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17
agosto
NEGROR (6)

Capítulo 7

Ilusiones muertas

 

-Aquí traigo las papelas, me las han prestado.

¿Prestado?

-¿Quién?

Estaba refirmado en la pared respirando con dificultad.

-Ángel. Por suerte todavía no sabe lo tuyo con el Chino. Acudí primero a Dani, pero el capullo dice que no trapichea.

-¿Ángel no te ha dicho nada?

-Ni mu.

Santi pestañeó pálido, desconfiado, con la camiseta empapada de sudor.

¿Ángel no sabía…?

Era extraño, pero no quiso pensar, se sentía extenuado, sólo quería descansar, meterse en la cama y no levantarse nunca.

Luís sacó cuatro sobres y una jeringuilla de insulina. Dejó todo en la mesita.

-Trae una cucharilla.

-Voy a dejar el caballo –dijo Santi con voz extraña.

Luís lo miró.

Santi tenía las pupilas dilatadas, ardorosas, con un pequeño temblor, sacudido por el frío, exánime, consumido por la droga.

A Luís le dolió verlo así.

-Pero mañana. Ahora tienes el mono.

Santi tragó saliva. Negó con la cabeza. La boca abierta, respirando ruidosamente.

Estaba muy alterado. Luís unió las cejas. El aspecto de Santi no lo producía el síndrome de abstinencia.

-¿Ocurre algo?

-No… no ocurre nada, sólo que quiero dejarlo. Dejar la droga, dejar todo –se pasó la lengua por los labios -. No aguanto más, Luís. No aguanto esta vida.

Parecía a punto de llorar. Un ser frágil, sin rasmia, derrotado.

-Escucha, tío, has pasado unos días muy malos, estás nervioso. Date un pico, descansa, discúrrelo bien.

-No. Ya lo he pensado.

-¿Sabes lo que dices? Te metes casi cinco gramos.

-Tres.

-¡No, tío, cinco! Esta semana has llegado a cinco. ¿Ves cómo no te das cuenta?

-Da igual.

-¡No da igual! Tú no sabes lo que dices, tú… tú… ¡tú estás grillado! ¿Ya no recuerdas lo mal que lo pasamos cuando empezábamos? ¡Y sólo era medio gramo, tío! ¡Ya ahora son cinco, tío! ¡Cinco!

-¡No me importa! –se obstinó con voz idiota.

Luís se desesperó.

-Bien, de acuerdo –intentó controlarse -. Quieres dejarlo. Vale. Pero espera a mañana, es mucha dosis. Ve bajándola poco a poco. Llega a medio gramo y entonces la dejas.

-¡Así no la dejaré! ¡No tendré fuerzas!

-Conseguiremos medicación, buprex, rohipnol, lo que sea. O iremos a un Centro.

-Exigen un responsable, tío. Y con lo otro terminaré chutándome y comiendo pastillas al mismo tiempo.

-No podrás. A pelo no podrás.

-De una forma u otra tengo que pasar el mono.

-¡Pero no jodas! No es lo mismo pasarlo a pelo que con medicación.

-¿Qué conseguiré? Evitar un mono grande a costa de muchos pequeños.

Luís guardó silencio.

-Ya sé que lo pasaré mal –continuó Santi en un jadeo -, pero quiero intentarlo. No me preguntes por qué ni para qué, ni yo mismo lo sé, pero tengo que intentarlo.

-No podrás.

Luís cogió las papelinas y las ofreció con la mano abierta a su amigo. Santi retrocedió inconscientemente, un vampiro ante la cruz.

-Tío, se te van los ojos detrás.

Era verdad. Tenía los ojos hambrientos clavados en el polvo marrón que empezaba a desenvolver Luís. Notó una salivación excesiva en la boca y el ansia que sentía por meterse aquella golosa sustancia en la vena.

-No la tomaré –dijo tozudo.

Pero la voz le falseaba.

Los ojos le picaban.

Luís encogió los hombros, desdeñoso.

-Tú sabrás lo que haces.

