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20
enero
El soplo del vendaval (y 39)

CAPÍTULO XXXIX

Había terminado preso en el castillo de Figueras, en Gerona. Construido en el siglo XVIII había contenido parte de la pinacoteca del Prado y derruido parcialmente mediante explosiones provocadas por los republicanos en febrero de 1939. En mayo de 1940 Franco lo convirtió en campo de concentración para los presos republicanos, tanto para los que se quedaron en España como los procedentes de Francia, muchos de los cuales sólo se quedaban una noche.

Solo estaba Tomás esperándole cuando Jesús salió libre del castillo. Daba cortos paseos por la explanada de la colina, sudando bajo el sol con su uniforme de capitán, mientras esperaba que liberaran a su padre. Detuvo sus pasos al oír la puerta. Sonrió. Se acercó raudo. Jesús no se movió. Se abrazaron.

Cuando se separaron Tomás aprovechó para inspeccionarlo en un rápido vistazo. Los años de prisión no parecían haberle hecho mella. A sus 49 años Jesús aparentaba su edad real; Tomás había esperado verlo más envejecido o amargado. Orosia lo había asimilado peor y aún así habría llevado el cautiverio todavía peor si no hubiera sido por las cartas de su marido. Siempre que llegaban constituían un acontecimiento. Orosia leía en voz alta la parte destinada a la familia, pero la destinada exclusivamente para ella se la guardaba leyéndola en silencio. Mateo veía brillarle los ojos y el rostro iluminarse.

Nunca escribió Jesús nada desazonador, sólo había esperanza, cariño, anécdotas que hacían reír a las niñas, lo mucho que los quería y echaba de menos. Incluso entre líneas Orosia únicamente detectaba optimismo.

Por lo que veía ahora Tomás su padre no fingía al escribir. Había sabido adaptarse a la prisión de una manera que él no habría podido. Otros lo habían llevado peor, pero Jesús no estaba dispuesto que quien lo denunció lo viera resentido, hundido o temeroso. Como defensa había echado mano al humor y a la cordialidad. Incluso lo aceptó como un castigo atrasado por sus acciones juveniles, que Orosia le impidió en su día; con aquello quedaba en paz ante sus ojos, aunque nunca se perdonaría lo ocurrido a su padre. No tardó en llevarse bien con todos allí donde estuviera, tanto compañeros como carceleros. Se aprovechó de los beneficios penitenciarios que concedían a quienes querían recibir instrucción cultural – algo que siempre le había gustado – e incluso religiosa, con una sonrisa condescendiente y burlona cuando asistía a misa y a la catequesis.

Gritaba sinceramente ¡Viva España! cuando estaban formados en el patio de la prisión, al terminar el canto obligado del Cara al Sol, brazos en alto, del cual lo único que aprendió fue la estrofa Cara al Sol con la chaqueta nueva, en lugar de la camisa, limitándose para el resto con abrir y cerrar la boca; pero ahogaba una carcajada cada vez que oía una voz rebelde a su espalda gritar ¡Viva Azaña!, en vez de España.

Cuando le interesó dejó caer en la clase cultural que había trabajado en su juventud en un periódico, dando un nombre falso del mismo, que el maestrillo tomó como real. Por lógica, no era conveniente que supiera que trabajó en el «Espartaco», y respecto a «El Internacional», era un nombre que podía conducir a error por lo de la Internacional comunista.

No tardó en colaborar en una revista para los presos. La censura era implacable, pero tenía completa libertad para escribir artículos de alabanza al Caudillo o al régimen, acatando dócilmente las consignas de la Nueva España, arrepintiéndose de su pasado. Paradójicamente fue lo que más le gustó a Jesús porque estimulaba su ingenio, haciendo aparecer su mejor ironía con frases de doble sentido y unas alabanzas tan clarísimas que daban la sensación que más que elogios, eran mofa. Al censor de turno siempre lo llevó de cabeza no sabiendo si admitir sus escritos o no.

Tomás llegó a leer un artículo y conociendo a su padre detectó perfectamente toda la sorna, medias verdades y el pitorreo que existía entre líneas. Se rio abiertamente reconociendo que él nunca llegaría a su altura. Quizá su padre fuera un mal anarquista, pero sin duda nunca sería un buen franquista.

-Me alegro de que esté bien –dijo.

Comenzaron a descender la cuesta de la loma en que estaba el castillo de Figueras.

-Los del pueblo han declarado a mi favor –informó Jesús como si su hijo no lo supiera, sólo por abrir conversación -. Han dejado claro que no tengo delitos de sangre ni participé en ninguna violencia roja.

