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23
septiembre
El soplo del vendaval (25)

CAPÍTULO XXV

…el caso es que la República podía haberse salvado. En el 33 Besteiro pudo haber llevado al PSOE hacia un camino moderado, pero fue derrotado por las tesis de Prieto y Largo Caballero, que condujeron al partido hacia el comunismo bolchevique. El último dijo que el Socialismo es incompatible con la Democracia.

Prieto finalmente se dio cuenta de su error; el mismo Prieto que fue uno de los artífices de la Rebelión de Octubre del 34, en la que el PSOE, los anarquistas y separatistas catalanes nos alzamos contra el Gobierno legítimo de la República, bajo la mentira de que era fascista. Lo que ocurrió después, exagerado hasta el paroxismo (no digo que en parte no fuera verdad, pero la propaganda de toda la extrema izquierda lo exageró convenientemente) ha llevado a una crispación nacional, en la que la guerra civil es la única salida. Prieto se dio cuenta de esto y ha intentado evitarlo. Advirtió del peligro en un discurso en Cuenca hace dos meses, pero sólo consiguió que fuera abucheado. En Écija le dispararon…

Tomás interrumpió la escritura meditando qué escribir a continuación. Desde 1934 el resentimiento entre la derecha y la izquierda había aumentado exponencialmente. Las elecciones de febrero habían sido bélicas, no democráticas, ni el PSOE ni la Falange estaban dispuestos a respetar el resultado adverso; la suerte del pueblo español no se decidirá en las urnas sino en la calle, había escrito «Solidaridad Obrera». Hasta Andorra estaba desbocada. Jesús le había escrito que en las elecciones iban grupos por las casas comprando votos acompañados de dos mujeres embozadas y armadas. Tomás se preguntó quiénes serían. En aquello había desembocado los años de latrocinio, de atentados, de destrucciones del patrimonio artístico y cultural, de crímenes y violencia, quién sabe si hasta fraude electoral.

Sus ojos se desviaron hacia una foto de Luz como buscando inspiración. Recordó las palabras de Rosa cuando le pidió la mano de su hija. Definitivamente su familia estaba gafada en estos menesteres.

-Tú y tu padre sois como aquel niño que desmontó su juguete, pero después no supo montarlo y lo tiró a la basura.

-No hables así, mamá –regañó Luz.

A Tomás le asombraba aquella familiaridad. Ni él ni sus hermanos se atrevían a tutear a sus padres.

-Hija, me alegra que estés enamorada de Tomás…

Luz enrojeció.

-… y sé que él lo de esta de ti…

Miraba a los ojos de Tomás, que desvió la vista por el tono de reproche.

-… pero quisiera que moderara sus ideas. No me gusta que impliques a mi hija en tu revolución. No creas que no sé que la llevas a tus reuniones con esa gentuza.

-Tomás ni me obliga ni me lo pide. Voy porque quiero.

-Pero lo consiente.

Tomás no dijo nada, tenía la sensación de que cualquier cosa que dijera la pifiaría.

-No renunciaré a Tomás como tú renunciaste a su padre –dijo cruelmente Luz.

Rosa palideció y Tomás se quedó con la boca abierta.

-¿Crees que no lo sé, que no lo he adivinado? Estabas enamorada de Jesús, aún lo estás. He visto esa foto que tienes escondida. Al principio creí que era mi padre, pero no es cierto, ¿verdad? ¡Es el suyo! –señaló a Tomás con dedo acusador – ¡Te casaste con papá porque se parecía a Jesús!

-¿De qué estás hablando? –consiguió articular Tomás. Miró a Rosa, que estaba lívida – ¿Mi padre y usted…? ¿Somos hermanos? –preguntó a Luz.

-No. No lo sois. Jesús y yo nos conocimos mucho antes de que apareciera Orosia. No ha habido nada entre nosotros, salvo amistad, desde el día que la conoció. Es cierto, todavía lo amo, pero él a mí, no. Nunca estuvo enamorado de mí. Por eso me encanta que vosotros lo estéis. Pero no quiero, hija, que este amor te arrastre a…

-No renunciaré a Tomás.

