donde los traficantes blanqueaban las ganancias de tan lucrativos “negocios”. Acusaciones que eran negadas por los portavoces de la Policía Nacional. Pero Dani se decía que cuando el río suena, agua lleva.

Y entonces se preguntó Dani el destino de tantos niños que desaparecían en España. ¿Era su final la prostitución, la adopción ilegal, su utilización como camellos o ser despedazados para traficar con sus órganos?

Parecía ciencia-ficción, pero no era imaginaria la cifra de niños desaparecidos, maltratados, abandonados…

Y encima el “deporte” de matarlos a tiros, como a animales, en Brasil, Colombia y ahora, parecía, en Barcelona.

Pero no sólo eran los niños marginales los atormentados. En 1992, en Aragón, 35 niños sufrieron abusos sexuales a manos de sus familiares, 400 fueron víctimas de malos tratos y agresiones psíquicas en sus propias casas, 30 chicos menores de 16 años eran alcohólicos, 29 toxicómanos y 10 se prostituían con el conocimiento de sus padres. Teniendo en cuenta que el censo aragonés era de poco más de un millón de habitantes, el porcentaje era bastante alto.

¿Cuánto sería en Cataluña cuando sólo en Barcelona eran más de tres millones de ciudadanos? No lo sabía. El gobierno catalán aún no había dado a conocer ningún estudio, tal vez porque no se les había ocurrido, tal vez porque eran más ladinos y no les interesaba dar a conocer algo escabroso en la rica Cataluña. O a lo mejor sí habían realizado y publicado dicho estudio y él no se había enterado. Todo podría ser.

Pese a la inexistencia de informes generales sí había informes para casos especiales en Barcelona. Del Hospital Clínico, del Valle de Hebrón, de San Pablo y otros centros hospitalarios habían desaparecido niños de las Salas de Maternidad. Se produjeron siempre durante los fines de semana, cuando la vigilancia era menor. Tan sólo en 1985 la policía comprobó la venta de 17 niños. En 1989 la desaparición de menores en toda España fue de 243 y en 1990 los medios de comunicación denunciaron la existencia de redes de tráfico de niños en todo el país, principalmente Asturias, Cataluña y Las Palmas de Gran Canaria.

La mayoría de los casos era para su adopción ilegal. Por otra parte eran muchas las madres que, con previo acuerdo con su ginecólogo, el personal hospitalario y un abogado que falsificaba los documentos, accedían a vender a sus hijos a cambio de que la pareja adoptante corriera con todos los gastos de la gestación, hospitalización y parto.

Al pensar en la implicación de médicos en estos casos Dani sentía asco de su profesión.

¿Por qué lo hacían si podían cederlos legalmente? ¿Por dinero? Sí, claro, tenía que ser por dinero. Los precios oscilaban entre el medio y el millón de pesetas. Un matrimonio que no pudo pagar la tarifa exigida recibió “mercancía” barata, el niño era cojo.

¿Qué clase de sociedad era esta? ¿Cómo podía el ser humano ser tan ruin? Porque si la sociedad estaba enferma era a causa del hombre, que es quien la compone. ¿Por qué no pensaba el hombre en nosotros en lugar de yo, primero yo, después yo y otra vez yo?

Y aún hablaban los curas del Infierno.

Le extrañaba que el Infierno fuera peor que lo que existía en la Tierra.

¿Dónde estaba el Amor Cristiano que tanto cacareaban todos? Muchos iban a la Iglesia a oír misa todos los domingos y fiestas de guardar, golpeándose el pecho hipócritamente rezando mea culpa, para después al salir, mirar con horror a un mendigo y como mucho dar una limosna con que reconfortar su tierno corazoncito, creyendo, quizá sinceramente, que con aquello se ganaba un puesto en el Cielo. O bien, ignorarlos con descaro, diciéndose que trabajaran, que pidiendo ya se ganaban un jornal que para él lo quisiera; lo cual también era cierto la mayoría de las veces. Porque junto a verdaderos menesterosos existía toda una picaresca para vivir sin dar golpe.

Al final todo se reducía a lo mismo, pensó: yo, yo, yo y siempre yo.

 

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