-¿Ahora los llama rojos?

-Para simplificar. ¿Vas a seguir en el ejército?

-Me licenciaré cuando me toque. Volveré al periodismo.

-A defender el nuevo régimen como defendiste el anarquismo.

Había ironía en su voz, una ironía que Tomás interpretó socarrona.

-¿Por qué no? También usted lo ha defendido en la revista para presos.

Touché –rio Jesús.

-Además, hay que estar con los tiempos, y no hay ideología buena. Usted lo sabe bien.

-Pero yo dejé todo activismo cuando me di cuenta de eso. Tú te has cambiado de chaqueta por venganza.

-¿Importa el motivo?

-Eso te lo has de contestar tú mismo. Es tu vida; yo sólo soy tu padre, no tu conciencia.

-¿Tan funesto cree que es Franco, que convertirá España en otra Alemania?

Jesús frunció las cejas pensativo.

-No, no lo hará. Franco no es político, es militar, y no ha conocido otra cosa en su vida que el ejército. Creo que gobernará de la única manera que conoce, la cuartelera. Convertirá España en un inmenso cuartel, y en un cuartel el soldado tiene libertad de hacer lo que quiera siempre y cuando no se salga de las ordenanzas. Si estoy en lo cierto, con Franco los españoles tendremos libertad para hacer todo lo que queramos mientras no quebrantemos las ordenanzas, que serán las leyes del régimen, naturalmente.

-Ya veremos –respondió Tomás no muy convencido, pues desde antes de terminar la guerra imperaba toda la parafernalia nazi -. Me preocupa que nos meta en la guerra. Se está organizando un cuerpo de voluntarios para ayudar a Hitler con los rusos, División Azul la hacen llamar. Quieren que esté operativa para este octubre.

-Pero solo contra los rusos.

-De momento.

-Y después también. A Franco no le interesa ponerse a mal con los aliados. Con Rusia es diferente. Son comunistas, ayudaron a los republicanos y si hubieran ganado la guerra, hoy España sería un país comunista. Así que Franco se la tiene jurada. Los otros países son distintos, no ayudaron.

-Pero sí Alemania e Italia, y están en guerra con ellos. Es una deuda que les debe.

-Con todo no creo que entremos en guerra. A menos que Hitler nos invada para apoderarse de Gibraltar. Entonces seguro que entrábamos; contra él, porque los españoles somos así. Le pasaría como a Napoleón. No. Por mucho que desee Franco entrar en la guerra, ama demasiado a España como para meterla por un capricho suyo. Si lo hace, será en el último momento, cuando vea que tiene todas las de ganar con un mínimo esfuerzo y sacar tajada. Mientras no lo vea así de claro no participará por mucho que le apetezca. En primer lugar, porque España no está en condiciones después de la guerra civil, y en segundo, porque sería el fin de su dictadura en caso de perder. Le ha costado mucho llegar donde está como para arriesgarse tontamente. Franco es ambicioso, pero no se deja dominar por la codicia. No. Lo más probable, si se da el caso, es que intente entrar en la guerra de una forma teatral, exigiendo a Hitler ventajas coloniales y materiales. Unas exigencias tan exageradas que Hitler no querrá admitirlas.

-Pedir unas exigencias para no entrar en guerra. ¿Qué ganaría con eso?

-Tiempo. El suficiente para saber cómo terminará al final la contienda y poder actuar según le convenga.

-Así que tenemos Franco para días.

-Me temo que sí, pero nos iría peor si hubieran ganado los comunistas…

-En eso, estoy de acuerdo.

-… pero me preocupa el futuro. Esto no ha acabado. Es únicamente un descanso, ni siquiera es un armisticio. Quizá se mantenga esta paz vigilada hasta que muera Franco, pero cuando ocurra, todo volverá a empezar. No habéis luchado contra una serpiente que muere al cortarle la cabeza. Es una hidra. Por cada cabeza cortada surgen más. Sí, después de muerto volverá a soplar el vendaval de la extrema izquierda, para mal.

-O para bien –respondió Tomás dando la razón a su padre de que se había cambiado de bando por venganza y no por convicción.

-No, para mal. Porque la enfermedad endémica de este país es que, salvo alguna rara, pero muy rara, excepción, todos sus políticos son unos inútiles cuando no egoístas y avariciosos. La República la han hundido los políticos republicanos, que han resultado nefastos, y la extrema izquierda, porque quería la revolución. No la han destruido ni la derecha ni Franco, aunque es quien se ha aprovechado de ello. Los futuros políticos serán igual de funestos que los de ahora, es irremediable porque los españoles lo llevamos en la sangre. Sí, volverá soplar el cierzo y Dios sabe qué ocurrirá, sobre todo si tenemos algún patas de perjuicio como gobernante.

El cierzo.

Jesús se dijo que era una buena comparación. El odio, como si del cierzo se tratase, había barrido todo, había provocado la desaparición de una forma de vida que nunca regresaría. Ahora se crearía otra forma de subsistencia, otra sociedad que sería diferente a la anterior. Lo mismo estaba ocurriendo en el resto del mundo. Sin embargo, la esencia humana, vanidad, egoísmo, orgullo, envidia… que forman lo peor del alma humana no había cambiado y serían las causantes de que el vendaval soplara de nuevo. Estaba convencido.

Aunque es algo que yo no veré, pensó, quienes lo sufrirán serán mis bisnietos o tataranietos. De momento podía dar gracias a Dios. La guerra había asolado el país, había destrozado familias y separado a sus miembros por sus ideologías, pero la suya había sorteado el temporal y todos sus seres queridos habían sobrevivido. Vete y  no vuelvas hasta que te pongas de rodillas, reces un Padrenuestro y pidas perdón a Dios, le había dicho su padre. Lo he hecho, pero repetiría todos mis actos sin cambiar nada, porque ellos han hecho de mí lo que soy ahora. Si no hubiera sido anarquista ni activista nunca habría conocido a Orosia, ni habría sido tan feliz como ella me ha hecho, ni tenido estos hijos. Este presente es producto de mi pasado. Sí, lo volvería a hacer.

-¿Me llevas a la estación? –preguntó.

Era hora de volver con Orosia.

-No, primero vamos a comer.

-Perderemos el tren.

-Lleva más de tres años fuera de casa, por otro día que tarde no pasará nada.

-La última vez que pensé así tardé otros tres años –rezongó por lo bajo.

-¿Ha dicho algo?

-Nada.

Siguió a su hijo hacia el restaurante.

-¿Qué tal te llevas con Julián?

-¿Por qué lo pregunta?

-¿Acogió bien que lucharas por Franco?

-Lo entendió cuando le expliqué mis motivos; mejor de lo que esperaba, la verdad. Me contó lo que pasó en Rubielos. Yo ya conocía la historia por Pedro, pero a él es la primera vez que se la he oído contar. Sin embargo, comprendí por su tono que aunque no hable del tema es algo que no ha olvidado. Sí, me entendió perfectamente.

-Me alegro. No quiero veros enemistados. Para mí es otro hijo y os veo como hermanos.

-Pierda cuidado. ¿Sabe que Mateo sigue con la tontería de ser cura? Estuvo replanteándoselo después de la guerra por todo lo que vivió.

-Así que ya ha tomado la decisión.

-Todavía no, pero me temo lo peor.

-No parece que te guste.

-Desde mi nueva faceta de adepto al Movimiento me viene de perlas tener un hermano sacerdote, sobre todo si llega a obispo. ¡Pero como anarquista, me repatea!

-¿Y como hermano?

Tomás sonrió.

-Le dije una vez que me sentía orgulloso de que fuera mi hermano. Creo que tiene mucho potencial y que no debería echarlo a perder así. Pero si es su decisión, le ayudaré todo lo que pueda. Si se deja.

-Con tal que no le llames curita.

Tomás soltó una carcajada.

-¡No se me ocurrirá! ¡Qué paliza me pegó! Por cierto, no sé qué me dijo que le debe usted una bendición.

-No me la va a perdonar –refunfuñó, pero su tono no era en absoluto enfadado. Tomás habría dicho que incluso era emocionado. Sonrió cuando Jesús le contó la historia.

Se detuvieron en el restaurante, antediluviano, con mesas decimonónicas en el exterior a modo de veladores y sillas carcomidas, al ser también bar. En la pared, sobre un cartel anunciando el atrapamoscas Orión, había otro de la parroquia, en donde se veía a dos jóvenes bailando con sendos demonios; debajo de la imagen se leía: Joven… diviértete de otra manera. Al otro lado de la puerta, una pizarra con un escrito a tiza: Hoy, día del plato único.

Tomás abrió la puerta y se hizo a un lado para que entrara.

La ovación detuvo los pies de Jesús. Orosia, Mateo, Pilar, Julián, Pedro… estaban todos. Apolonia y Orosita, muy altas, corrieron hacia él. Luz tenía un bebé de meses en los brazos.

-¿Otra nieta? No me has dicho nada.

-Era una sorpresa. Y este es un niño.

-¿Cómo se llama?

-Adivine.

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