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03
septiembre
Aguja de marear (27)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

27

            Dos travesías más abajo, si no le habían indicado mal.

            Se preguntó por aquella extraña idea de ir a casa del tal Vicente. No ganaba nada. Acaso… sí, eso era. Curiosidad por conocer el barrio en que vivía el gran hombre. Y desde luego aquellos pisos que contemplaba, aún antes de llegar, valían un huev…

            – ¡Mac! ¡Caramba, que sorpresa!

            Mac se volvió al oír la voz. Francisco y Felipe. Los había conocido en un concierto de Labordeta y luego habían coincidido varias veces.

            – Sorpresa, sí -sonrió-. ¿Qué hacéis aquí?

            – Vacaciones, tío, ¿y tú?

            – Buscando trabajo.

            – ¡No jodas! Creí que había en tu pueblo.

            – Lo hay, pero la ciudad es la ciudad.

            No tenía intención de contar las verdaderas razones, no les importaba.

            Tomaron cerveza hablando de varios temas mientras veía Mac que los otros dos intercambiaban fortuitas miradas. Tenían dos o tres años más que él a pesar de hacer buenas migas. En ocasiones los había visto con otro, cuyo nombre ignoraba, de unos treinta años.

            Francisco hizo un gesto afirmativo.

            Felipe se echó un poco hacia delante bajando la voz.

            – Escucha, Mac, ¿has oído hablar de A.L.?

            – ¿Aragón Libre? Sólo sé que es un grupo radical, ¿por qué?

            – Pertenecemos a él.

            – ¿Y?

            No quería saber nada de política.

            – Tenemos los mismos objetivos que la ETA y Terra Lliure.

            Mac frunció el ceño. Empezó a sentirse incómodo.

            – ¿Con los mismos métodos? -preguntó.

            Francisco asintió.

            – Estáis locos.

            – No, Mac. Estamos hartos.

            Deseó estar a mil kilómetros, pero algo ¿la curiosidad? lo retuvo,

            – Aragón -dijo Francisco- ha sido víctima de la política económica de Franco, que lo olvidó en favor de otras regiones.

            – Olvidas que también lo ha sido de los propios aragoneses -interrumpió Mac. Su rostro era una efigie de hielo.

            – ¿Qué quieres decir?

            – La propia burguesía aragonesa no ha emprendido ningún proyecto que no haya ido más allá de la simple y pura especulación, cuando no ha invertido el dinero en otras regiones.

            – Eso es mínimo.

            – Si tú lo dices.

            – El caso es que los aragoneses hemos tenido que emigrar; unos fuera, otros a la misma Zaragoza. El resultado ha sido una pérdida continua de peso en relación a España. No tenemos ninguna importancia política ni económica para el Gobierno, excepto como mano de obra barata. Nunca nos harán puñetero caso, somos esclavos para ellos. Han desertizado a Aragón convirtiéndolo en infradesarrollado.

            – No sólo eso -añadió Felipe-. España está como dios con el hundimiento de Aragón y nos auspicia un porvenir dedicado al turismo y al artesonado. Por eso no se plantea continuar los riegos y por eso proyecta el trasvase del Ebro. El Gobierno sólo nos da promesas, promesas y promesas. Pura palabrería. Los problemas de Aragón sólo se resolverán cuando los aragoneses podamos decidir de nuestros asuntos.

            – Acusas a la burguesía aragonesa -prosiguió Francisco-. En parte es cierto, pero no lo es menos que no se nos ha permitido invertir hasta ahora en nuestro propio territorio. Las zonas subdesarrolladas, y Aragón es una, sólo tienen importancia como fuente de financiación para las zonas industrializadas. El Estado ha dispuesto hasta del 43 por ciento del ahorro aragonés en suscripciones de la deuda pública y en la financiación del I.N.I., e incluso suscribiendo obligaciones para financiar empresas privadas. ¿Te digo cuánto invierte el I.N.I. en Aragón? Únicamente el 1,53 por cien.

            – Aparte, el estacionamiento de fuerzas militares extranjeras en Zaragoza sin consulta previa al pueblo aragonés. ¡Dime tú lo que pintan los americanos en nuestras tierras!

            – Las minas de lignito de la cuenca de Utrillas, Aliaga, Ariño, Alloza y Andorra proporcionan la mitad de la producción española de este mineral. ¿Cuánto se queda de beneficio en Aragón? Deberías saberlo, Mac, eres de la zona: ni un duro. Y lo mismo ocurre con los de hierro en Ojos Negros. Y espera que se agoten las minas, en Ojos Negros y los demás pueblos no quedará ni dios.

            – Bases Militares -tomó el relevo Felipe-, agua transformada en energía que sólo favorece a intereses ajenos, expoliación del mismo agua directamente, contaminación de los ríos… Hasta quieren ponernos centrales nucleares. Eso es lo que nos ha dado España. Y te digo lo más suave. El ferrocarril lo quieren quitar, vamos, el poco que nos queda, en vez de potenciarlo. Las carreteras, una mierda. Ninguno de los pequeños pueblos tienen médico residente, y mucho menos, centro asistencial o farmacia, ni siquiera un auxiliar sanitario. El porcentaje de carencia de uno o varios de estos servicios oscila entre el 30 y el 85 por cien de los municipios, la mitad de los cuales no tienen agua corriente ni alcantarillado. ¿La luz? Sí, esa llega a todos, pero es de baja tensión, sin contar que el alumbrado público es deficiente en todos los municipios con menos de mil habitantes y aún en algunos más grandes.

