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21
abril
Aguja de marear (10)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

10

            – Es Mac.

            – ¡No quiero hablar con él!

            Silverio hizo un gesto. Isabel no había hecho más que despotricar del muchacho desde que llegó, lo que evidenciaba que estaba interesada por él.

            – Oye, mira…

            – Sí, ya la he oído.

            – Lo siento.

            Mac colgó. Apoyó el puño en el teléfono y la barbilla en aquel, pensativo.

            – Flipas por esa chavala, ¿verdad?

            La voz infantil de su primo atrajo su atención. Estaban los dos solos. Contempló a Dani intrigado.

            – ¿Qué sabes tú de eso?

            Dani se encogió de hombros.

            – ¿Acaso tienes muchas novias? -sonrió chuzón Mac.

            – No. Las chicas son un coñazo.

            – ¿Quién te ha enseñado a hablar así?

            – La escuela, se lo he oído decir a los chicos grandes.

            – ¿Y sabes lo que significa?

            – No. Pero suena bien.

            – Suena. Ya.

            Mac entró en su habitación, se tumbó boca abajo en la cama.

            Había sido un estúpido llamando por teléfono, debería haber ido a su casa. Miró la hora. Aún podía hacerlo.

            ¿Qué le hizo volver la cabeza hacia la puerta? Lo cierto es que no había oído nada.

            Dani estaba sentado en el suelo como los indios, la mejilla apoyada en la palma de la mano, observándole desde hacía rato en actitud meditativa.

            Mac arrugó la nariz fastidiado. Desde que había vuelto el crío daba tantos pasos como daba él.

            – Voy a salir.

            – Bien.

            Dani lo siguió.

            – ¿Se puede saber dónde vas?

            – Contigo.

            – No puedes venir conmigo.

            – ¿Por qué no?

            – Pues porque… -se cortó-. Porque no puedes.

            – ¿Por qué no?

            – Mira, dos… no, tres… -se cortó otra vez. La mirada del niño lo desarmaba-. Bueno, porque… -suspiró-. Vale, ven.

            – ¿Dónde vamos? -preguntó mientras Mac cerraba la puerta.

            – Al cine -rezongó.

            – ¡Bien! -le encantaba-. ¿Por qué no querías que fuera?

            Bajaban las escaleras.

            – Porque no puedes estar todo el día colgado de mí.

            – ¿Por qué?

            Lo llevó a ver una película de zombis y cruzó los dedos para que fuera realmente terrorífica. Daba más asco que miedo, pero Dani no se percató. La siguió con ojos como platos y una imaginación desbordante.

Diario de Isabel

            Hoy he besado a Mac.

            Es un chico extraño. Se comporta como autosuficiente y quizás lo sea en algún momento, pero en realidad no es así. Es horrendamente tímido e inseguro hasta el punto que no se ha atrevido a besarme, a pesar de que lo deseaba, así que lo he besado yo y ha reaccionado como un energúmeno. Se ha atrevido a preguntarme que si he besado a muchos chicos, como si una se pasara el día detrás de unos pantalones. ¿Quién se ha creído que es?

            Lo cierto es que no le entiendo. Me esfuerzo, pero no lo consigo. Quisiera ayudarle, pero no sé cómo. Creo que dejará la droga, me lo ha prometido y pienso que cumplirá su palabra. Me preocupa ahora qué hará a continuación.

            No sé, quizás habría sido mejor que conversara con él cuando me ha telefoneado esta tarde, pero estaba tan furiosa con lo del beso que me he obcecado.

            Me gusta cuando sonríe, pero no cuando frunce el ceño en esa cruel amargura que lo consume, entonces sus ojos parecen el lecho de espinas de un corazón desesperado. Durante un instante, esta tarde, pareció que se rompía el maleficio, sus ojos al mirarme eran como una flor que se abriera en la mañana al brillo del sol y me miraba como un ansioso enamorado, con lánguido abandono, y percibí a través de ellos el rescoldo de un espíritu indomable, de un corazón generoso. Después todo se rompió. Sus ojos brillaron encrespados, las flores se marchitaron quedando en un mísero recuerdo.

            Lo curioso es que no me da lástima, no es por piedad que quiero ayudarle y empiezo a dudar que sea por gratitud. Hay algo en él que nutre el aire, como un arroyo que se desbordara incapaz de contener el agua en su cauce, algo armónico, suave, como el canto de un ave. No sé lo que es. Algo bello y al mismo tiempo tímido, algo valiente y noble que no se corresponde con su comportamiento actual, algo tan incorpóreo que da la sensación que quisiera ahogarlo en su ser, que me atrae como su sonrisa o sus ojos cuando brillan como el rubí.

            Si pudiera romper esa coraza que ha construido a su alrededor, si consiguiera alcanzar su corazón, penetrar en ese mundo en el que está sumido, en el que se ha rendido, quizás consiguiera que reaccionara finalmente, que su alma dormida despertara en vez de esperar a la muerte callando.

