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28
octubre
El soplo del vendaval (29)

CAPÍTULO XXIX

En febrero, días después de  correrse el rumor de que iban a canonizar a Franco, el presidente vasco José Antonio Aguirre decidió traicionar a la República, acaso temeroso de la victoria del futuro santo, entablando negociaciones con el Caudillo para la capitulación de Euskadi.

En marzo, al tiempo que se desarrollaba la batalla de Guadalajara, aparecieron las cartillas de racionamiento en la España republicana. Había hambre, no sólo por las malas cosechas y una mala gestión sino también porque, como esfuerzo de guerra, se instalaron todo tipo de servicios de talleres y suministros que eran enviados a las tropas quedando las poblaciones sin alimento. En Barcelona la gente buscaba comida entre la basura y las mujeres protestaban contra el racionamiento ante la Pedrera, donde estaba la Consejería de Abastecimiento de la Generalidad. Los pueblos sufrieron menos que las ciudades, excepto aquellos que no podían cultivar por ser zona de guerra, pues quien más quien menos tenía un pequeño huerto, algún corral o, como Jesús, salían a cazar furtivamente, pues hombres armados del Comité Local registraban periódicamente las casas, graneros, pajares y corrales para incautar comida y otros productos, que los andorranos hambrientos ocultaban para que no fueran a parar sus provisiones al fondo común de la Colectividad.

Fue por aquellos días que Jesús enseñó a disparar a Mateo. Un año atrás el muchacho se habría negado, no veía que congeniara aquello con ser cura; ahora no le pareció mal. Como le dijo su padre cuando le explicó su intención de enseñarle, no era lo malo saber disparar sino contra qué se disparaba.

Seguían sin tener noticias de Julián ni de Pedro. Cuando terminó la batalla de Guadalajara con victoria republicana contuvieron el aliento. Habían sido quince días de lucha. ¿Habrían participado? ¿Llegaría carta o seguiría el silencio? Peor aún, ¿llegaría una notificación oficial de su fallecimiento?

Barcelona en aquellos meses había cambiado completamente; para abril, con el hambre y las cartillas de racionamiento, había desaparecido todo ambiente revolucionario de las calles, sobre todo después que el 27 de marzo dimitieran los consellers cenetistas del gobierno catalán. Se volvían a aceptar las propinas, había regresado el usted y las clases acomodadas habían resurgido de las catacumbas. Se las podía ver pavoneándose por las calles y en los mejores restaurantes atiborrándose de comida cara mientras la clase trabajadora no podía pagar los alimentos, los cuales no cesaban de encarecerse al tiempo que los salarios disminuían o se congelaban.

Tomás no padeció al respecto. Fiel a su palabra no dejaba de aprovecharse del nuevo puesto al que lo había enchufado Marcelo. Su padre le había dicho en una ocasión que nadie se hacía rico trabajando, y estaba convencido de que era cierto, pero tampoco sentía remordimientos. Aquella era una revolución de cleptómanos que ansiaban aprovecharse de los trabajadores a pesar de sus rimbombantes palabrerías. Tan sólo los que estaban abajo creían honestamente en sus ideales libertarios o comunistas. Los que mandaban, ninguno. Y si existía alguno, como Durruti, estaba en el frente, no en retaguardia.

Se había desengañado completamente en la columna, no ya por las muertes, para él innecesarias, sino también por los robos. Si la forma de permanecer a salvo era estar en la rezaga siendo un granuja, él no sería menos. Su casa, en el barrio obrero, no pasó penalidades, aunque siempre procuró actuar comedidamente para que los vecinos no lo notaran. Quizá fuera cierto lo que decían algunos de que el dinero no daba la felicidad, pero tampoco veía él que fuera un serio obstáculo.

Luz se dio cuenta en seguida de lo que ocurría, pero pragmática, sabiendo que no podía cambiar nada, se convirtió en ciega, sorda y muda, porque el hecho de ser honesta no iba a evitar que el resto pasara escaseces; era absurdo pasarlas ellos también, aunque para guardar las apariencias, como su marido, hacía colas interminables para adquirir lo que le sobraba en casa: pan, aceite, carne y otros productos que, todo hay que decirlo, para tranquilizar su conciencia, compartía con los niños descalzos y escuálidos que rodeaban a los compradores pidiendo comida. La senyora, la llamaban los niños con respeto y hasta con aprecio, pues era de las pocas que los alimentaba, siempre atentos cuando aparecía para ser los primeros en mendigarle.

