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24
agosto
Aguja de marear (61)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

 

 

61

 

            El despliegue de la Guardia Civil había sido inmenso y rápido. En un instante tuvieron acordonado el hospital haciendo salir a los visitantes y pacientes que pudieran caminar. Los pasillos estaban plagados de uniformes verdes mientras en el exterior la prensa intentaba obtener alguna novedad.

            El teniente se dirigió al artificiero del cuerpo, un hombre menudo, de rostro largo, huesudo, tan falto de dientes que los labios se metían uno dentro del otro, mentón ridículo, casi inexistente, y un discreto crepé.

            – ¿Y bien?

            – No hay restos de bomba, mi teniente, tan sólo de petardos, los que se venden para fiestas. Los han unido y hecho explotar. Una gamberrada.

            Una gamberrada que coincidía con un paquete bomba tres días antes en Madrid. Un petardazo, amplificado su sonido por la curiosa disposición de los pasillos del hospital, en plena unidad de cardiología, colindante con psiquiatría. Dos anginas de pecho, cuatro histéricos… y un jodido periodista que estaba allí visitando a su tía abuela Nemesia, que fue quien propagó a los cuatro vientos la noticia del atentado con goma 2 en el hospital de Alcañiz, diez muertos, cuatro heridos graves y ocho leves, sin contar una uña rota, la de Dani, que fue arrollado por un sanitario cuando salió pitando, el enfermero, no Dani.

            ¡La madre que parió a la prensa y gamberros!

            – ¿Decía usted? -preguntó el artificiero.

            Ni un asomo de verdad en las informaciones del periodista. Todo aquel despliegue por un simple petardo verbenero, que no había causado más víctimas que el susto, por muchas bajas sangrientas que hubiera dicho… ¿cómo se llamaba el reportero? Tanto daba, de cualquier manera podía llamarse, refunfuñó bajo su mostacho de brigadier decimonónico. Su cabello era negro y abundante, pasándose más tiempo en el barbero que en casa para mantenerlo dentro del reglamento, sin hablar de sus peleas con la crencha. El rostro ancho y cuadrado con unos ojos vivaces sabiendo ser agresivos. Brazos nervudos, tórax robusto, teniendo problemas en la talla del tricornio y de las botas, pues no solían abundar sus medidas. Al ponerse en jarras adquiría inconscientemente una pose que habría recordado la de Mussolini si no fuera por sus cejas, ceñudas, abundantes tanto o más que su renegrido cabello, y el bigote que ocultaba el labio superior mientras el poderoso mentón se alargaba como un pequeño puño.

            – ¿Ha habido algún testigo? -preguntó-. Porque esto lo ha hecho un chico.

            – Tres lo han visto perfectamente durante el alboroto.

            – Bien.

            Le pegaría un tirón de orejas que ni el Dumbo ese.

            – No crea. Según uno tiene catorce años, rubio y aspecto asustado. Otro asegura que era una muchacha con pelo a lo chico, y el último que era un enano, como esos del circo. Lo han visto muy bien.

            ¡… madre que parió a los testigos!

            Don Crescencio Cresilas (las dos ces entre sus hombres), Teniente de la Guardia Civil y próximo a ascender, se atusó malhumorado el bigote dudando entre descervigar al gamberro, a los testigos o al periodista. Luego lo encrespó descobijando el labio, fino, casi una línea que protegía unos incisivos equinos. Desdó la crin en un ademán furioso.

            – Guarde silencio de esto -gruñó.

            – ¿Cómo dice?

            – Que no diga nada del petardo. Ha sido goma 2.

            – Pero, mi teniente…

            – ¿Quiere que quedemos en ridículo? ¡Todo este despliegue por un simple petardo! Ha sido goma 2 y punto.

            – A la orden. Pero no podemos hablar de víctimas.

            – Desmentiremos esa cuestión. De lo otro ni una palabra.

            ¡… que parió a los muchachos!

 

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