***

            No solía existir mucha conversación en su casa, ni siquiera durante la cena, en donde Elisabet había recibido más de un reproche por bromear con sus hermanos. Compórtate. Sí papá. Su padre le lanzaba una última mirada antes de concentrarse en el plato. Elisabet enviaba un guiño de complicidad al hermano correspondiente y percibía un gruñido de su padre.

            D. Eusebio Primitivo Faustino Félix de Aranjuez y Dimas hizo un imperceptible movimiento con la cabeza. No sabía qué hacer con su hija mediana y lamentó no haber contraído nuevas nupcias al fenecer su esposa. En verdad que necesitaba una madre y no una nodriza. Así parecía constatarlo también el óleo al natural de su amada consorte Victoriana Juana de las Perpetuas Mercedes.

            La oveja negra, tal era su hija Isabelita, la niña de sus ojos, hasta el extremo que renegaba de su nombre haciéndose llamar Elisabet ¡Si levantara la cabeza su abuelo! Mejor que no, porque deseaba legalizar aquella aberración y portarla desvergonzadamente en el documento nacional de identidad. Elisabet. Dios, Dios. Menos mal que por lo menos no iba a ninguna manifestación reivindicativa de majaderías tales como la autonomía. España era una sola, grande e indivisible. Absurdo quererla convertir en muchas, pequeñas y de cachondeo, mal menor si no se estimulase de tal forma las disensiones, los separatismos y la guerra civil.

            ¡Y que la nieta de D. Primitivo Faustino de Aranjuez Rodadedo, Teniente General de los Ejércitos, duque de Vallibana, marqués de Boque y Señor de San Juan del Pozo…! Horrendo que la descendiente de una ilustre familia, cuyos antepasados batiéronse siempre por el honor de la corona, fuera también contestataria y separatista. Que ignominia para el abuelo Cirilo Timoteo Ángel, uno de los mejores oficiales que tuvo Cabrera y que se distinguió en la batalla contra las tropas liberales en aquellas tierras de Teruel próximas a un pueblecito por de nombre Alloza, el cual habría pasado a la historia si el rey Carlos hubiera ganado la contienda civil, al ser su suelo regado por la bendita sangre de su glorioso antepasado.

            A Dios gracias no era nada de aquello, su rebeldía limitábase al nombre, aunque sospechaba que hablaba catalán con la servidumbre, y a poner en duda su autoridad paterna. De haber sido uno de sus hijos varones habría conocido en sus carnes lo que significaba la patria potestad. Mas no Isabelita cuya efigie era una lámina de su amada Victoriana, que diríase surgir del mausoleo para regalarle la vista. Lástima grande que la voz arruinara el encanto de sus facciones, mas aún así una sonrisa suya valía por todos los disgustos que ocasionábale al cabo del día.

            Había de pensar ya en el matrimonio, decíale. Precisamente, Arturo, ¿se recordaba de Arturito? El hijo de… ¿Sí? Hacía tanto que no se veían, al menos siete años. Pues bien, precisamente había estado aquella mañana, después de regresar de Londres donde ha estado estudiando. Londres, ¿le oía bien? Y no esa academia en que se obstinaba ella, buena en tiempos, pero de bajas horas hogaño. Pronto el buen Arturo volvería a marchar, se había hecho un apuesto joven. Le había hablado de ella, sonrió candorosamente… No, no, él a Arturo. ¿Cómo que ni lo sueñe?

            – Que no, papá, ya tengo novio.

            ¡Novio! ¿Cómo que tenía novio y él no sabía nada? ¿Quién era? ¿De qué familia? ¿Cómo que buen chico? ¿Qué respuesta era aquella? ¿Cómo se llamaba? ¿Germán? No conocía ningún Germán entre sus amistades. ¿Era de buena familia? ¿Su abolengo era rancio? ¿Cómo que no, porque no olía? ¡Jovencita, no toleraba impertinencias!

            – Qué importa la familia, papá.

            Vamos, un plebeyo. Que tiempos. En fin, así estaban las cosas. Con tal que fuera cristiano y trabajador. ¿Por qué aquella expresión? ¿No sería protestante o Dios sabe qué?

            – No, papá.

            Menos mal. ¿Cómo se ganaba la vida? ¿En servicios? ¿Qué servicios? ¿Comerciante? ¿Qué tenía; una tienda? ¿Qué dirección? ¿Cómo que más adelante? Tenía derecho a saber quién era el que iba detrás de su hija.

            – Isabelita, Isabelita, eres muy joven y no conoces la vida. El mundo está lleno de sinvergüenzas. ¿Cómo sabes que no va en busca de tu dinero?

            – No sabe que soy rica.

            Buena estratagema, al menos su amor sería sincero. ¿Cómo lo conoció? En la discoteca, claro, tenía que ser así, porque es donde confluye toda la juventud.

            Esperaba que obrara con buen juicio, tenía fe en él, era tan parecida a su llorada esposa. ¿Mas te das cuenta, Victoriana? Tenía novio y no se lo había dicho. Ah, cuan mal había hecho con no contraer matrimonio. Eran cosas que se comentaban a la madre, no al padre.

            Al final había desistido para el descanso de Elisabet. Cualquiera le decía la verdad.

            Germán.

