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10
marzo
Aguja de marear (46)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

46

            No era una plaza muy grande, pero poseía árboles, bares, la parada final de la empresa de autobuses Casas, y gente, un verdadero hervidero que la hacía alegre y vivaracha. A Mac le fascinó por lo animada. Lástima que la cháchara de Marta enturbiara el ambiente, aunque tampoco es que le hiciera mucho caso. Asentía y respondía a través de correctos monosílabos, pero su mente estaba desconectada con lo que no se enteraba realmente de nada de la conversación. Marta, absorta en el deleite, porque aquel chico no buscaba excusas como otros para desaparecer dejándole con la palabra en la boca, no se percataba del poco caso que le hacía Mac redoblando sus esfuerzos para interesar y agradar al muchacho, olvidada toda posible lealtad hacia su amiga Elisabet para no arrebatarle el novio.

            Dani bostezaba.

            Sergio se preguntaba a quién buscaba Mac con aquellas desviaciones periódicas de ojos, recorriendo la plaza antes de centrarse, mirando al vacío, en el rostro de Marta. De pronto la expresión de Mac cambió, sus ojos se desviaron como atraídos por un imán. Sergio creyó ver en ellos una tormenta de rayos resquebrajando negros nubarrones. El rostro oscurecido contrariamente a los ojos: frío. Algo tan llamativo que Sergio sintió miedo; los labios de Dani palidecieron. Incluso Marta se dio cuenta hasta el extremo de quedarse muda, lo que fue una bendición para ambos pequeños. Mac, en cambio, ni se percató pendiente únicamente de aquel que, saliendo de un colmado, se había detenido para saludar a una joven.

            – Perdona -se disculpó Mac con una voz que no era la suya, con unos ojos que envenenaban a quien los contemplara, con unos pasos, al alejarse, más de depredador que de persona.

            Marta no respondió. Se le había puesto la piel de gallina, temerosa incomprensible y bruscamente de aquel chico que, hasta hacia un segundo, había deseado.

            Dani no habría sabido decir si era su primo o un vampiro.

            Tampoco Sergio reaccionó, olvidando el encargo de Germán ante lo que acababa de ver y sólo lo consiguió cuando el otro fulano movió la cabeza riendo y vio a Mac. La risa se cortó en seco, su rostro se transformó en una máscara de horror al ver la expresión de Mac, dejó caer la compra y echó a correr.

            Si se hubiera detenido a analizarlo Mac habría afirmado que el dolor tenía mucho de psicológico. Desde que se enteró de que dispararon a Quique apenas había sentido una molestia en el tobillo, pero ahora había desaparecido hasta la cojera, lo que a efectos prácticos indicaba que no tenía el más pequeño esguince, una torcedura sin importancia. Sin embargo su cabeza no estaba para nada que no fuera en dar alcance a Felipe.

            Sergio fue el segundo en ir detrás, luego Dani, encaminándose los cuatro por la calle del Tajo hacia las afueras, en dirección a una cuesta que ascendía por el bosque hacia el Valle de Hebrón. El único edificio que había en ella era un convento de clausura, a la derecha, cuyos muros no se podían saltar. Al pasar por la verja, que le servía de entrada, Felipe volvió la vista. Mac estaba casi encima. Intentó acelerar pero ya no pudo. En condiciones normales no habría resistido aquella distancia que llevaba recorrida y menos con la pendiente y longitud que tenía la cuesta, sin contar la que existía desde la plaza Ibiza hasta ella. Mac aún se cansaba menos y por primera vez en su vida supo lo que sentía Gabriel cuando lo perseguía, el instinto que lo dominaba, la sensación de poder de tener una vida en sus manos y disponer de ella como si fuera Dios.

            Sergio se detuvo al oír la voz de Dani, demasiado cansado para seguir el ritmo. Dudó un instante antes de decidirse a esperar al chiquillo. Maldijo por su nuevo fracaso, pero no tenía estómago para abandonar al primo de Mac.