Todavía sentía el joven lo desagradable de la situación. Luz, terca como una niña consentida. Rosa, desolada, con su secreto descubierto por su hija, que había adivinado que nunca quiso a su padre. Tomás, incapaz de renunciar a Luz sabiendo que Rosa tenía razón.

Tengo miedo, padre, porque está ocurriendo lo que usted escribió cuando informó de la revolución rusa…

Dos días antes, 17 de julio, se habían sublevado las tropas de Melilla y el 18 lo había hecho el general Franco en las Canarias. Sin embargo, la noticia no sorprendió a Tomás, porque hacía tiempo que se conocía el complot militar. En mayo, el ‹‹Heraldo de Madrid›› había publicado un listado con los nombres de los militares conspiradores. E incluso corrían rumores de que el propio Franco había advertido de la hostilidad del Ejército al presidente del Consejo, Casares Quiroga.

A pesar de todas las evidencias el Gobierno del Frente Popular no había hecho nada para evitarlo.

Hablando con unos y otros Tomás llegó a la conclusión de que el Frente Popular quería que estallara la revuelta y por eso lo permitió. Tendría así la excusa perfecta para, una vez aplastada, implantar la revolución que tanto ansiaba.

Las palabras de Largo Caballero en el periódico ‹‹Claridad›› del día 16, es decir, el día antes del alzamiento, instando a la guerra civil y a la dictadura de izquierdas, convencían a Tomás de sus sospechas. Eso y que el Gobierno no hubiera hecho nada para atajar el pronunciamiento antes de que estallase.

La República había degenerado en un régimen bárbaro, salvaje, criminal, hasta el punto que insignes republicanos, acaso los únicos verdaderos republicanos, habían acabado aborreciendo la deriva de aquella mal llamada república y ensalzaban a Franco como restaurador del orden y la civilización. Eran los padres de la República, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, y Ramón Pérez de Ayala; era el primer presidente de la República, Alcalá – Zamora; el político Alejandro Lerroux; el académico Miguel de Unamuno; la diputada Clara Campoamor, a quienes las mujeres le debían el derecho al voto; hasta un anarquista, Julio Camba.

No sé cómo acabará esto, pero sí sé que morirán muchos inocentes. De los fascistas no se puede esperar otra cosa, pero, como usted me diría, de nosotros tampoco. Después de todo, los fascistas han aprendido de los comunistas, ¿no me dijo usted, en una ocasión, que Mussolini había sido socialista? ¿No sería irónico que los fascistas fueran en realidad de izquierdas y que la diferencia, y por lo que nos enfrentamos, es porque ellos son nacionalistas y nosotros internacionalistas? El partido de Hitler, por ejemplo, es Nacional –  Socialista, y su nombre exacto es Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, cuyas siglas son PNSOA, pero si sustituyéramos ‹‹alemán›› por ‹‹español››, las siglas quedarían en PNSOE, casi las mismas que el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) ¿Qué le parece? Hitler no se considera de derechas, se considera de izquierdas, socialista.

Pero estoy empezando a elucubrar.

Esta va a ser una guerra sin cuartel, porque ningún bando tendrá piedad con el vencido. Sigo pensando que no se puede hacer una tortilla sin romper el huevo, pero ¿cuántos huevos se romperán sin ni siquiera hacer la tortilla?

Después de echar la carta en correos se encaminó al piso de Rosa. Tras la desastrosa petición de mano consideró más prudente buscarse una pensión. La relación, en cambio, no se rompió. Siguió saliendo con Luz, la acompañaba al portal de casa y, por insistencia de su novia, entrando. Se sorprendió que Rosa aceptara la situación mejor de lo que esperaba, pero no quiso indagar en el motivo de aquella resignación.

