Sin Comentarios
07
octubre
Aguja de marear (31)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

31

            Eulalia escuchaba con entereza a aquel policía pensando, por primera vez en la vida, que su hijo acabaría con ella. No hacía ni quince minutos que Pruden la había telefoneado notificándole la detención. ¿Aquella madrugada? ¿Por qué no la avisó antes? Mujer, era muy tarde y por unas horas no se ganaba nada.

            Ahora esto.

            Su nombre y dirección habían sido encontrados en el domicilio de un asesinado.

            – Mi hijo es incapaz de matar a nadie.

            – No digo que haya sido él. Además está preso.

            – Sí, esta madrugada.

            ¿Esta…?

            Eduardo frunció el ceño.

            Las cuentas no cuadraban. Si había sido dos días antes cómo…

            – ¿Qué hacía su hijo en Barcelona?

            – Pasó una mala temporada hace cuatro años.

            – Sí, estoy enterado.

            – Nunca fue el mismo y se lió con las drogas. Pero es un buen chico.

            – No lo dudo -mintió.

            – Pensamos  que aquí no podría dejarlas, así que lo enviamos a Barcelona, a casa de mi hermana, para que de paso terminara el curso que le quedaba. Quería buscar también trabajo.

            Aquello podía explicar que fuera a casa de D. Vicente, una entrevista laboral. No obstante dudó.

            – ¿Tiene una foto suya?

            Eulalia salió un momento regresando con una enmarcada.

            – Esta es la más reciente. Es el del medio.

            Un rostro agradable y simpático.

            – ¿Estos otros?

            – Sus hermanos.

            – ¿Podría hablar con ellos?

            – El uno está en el colegio y el otro en la mina, trabajando.

            – ¿Con quién podría conversar entretanto?

            – Quizá con Efrén, son amigos, o lo eran. Estará en su casa preparándose para la Selectividad.

            – ¿Eran?

            -Se han distanciado.

***

            – No está, lo han detenido -susurró casi sintiéndose culpable Pruden.

            A Isabel le costó trabajo asumir la noticia.

            – ¿Detenido?

            – Esta madrugada, nada más llegar a casa.

            – ¿Por qué?

            – La verdad es que no lo sé.

            – ¿Sabe cómo se llamaba el policía?

            Pruden se lo dijo.

            ¿De qué le sonaba el nombre? ¡Claro! ¡Era el que había hecho el trato con ellos!

            Tenía que ver enseguida a Germán.

***

            – Mac es cojonudo -aseguró en voz baja Efrén-. Ha tenido sus problemas, pero es cojonudo.

            Tenía varios libros abiertos encima de la mesa y había ladeado la silla de ruedas para hablar más cómodamente con Eduardo. Se había enreciado, sus brazos eran musculosos en contraposición de sus delgadísimas piernas.

            – Tengo entendido que fuisteis amigos.

            – Aún lo somos, aunque apenas nos veamos. No es culpa suya, lo que le ocurrió fue para destrozar a cualquiera.

            Algo hubo en el tono que intrigó a Eduardo.

            – ¿Qué le ocurrió?

            Efrén dudó. Mac estaba preso y había un muerto por en medio según aquel policía. Estaba claro que sospechaba de él.

            – Mac no es un asesino.

            – ¿He dicho que lo sea?

            – Mató a un hombre.

            Aquello era nuevo.

            – ¿Cómo lo sabes?

            – Me lo dijo él.

            – Por lo visto, le crees.

            – No mentiría en eso.

            – ¿A quién mató?

            – Gabriel… no recuerdo el apellido.

            Eduardo conocía el nombre por el informe del sargento.

            – ¿El que le perseguía?

            Efrén asintió.

            – Ya nunca fue el mismo. No lo superó y cayó en las drogas. Pero no es un asesino.

            Evitaba decir criminal, porque sí estaba convencido de que Mac era capaz de cometer actos delictivos graves llevado por las circunstancias.

            Al hombre que le perseguía.

            Si todo fue tal como se lo había narrado la Guardia Civil, estuvo en su derecho, recapacitó Eduardo. Pero ese final era distinto.

            Sonrió.

            Seguramente el actual Director General de la policía zaragozana (ascenso relámpago por su eficacia ante la conspiración comunista contra el Estado Español) D. Saturio Galíndez, no halló culpable al chico de aquella muerte, él mismo no se la censuraba, y debió urdir la estratagema, sacándose de la manga la conspiración. Bien, de momento lo dejaría tal como estaba, ¿para qué destruir una historia tan bonita?

            Empezaba a caerle bien el susodicho Mac.

            – … aquella noche intentó quitarse la vida -proseguía Efrén-. Provocó a un policía y consiguió que disparara contra él. Sobrevivió de milagro, pero aún así… bueno, ya le digo, se metió en las drogas.

            – ¿Qué sabes de él?

            – Está en Barcelona.

            – Aparte de eso.

            – Nada más. Oiga, sea lo que sea de lo que le acuse, es inocente.

            – ¿Te ha telefoneado?

            Efrén negó.

            – ¿Te comentó si llevaba algún plan?

            – ¿Sobre qué?

            – Sobre lo que pensaba hacer en Barcelona.

            – Nada. Estuvo para despedirse, pero la verdad es que no hablamos de nada importante.

            Eduardo dudó un instante.

            – ¿Te suena el nombre de D. Vicente Berenguer i Casetas? -aventuró.

            – No.

            – ¿No te lo mencionó alguna vez?

            – No, nunca.

            Era sincero. Lo cierto es que se esperaba aquella respuesta. Mac debió conocer a aquel hombre después de llegar a la ciudad Condal.

