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17
noviembre
Aguja de marear (36)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

36

            Despertó bruscamente y agarró el escalpelo. Unió las cejas observando atentamente. No había nadie, el vagabundo se había marchado. El reloj marcaba las diez y veinte mientras le daba cuerda. Tenía la lengua pastosa, como después de una resaca o haber dormido con la boca abierta.

            La inflamación del tobillo no había remitido y el dolor que sintió al cargar el peso le hizo mascullar. No podría ir muy lejos en aquellas condiciones. Necesitaba un taxi y dinero.

            A la pata coja se acercó hasta la salida. Observó. Enfrente, un colegio estaba con los niños en el recreo. La calle era ancha aunque no propensa a ser frecuentada por automóviles. Un vado a la izquierda. Un taller con un letrero de ballestas un poco más abajo. Un cine de barrio a la derecha. En la esquina, una cabina de teléfonos. Aún estaba de suerte. Nuevamente a la pata coja, ante la divertida mirada de los críos del patio, se dirigió hacia ella.

            El teléfono de Isabel sonó dos veces antes de que lo cogiera Fermín. No, su hija no estaba, hacía media hora que se había marchado. No, a por comida. ¿Y tu hermano cómo está?

            – ¿Mi hermano?

            – Sí, Quique -respondió extrañado de que Mac no estuviera al corriente-. Efrén ha telefoneado porque le han disparado… ¿Mac?

            Mac había colgado.

            ¿Cuánto tiempo estuvo apoyado en el teléfono para no derrumbarse? La mano derecha en el auricular, la frente en los números, los ojos cerrados, incapaz de llorar, incapaz de moverse o reaccionar, incapaz de admitir la noticia, de creerla ni rechazarla.

            ¿Quién?, fue la pregunta que se formó en su mente al cabo de un largo rato.

            Efrén. Había nombrado a Efrén.

            Pidió una conferencia.

            – Mac le telefonea desde Barcelona a cobro revertido -anunció una aséptica voz femenina-. ¿Acepta la llamada?

            – Sí, sí, claro -esperó unos segundos- ¿Mac?

            No hubo respuesta, únicamente lo que le pareció una respiración agotada.

            – ¿Mac?

            – Efrén…

            Era su voz, estrangulada, pero la suya.

            – Veo que lo sabes.

            – ¿Por qué?

            La pregunta no fue dirigida a nadie, era la expresión de su pensamiento.

            Mac respiró hondo.

            – ¿Quién ha sido?

            – Ni idea. Se dice que había una nota rara. Algo como estás advertido.

            Advertido.

            Demasiado silencio. Efrén se preocupó.

            – Mac, ¿estás bien?

            Sólo le respondió un gemido. Lloraba; eso era bueno, que se desahogara. Lamentó no poder estar con él, se sentía perdido consolando por teléfono, valía más un mudo apretón en el hombro que mil palabras. ¿Qué podía decirle? Mejor cambiar de tema aunque su amigo lo tomara como indiferencia.

            – Mac, estuvo un policía interrogándome sobre ti.

            No hubo respuesta.

            – Era sobre un asesinato.

            – Maldito Tomás -murmuró sin fuerzas. Incluso ahí tenía que jorobarle.

            Advertido.

            ¿Había sido capaz aquel hombre de disparar sobre su hermano, de matarlo, para obligarlo a hablar?…

            – ¿Tomás? En la placa ponía Eduardo.

… No. No había tenido tiempo material…

            – ¿Cómo has dicho? -volvió a la tierra.

            – Que en la placa ponía Eduardo.

            Aquel era nuevo.

            – Me enseñó una nota con tu nombre y la dirección del pueblo, que halló en casa del muerto.

            Mac pestañeó aturdido.

            – ¿Una nota?

            – Sí.

            – ¿Cómo se llamaba el muerto?

            – Vicente Berenguer y… ¡ostras! y…

            – Casetas.

            – Eso es.

            ¿Qué hacía su nombre en aquella casa? Germán no se lo había dado, eso seguro.

            Los que le detuvieron.

            Claro.

            Habían tomado sus datos.

            Estás advertido.

            ¡Cabrones!

            Conocían los planes de Tomás.

            ¿Por qué Quique? ¿Por qué no él?

            – Mac, habla con ese hombre.

            – ¿Con quién? -su cerebro funcionaba muy lentamente.

            – El policía, Eduardo. Creo que puede ayudarte.

            Tenía que ser uno de ellos.

            Viajó a Andorra. Habló con Efrén, seguramente primero con la Guardia Civil, ésta le daría los datos de quien pudiera darle más información sobre él, y luego fue a su casa. Mató a su hermano, para que no investigara, para que mantuviera la boca cerrada.

            Hablar.

            Por supuesto que hablaría.

            Una bala entre ceja y ceja.

            El silencio de Mac se prolongaba. Era natural, se dijo Efrén, la noticia costaba de digerir.

            – Tengo su teléfono -volvió a probar suerte.

            Debían sentirse muy seguros para dar ese paso. Seguramente creerían que iría a por ellos. Una trampa. Bien, veríamos quien salía escaldado.

            – Llámalo tú por mí. Estoy en una cabina y apenas me queda dinero. Dile que venga a…

            ¿Cuál era la dirección de tía Jerónima?

            La dijo.

            Efrén movió las cejas gravemente.

            – ¿Planeas algo? -preguntó alarmado.

            – No, ¿por qué?

            – Te noto la voz fría.

            – No planeo nada.

            ¿Para qué decirle la verdad?

            – Tío, no hagas tonterías. Simplemente habla con él.

            Mac miró el reloj cuando colgó. Debía actuar deprisa. Seguramente se presentarían los dos policías. Tenía que llegar antes que ellos, hacer salir a sus amigos y esperarlos.

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