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17
mayo
Aguja de marear (52)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

 

 

52

 

            Así que Mac no había raptado a su primo; mejor, aunque aquello tampoco solucionaba nada. En realidad se estaba complicando, pensó Tomás, después que llamara Pablo a notificar la aparición de Dani. Eduardo, por otro lado, había conseguido tres órdenes de detención y a su pregunta, más por formulismo de curiosidad que interés, había respondido sin tapujos. Aquello le extrañó, no era normal que Eduardo hablara de sus investigaciones.

            – ¿Cómo has descubierto tan rápido a los culpables? -insistió intrigado- Y además que estaban aquí. Creo que no había pistas.

            – Mac.

            De recibir un puñetazo no habría quedado tan sorprendido.

            – ¿Mac? -farfulló.

            – Sí, es un buen colaborador. Ató cabos enseguida.

            Ató cabos.

            ¿En qué estaba implicado aquel muchacho?

            Eduardo guardaba silencio disfrutando.

            – ¿Estás utilizando a ese chico? -atacó Tomás-. Hay orden de busca y captura contra él.

            – Sí, ya me he enterado. No voy a decirte cómo debes realizar tu trabajo -comentó diciéndoselo-, supongo que tendrás tus motivos, pero creo que te estás precipitando.

            Los dientes de Tomás rechinaron.

            – ¿Dónde está?

            – Eso no voy a decírtelo, compréndelo, necesito al muchacho.

            – Estás entorpeciendo una investigación.

            – No, Tomás. Eres tú quien entorpece la mía.

            Razonar con Eduardo era intentarlo contra la pared.

            – ¿Sabe el chaval que está siendo buscado?

            – Por supuesto, no es ningún tonto. Deberías saberlo, se te ha escabullido entre las manos. Bonita faena. Detención ilegal, encarcelamiento… cuya definición es mejor no decirla; coacción, amenazas, brutalidad, y encima se te escapa.

            Eduardo hablaba basándose en sus datos y deducciones, Mac no le había dicho nada, sin miedo a equivocarse.

            – Lo último ya es el colmo -proseguía cruelmente divertido-. Busca y captura, acusándole del mismo delito que una detención anterior. La misma de la que le liberaste después de tenerlo preso.

            Tomás no se amilanó.

            – Todo lo cual -adujo- basta para que no confíe en ningún policía y huya de nosotros como de la peste. Y aún así te ayuda, ¿por qué?

            – Porque es inocente. Supongo que creerá que la única forma de demostrarlo es colaborando.

            Cabía la posibilidad. Pero conocía bastante bien a Eduardo como para distinguir cuando hablaba en serio o se burlaba con seriedad.

            – Ese chico es un traficante.

            – Sabes que no es verdad. La droga no era suya y el arma tampoco. Quieres detenerlo por despecho. Le has apresado, le has golpeado buscando una información que no te dará, huyendo, encima, de la prisión dejándote en ridículo. Ya no lo buscas sólo por venganza del asesinato de tu familia, sino porque quieres vengarte personalmente de él. Hazte un favor. Olvídate de este asunto y vuelve a ser el policía que fuiste. Mac sólo es culpable de una cosa: estar siempre en el sitio menos oportuno.

            – Me gustaría saber quien ayuda a quien: estás defendiendo a ese delincuente, que es quien sabe dónde se oculta Germán.

            – Germán también es inocente. El asesino es otro.

            – ¿Te lo ha dicho él? -retintín.

            – Sí -lacónico.

            Tomás tardó en reaccionar, exangüe.

            – ¿Has visto a Germán y no lo has detenido?

            Empezaba a enrojecer.

            – Nunca detengo a los testigos.

            – ¡Testigo! ¡Él!

            – Exacto. Llegó casi nada más cometerse el homicidio. Tenía esperanzas de que hubiera visto algo, pero se asustó tanto que no prestó atención a nada excepto largarse, momento en que lo vio el conserje.

            – ¿Esa mamarrachada te ha contado? -cínico.

            – Esa historia la supe yo antes de hablar con él, porque es la información que me daban las pistas. El muchacho sólo confirmó mis deducciones.

            – ¿Qué pistas? No había ninguna, salvo unas huellas que seguro que son las suyas.

            – En la puerta, sí. Ya te digo que estuvo allí, pero no es el homicida. Respecto a las pistas, no hay muchas, pero sí las suficientes como para demostrar su inocencia. Así que empieza a pensar nuevamente como un policía y no como marido o padre. Los datos están claros. Analízalos.

            Y allí lo dejó.

            Sí, señor, pensaba ahora, el asunto se estaba complicando.

            ¿Y si Eduardo estaba en lo cierto? Que los chicos fueran inocentes y su misma obcecación le impedía reconocerlo. Había llegado a tener odio a Mac aquellos días, pero no podía evitar tampoco tenerle un cierto respeto que el adolescente se había ganado a pulso. Sin embargo, eso de que colaborara con Eduardo… No le convencía. Aunque bien mirado era lo que había intentado él, sólo que en su caso el muchacho estaba metido en un buen lío siendo inocente. ¿Ocurría lo mismo ahora? Lo único cierto era la seguridad apabullante que tenía Eduardo, y dada su eficacia como policía era un tanto muy a favor de la inocencia de ambos chicos.

            No estaría de más que repasara todo el caso detenidamente. Sería el colmo que estuviese equivocado y que, por culpa suya, el asesino de su familia quedara libre.

 

 

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