            No lo entendía. Estaba segura que la quería, entonces, ¿por qué aquel comportamiento suyo? Ojalá Mac pudiera ayudarle. Le había caído bien el amigo de Germán y se veía claro que ambos se apreciaban realmente.

***

            Algo le había despertado. Mac encendió la lámpara de la mesita de noche. Dani estaba en la puerta, pálido, vestido sólo con el pantalón corto del pijama. Las aletas de la nariz dilatadas.

            – Soñaba cosas feas -repuso.

            Estaba asustado.

            – ¿Puedo dormir contigo?

            Mac cerró los ojos medio adormilado.

            – Bueno -suspiró.

            Dani cerró la puerta. Subió a la cama, pasó por encima de su primo y cerró la ventana para que no entrara nadie. Luego se acurrucó al lado de Mac y lo ciñó con brazos y piernas apoyando la mejilla en su pecho.

            Finales de agosto, treinta grados, y aquel pequeño enlazado a él como una lapa.

            Mac sudaba.

            No volvería a llevarle a ver una película de miedo.

            – Nunca más.

            – ¿Qué dices? -murmuró el niño soñoliento.

            – Duerme.

            – Sí.

            Al poco estaba felizmente dormido abrazado al cuerpo de su primo que transpiraba.

            Quien no podía dormir ahora era Mac. Sentía demasiado calor con todo cerrado y el sudoroso Dani pegado a él. Acarició su cabello tiernamente sin valor para apartarlo de sí. Quería mucho a su pequeño primo y nunca volverían a estar tan unidos como en aquella edad. Se separarían cuando crecieran, los intereses adultos los apartarían, el trabajo, la novia, una nueva familia… era ley de vida. Mac conocía bien la lección. Pasaba con los amigos, pasaba hasta con los propios hermanos. Por muy unidos que continuaran estando nunca era como cuando eran pequeños y convivían juntos en la misma casa. Había intereses, había más egoísmo, y el cariño, aún siendo sincero, no era tan puro.

            El aliento de Dani al respirar hacía cosquillas en su torso desnudo. Aquel crío se metería en líos, pensó. Era demasiado inquieto, aunque no travieso. Tampoco era reñidor como había sido él, pero aquello no significaba nada. Tenía un espíritu demasiado curioso, callado aunque en casa hablara por los codos. Le gustaba leer devorando todos los tebeos que caían en sus manos, sus juegos eran imaginativos y de aventuras cuando no se entretenía escudriñando con el microscopio que le habían regalado aquellos reyes. Parecía muy pacífico, pero con una energía interna inmensa y una curiosidad por conocerlo todo que mareaba. Las preguntas que le hacía a él no acostumbraba a realizarlas a los padres, tal vez porque sus respuestas no le satisfacían, y consultaba en cambio la enciclopedia de casa aunque no entendiera todas las explicaciones. Demasiado inquieto. En cuanto tuviera ocasión se sumergiría en las calles para conocer el mundo por sí mismo, obtendría mayor satisfacción que preguntandoselo a gente supuestamente capacitada. Y se metería en algún lío si no era prudente.

            No estaría mal que le contara su propia experiencia cuando tuviera capacidad para comprenderla. Al menos le sujetaría los pies, le haría ser cuidadoso.

            Dani se movió sin soltar el cuerpo protector de su primo. Parecía sonreír. Mac se preguntó cómo reaccionaría si supiera lo de la droga. No le hizo gracia. Se sentía incómodo sólo de pensar que Dani pudiera descubrirlo y averiguara cómo era en realidad su adorado primo. Mac sentía un gran placer sintiéndose admirado por aquel pequeño, pero aquello llevaba también una responsabilidad. No podía defraudarle.

            Era curioso.

            Siempre le había gustado ser él mismo. Sin embargo ahora… ¿Por qué no pensaba lo mismo con Isabel? Quizá es que ella le conocía demasiado bien, quizá es que no quería mentirle como embaucaba a Dani, quizá… A lo mejor es que necesitaba ser admirado por alguien aunque fuera un niño, que alguien tuviera fe en él cuando ni él mismo la tenía.

            Dejaría la droga. Hacía días que no la probaba. Lo conseguiría. Por Isabel, por Dani, por él, sobre todo por él. No le importaba suicidarse, pero no quería ser un desecho suplicante como había sido Nacho, no quería arrastrarse en el fango, eso no. No quería perder los pocos valores que le quedaban, ni romper los lazos afectivos, ni mentir, ni robar o prostituirse para conseguir dinero, poder drogarse y evitar el síndrome de abstinencia. No quería ser un esclavo además de un asesino.

            El adjetivo no le hizo tanto daño como otras veces. Aquello era mérito de Isabel. Deseó estar con ella, que le volviera a besar como aquella tarde.

            Apartó sus pensamientos.

            Se pondría cachondo y no quería estando Dani en su cama, no estaba bien.

            Pero no podía dejar de pensar en ella. Su primo había tenido razón, flipaba.

            Dani se movió. Su brazo ahora estaba enlazado en el cuello de Mac, quien se secó el sudor de la frente. Deseó abrir la ventana, que corriera el aire, pero se abstuvo, podía despertar al niño.

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