¡Mujeres, heroicas mujeres del pueblo! ¡Acordaos del heroísmo de las mujeres asturianas en 1934; luchad también vosotras al lado de los hombres para defender la vida y la libertad de vuestros hijos, que el fascismo amenaza!…

Luz bajó el volumen de la radio al entrar Tomás en la salita. La voz de la Pasionaria se amortiguó, pero no su timbre.

¡Soldados, hijos del pueblo! ¡Manteneos…!

-¿Puedo hablar contigo? –preguntó después de saludar a Rosa.

Entraron en el dormitorio de Luz.

-¿Me vas a prohibir que me apunte a las milicias?

-Me lees el pensamiento –respondió Tomás -. Sí, te lo prohíbo.

-¿Por qué?

-Porque no quiero que te maten. ¿Crees que esa que está hablando por la radio irá al frente? ¡Quiá! Se quedará en retaguardia, a salvo, quizá incluso fuera del país si la guerra se tuerce, mientras los imbéciles como nosotros nos despedazamos. Y con ella, los demás cabecillas.

-Tú sí irás.

-Si no voy, me reclutarán; tengo 21 años. Pero de momento no obligan a las mujeres a ir a la guerra. No quiero que vayas voluntaria. Sé que no me harás caso, pero te lo prohíbo.

-Te sorprenderías –sonrió la muchacha -. No tengo la menor intención de ser miliciana. Ni siquiera creo en tu causa.

Se rio abiertamente al ver la expresión de Tomás.

-Así que todo ha sido una burla.

-No. Siempre te he amado, desde que te conocí, pero tú sólo veías en mí a una niña. Cuando te fuiste creí morir. No es la palabra exacta, pero sí la más parecida a lo que sentía. Cuando regresaste me juré que serías mío. Ya no era una niña, lo supe por cómo me miraste. No iba a consentir que Delia te recuperara, por eso iba contigo a las reuniones del partido; me comentaste que la habías conocido allí. Ella aún te deseaba; no iba a darle ninguna opción. Si querías una novia libertaria, esa sería yo. Pero la situación ha cambiado. No voy a ser una miliciana y encontrarme una bala perdida; Delia me odia tanto como yo a ella.

-Me has hecho vivir una mentira.

-Yo la viví antes. Crecí en ella. Cuando mi madre me hablaba de mi padre, me mentía. Cuando me decía cuánto lo amaba, me hablaba del tuyo. ¿Cómo crees que me sentí cuando descubrí la verdad?

-No lo sé –respondió Tomás, que ya no sabía si Luz había actuado por celos o para vengarse en él por lo que hizo Rosa -. Supongo que como yo ahora. ¿Hablaste con tu madre? ¿Le dijiste que tu supuesto anarquismo era una patraña?

-Sí. Me sinceré con ella tan pronto te fuiste. Se enfadó.

-Te extrañaría –replicó con sarcasmo.

-No le gustó que te hubiera engañado, pero se sintió mejor con nuestro noviazgo.

-No estoy tan seguro que lo sea.

Se fue sin esperar respuesta. Detuvo un segundo sus pasos, miró a Luz con unos ojos más dolorosos que fríos.

-Avisa a tus amos –dijo refiriéndose a los condes -. Que abandonen el país. La jauría está desatada y son demasiado ricos para que los respete la revolución.

Segundos después Luz lo veía alejarse por la calle. Tenía lágrimas en los ojos. En la radio la Pasionaria proseguía.

-¿Crees que lo he perdido?

-No has sido honesta con él –respondió Rosa -. Y tú mejor que nadie sabes lo que duele al ser engañado.

El Partido Comunista os llama a la lucha. Os llama especialmente a vosotros, obreros, campesinos, intelectuales, a ocupar un puesto en el combate para aplastar definitivamente a los enemigos de la República y de las libertades populares. ¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la unión de todos los antifascistas! ¡Viva la República del pueblo! ¡Los fascistas no pasarán! ¡No pasarán!

