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17
febrero
Aguja de marear (3)

VIDRIERA ROTA (2)

Aguja de Marear

1976

3

            Mac dejó el equipaje encima de la cama, lo abrió sacando las ropas y colocándolas en el armario. Dani estaba sentado en el lecho observándole silencioso. Le gustaba su primo porque siempre jugaba con él, le hacía caso y no le trataba como a un niño. En ocasiones hasta se olvidaba de que era mucho mayor que él. Fue el único que le escuchó, y en el que se refugió, cuando emigraron dos años antes a Barcelona y creía que ya nunca más vería el pueblo y sus amigos. Veía a Mac como el hermano mayor que no tenía y le imitaba como Mac, antes de empezar a crecer, había imitado a Juan.

            – ¿Qué has estado haciendo?

            – ¿Eh?

            – ¿Que qué has estado haciendo? -repitió el niño.

            – Nada -¿A qué se refería?

            – ¿Y por qué dijo mamá que has hecho algo?

            – Ah, eso. Travesuras.

            Dani torció los labios. La respuesta no le satisfacía.

            – ¿Tú no las haces?

            – Yo soy un niño. Y tú un viejo.

            Arrea.

            Mac no supo qué contestar.

            – No lo soy tanto como para sentar la cabeza.

            – ¿Sentar la cabeza?

            No recordaba haber oído aquella expresión. La tomó literalmente.

            – Quiero decir que no soy tan viejo como para ser un chico formal.

            – Ah, vamos, un gilí.

            Mac se desconcertó. El renacuajo conocía la palabra gilí y no sentar la cabeza. Sí, posiblemente se hacía viejo.

            – Hombre, tampoco es eso.

            Siempre hablaba a su primo con la misma claridad como si tuviera su edad. Se preguntó si era aquella la causa por la que Dani estaba tan pendiente suyo.

            – ¿Qué problemas tienes con los papás? -insistió el pequeño.

            ¿Intuición? ¿O es que no se le escapaba nada?

            – No hay problemas…

            – Sí los hay.

            La mirada limpia del niño siempre le enternecía.

            Tenía que darle alguna explicación o no le dejaría en paz. Y no tenía que ser una cualquiera, Dani no era un estúpido.

            – ¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?

            Dani asintió con la cabeza.

            – Me he portado mal y le han llamado la atención a mi madre. Ya sabes, igual que cuando tú haces algo en el colegio y les dan la queja a tus padres.

            – ¿Te han castigado?

            – Naturalmente.

            – ¿Qué hiciste?

            Mac se sintió cogido.

            Demonio de crío.

            Dani balanceaba las piernas expectante.

            – Robé -mintió.

            – ¿Robaste? ¿Tú? -incrédulo.

            – Sí -pronunció intentando que el tono fuera lo más sincero posible. Prefería aquel embuste que no mentarle la droga. Tal como era su primo empezaría con más preguntas.

            – ¿Te cogió la poli?

            – Sí, claro.

            – Pero no te han metido a la cárcel.

            No señor, no se le escapaba nada. Tendría que ir con pies de plomo en aquella casa.

            – Me quieren dar otra oportunidad.

            – ¿Por eso están enfadados mis padres?

            – Por supuesto. ¿Tú no lo estarías?

            – No lo estoy.

            Aquel crío era increíble. Ni siquiera parecía asombrado por la noticia.

            – Pues deberías. Tú no debes hacerlo nunca.

            – Ni tú tampoco.

            – No lo haré.

            – ¿Me lo prometes?

            – ¿No te fías?

            – No -y sonrió.

            Tenía una sonrisa peculiar, entre divertida y burlona. Mac se lo prometió con cara solemne, lo que fue un error porque Dani no se lo creyó y se lo hizo jurar.

            El niño no lo dejó solo hasta que llegó su padre poco después para comer. No hubo diferencias en la bienvenida, sólo que Pablo fue más tajante aún que su esposa. Que no se pensase que en su casa iba a hacer lo que le diera la gana, la puerta estaba allí. ¿Estaba claro? Mac asintió.

            Después aprovechando que Dani había salido a jugar con los amigos, Pablo ido al trabajo y su tía fregaba los platos, volvió a su cuarto. Sacó del calcetín la papela de heroína que había escondido antes de emprender el viaje. Con ella en la mano izquierda, pasándola entre los dedos una y otra vez, paseó la vista por el dormitorio. ¿Dónde podía ocultarla? La habitación medía dos metros por dos y medio. No era conveniente un sitio muy rebuscado. Lo primero que mirarían, y lo iban a hacer aquello estaba claro, serían los escondites más recónditos. No sospecharían que pudiera estar a la vista. A la vista, ¿pero dónde? Y al mismo tiempo escondido. El armario descartado. La ropa también.

            Sus ojos tropezaron en una pata de la cama. Había papeles doblados debajo de ella para que no cojeara. Estaba cruzada en la habitación, al lado de la ventana y tres de sus cuatro lados estaban pegados a las paredes.

            Allí.

            Era posible que no buscaran un papel entre papeles.

            La levantó un poco.

            Introdujo la papela.

            Movió la cama.

            No cojeaba.

            Una cosa menos, pensó mientras terminaba de guardar la ropa en el armario.

            De todas formas no estaba satisfecho. ¿Por qué había comprado la dosis si quería dejarla?

            No quiso pensar.

            No era conveniente.

            En ocasiones cuanto más pensaba en dejarla más le apetecía.

            Salió a la calle y paseó un rato por Fabra i Puig hasta la Meridiana, entró en el Canódromo y contempló dos carreras de galgos aburriéndose soberanamente. En aquellos momentos se sintió desplazado. ¿Qué hacía él en aquella ciudad? Su entrevista con Germán había sido un fracaso. Era el único motivo por el que había ido allí. ¿Estudiar? ¿El qué y para qué? Lo más inteligente era regresar al pueblo y ponerse a trabajar aprovechando que allí ahora había colocación, incluso ingresar en Endesa con un poco de suerte. No le importaba ya trabajar en las minas. La verdad es que no le importaba nada. Mac había muerto hacía mucho tiempo. Ahora era un ser que ni él mismo conocía y le daba igual trabajar como consumir la droga que guardaba en su habitación.

            Pero no fue a buscarla, permaneció allí mientras anunciaban una tercera carrera.

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