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05
abril
Aguja de marear (48)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

48

 

            Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando Dani bajó del Metro en la estación de Virrey Amat. Se despidió de su nuevo amigo con la mano. Sergio respondió con un gesto. No hacía falta que acompañara al niño hasta su casa.

            De haber tenido un par de años más habría pensado lo que le esperaba, con seis no se le ocurrió. Se encontró con una gran alegría y posteriormente gritos y regañinas por el mal rato que les había hecho pasar. Al final se vio sometido a un interrogatorio en toda regla por parte de su madre. No respondió con ninguna verdad, convencido que lo empeoraría si metía a Mac por medio. Lo empeoró de todas formas, máxime cuando le halló encima la navaja de su primo. ¿Dónde la había encontrado?

            – En la bolsa de Mac.

            ¡No podía ser otro! ¿Dónde lo había visto?

            – No lo he visto.

            – No mientas. Te ha dado su navaja.

            – No me la ha dado. La he cogido de su bolsa -insistió.

            – ¿Para qué?

            – Para…

            – ¿Para qué?

            – Para fardar. Con mis amigos.

            No pudo dar una respuesta peor, por lo factible. Para presumir, y lo sucio que estaba. ¿No sabía que no debía jugar con cuchillos y menos con aquella navaja?

            – ¿Por qué no?

            ¡Que no interrumpiera! No y basta. Igual que su primo, eso es. ¿Quería ir a la cárcel como él? ¿Ser un drogata como él? ¿Un criminal como él? ¿Un vicioso? Ya lo decía el refrán: quien con un cojo anda…

            – Mac no es así.

            ¡Lo que faltaba! Encima lo admiraba. Era a su padre a quien debía querer parecerse, no a su primo. ¡Ah, pues! Ella no era su hermana, no dejaría que un mocoso hiciera lo que le viniera en gana, lo metería en cintura, eso es, él no sería un facineroso como su primo. ¡Castigado ahora mismo! ¡Sin comer! ¡A su cuarto! ¡Ya le enseñaría ella! ¡Venga, la navaja! ¡Vería cuando viniera su padre! El pobre buscándolo por aquellas calles.

            Toda la culpa era de Mac. ¿Por qué no le habrían disparado a él, en vez de al pobre Quique? Siempre pagaban los inocentes, siempre.

            La puerta se cerró antes de tener tiempo de encender la luz. Dani se quedó un rato quieto, en la oscuridad, inmóvil, apesadumbrado, pero sin llorar una lágrima. Comprendiendo el mal trago que había hecho pasar a sus padres, pero sin entender aquella reacción, que se le antojaba excesiva.

            Luego se acercó a la ventana y subió la persiana observando el exterior con la mejilla apoyada en la palma de la mano, pensativo. Su madre nunca le había tratado así, tampoco es que fuera permisiva, sino que él nunca había dado motivo, no era conflictivo, movido sí, pero nada más. Sin embargo ahora… la reacción había sido más violenta que con Mac, aunque menos cruel. A Mac le herían, lo había visto sufrir. Lo suyo en cambio era… Lo analizó. Temor. Su madre tenía miedo por él. A que fuera malo como su primo. Pero no lo era, él no lo veía, Sergio decía que no lo era.

            Desde que podía recordar nunca había oído hablar bien de su primo. Al principio le tenía miedo, era tan malo. Pero aquellos días que pasó en casa de su tía, porque sus padres se fueron de viaje y era demasiado pequeño para el trote que les aguardaba, cambió todo. Tenía tres años y aún vivían en Andorra. Recordaba haber sorprendido a Mac y éste escondió en el bolsillo lo que llevaba en las manos.

            – ¿Qué es?

            – Un cigarrillo.

            Pero era extraño, más gordo por un extremo que por otro.

            – A ver.

            Pensó que se lo negaría, no fue así.

            – No se lo digas a nadie.

            – ¿Por qué?

            – Me castigarán.

            No le amenazó. Quique solía hacerlo, otros también. No lo digas a nadie o… Mac no lo hizo. Pensó que quizá no era tan malo. Desde entonces buscaba su compañía en la casa, nunca lo rechazaba, pilló confianza, hablaban, Mac respondía a todas sus preguntas. Luego por la calle, allí sabía que molestaba a su primo, hacía un gesto característico, pero tampoco lo rechazaba. Los amigos de Mac se reían de éste, le llamaban niñera, aquello enojaba a Mac, pero a él nunca le decía nada, como mucho que fuera con sus amiguitos, él obedecía, pero si no era así nunca lo veía enfadarse, como si él mismo necesitara de su compañía. En ocasiones no querían que Dani les acompañara, lo llamaban renacuajo. Mac decía que si no iba su primo él tampoco. Entonces le dedicaba la tarde a él. Iban a la colina de San Macario o a la piscina, y mientras él retozaba en el agua Mac miraba tímidamente a las chicas.

            No tenía hermanos, su primo era lo más parecido. Siempre se había portado bien con él, en ocasiones protegido. No entendía que pudiera ser tan malo como decían sus padres, tenían que estar equivocados. Incluso ahora. Sergio decía que ayudaba a un amigo. ¿Era eso ser malo?

            Su padre era un hombre íntegro. Se dedicaba a la familia, trabajaba, siempre había sido honrado. El quería ser como su padre, pero en el mundo había más cosas. Había gente que perseguía a otros sin motivo, y eso era injusticia. Y otros tenían que mendigar, porque no tenían otra solución, no porque no quisieran trabajar como decía su padre. Quizá fuera cierto en algunos casos, su padre lo sabía todo, pero no siempre era así. El había mendigado para poder volver. No. En el mundo había más cosas de las que había visto en casa.

            Algún día, cuando fuera mayor, tenía que descubrirlas.

 

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