Sin Comentarios
15
junio
MUY NOBLE (3)

Capítulo 3

En donde se habla de las cruzadas y los voluntarios andorranos

 

El trajín iba en aumento cuando se abrió la puerta. Mi padre se detuvo en el umbral al verme ya levantado.

-No podía dormir –comenté.

Sonrió en un gesto que era característico de él, moviendo únicamente la comisura derecha y semicerrando un ojo, hasta el punto que nunca se sabía si sonreía o se burlaba.

-Dudo que exista cristiano que haya dormido esta noche. Vístete presto.

Empezaba a sentir un nerviosismo que diríase miedo, porque nunca había asistido a ningún combate y la suerte de los hombres es incierta, porque toda está en manos del Hacedor y del futuro nada se sabe. No es que en aquel momento quisiera huir cobardemente, sino que hubiera deseado entrar en lucha ya y no tener más esperar ni haber de pensar, porque yo no iba a gusto a aquella guerra. Era infanzón y tenía mis deberes para mi señor rey, pero yo no había elegido nacer quien era ni me habían hecho nada los musulmanes de Valencia, aunque no niego que entre mis juegos infantiles, con otros chiquillos cristianos, la conquista del reino era el nuestro preferido. Además mis mejores amigos vivían en el barrio morisco, lo que me había dado quebraderos de cabeza en casa y alguna pelea con otros chicos cristianos al burlarse de mí. Quiero decir con esto que no era cobarde, pero sí que iba obligado a la guerra. De haber sido  una normal, habría evitado el ir, ningún andorrano habría ido seguramente. Pero era una cruzada. Dios quería aquella guerra y como buenos cristianos no podíamos negarnos, aunque nunca he comprendido el motivo por el cual Nuestro Señor desee una guerra si habla de amarnos unos a otros. Ni aún ahora lo comprendo y, tal vez como consecuencia de la edad, he llegado a discutirlo con el padre Ubaldo y éste me ha ordenado callar, porque mis palabras apestan a herejía, y no es prudente hablar así después que nuestro señor rey don Jaime estableciera la Inquisición en el reino.

Por otra parte existía el antiguo sueño aragonés de conquistar Valencia, por lo que tan pronto los heraldos reales dieron la buena nueva fueron cientos los voluntarios en todo el reino en tan magna empresa, y Andorra no fue distinta. Labradores, artesanos, mancebos y viejos apuntábanse a la cruzada con el viejo grito de Dios lo quiere. Obligado por mi nacimiento, por ser hijo de quien era y contagiado, pues ello es cierto, de los ánimos de mis amigos, fui uno de los primeros voluntarios en la villa, aunque a medida que iban pasando los días me iba dando cuenta de la estupidez cometida, mas era tarde para rectificar y ya no había remedio. Hasta tal punto quedé conmovido que evité a mis antiguos camaradas moriscos, porque no tenía valor de mirarles a la cara.

Mis padres y demás cristianos que me apreciaban celebraron este desapego suponiendo que al fin se me habían abierto los ojos, pero yo sufrí, y en la capilla del  castillo solicité perdón a Nuestro Señor Jesucristo, porque me era más preciosa para mí su amistad que no ganar Valencia para la cruz.

No era éste el sentir de los demás voluntarios andorranos, para quienes, como todos los que van a las cruzadas, significaba una mezcla de piedad y devoción verdaderas junto a la ambición de tierras y botín, en las que se olvidaban las disputas internas debido al convencimiento de que trabajaban para Dios y aproximaban el Reino de los Cielos, aunque no todo fue siempre tan piadoso. Aún recuerdo los comentarios en Andorra y en toda la cristiandad sobre la llamada cruzada de los niños, en la que siete mil infantes que acudieron a ella fueron vendidos como esclavos por los mercaderes cristianos genoveses.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *