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25
febrero
Aguja de marear (45)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

45

            Durante los primeros minutos desde que regresó al piso no se dio cuenta de la falta de Dani enfrascada en la cocina para el mediodía. El niño tenía la costumbre de acudir a la puerta para saludar a sus padres cuando entraban. Esta vez no, aunque Pruden tampoco hizo caso pensando que estaría absorto en algún juego.

            Tenía la olla exprés cociendo las patatas al fuego mientras freía un cuarto de pollo cuando tuvo la sensación de que aquel silencio que había en casa no era normal. Al principio rechazó el pensamiento; desde que tenía el microscopio Dani apenas armaba alboroto, pero el temor persistió y llamó al niño esperando una respuesta. La falta de ésta la alarmó más. Insistió. Nada. Fue en su busca. Minutos después se asomaba pálida por el balcón deseando verle por la calle con algún amiguete.

            – ¡Da-ni! -llamó.

            Un hombre, dentro de un automóvil, miró hacia ella.

            Ojerosa regresó al interior restregándose las manos. ¿Dónde estaría? Había salido, indudablemente. Pero, ¿a qué? Aquello no era normal. Dani sabía que no debía salir de casa cuando los padres no estaban, ni abrir la puerta, ni siquiera contestar al teléfono y, en caso de hacerlo, no decir nunca que estaba solo. La ciudad es  peligrosa y hay hombres y mujeres muy malos, Dani. ¿Por qué lo había hecho? El día de antes le había recordado todas las advertencias. ¿Ves? Hasta tu primo no es trigo limpio. ¿Por qué mamá? No preguntes, aún eres muy niño para comprender. Más adelante se lo explicaría, de momento sólo tenía que tener en cuenta sus advertencias. No la había obedecido. No era normal.

            Estaba asustada, con todo lo que había ocurrido tenía el miedo en el cuerpo. Su hijo había desaparecido. Seguro que abrió la puerta y alguien se lo llevó, o salió y lo raptaron en la calle. En otro tiempo habría conjeturado que estaba en casa de algún amigo, pero con todo lo acaecido en los últimos días… no, no, un rapto, algo así, algo grave. Debía llamar a la policía.

            El timbre de la puerta la sobresaltó, colmó y llenó de esperanzas. Abrió inmediatamente, pero no era Dani, sino un hombre relativamente joven, el del auto. Se presentó como policía; enseñó las credenciales. Estaba vigilando la puerta por si Mac se presentaba… ¿Mac? Sí, había huido. ¡Él había sido! ¡Miserable! ¡Canalla! ¡Él se había llevado a su hijo!

            – Por favor, tranquilícese.

            ¡No quería tranquilizarse! Mac lo había raptado, ¡a saber con qué intenciones! Y Dani estaba tan ciego con él que no había dudado de su mala fe. Mac no había ido a su casa. ¡¿Para qué existían los teléfonos, so pasmarote?!

            El policía no respondió. La mujer estaba histérica. Lo mejor sería telefonear a Tomás. Recordaba haber visto salir a Dani hacía más de una hora. Quién sabe, quizá la madre tuviera razón.

            – ¿Así que ahora ha raptado a su primo? -repitió Tomás.

            – Eso parece, inspector.

            Incrementaría la búsqueda. Tomás añadió una nueva acusación al muchacho antes de poner a sus unidades con la misión exclusiva de localizar y detener a Mac. Lo mejor sería poner a toda la policía metropolitana en estado de alarma, pero no se atrevió sin consultarlo con Eduardo. Era un hijo de puta, pero el mejor detective que había conocido y aunque había intentado autoconvencerse de que, en aquella ocasión, su colega estaba equivocado, sus palabras no cejaban de acudir constantemente a su cerebro; Eduardo no solía hacer afirmaciones gratuitamente sin tener una base sólida. Así que lo más prudente era actuar con cautela. Estaba en lo cierto, pero si por esas casualidades era Eduardo quien tenía razón no era de los que respaldaban a sus compañeros si se equivocaban influenciados por motivos particulares. Lo hundiría, no taparía nada, no lo encubriría, aunque eso representaba para el mismo Eduardo el rechazo y aislamiento profesional por parte de sus compañeros, lo que, no obstante, y en vista de su historial, le tenía sin cuidado.

            Si pudiera localizar a Germán… Pero aquello representaba enfrentarse también con Eduardo. Valía más esperar. Ya caería. Primero este otro, tenía el motivo de consumo y tráfico de drogas, acusación que, pese a la confesión de Germán, no tenía pruebas para éste último ya que de la conversación con el Negro no existía constancia escrita.

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