Se sentó en el sofá. Dejó la heroína en la mesita. Echó una última mirada a su amigo, como un padre a un hijo caprichoso. Santi desvió tres veces los ojos en otros tantos movimientos de cabeza, incómodo, avergonzado sin saber de qué. Al final la sostuvo. Se miraron sin pestañear, sin hablar.

Santi introdujo las manos en los bolsillos de los vaqueros, juntó los brazos al cuerpo, se enderezó y terminó mirándose las bambas encogido, empequeñecido, cabizbajo.

-No sé qué hacer para que me comprendas –gimió en voz baja.

-Guardaré tu parte por si la necesitas.

El tono era fraternal.

Santi levantó la vista. Sonrió agradecido. Una sonrisa débil, porque a esa distancia hasta le parecía oler la heroína.

 

 

¿Es que iba a poder la droga más que él?

Toda su vida había sido una marioneta. Siempre se había considerado muy hombre, pero no, un fantoche, un pelele.

Más hubiera valido no haber nacido.

Se restregó un ojo.

Luís había diluido el jaco en la cucharilla.

No podía resistirlo.

Sólo de ver como la preparaba notaba que se le adelantaba el síndrome de abstinencia. Tenía una mucosidad excesiva en la nariz, los ojos le molestaban, los músculos empezaban a dolerle.

Qué avidez tenía.

Era superior a él.

Enfiló al váter.

Cerró de un portazo.

 

 

El ruido hizo que Luís levantara la cabeza.

Cogió la jeringuilla.

Santi pensaba mucho, demasiado.

Dejarlo.

Como si fuera tan fácil.

Santi no se daba cuenta del esfuerzo que necesitaba. No podría resistirlo. Era imposible.

¡Bah! ¡Si quería intentarlo!

¡Pero qué momento había escogido!

Era preciso solucionar lo del Chino. Las cosas no iban a quedarse así. Era una suerte que Ángel no supiera lo ocurrido todavía. Era el brazo ejecutor de la organización. Luís le había visto dar una paliza a un chico por no estar de acuerdo con el dinero que le daban por prostituirse.

Echó un reniego.

Cuando más valía conservar las energías Santi decidía echarlas a perder luchando inútilmente contra la droga. Tenía que hablar con él. ¡Que la dejase más adelante, pero no ahora!

Se ligó el brazo.

Tan pronto se diera el chute hablaría con él.

Vio hincharse la vena. Le dio unos golpecitos y se hinchó aún más. Se pinchó.

La jeringuilla se llenó de sangre.

Hizo unas pequeñas embolaciones y comenzó a metérsela. Soltó la goma.

La sensación fue muy intensa. Más de lo habitual. Como en  sueños sintió que se le paraba la respiración. Abrió la boca para llamar a Santi, pero sólo fue consciente de que la mano derecha soltaba la jeringuilla y caía lánguida entre los muslos.

 

 

Santi estaba acurrucado con los ojos cerrados.

Tosió.

Su cerebro daba vueltas sin sentido perdiendo terreno, porque ¿qué había de malo? ¿Qué más daba empezar hoy o mañana? ¿Por un día más que la tomase qué podía pasar? Llevaba tanto tiempo pinchándose que un día más no significaba nada.

Se levantó abriendo la puerta.

-Pero esta es la última vez, ¿eh? –se dijo bajito -. La última. Mañana lo dejas.

Acalló una voz interna, arguellada, que le decía que si caía en esa trampa no lo conseguiría nunca. Sí, sí que lo dejaría, sólo que mañana, lo juraba por Dios, por su madre.

Sonrió al ver la cabeza de Luís vencida hacia atrás en el sofá. ¡El capullo flipaba que daba gusto!

Entonces vio la jeringuilla clavada en el brazo.

Los pies se negaron a andar.

Palideció.

Los ojos de su amigo le recordaron los de un pez,

Se acercó muy lentamente, con terror.

Luís tenía la boca ligeramente abierta.

Los ojos sin esencia dirigidos al techo.

Santi tenía la boca seca.

Le pasó los dedos por los labios violáceos.

Bruscamente los apartó como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

Se abrazó a sí mismo retrocediendo sin poder apartar la vista de Luís al tiempo que sus esfínteres se relajaban.

Sintió nauseas.

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