Los guardias de asalto recorrían nuevamente las calles, como antes de la guerra, sustituyendo a las patrullas de trabajadores que lo habían hecho hasta la fecha, y a quienes ahora ordenaban disolverse. Esto alarmó a Tomás. Los anarquistas, tanto la CNT como el POUM, que se habían hecho con el poder en Barcelona al comenzar la contienda, estaban perdiendo el mando. Se veía en la manera de comportarse la gente, en la dimisión de los consellers y la reaparición de la Guardia de Asalto.

Desde que fue relegado a la linotipia no había vuelto a ejercer de periodista, pero el olfato lo conservaba; allí se estaba fraguando algo.

Había una lucha de poderes en la que, con palabras vulgares, todos querían mandar. Los anarquistas se habían adueñado de Cataluña al principio del conflicto, y la Generalidad, con Companys a la cabeza, se había humillado y doblegado a ellos, pero indudablemente deseaba recuperar el poder. Por otro lado, estaba el Gobierno de la República, que no podía permitir que Cataluña actuara como si fuera independiente. Era preciso un mando único como había hecho Franco en la zona nacional asumiendo todos los poderes y unificando los dos partidos en uno solo, siendo él el jefe de la Falange y las JONS, y arrestando a todos los que estaban en contra.

Después estaba el modo de entender la revolución. Los anarquistas, tanto la CNT como el POUM, querían hacerla ya, al mismo tiempo que la guerra. Los comunistas defendían que primero había que ganar la guerra, con lo cual no querían la revolución. El gobierno catalán soñaba con la Gran Cataluña, absorbiendo los territorios vecinos, los cuales eran catalanes, porque hablaban catalán; el mismo argumento que emplearía el nazi de Hitler un año más tarde, para anexionarse Austria. Pero para ello Companys necesitaba ganar la guerra primero, y temía que el flamante Ejército Catalán recién creado fuera fagocitado por el republicano. Por último, también el Gobierno de la República quería ganar la guerra; lo que no quería era que Stalin le dijera lo que tenía que hacer a cambio de su ayuda.

Los anarquistas, solos contra todos, llevaban las de perder, y lo que estaba ocurriendo en la calle eran los primeros pasos para expulsarlos.

Tomás habló con Marcelo, con todos los dirigentes de la CNT que quisieron oírle, con los del POUM, pero no le escucharon. Porfió en que los comunistas habían ganado mucho poder desde que comenzó a llegar la ayuda rusa y que estaban influyendo en el Gobierno de Largo Caballero. ¿No veían que los comunistas estaban maniobrando para hacerse lo dueños de España, y que para ello iban a perseguir y eliminar a sus rivales, igual que habían hecho en Rusia?

¿Tenía pruebas?

No tenía ninguna, sólo era el análisis de los acontecimientos cotejándolos con lo ocurrido en la URSS.

-Es un argumento muy débil –concluyó Andreu Nin el día que pudo hablar con él -. Está bien razonado, pero no tiene base, camarada. Busca pruebas si estás convencido de ello.

No tuvo tiempo. Intentando hacerse escuchar había perdido un mes. Estaban a dos de mayo y justo el tres, 200 guardias de asalto intentaron apoderarse del edificio de la central telefónica, en la plaza de Cataluña, que estaba en posesión de la CNT. Los anarquistas resistieron el ataque y, temiendo que hubiera más acciones contra otros edificios suyos, distribuyeron armas para defenderlos. No tardaron en aparecer las barricadas.

Aquella noche Luz no pudo dormir. Se oía un tremendo estruendo, ametralladoras, morteros, disparos, explosiones.

Hacia el amanecer la lucha fue disminuyendo, en ocasiones Barcelona parecía sumida en el silencio, sólo roto por el fuego de los fusiles y ametralladoras cuando se reactivaba la lucha. Los anarquistas mantenían la estación de Francia, con ametralladoras en una azotea, y las casas del Borne cortando el acceso al paseo Colón. Tenían también el paseo de San Juan, la estación del Norte y las vías que comunicaban con la de Francia. Las calles estaban desiertas, por las Ramblas no se podía caminar, allí eran los guardias de asalto quienes disparaban contra los transeúntes, bien parapetados en posiciones dominantes.

Luego se dejó de disparar aunque ninguno abandonó las barricadas. Existía mucha confusión y nadie sabía muy bien qué estaba ocurriendo. Había zonas de combate, otras en las que ambos bandos habían pactado una tregua entre ellos. Dirigentes ácratas como Federica Montseny leían por la radio un llamamiento a los anarquistas para que depusieran las armas. Otro tanto hacía la UGT. El POUM apoyaba la resistencia. Sin embargo, nadie deseaba que aquella revuelta se convirtiera en una verdadera guerra civil.