-¡Oh, mamá! –sollozó refugiándose en sus brazos.

Tomás se dirigió a la sede del Partido; necesitaba hacer algo para no pensar. Allí se enteró que el golpe estaba fracasando en la mayoría de las capitales. Había tenido éxito en las Canarias, África, Sevilla, Pamplona, Zaragoza… pero la entrega de armas al pueblo había salvado la República.

-¿Qué tal estamos aquí? –preguntó.

– Todo es confusión. Se dice que Goded ha aterrizado hace una hora y que está atrincherado en Capitanía. La Guardia de Asalto está con nosotros y parte de la Guardia Civil también; se dirigen ahora a la plaza de Cataluña. Nosotros nos estamos concentrando para tomar la Telefónica.

La reconquista del edificio de la Telefónica fue su bautismo de fuego. Al atardecer sólo resistía el viejo edificio de Capitanía General, en el que el general Goded había instalado su base de operaciones, junto al puerto.

Viendo el golpe fracasado, Goded telefoneó al Conseller de Gobernación, quien le exigió la rendición incondicional. El general aceptó, pero sólo si se entregaba a la Guardia Civil.

Tan pronto se rindió, la multitud asaltó el edificio ejecutando a la mayor parte de los oficiales allí mismo ante la impotencia de los guardias civiles.

Tomás abandonó Capitanía asqueado. Había estado a punto de asesinar a un soldado indefenso, que había arrojado las armas. No llegó a hacerlo porque se le adelantó otro compañero y al verlo morir tuvo un momento de lucidez. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo era posible que algo que un hombre no haría estando solo, lo realizara yendo en manada?

Salió a la calle mientras a sus espaldas seguía la matanza. Oyó una voz arengando a no tener piedad con los fascistas. La conocía, era de un tal Julio, con quien no había tenido tratos, pero que, según le había contado Marcelo, había sido compañero de fechorías de su padre.

Se detuvo a poco de alejarse en los aledaños de las Atarazanas, tenía ganas de vomitar. No lo consiguió, hacía horas que no había comido nada, pero el amargo sabor de la hiel inundó su boca. Escupió dándose cuenta de que tenía miedo, no a la lucha sino a perder el dominio de sí mismo y cometer las atrocidades que había visto.

-¿Te encuentras bien?

Delia estaba ante él con el cañón del fusil apoyado  en su hombro. A ratos habían combatido juntos siendo más valiente que Tomás; temeraria, incluso.

-Sí –mintió – ¿Y tú?

-También –sonrió triunfal – ¡Barcelona es nuestra! Y con nuestra victoria, todo el Levante, te lo digo yo.

-Muy segura estás, ¿qué pasa con la Marina?

-La Marina permanece fiel. Ni la Legión ni los Regulares podrán pasar a la Península. Sin esas tropas, en una semana el Comunismo Libertario gobernará España.

No era la única en pensarlo. Aquellas tropas eran las mejores del país. Sin ellas los rebeldes estaban perdidos. Pero subestimaron a Franco. Falto de convoyes, aquel mismo día 19 inventó el puente aéreo con tres aviones que transportaban doce soldados en cada vuelo.

-No he visto a Luz, ¿no estará enferma?

El final de la frase no podía estar más envenenado. La respuesta de Tomás sólo fue una mirada helada. En ocasiones tenía la sensación que Delia había superado la ruptura; en otras, se veía claramente que no.

-¿Qué pasó en la boda de tu hermana?

-¿Por qué quieres saberlo?

-Porque rompimos entonces; volviste cambiado.

-Habríamos roto igual. Aquello no tuvo nada que ver.

-No sé si creérmelo.

-Tú misma.

-Tuvo que ser grave –insistió.

-Lo grave es que sigas igual. Han pasado cuatro años, ¿por qué no te buscas a otro y te olvidas de mí? No me respondas, pero respóndete a ti misma lo siguiente: ¿crees en tus propias premisas? No tiene sentido que una mujer que exige hombres sí, maridos no, se comporte como tú haces conmigo.