            – Encima -Francisco rió cínico- el Gobierno tiene la desfachatez de afirmar que Teruel es la provincia más rica de España y que Vivel del Río se ahoga en la abundancia. Todo mentira para justificar el expolio y colonización de sus minas, de sus ahorros y de su agricultura. Han emigrado de Teruel más gente que la que hoy vive en él.

            – ¿Quieres saber más?

            Los ojos de Mac estaban graves.

            – No habéis dicho nada que no sepa.

            – Entonces reconoce que Aragón siempre ha sido puteado por el Gobierno español, y muchas veces, además, ha tenido que poner la cama.

            – ¿Creéis que Aragón se puede mantener económicamente él solo, como país independiente? -preguntó-. No tenemos gente, no tenemos industrias, no tenemos nada. Supongamos que obtenemos la independencia, ¿qué hacemos con ella? El pueblo ha de comer. ¡Joder, cae por su peso! No tenemos las infraestructuras necesarias para mantenernos con éxito nosotros solo. Tendríamos que depender nuevamente de España, como la llamáis, y no nos daría nada por nada.

            – Seríamos libres.

            – ¿No lo somos ahora?

            – Somos esclavos.

            – Nunca hemos sido esclavos.

            – ¿Prefieres el pariente pobre?

            – Es más cercano a la realidad.

            – En ese caso, Mac, es que estás en Babia. Aragón está siendo explotado. La producción que se obtiene no se queda en nuestras tierras, que son compradas por los españoles…

            – ¿Tú qué eres? -murmuró irritado.

            – ¡No me busques las cosquillas, Mac! ¿Prefieres extranjeros, forasteros? Sí, llamémosles forasteros, igual da. El caso es que somos una colonia para ellos. Nos quitan el agua…

            – Aún no.

            – Lo harán, no te preocupes -sonrió siniestro-, y serán tan cínicos que meterán cualquier excusa, no sé, que la necesitan en otras tierras por la sequía, por ejemplo. De esta forma frente a ellos parecerán unos santos, y nosotros por oponernos unos miserables y unos insolidarios, que nos sentamos en el botijo, para que no beban los demás sobrándonos agua. Y entre tanto nuestros campos y nuestros pueblos muriéndose de sed, porque si tienen sequía ellos también la tendremos nosotros. ¿Te digo la pluviometría normal, en un año normal de lluvias, no las de las montañas, sino la depresión central, la que abarca más de la mitad de Aragón?

            – No lo necesito.

            – Ya veo que la conoces. ¿Y qué hacemos frente a este ataque?, protestar. Resultado: ninguno; se harán los trasvases al final, incluso antes de poder regular nosotros el agua para nuestras necesidades. Nos cierran el Canfranc; protestamos. Resultado: ninguno. Queremos la autonomía. Resultado: ninguno. Con buenas palabras nunca hemos conseguido nada. El Gobierno sólo oye la violencia ¡Pues por nuestros cojones que la tendrá!

            Mac tardó en contestar. Aquel asunto no le gustaba un pelo.

            – ¿Qué pinto yo en esto? -preguntó lentamente.

            – Por las veces que hemos hablado sabemos que piensas igual que nosotros…

            ¿Pensar? El no pensaba igual. No creía en la independencia de Aragón. No negaba que en algún momento le había pasado por la cabeza cuando veía el menosprecio del Gobierno, del Gobierno, no de España. Aragón no estaba sometido a las leyes de España, lo estaba a las de Castilla desde el siglo XVIII, y España no era Castilla. Para él España era un territorio como podía serlo Europa y era absurdo decir que uno era español, pero no europeo. Con todo no culpaba a Castilla, únicamente al Gobierno. Los propios reyes de Aragón, desde Jaime I, le habían perjudicado en favor de otros territorios como podía ser Cataluña. Jaime I, le ponía enfermo recordar este rey que calificaba de antiaragonés. Incluso Fernando el Católico había sido un gran rey de Castilla y un inepto para Aragón, únicamente le gustaba de él su intento fallido de separar ambos reinos con un nuevo matrimonio. Pero independientemente de esto, lo principal es que no creía en un Aragón desligado del resto de España porque, con sentido práctico, lo veía inviable. Aragón, creía, no, estaba convencido, no podría mantenerse económicamente independizado.

            Sin embargo, no los desengañó.

            – ¿Acaso hemos dicho alguna mentira en nuestros datos? -arguyó Felipe.

            – Ninguna. Pero por la violencia tampoco conseguiremos nada.

            – Nos oirán.

            – Claro -sonrió sin ganas-, y por unos pocos catalogarán a todos los aragoneses como criminales, igual que les ocurre a los vascos.