            La cuesta terminaba en un llano atravesado por la carretera, frecuentada por numerosos automóviles. Al otro lado, hacia la izquierda, se veía la Residencia de Franco, que pronto se llamaría del Valle de Hebrón. En este, a la derecha de donde se encontraban, había un antiguo y ruinoso depósito de agua sustentado por cuatro pilares, detrás suyo un terraplén se hundía en el bosque, descuidado y con abrojos, punto de reunión de los domingueros en verano para pasar el día. Hacia él condujo Mac a Felipe a base de golpes y puñetazos después de alcanzarlo sin darle tiempo a cruzar la calzada.

            Felipe no tenía fuerzas para defenderse, agotado por la carrera, ante la lluvia que le caía encima. Un nuevo puñetazo lo hizo rodar por el terraplén quedando detenido en un árbol. De lo siguiente que tuvo consciencia fue del bisturí en su cuello.

            – ¡No está muerto! -articuló jadeando con un gemido-. Sólo lo herimos, no quisimos matarlo.

            Mac no habló, ni tenía ganas, ni lo deseaba. Su pecho subía y bajaba por el esfuerzo. Sus ojos…

            – Era una advertencia.

            Silencio.

            – Mac, venga… -gimoteó. No podía soportar aquellos ojos.

            El escalpelo ligeramente hundido en la piel, cerca de la yugular, sin más herida que una leve incisión sin importancia por el mismo filo.

            Y los ojos…

            – … no eres un asesino.

            Las pupilas de Mac brillaron extrañamente. El bisturí se hundió un milímetro.

            – Ya no sé lo soy -murmuró-, ya no lo sé.

***

            Estaban a mitad de la cuesta, allí existía un camino asfaltado colateral, a la izquierda. Sergio se preguntó la ruta que habrían seguido. Había sido un error estimular que Dani fuera con ellos esperando sujetar a Mac con su primo. Le había salido el tiro por la culata.

            Ya no corrían, ¿para qué si no iban a alcanzarlos de todas formas?

            Dani sentía miedo; no comprendía nada. No entendía la detención de Mac, ni que fuera tan malo como decían sus padres, ni la expresión de sus ojos que tanto lo había asustado hasta el punto de que si Sergio hubiera seguido corriendo, cuando pidió ayuda, habría entrado en pánico. Ahora únicamente sentía un temor razonable por la misma ignorancia gracias a la presencia de Sergio, transfiriendo a él toda la confianza que tenía. No podía elegir, no había otro a quien acudir, y el chico le caía bien.

            – ¿Qué le pasa a Mac? -preguntó.

            Sergio dudó. Se encontraba perdido. Siempre había necesitado a alguien para sentirse protegido y ahora, bruscamente, se habían cambiado las tornas, era otro el que precisaba de él. ¿Qué podía hacer con aquel chiquillo que se había convertido en un estorbo?

            – Quiere castigar… -¿cómo decirlo para que le entendiera?- a los que le han hecho daño a su hermano.

            – ¿Quiénes son?

            – No lo sé.

            – ¿Dónde está Mac?

            – No lo sé.

            – ¿Por qué lo detuvieron?

            – ¡Maldita sea! ¡No hagas más preguntas!

            El rostro de Dani se crispó.

            Sergio se sintió enfermo. Intentó tranquilizarse, olvidar a Mac, aquello ya no tenía remedio. Ahora el problema a solucionar era el niño. Un niño que no había tenido ninguna preocupación hasta que apareció Mac y él mismo contribuyó en inmiscuirlo en aquel embrollo. Un crío que no entendía nada de aquel mundo, que se sentía indefenso frente a las circunstancias y se agarraba a él como si él pudiera hacer algo.

            – Venga, tío, no llores. Joder, vale ya -murmuró. Tenía el estómago revuelto.

            Introdujo desesperadamente las manos en los bolsillos. Miró en las dos direcciones mordiéndose los labios, esforzándose sin conseguirlo, para no escuchar los sollozos de Dani. No era capaz de abandonarlo y no sabía qué hacer con él. El sol caía a plomo, sentía los rayos en cada uno de sus poros, pero no sudaba de calor.

            Se arrodilló frente al niño, le acarició la nuca afectuosamente.

            – Venga, tío, perdona -musitó- hostia, para, es que estoy nervioso, ¿sabes? tío, vale ya.

            Sin darse cuenta había empleado la misma excusa que Mac.

            – Quiero irme a casa -gimoteó Dani.

            ¿A casa? ¡Hostia, claro! ¡Joder!

            – Vamos, te llevo. Pero deja de llorar.

            No podía soportarlo.

            Dani se secó sorbiendo los mocos. Se dejó conducir pacíficamente. La mano de Sergio sobre sus hombros, como pidiéndole disculpas, como diciéndole que pese a todo allí estaba él para protegerle y no lo abandonaba. La cabeza del niño agachada.

            – ¿Dónde está Mac? -preguntó de pronto, tanteando su reacción.

            – No lo sé, de verdad, no lo sé.

            – ¿Es malo?

            Sergio rió. Una risa corta, de sorpresa.

            – ¡Claro que no! ¿Quién te ha dicho eso?

            – Mis papás.

            – Pues no lo es. Lo que pasa es que no le comprenden -aventuró.

            – ¿Entonces por qué lo detuvieron?

            – Por ayudar a un amigo.

            – ¿Quién?

            – Uno que no conoces.

            – ¿Por qué?

            ¿Es que no podía callarse?

            – Mira, si alguien ahora quisiera hacerte daño, te gustaría que te ayudara, ¿no?

            – Sí.

            – Pues es lo mismo.

            – ¿Quién quiere hacerle daño?

            – La policía.

            – ¿Por qué?

            – Porque le acusan de algo que no ha hecho.

            – ¿Qué es acusar?

            – Echar las culpas.

            – ¿De qué le acusan?

            – De matar a la gente.

            Dani se detuvo mirándole asombrado.

            – ¡Hosti!

            – Pero él no es.

            – ¿Por qué le acusan?

            – Pues porque creen que es él.

            – ¿Y Mac?

            – Le ayuda a demostrar que es inocente.

            – ¿Por eso le persiguen?

            – Sí.

            – ¿Por qué?

            Sergio suspiró. ¡Coño de crío!

            – Porque creen, que si le ayuda, también es culpable.

            – ¿Y el asesino quién es?

            – Ojalá lo supiéramos.

            – ¿Mis papás también lo creen?

            – ¿El qué?

            – Que es culpable.

            – Claro. Por eso te dicen que es malo.

            Dani no respondió, pensativo.

            – ¿Tú también les ayudas?

            – Son mis amigos.

            – ¿Y yo?

            Sergio se sintió incómodo. La pregunta era capciosa. ¿Se refería a si era amigo suyo o si también él ayudaba? Los ojos de Dani eran despiertos. La pregunta no era casual. Había logrado reponerse y ahora estaba su infantil cerebro trabajando a toda potencia.

            – ¿Quieres que seamos amigos? -se salió por la tangente.

            – Si lo eres de Mac…

            Aquel chaval era peligroso. Sergio frunció el ceño. Era inocente porque no conocía otra cosa, pero una temporada por las calles… De tonto no tenía un pelo. Más astuto y posiblemente menos visceral que su primo. Estaba descubriendo un mundo que ignoraba y, pasado el primer instante de desconcierto y temor, empezaba a analizarlo interesándose por él. Su curiosidad era desbordante, pero ordenada. Las preguntas eran motivadas por las respuestas siguiendo un camino lógico.

            – No creo que a Mac le guste.

            – ¿Que seamos amigos?