***

Era mediodía del miércoles 4 de mayo y Tomás seguía sin dar señales de vida. Luz estaba visiblemente preocupada; había abandonado la casa antes de comenzar los disturbios, hacía más de 24 horas.

Salió a la calle con intención de encontrarlo. Barcelona era muy grande para ir a ciegas, por lo que acudió a los lugares en que sabía que era más probable que estuviera. A la mayoría de ellos no pudo llegar por temor a un balazo.

Derrotada, cansada y con los pies doloridos regresó al domicilio varias horas más tarde. En la mesa del comedor – cocina había una nota de Tomás. Había regresado para decirle que estaba bien, pero se había vuelto a ir. Terminaba diciendo que no regresaría hasta que acabase la lucha, porque era peligroso caminar por las calles.

El te quiero final le sonó demasiado frío. Luz hubiera preferido oír su voz, pero no tenían teléfono y, de tenerlo, tampoco habrían podido hablar; se decía que la Guardia de Asalto había podido conquistar el edificio de la Telefónica.

Al día siguiente todo comenzó a cambiar. Lo ocurrido dio al Gobierno de la República la tan ansiada excusa para asumir un mayor control sobre la díscola Cataluña. Por primera vez, desde que comenzó la guerra, la bandera republicana ondeó en Barcelona tras entrar en la ciudad 6.000 hombres enviados desde Valencia. En los barrios obreros se comenzó a demoler las barricadas, los periódicos anarquistas fueron censurados, no así los comunistas. Los agentes del PSUC colocaron por toda Barcelona murales que representaban al POUM como una figura que, blandiendo la hoz y el martillo, se quitaba la máscara con la que ocultaba un horrendo rostro marcado con la cruz gamada.

Luz veía uno de estos murales por la ventana de casa cuando oyó abrirse la puerta. Corrió hacia su esposo.

Nunca se habían besado con tanta pasión, anhelo y cariño. Tomás pudo sentir el temor, la angustia junto con la tranquilidad y alegría de verle sano y salvo. Aquellos días habían sido de lo peor en la vida de Luz. El sonido de los tiros, las explosiones, el no saber nada de Tomás… no había podido evitar que su mente rellenara los vacíos con las imágenes más atroces. Y ahora, al verlo sin un rasguño… pero sus ojos mostraban preocupación, se dijo la joven, a pesar del aparente regocijo de sus labios.

-¿Es que no ha terminado? –preguntó.

-No, no ha terminado –respondió Tomás rascándose la mejilla; la barba de dos días le picaba.

-Pero la radio…

-Esta batalla, sí. Se ha llegado a un acuerdo y tanto la CNT como el POUM han depuesto las armas. Pero la lucha, no.

-No te entiendo.

-Es una repetición de lo que ocurrió en Rusia. Mi padre lo vivió. Siendo niños, cada vez que mi primo Julián le pedía que nos contara un cuento de terror siempre nos narraba lo mismo, sus vivencias en la revolución rusa, lo que vivió allí. Los bolcheviques de Lenin mataron a todos los anarquistas y partidarios de Trostki hasta obtener el poder absoluto. Van a hacer lo mismo aquí, en Cataluña, en la República. Esto ha sido sólo el primer paso.

-¿Estás seguro?

-Tiene demasiadas similitudes con lo que nos contaba mi padre. Nos eliminarán a los anarquistas porque les estorbamos. Asesinarán a Largo Caballero porque, aunque es bolchevique, es también español y no quiere ser un vasallo de Stalin, cosa que el PCE y el PSUC, que no dejan de ser los mismos, sí lo serán con tal de gobernar, y sin duda también habrá socialistas dispuestos a la traición por lo mismo. El resultado será que tendremos un gobierno comunista tutelado, sino dirigido, por Stalin. No, Luz, esto no ha acabado.

-Entonces, ¿qué vas a hacer?

-Intentaré advertirles y espero que esta vez me hagan más caso, pero si siguen igual de ciegos… -no terminó la frase, era obvio lo que quería decir -. Quiero que te vayas al pueblo, con mis padres.

-No voy a separarme de ti.

-Debes hacerlo. Será más fácil huir por separado que juntos; yo seré un foco de atracción.

-Crees que vas a fracasar.

-Sólo soy cauto. Mi padre nos dijo que apresaban a las esposas de los que huían. Eran narraciones espeluznantes. No sé hasta qué punto lo que decía era verdad o exageración, pero no quiero correr riesgos. A partir de hoy no nos vamos a volver a ver hasta que pase todo. Quizá no conozcan esta casa, y si me siguen no quiero atraerlos. Lo mejor sería que esperaras un par de días y te fueras ya con mis padres. Será más fácil salir de Barcelona ahora que después. Cuando comiencen las detenciones las salidas estarán muy vigiladas.