            – Pero a ellos les darán la autonomía, a nosotros no.

            – Sí, si la pedimos todos los aragoneses.

            – Estás divagando.

            – Gandhi lo consiguió así.

            – Gandhi está muerto. Pero de acuerdo. Supongamos que nos la dan. No será plena; será una caricatura.

            – Nuestros propios paisanos se nos pondrán en contra si empleamos la violencia.

            – ¿Tú crees?

            – Sí. Los aragoneses tenemos una paciencia envidiable. Nos están dando por el culo desde Jaime I, que fue quien empezó en el mil doscientos y pico. Llevamos setecientos años recibiendo por detrás y todavía no nos cansamos. A veces creo que hasta nos gusta que nos enculen y nos lo dejen como un bebedero de patos.

            – Algunos sí estamos hartos.

            – Vale, pero yo no, y como yo la inmensa mayoría. El día que lo esté me lo plantearé, y aún así no haré nada hasta que no compruebe que todos los aragoneses piensan como yo. Cuando llegue el momento quizá, sólo quizá, decida entrar en vuestro grupo. Pero iré a la cabeza.

            – ¿A la cabeza?

            – A los que mandan, joder. Los demás no tienen culpa. No es de ley matar gente inocente.

            – ¿Sabes lo protegidos que están?

            – Pues si no tenéis huevos olvidaos de todo. No se consigue nada con bombas y crímenes, nada excepto muerte y odio, que llevan a rencillas, a más odio, más crímenes, más bombas y más muertes.

            – Eres un idealista.

            – Sé de lo que hablo. Mi bisabuelo las puso. El no creía en autonomías, él creía en España, una e indivisible, pero con un Estado Libertario. Era un anarquista al que tuve la inmensa suerte de llegar a conocer. Participó activamente en la Semana Trágica de Barcelona y en ella se dio cuenta que la revolución conque soñaba se había convertido en una matanza sin sentido. La violencia sólo conduce a un camino: más violencia. Sé que no aprobaría que yo entrara en vuestro grupo, porque él tampoco entraría. ¿Quieres saber más? -imitó con suma facilidad la voz de Francisco- Cuando la guerra, se presentó un grupo forastero armado exigiendo que el Comité entregara a los fascistas de Andorra. Le contestaron que en el pueblo había andorranos, pero no fascistas. Pero uno, uno de Andorra,  los delató y los fusilaron. ¿Sabéis a qué condujo eso al acabar la guerra? A la detención de republicanos andorranos, juicio y ejecución. Y dicen que la mujer de quien los delató fue a casa de la viuda de uno de los que fusilaron ellos a pedir clemencia por su marido. ¿Te digo cual fue la respuesta? ¡Adelante! Poned bombas, matad a gente a que no nos ha hecho nada y que son inocentes, matad a mujeres y niños, destrozad familias. Aragón seguirá igual de puteado, igual de explotado e igual de esquilmado y jodido. Pero eso sí, con un estigma nuevo: el de asesinos.

            – El soldado que mata no es un asesino.

            – Es cierto -la comisura se movió cínica-. Olvidaba que a ese se le llama criminal de guerra. ¡Qué gran diferencia!

            – Hablamos idiomas diferentes -se resignó Felipe-. Es una lástima.

            – Desde luego -murmuró Mac.

            Era una lástima que los dirigentes políticos fueran tan ciegos y oligofrénicos que no se dieran cuenta cuándo había de dejar de tensar la cuerda para que no se rompiera. Ahora era aquel pequeño grupo, que era fácil que no hiciera nada y se disolviera por falta de apoyo en Aragón. Pero si los sucesivos gobiernos seguían el mismo camino podría llegar el día que empezaran a surgir más descabezados dispuestos a conseguir por la fuerza lo que no obtenían pacíficamente.

            Tuvo miedo.

            Miedo a no poder ir por la calle sin el temor de que estallase alguna bomba al pasar a su lado. Miedo a que Aragón se convirtiera en una inmensa cárcel, en donde no  se pudiera abrir la boca, porque quien hablase en contra sería considerado por los independentistas como traidor a Aragón y convertirse en su objetivo; quien hablase a favor, lo sería de las fuerzas nacionales.

            – Pensáoslo bien. Estáis tomando un camino equivocado.

            – No, Mac. Eres tú quien lo toma.

            El tono de Francisco fue una mezcla de frialdad y pesadumbre.

            – De todas formas, si cambias de opinión, llama a este teléfono.

            Lo escribió en una servilleta de papel.

            – Al menos, guardarás silencio -inquirió Felipe.

            – Sí, lo guardaré.

            Por la cuenta que le traía.

            Que remedio.

            El código de silencio comenzaba.

            Mierda de vida.

            – No es de fiar -murmuró Francisco viéndole alejarse-. Creo que he cometido una equivocación dándole ese teléfono.

            – No creo que diga nada.

            – Quizá de momento de no. Pero será conveniente que no nos olvidemos de él, puede hacernos mucho daño, recuerda que nos conoce, y también a Fidel.

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