            Le tendía las redes.

            – No. Lo que estás pensando.

            – No sabes lo que pienso.

            – Sí lo sé.

            – No lo sabes.

            – Lo sé y basta.

            – ¿En qué pienso?

            ¡Demonio! Era insistente hasta la desesperación. Estaba consiguiendo irritarlo.

            – Mira, vamos a dejarlo -comentó olvidándose que sólo tenía seis años.

            Estaban llegando a la parada del Metro, aparte de la de la plaza existía otra en aquella calle. No llevaban dinero y era una terminal poco frecuentada. Imposible el truco de colarse. No quedaba más remedio que seguir andando, sólo eran dos estaciones y no estaría lejos Virrey Amat. Lo malo es que no conocía aquella zona de la ciudad, tampoco Dani. Sergio preguntó a un hombre. Negó con la cabeza. El chico hizo una mueca. ¡Estaban bien!

            – Ven.

            Regresaron hacia la cuesta. Ensució el rostro de Dani levemente con la tierra. Le sacó parte de la camisa fuera del pantalón, le manchó las manos.

            – ¿Sabes poner cara triste?

            – ¿Así?

            Patético. Sergio se enterneció.

            – Perfecto. ¿Ves aquella esquina? -señaló a lo lejos la conjunción de la calle del Tajo con el Paseo Maragall.

            – Sí.

            – Pide limosna.

            – ¿Limosna?

            – Necesitamos dinero para el Metro. Yo me iré a la plaza. Luego nos vemos. No te muevas de ahí, ¿eh?

            – No.

            Parecía decidido y sin extrañeza de mendigar. Resolutivamente el crío tenía cualidades.

            Lo estuvo contemplando a distancia unos minutos. Dani cumplía su papel a la perfección. Sergio movió la cabeza con un gesto de asombro. El niño improvisaba, iba detrás de la gente, tiraba lastimeramente de las ropas, lloraba, y lo veía hablar, sin oír sus palabras, pero convencido que les largaba un rollo patatero. En general no le hacían caso, pero otros le daban algunas monedas con rostro contrito. Una mujer le regaló una manzana. Dani le besó las manos. Sergio alucinaba. Se olvidó de ir a pedir a la plaza, alelado y seducido por el espectáculo de aquel comediante. Parecía increíble que sólo unos momentos antes hubiera estado llorando desbordado por la situación. La capacidad de adaptación de aquel mocoso a las circunstancias no la había visto en nadie.

***

            Nunca había deseado acogotar a nadie tanto como aquel día Pablo, cuando se enteró que Mac había raptado a su hijo. Más le valía que no le pasara nada a Dani, y aún así no estaba seguro de poder contenerse si su sobrino caía en sus manos.

            Pruden no había dejado de llorar pasado el primer instante de ira. No telefoneó al pueblo a preguntar por Quique, no habría podido callar la nueva fechoría de Mac y bastante tenía su pobre hermana con un hijo en el hospital para, encima, enterarse de las acciones del otro.

            La policía les había dado seguridades. Hallarían y detendrían a no tardar a Mac, estaban en ello. Solicitaron una foto de Dani. ¿Sospechaban qué podía buscar Mac? ¿Dinero o algo así? No, no tenían. Tampoco comprendían el motivo, pese a ser un miserable no les entraba en la cabeza que aquella actitud fuera para vengarse de ellos (que fue la siguiente posibilidad que expuso Tomás). Mac, bueno, así lo habían creído hasta la fecha, apreciaba a su primo. De lo que sí estaban seguros es que algo se llevaba entre manos y no era nada bueno. Por favor, encuentren a nuestro hijo. No se preocupen, estamos en ello.

            Pruden no levantaba cabeza. Su hijo, su pobre Dani. ¿Cómo podía ser alguien tan…tan…? No encontró calificativo para el hijo de su hermana. Menudo joya tu chico, Eulalia, menuda joya.

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