-Aquello te dolió, ¿eh?

-No sabes hasta qué punto. Pero no rompí por eso, aquello simplemente me abrió los ojos.

-¿Y qué viste?

-Que estaba encoñado contigo, pero que no te amaba. Éramos demasiado diferentes y ninguno de los dos teníamos intención de cambiar o llegar a acuerdos. Únicamente queríamos imponernos al otro. Era mejor dejarlo. Y sigue siendo lo mejor, porque en esto tú y yo seguimos igual. Olvídate de mí, sólo consigues amargarte. Eres una mujer admirable, pero el orgullo te puede.

-¿El orgullo?

-Sí. Tu orgullo no te permite aceptar que me haya ido, quisieras tenerme atado como una marioneta.

-Eso no es cierto.

-Es posible, no digo que no. Pero creo que deberías responderte a ti misma con sinceridad si este atascamiento que tienes desde hace cuatro años, es por amor o por orgullo. En cualquier caso, te conviene pasar página, porque únicamente consigues amargarte y ser desgraciada. Te mereces algo mejor, Delia, te mereces un hombre que te haga feliz, pero este hombre no soy yo.

***

Al día siguiente, 20 de julio, los ácratas se hacían con el poder en Barcelona enviando una delegación al Palau de la Generalitat,

Lluis Companys al anunciarle la visita sufrió uno de sus habituales arranques histriónicos y comenzó a tirarse de los cabellos, arrojando cosas al suelo. Se quitaba ya la chaqueta cuando consiguió serenarse, calmándose a duras penas. Era un hombre voluble, caprichoso, inseguro, fluctuante, sin ningún pensamiento político, sobornador, vanidoso, con fobias violentas de envidia y de grandeza, pero también de miedo, persecución y agobio, que según el presidente de la República Manuel Azaña nunca había sido nacionalista y hablaba mal el catalán, mas también era intrigante y no tenía escrúpulos para ascender y mantenerse en el poder.

Se contempló un instante en el espejo arreglándose el cabello, alisándose la chaqueta y arreglando el nudo de la corbata. Luego caminó con decisión al encuentro de la delegación con su mejor sonrisa.

-Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña –les dijo todo florido -, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momento os recuerde que no os ha faltado ayuda de los pocos o muchos hombres leales de mi partido y de los guardias y mozos de escuadra…

Paseó la vista por los fulanos; su expresión facinerosa y adusta no le auguraba nada bueno.

-… Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si por el contrario, creéis que en este puesto puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y político.

Guardó silencio en espera de la respuesta, y mientras esperaba su mente hacía cábalas de cómo pasar a Francia si le cogían la idea y le exigían luchar como un soldado más. Por suerte para él los anarquistas prefirieron tenerlo como hombre de paja, un títere que obedeciera sus órdenes mientras ellos gobernaban Cataluña en la sombra.

***

Tomás llegó a su domicilio a paso lento. Después de la batalla de Capitanía había patrullado las calles con sus compañeros y tenido un enfrentamiento con los escamots, las patrullas armadas fascistoides de ERC, porque aunque teóricamente defendían lo mismo en aquellas horas, las tensiones y odios entre ambas facciones venían ya de antaño, pues los escamots practicaban el deporte de apalear obreros a los que previamente secuestraban para someterlos a torturas diversas; con sus camisas verdes regimentadas tenían declarada la guerra al anarco sindicalismo defendiendo un nacional socialismo catalán. Luego al amanecer había sido uno de los delegados para asistir al Palau de la Generalitat. Se sentía agotado de tantas horas sin dormir. Subió las escaleras aún más cansado y se encontró a Luz sentada en el suelo, al lado de la puerta. Tomás la abrió con sentimientos contrapuestos. Fuera lo que fuera lo que hablaran no era para hacerlo en el descansillo.

-Bueno –murmuró -, ¿qué quieres?

-Que me perdones.

-¿Qué tengo que perdonar? Es a tu madre a quien has de pedirle perdón. Cuando Rosa dijo, al pedir tu mano, que no quería que te arrastrara conmigo pudiste decir que todo era una farsa, que sólo lo hacías para competir con Delia.

-Se lo confesé.

-Sí. Horas después de darle la puñalada.

Al propio Tomás le dolía el tono abrupto que empleaba, pero no podía evitarlo.

-También pudiste ser sincera conmigo. No te habría abandonado si es lo que temías.

Una algarabía y disparos al aire ahogaron sus últimas palabras. Se asomó a la ventana. Movió la cabeza con desaliento.

-¿Qué es? –preguntó Luz.

-Una pandilla de milicianos borrachos vestidos de sacerdotes. Habrán saqueado alguna iglesia.

No han perdido el tiempo en asaltarlas, pensó. Había oído a un compañero jactarse de que habían profanado momias de monjas exponiéndolas en el convento de Salesas y a lo largo del paseo de San Juan. Recordó lo que había oído decir a sus padres de la Semana Trágica; nada nuevo bajo el sol. Regresando a casa había visto a varias prostitutas desnudas y con casullas realizando una parodia de la misa. Sobre un tonel habían dispuesto un facistol y dos candelabros. La que ejercía de sacerdote bebía el vino a grandes tragos y el resto tarareaba supuestos cantos litúrgicos entre grandes risotadas.

Sintió la mano de Luz en su hombro cuando también se asomó.

-Tu madre me advirtió de esto –dijo la muchacha tristemente.

-¿Mi madre?

-Sí. Cuando fuimos a conocer a tu sobrina hablé largo y tendido con ella.

Apolonia había nacido en el verano de 1933 y Pilar había atrasado el bautizo lo suficiente para que su hermano mellizo pudiese asistir. Tomás acudió con Luz para presentarla a la familia.

Jesús se alegró de que ambos estuvieran prometidos, pero Orosia, no. Apreciaba a Rosa, pero no estaba dispuesta a aceptar a Luz si tenía la antigua profesión de su madre.

Ambas tuvieron una densa conversación a solas. Luz ignoraba el motivo de aquella desconfianza (su madre nunca le había dicho la verdad de su pasado a este respecto), aunque se dio cuenta que Orosia la consideraba poco menos que una pelandusca. Al ignorar esta faceta de Rosa, Luz lo atribuyó a sus escarceos con el anarcosindicalismo. Después de todo, una de las cosas que reclamaban las jóvenes ácratas era la liberación sexual. Como defensa Luz contó toda la verdad de su relación con Tomás, hablando de sus motivos y de Delia.

Orosia quedó satisfecha cuando se convenció que Luz no era prostituta, aparte que entendió los motivos de la joven a la perfección. También ella había ido detrás de Jesús. Pero había una diferencia, explicó a Luz después de narrar cómo huyó del convento: ella creía en lo que hacía y nunca había mentido a Jesús. Luz no creía en el anarquismo y estaba engañando a Tomás. Debía sincerarse con él, cuanto más tardara más doloroso sería.

Tomás permaneció en silencio después que Luz le narrara esto.

-Yo sólo quería que me amaras. Tú querías a Delia y aunque habíais discutido tenía miedo que volvieras con ella y…

-Y creíste que convirtiéndote en ella te amaría a ti. Por eso venías conmigo y te comportabas como una anarquista convencida y le imitabas los rasgos que me gustaban obviando los que me desagradaban, ¿verdad? Los conocías perfectamente porque no te oculté mi relación con ella.

Luz no respondió, tenía los ojos acuosos. La voz de Tomás sonaba fría a sus oídos. Agachó la cabeza. Tomás se la elevó cogiéndole la barbilla. La obligó a mirarle a los ojos.