            Efrén lo observaba; él le correspondió. El muchacho parecía dispuesto a colaborar. No por él. Estaba convencido de que Mac no podía hacer nada malo y cualquier cosa que dijera quizá le ayudara.

            Había asimilado bien su invalidez, el sargento lo había nombrado cuando narró la historia de Mac. Dos chicos de lo más movido que había conocido y que habían actuado en una hombría que muchos quisieran para sí.

            Observaba a aquel adolescente sentenciado a una silla de ruedas. No sólo apreciaba a Mac, se veía claro que lo admiraba y que no le reprocha a aquella muerte de su infancia…

            ¿Infancia?

            ¿Podía ser alguien niño después de lo que pasaron?

… ni su distanciamiento actual. Al contrario, lo comprendía y se le antojaba perfectamente lógico.

            – ¿Por qué me lo pregunta? -quiso saber Efrén.

            – Macario estuvo en casa de ese hombre antes de que lo asesinaran…

            Así que aquel era el muerto.

            Efrén asintió con la cabeza.

            – … y le escribió su dirección.

            Enseñó el papel.

            Efrén frunció las cejas intrigado.

            – Esta no es su letra -afirmó.

            – ¿Eh?

            – Que no es la letra de Mac. Además él nunca habría escrito Andorra de Teruel. Hay gente que lo hace para diferenciarla del Principado, pero el nombre es Andorra. Andorra. A secas. No de Teruel. A Mac con eso del de se lo llevan los demonios.

            – Entonces supones…

            – Lo escribió otra persona, y Mac no debía estar presente cuando lo hizo. Habría dejado muy claro que no es Andorra de Teruel. Sólo Andorra.

            – Quizá callara para evitar errores.

            – El pueblo no tiene la culpa de que la gente sea ignorante. Son sus palabras.

            Si fuera así…

            Eduardo tuvo la sensación de que el asunto se estaba complicando. Si Mac no estuvo en aquella casa tal vez dio la dirección el otro chico, pero ¿por qué? Según sus deducciones el muchacho llegó después del crimen, ¿para qué dejar la dirección de Mac? ¿O ya conocía éste al Vicentito con anterioridad?

            – ¿Qué sabes de un tal Germán?

            – ¿Germán? No conozco a… espere, sí, bueno, no. No sé si será el mismo. No lo conozco personalmente, pero Mac mencionó que se hizo amigo de uno llamado así en Zaragoza hace cuatro años.

            – ¿Cuándo le perseguía Gabriel?

            – Sí. Según Juan, su hermano, este chico le salvó la vida cuando le disparó el policía. Le contuvo la hemorragia o algo así.

            – ¿Qué edad tenía?

            – La nuestra, creo.

            Tenía que ser el mismo.

            – ¿Qué sabes de él?

            – No gran cosa. Vivía solo y quizá fuera un delincuente, aunque Mac lo niega. Lo cierto es que se hicieron muy amigos. Luego, mientras Mac aún estaba en el hospital por el tiro, desapareció y… ahora recuerdo que Mac me comentó que no hace mucho recibió una carta suya desde Barcelona.

            ¿Complicando? Era peor que el nudo gordiano. ¿Qué relación existía entre un importante industrial y eminente político como D. Vicente Berenguer y dos desarrapados, dos muchachos que posiblemente eran drogadictos (el uno seguro y el otro…)?

            ¿Drogas?

            ¿Era aquello?

            El sargento había nombrado a Tomás y éste estaba en estupefacientes.

            – ¿Conoces la dirección?

            – No.

            ¡Me cago en…! ¡Ahora que parecía que llegaba a alguna parte!

            – ¿Conoces a alguien en Barcelona con quien pudiera hablar? Alguien con quien Mac entrara en contacto.

            Efrén permaneció pensativo.

            – Bueno, tenemos un conocido, pero no sé si se habrán visto. Le telefoneé diciendo que iba. Creí que quizá le iría bien. Ya sabe, por lo de las drogas. Es el hijo del hombre al que Mac libró de la cárcel.

            – El… -buscó en sus notas- ¿Fermín?

            – Sí. Pensé que quizá si Silverio hablaba con él, por eso de que salvó a su padre… creí que acaso eso le sirviera para olvidar la muerte de Gabriel. Tengo mis dudas. Algo así no se olvida fácilmente, sobre todo con la forma de ser de Mac. Pero valía la pena intentarlo, porque, vamos, pensé que si lo superaba superaría también las drogas. Aún no está muy metido en ellas, ¿sabe?

            – Así que no lo crees capaz de matar a nadie.

            – ¿A sangre fría? No.

            – Pero lo hizo.

            – También usted lo habría hecho, y yo, y cualquiera, creo. Usted no sabe lo que ese hombre le hizo pasar. Hablé con Mac por teléfono antes que ocurriera, estaba como enloquecido. No era él.

            – ¿Es propenso a perder la cabeza?

            – Ni por asomo. Lo que él aguantó antes de derrumbarse no lo resisten todos.

            – ¿y Germán?

            – No lo sé. Pero si es tal como dijo Mac, tampoco es un asesino.

            Eduardo pidió la dirección de Silverio. Mientras Efrén buscaba por los cajones hizo un balance. No era mucho y prácticamente estaba como al principio, pero de aquel caso de crímenes era la única pista que había obtenido. La seguiría, a ver lo que averiguaba en Barcelona. Ahora tenía dos direcciones, la de Fermín y la de la tía de Mac. Allí encontraría también a la madre, le había dicho que acudiría a la ciudad. Por su parte, él dejaría su teléfono al muchacho por si recordaba algo nuevo que quisiera comunicarle.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *