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27
enero
<strong>EL DERRUMBE DE LA DEMOCRACIA SEGÚN PLATÓN</strong>

‹‹La República o el Estado›› (Extracto)

– Así pues, ¿el bien que la democracia establece, el deseo insaciable de él también la destruye?

– ¿Qué bien dices que establece?

– La libertad – dije- Pues oirás decir en un Estado democrático que es lo más bello de todo y que por esta razón es el único estado en el que el hombre nacido libre puede habitar

– Se dice, en efecto – afirmó -, esa palabra de manera muy frecuente

– ¿Acaso lo que yo ahora iba diciendo – proseguí yo -, el deseo insaciable de ese bien y la indiferencia de las demás cosas no cambian esa forma de gobierno y preparan la necesidad de la tiranía?

– ¿Cómo? -preguntó

– Cuando un Estado democrático, que tuvo sed de libertad, pienso, encuentra al frente unos malos escanciadores y más allá de lo que necesita se embriaga de libertad pura y los que gobiernan no son complacientes en extremo y no les conceden una completa libertad, los acusa y los castiga como malvados y oligarcas

– Pues llevan a cabo eso – afirmó

– Y a los ciudadanos que se someten a los magistrados se les escarnece y se les trata de serviles y hombres sin carácter, pero se alaba y honra en particular y en público a los gobernantes que se parecen a los gobernados, y a los gobernados que parecen gobernantes ¿Verdad que es necesario que en un Estado de tal naturaleza el espíritu de libertad se extienda a todo?

– ¿Pues cómo no ha de ser así?

– Y que también, amigo querido – proseguí yo-, que penetre en el interior de las familias y al fin la anarquía se desarrolla hasta en las bestias

¿Cómo – preguntó él – explicamos eso?

– Solamente – dije -, que el padre se acostumbra a tratar a su hijo de igual a igual, y a temer a sus hijos, y que el hijo se iguala al padre, y que no tiene respeto ni temor a sus padres, para ser libre; que el meteco llega a ser igual al ciudadano; el ciudadano, al meteco, y asimismo, el extranjero

– Pues así sucede – dijo

– Eso sucede – continué yo -, y todavía se producen otras pequeñas cosas de esa naturaleza: en un Estado semejante, el maestro teme y adula a sus discípulos, y los discípulos se burlan de sus maestros, como también de sus educadores; también, generalmente, los jóvenes, codeándose con los viejos, se enfrentan con ellos de palabra y de hecho, y los viejos, por complacer a los jóvenes, se hacen bromistas y dicharacheros, imitándolos, para que no parezca que son fastidiosos y despóticos

– Ciertamente – dijo

– Pero, amigo – continué yo -, el último exceso que produce el abuso de la libertad en un Estado semejante es cuando los hombres y las mujeres que se han comprado no son menos libres que los que los han comprado Y casi me olvidaba de decir hasta dónde llega la igualdad y libertad en cuanto a las relaciones de hombres y mujeres

– ¿Por qué no – dijo-, según la expresión de Esquilo, «diremos lo que ahora me vino a la boca»?

– Ciertamente – dije -; también yo digo eso; porque las bestias mismas que están al servicio del hombre son aquí mucho más libres que en parte alguna, hasta el punto de que es preciso verlo para creerlo, pues es verdaderamente allí que las perras se parecen a sus amas; allí se ve a caballos y asnos, acostumbrados a un porte libre y altanero, tropezar por las calles con cuantos se encuentran sin cederles el paso; y todas las demás cosas se producen así, desbordantes de libertad

– Tú me refieres como mi sueño, porque, cuando voy al campo, frecuentemente experimento eso.

– Entonces tú comprendes – continué yo -, al acumularse todos esos abusos, cuán débiles hacen los espíritus de los ciudadanos, que, a la menor sombra de contrariedad, se enfadan y rebelan y acaban, como sabes, por burlarse de las leyes escritas o no escritas, para no tener absolutamente quien les mande

– Lo sé muy bien – dijo- El exceso de libertad conduce a la servidumbre

– Pues ése, amigo – continué yo -, según me parece a mí, es el bello y seductor principio de la tiranía

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