-¿No te das cuenta que si hubiera amado a Delia me habría quedado con el original y no una imitación? Rompí con ella por ser como es, no deseo otra igual. Te amo a ti por ser tú. Mejor dicho, te amaba. Ahora sé que era un amor a algo inexistente. Quiero amarte a ti tal como eres. No me importa que no pienses como yo o que seamos diferentes. Mis padres lo son en muchas cosas y nunca los he visto discutir ni he conocido matrimonio más feliz. No conozco su secreto, sólo sé que siempre se han respetado y nunca se han mentido.

-¿Entonces?

-Me ha dolido tu mentira. Tanto por el hecho de engañarme como el de haber tenido una imagen de ti que has destrozado. Pero no quiero romper contigo, todavía no, porque creo que lo que sientes por mí es real.

-Te quiero, eso no es ninguna mentira.

-Entonces hagamos un trato…

Miraba los negros ojos azabaches. Lo que veía en ellos no podía describirlo.

-…No nos mentiremos nunca y siempre seremos sinceros el uno con el otro.

-Prometido.

Lo besó cogiéndolo de la cara. Tomás respondió estrechándola con fuerza por la cintura. Luz deslizó los brazos a una posición más cómoda sin romper el beso y entonces lo notó. Un pequeño roto  en la camisa entre sus dedos junto a algo rasposo que se tornó húmedo. Se apartó para mirarlo. Era sangre. Una pequeña herida que se había abierto al rasparla con las uñas.

-Tomás…

-No es nada, un pequeño arañazo. Una bala me pasó rozando.

Era tan poca cosa que se había olvidado de ella.

-Ven que te la lave.

Era poco más que una raspadura, el mayor daño se lo había llevado la camisa.

-¿Estaba Delia? –preguntó mientras ponía un apósito.

-Sí. Ella y otras muchas mujeres, pero me alegro que tú no hayas estado. No fue agradable.

Luz no respondió.

-¿Te sientes culpable de algo? –preguntó Tomás que conocía aquella expresión.

-He sido egoísta. Te quiero tanto que…

-No volvamos a hablar de lo mismo.

Luz oprimió los labios.

-¿Ya no sientes nada por Delia?

-Mentiría si no reconociera que me atrae físicamente. Mucho, a decir verdad.

Luz soltó una exclamación.

-Hemos acordado ser sinceros –se defendió Tomás -, que nada de mentiras.

-De todas formas, eso te lo podías haber callado.

Tomás le besó la punta de la nariz.

-¿Celosilla?

-¡Sí! –de mal talante.

-Hay un remedio para eso.

-¿Cuál?

-Cásate conmigo. Así me tendrás amarrado.

-Quizá comprando un collar y una correa.

-No sabía que te gustaran esos juegos.

-¡Oh, cállate!

***

El fracaso del alzamiento fragmentó España en dos zonas, siendo la más extensa y rica la republicana, la cual dividía a su vez el territorio dominado por los sublevados en otras dos partes, quienes, para colmo de males, se habían quedado sin jefe militar al fallecer el general Sanjurjo en accidente de aviación cuando intentó entrar en el país.

La revolución comenzó en el acto. El día 21 los milicianos abrían las cárceles de Madrid soltando a los delincuentes comunes reemplazándolos por falangistas, derechistas y republicanos moderados. El saqueo y el pillaje se apoderaron de la capital de España viéndose obligado el Gobierno a dictar un bando, según el cual se consideraban fascistas a los saqueadores.

En Cataluña los ácratas se habían hecho con el poder, el presidente Companys se veía obligado a apoyarse en ellos para gobernar. 25.000 personas fueron asesinadas en la región en los últimos tres días, de las cuales sólo 700 eran sacerdotes y monjas al tiempo que numerosas iglesias se convertían en cenizas. La catedral de Barcelona se salvó gracias a que la Generalitat mendigó misericordia a los anarquistas exponiendo su gran valor artístico, aunque no les dijo en ningún momento que la fachada medieval del templo era falsa, pagada por don Manuel Girona i Agrafell, construida 30 años antes, para cautivar a turistas y captar crédulos que invirtieran en la ciudad condal. En realidad la fachada tenía poca calidad, sus figuras parecían de serie y el gótico del estilo era un gótico sin espíritu. Mientras esto ocurría, la prensa revolucionaria instaba a destruir Montserrat y quemar la Sagrada Familia.

No tardaron en organizarse columnas anarcosindicalistas para tomar Aragón. Eran columnas de mando bicéfalo: el mando político lo ostentaba el líder del partido o sindicato; el militar, un profesional fiel al Frente Popular, generalmente perteneciente a la Unión Militar Republicana Antifascista.

Tomás se alistó en la de Saturnino Carod, un alcañizano que, partiendo de Tortosa, tenía intención de dirigirse al Bajo Aragón entrando por Gandesa. Prefería eso que no permanecer en Barcelona y participar en tropelías.

Las matanzas no podían ser más crueles. Tomás tomó la decisión de irse de la ciudad ante aquella violencia brutal: cabezas aplastadas con piedras, desollamientos, mutilaciones de genitales, descuartizamientos, cuerpos arrastrados por automóviles, violaciones, necrofilias. La carretera barcelonesa de la Rabassada, la que unía la ciudad con el Tibidabo, se convirtió en un gigantesco matadero.

Don Críspulo fue uno a los que dieron el paseo y de nada le sirvió tener buenos contactos entre políticos destacados de la Generalitat, era demasiado rico y demasiado noble para quienes odiaban toda clase social que no fuera la suya; enemigos de clase, los llamaban. Su esposa se salvó porque uno de los cabecillas se encaprichó de ella, y doña Teresa decidió que debía vivir por sus hijos, pero sólo duró tres semanas, el tiempo que necesitó el fulano para cansarse de ella, y el que la sorprendiera rezando fue su perdición. Entregó a doña Teresa a sus hombres junto con su hija; ambas fueron violadas repetidas veces antes de ser asesinadas.

Sus otros hijos también fueron sentenciados. Sólo se salvó el mayor por la sencilla razón que fue el único que creyó la advertencia de Luz y cruzó la frontera tras intentar infructuosamente que sus padres y hermanos hicieran lo mismo. Ahora estaba intentando regresar a España y alistarse en el ejército de los facciosos mientras se alojaba en la casa señorial que el eminentísimo Turismundo poseía en la Riviera, el cual había huido tan pronto el Frente Popular ganó las elecciones, según el cardenal,  de forma fraudulenta, lo que no auguraba nada bueno. A los hechos se remitía, mientras oficiaba una misa por el alma de su prima tercera.

A diferencia de su díscolo sobrino, que tenía muy claro su aversión al régimen que había asesinado a su familia y deseaba venganza, su eminencia hallábase en un brete. Le era imposible apoyar al gobierno ¿legítimo? de la República por los asesinatos de sacerdotes y monjas, pues había algo llamado decencia; mas tampoco a los sublevados, pues sus ínfulas nacionalistas le hacían contemplar con pavor a los últimos, que veían a la grande y sin par Cataluña como ínfima región. No tenían tales miramientos otros sacerdotes, y así en Burgos, el párroco predicaba a sus feligreses desde el púlpito que la semilla de quienes destruían iglesias y asesinaban al clero fuera barrida de la faz de la Tierra, al tiempo que el obispo de Tenerife prohibía la misericordia con los vencidos justificando pastoralmente los fusilamientos masivos de prisioneros.

En todas partes ocurría lo mismo. Nadie quería heridos ni prisioneros. Eran tantos los crímenes de ambos bandos que los observadores extranjeros escribían que en España se mataba con tanta ligereza como se podaban los árboles. Los sublevados asesinaban en nombre de Dios y de la patria; los republicanos, por la libertad y el pueblo. Y de paso, se aprovechaba para zanjar viejas rencillas, envidias, antipatías… alardeando de ideales para justificar los homicidios. Accidentes de guerra, los llamarán.

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