Y dijo Dios:
-Hágase la luz.
Y vio Dios que la luz era buena.
Y todas las cosas las creó Dios y todas vio que eran buenas.
Y dijo Dios:
-Haremos al hombre a nuestra imagen y semejanza.
Y vio Dios que el hombre era perverso
Y Dios echándose ligeramente hacia delante miró al hombre, que tenía el Libro Sagrado en las manos.
Y el hombre le devolvió la mirada inocentemente.
-¿A dónde quieres ir a parar?
-Son tus palabras. Por supuesto, no te diste cuenta al momento de que fuéramos perversos, pero lo dijiste casi enseguida.
-No eras perverso al principio, sino cuando comiste del árbol del Bien y del Mal.
-Y eso, ¿estuvo bien o mal?
-Mal, puesto que lo tenías prohibido.
-¿Y no era más fácil ponerlo en otro sitio que no fuera el Paraíso?
-¿Juzgas los designios de tu Dios?
-Si dejo suelto a un bebé y me rompe algo, ¿es perverso por ser un bebé?
-Tú hombre, no eres un bebé. Tú hombre, juegas a ser dios y te endiosas.
“Tú, hombre, te atreves a decir lo que está bien y lo que está mal.
“Tú, hombre, empleas mi nombre para excusar tus acciones.
“Tú, hombre, matas de hambre a los hombres, quitas el trabajo, el pan y la sal, y esclavizas al hombre.
“Tú, hombre, echas a perder la Tierra que yo te di, la vuelves negra y la haces desierto.
“Tú, hombre, ensucias el aire y ahogas las aves, animales y al hombre.
“Tú, hombre, conviertes las aguas en inmundicia y se mueren los peces.
“Tú, hombre, que has inventado la muerte invisible, que torturas, que matas, que malversas.
“Tú, hombre, ¿te atreves a enjuiciarme?
Y el hombre, con cara de bendito, sonrisa cínica y voz de dulzura empalagosa, respondió:
-Tú nos hiciste a tu imagen y semejanza.