-Tú, ¿qué harás?

-Esperaré hasta el último momento; tengo que hacer lo posible para convencerlos. Cuando me vaya, me iré a Francia, en dirección contraria a la tuya por si me persiguen. Luego volveré a España a luchar contra ellos.

-¿Con Franco?

-Con Franco. Prefiero una dictadura fascista antes que una comunista. Si todo lo que me contó mi padre es cierto, será mucho más suave la de Franco.

-Se dicen atrocidades de él.

-Hay mucha guerra de propaganda, pero aunque todo lo que se dice sea cierto, yo he visto lo que hemos hecho nosotros cuando estuve con Carod, y sé lo que vio mi padre en Rusia. Estoy convencido que el Comunismo será mucho peor que Franco.

-¿Y la revolución? ¿Ya no crees en ella?

-La revolución ha muerto. La han matado estos días entre el Gobierno de la República, el catalán y los comunistas. Ya no tengo nada por lo que luchar excepto por un gobierno comunista, y no lo haré, no por la forma como nos han traicionado, a nosotros y a la revolución, y todo para adueñarse del poder. La única motivación que me queda de lucha es la venganza e impedir un mal mayor. Mira la ventana. Observa ese mural, en él verás el destino de los anarquistas. En él están diciendo que en realidad estamos mintiendo al obrero, que somos fascistas disfrazados. No tardarán en afirmar que, tanto la CNT como el POUM, somos agentes de Franco, su quinta columna. Y bajo la acusación de espías y traidores, nos aniquilarán. Mira bien el mural, ahí lo dice todo para quien sepa leerlo.

De hecho, mal que le pesara, el fracaso de la revolución era más complejo. Los campesinos que posiblemente la hubieran apoyado, los jornaleros de los latifundios andaluces y extremeños, estaban en la zona fascista desde el principio de la guerra. En cambio, los de la zona republicana eran en su mayoría pequeños propietarios y labradores de explotaciones familiares, los cuales veían la colectivización como un expolio. Incluso su padre, Tomás estaba convencido, lo consideraba un robo. ¿Y qué se ganaba con esto? Que vieran la revolución como un despotismo inaguantable, una cruel tiranía. Normal que acabaran convirtiéndose en enemigos.

Era cierto que los comunistas habían destruido la revolución, pero no era menos cierto que los anarquistas mismos la habían construido sobre arena.

Sin hablar de los asesinatos.

Sólo en Barcelona había 39 checas entre anarquistas y comunistas, aparte de los barcos-prisión ‹‹Villa de Madrid›› y ‹‹Uruguay››, en donde se torturaba inmisericordemente a los presos antes de asesinarlos. Corriente eléctrica en los genitales, quemaduras con soplete o hierro candente, ahogamientos en agua, mutilaciones, eran algo tristemente cotidiano. La checa de San Elías tenía incluso un horno crematorio para los cadáveres.

En Madrid ni siquiera se había respetado la inmunidad diplomática asaltando las embajadas de Finlandia, Noruega, Bélgica, Alemania, Perú, Turquía, Brasil, Italia. ¿Cómo podían lamentarse de que únicamente Rusia les ayudara? ¿Cómo no iba a ganar Franco si ellos mismos se cavaban la tumba? Ni siquiera Rusia quería ganar la guerra, tan sólo quería el exterminio de quienes no comulgaran con Stalin: los anarquistas y los herejes comunistas del POUM. Esas 39 checas pronto estarían llenas de ácratas y poumistas. Pero a él no lo iban a capturar, ni a su esposa. A nadie si conseguía hacerse escuchar.

Tres días más tarde Luz abandonó su hogar para no regresar, pero no fue al pueblo, como le había aconsejado Tomás, sino a casa de su madre.

Rosa escuchó atónita todo lo que le narró Luz.

-Si no quieres irte con tus suegros no debes salir de esta casa. Corres el riesgo que te vea algún vecino o que te reconozca alguien por la calle. Hazte cuenta que estás en una cárcel y que no puedes salir de aquí. ¿Estás dispuesta a este sacrificio?

-Estaré con Tomás. Sí, estoy dispuesta.

-Pero si pasa a Francia…

-¿Y si no lo consigue y le apresan? Quiero poder visitarlo.

Se abrazó a sí misma frotándose el antebrazo con la mano.

-¿Crees que está en lo cierto?

-Se basa en lo que le ha contado su padre, y Jesús no suele exagerar. Al menos no lo hacía de joven.

-Entonces ganará Franco. ¿Cómo vamos a derrotarle si nos matamos entre nosotros?

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