Sin Comentarios
22
abril
MUY NOBLE

Capítulo 1

En donde conocemos a Juan de Arcayne, infanzón, e inicia su relato sobre la concesión del título de Muy Noble.

 

En el nombre de Nuestro Dios Jesucristo y de su bendita Madre, Madona Santa María y de todos su benditos santos y santas, amén.

Ayer, 13 de noviembre del año de gracia de 1291, a poco de fallecer nuestro muy amado rey don Alfonso y sucederle su hermano Jaime, el honrado Padre y Señor don Hugo, por la gracia de Dios Obispo de Zaragoza, junto con sus vasallos de la Villa de Albalate y los lugares de Ariño, Arcos y Andorra, de la Villa de Alcañiz y los lugares de Alcorisa y Alloza, entre otros, acordamos y firmamos los términos de los dichos lugares.

Entre los representantes de Andorra estuve yo, Juan de Arcayne, infanzón, y escuchando a nuestro ilustre señor Obispo no pude menos que recordar que este es el remate de un proceso que se inició en mi juventud ya lejana, cuando el muy alto señor don Jaime, por la gracia de Dios, rey de Aragón, concedionos el título de Muy Noble por el valor mostrado, por parte de mis compañeros, en la toma del reino infiel de Valencia.

La bondad y misericordia de Nuestro Señor Dios y su bendita Madre sean por siempre alabados por los honores que nos concedieron amparando nuestras vidas en los muchos peligros y combates en los que nos vimos los andorranos implicados en la salvaguarda de la cruz y de nuestro señor rey en la guerra de Valencia.

Tenía a la sazón veinte años recién cumplidos, de complexión robusta aunque delgada, talla media, cabello castaño y, creo, ojos vivos y expresivos. Desde hacía seis años era mayor de edad según nuestras leyes, aunque ésta aún tardara en aceptarse un tiempo, hasta la Compilación de Huesca de 1247.

Como tantos otros andorranos aquella noche no había podido dormir, así que me levanté temprano, antes que el sol coronara, y senteme en la ventana, mientras en casa mis padres dormitaban y mis hermanos se apoderaban del lecho, como si en aquel día de invierno de 1236 fuera a pasar a ser de su exclusiva propiedad, y rogué a Nuestra Señora Madona Santa María me protegiera si así placía al cielo en aquella guerra a la que nuestro señor rey don Jaime llamaba a sus vasallos.

Decíase que nuestro muy alto rey había sido excomulgado sufriendo una enfermedad que lo puso a las puertas de la muerte. Cuando pidió la absolución su confesor la condicionó a la liberación del Obispo de Zaragoza Bernardo, a quien había hecho prisionero, y a celebrar una cruzada contra los musulmanes. Perdonado de sus pecados por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo y recuperado de su enfermedad, el rey don Jaime convocó cortes en Monzón en octubre de aquel año de gracia de 1236 acordándose la cruzada contra el reino musulmán de Valencia.

Era el tiempo de las grandes cruzadas, el rey Fernando de Castilla había conquistado hacía pocos meses Córdoba y ocho años antes el emperador Federico de Alemania había comenzado la sexta cruzada contra Tierra Santa. Desde hacía ochenta y siete años nuestra comarca entera servía de frontera entre nuestro reino y el de Valencia, con lo que existían una serie de fortificaciones que protegían Aragón del ataque infiel. Nosotros éramos la segunda generación aquí nacida después que nuestros abuelos bajaran de los Pirineos para su repoblación. Pertenecíamos a la Villa de Albalate y teníamos, desde la conquista a los infieles, como señor natural al Obispo de Zaragoza.

Valencia era como un sueño dorado. Por estas tierras en que vivo había cabalgado el Cid, cuyas gestas cantaban los juglares, causando en nuestros jóvenes corazones el ansia de grandeza, disparándonos la imaginación hacia la gloria y el botín. Desde siempre los reyes aragoneses se habían interesado por ella. Antes de la conquista de Huesca en 1096, ya dominaban plazas en Castellón, a orillas del mar. Y, después de la toma de Huesca, el rey Pedro acudió en ayuda de su consuegro el Cid para proteger Valencia de los almorávides. Después de la muerte del Campeador se perdió la ciudad, que fue sitiada por nuestro rey don Alfonso el Batallador en 1129. A su muerte nuevamente se perdió. Ahora ya no se iba a tratar de una mera guerra sino una cruzada, en la que intervendría la verdad, la misericordia y la justicia de Nuestro Señor Dios, e iniciáronse oraciones y misas y beneficios por el éxito de la empresa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *