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05
agosto
El soplo del vendaval (18)

CAPÍTULO XVIII

… y como puedes leer en la carta fui a visitar a mi familia. Ya no vivían en Barcelona y los vecinos me dijeron que mi hermana se había casado con uno del pueblo y que había regresado. Así que, como disponía de unos días acudí allí, pasando primero por Zaragoza a ver a tus padres…

Ambos lo habían recibido cordial pero fríamente. Seguían sin aceptarlo, aunque asumieran el matrimonio como algo irreversible. Había estado poco tiempo con ellos y luego había cogido el coche de línea de la empresa Trallero para viajar a Andorra. Apenas se acordaba de ella, pero no vio en general grandes cambios, excepto que había crecido. Preguntando averiguó que su hermana residía en la calle del Cementerio.

… me acogieron con más frialdad que tus padres, algo que cuesta de creer, pero no me despacharon…

Su madre estaba en cama desde que dos años atrás sufriera una embolia cerebral; era más un vegetal que otra cosa. Su hermana, si bien no lo acusaba de la muerte directa de su padre sí lo hacía de forma indirecta: era la bala perdida de la familia, la oveja negra que había atraído la desgracia con su participación como instigador de masas. No obstante, lo admitió en casa y consintió en hablar con él. Se alegró que hubiera abandonado su camino anarquista, aunque fuera tarde y le preguntó por Orosia, prueba evidente que habían leído sus cartas. Jesús no preguntó por qué no habían respondido nunca. Conoció a su cuñado y comprendió que éste había sido el artífice de la suavización de su hermana. Simplemente por eso le cayó bien. Tenían un hijo, su primer sobrino, que no apartaba los ojos curiosos de él y que le hizo muchas preguntas sobre África.

… tampoco estuve mucho tiempo con ellos y regresé a Barcelona tan pronto pude. Aún me quedaban algunos días. En el periódico me enteré que en la costa, desde Vinaroz hasta Portbou, habían aparecido toda una serie de tipos sin trabajo aparente, pero que vivían a cuerpo de rey, se hospedaban en hoteles y se paseaban a diario por las playas. Curiosamente todos tenían magníficas relaciones con los carabineros y las autoridades, quienes no se preocupaban de estos desocupados para averiguar qué hacían y cómo se ganaban la vida para vestir tan bien y derrochar…

Llevaba el suficiente tiempo en el periodismo como para ser curioso y aprovechar, mientras esperaba el transporte que le condujera a Europa (le habían dicho de trasladarlo al frente oriental) de investigar. Se personó en la costa, regresó a la ciudad, se inició en la vida nocturna, sumamente rica desde que se popularizó, a finales del siglo anterior, entre los aristócratas y alta burguesía, pero que en la actualidad proliferaba hasta entre los más menesterosos. La taberna, el café y las salas habían adquirido el puesto más destacado en la sociabilidad popular urbana y se había disparado con la guerra europea, constituyéndose en la versión espontánea del ocio urbano, proliferando el alcohol, la diversión y el consumo de drogas. Jesús encontró ya algún público femenino, vetado años antes, y una diversificación de los lugares de esparcimiento, que no existían cuando fue a África.

No tardó en descubrir lo que era obvio, aquella gente eran espías alemanes y aliados, y en la mayoría de los casos, dobles. Las autoridades se desentendían por la sencilla razón de que España debía ser neutral en todo. En el puerto de Barcelona nadie se podía fiar de nadie, no habiendo ni un hombre portuario que no estuviera comprado. La actividad de los muelles era intensísima. Llegaban y salían barcos continuamente y de todas las matrículas del mundo, cargando y descargando las más variadas mercancías, cuyo punto en común era que los fardos estaban muy bien hechos y las cajas tan bien construidas que era imposible saber a simple vista lo que en realidad contenían.

… No todos son espías. Junto con estos han recalado, huyendo de las matanzas de los frentes, toda suerte de aventureros, desertores, prostitutas, proxenetas, hampones y malhechores de todas las nacionalidades. Y acaso por la neutralidad o por el dinero que hacen circular los espías, hay dinero fácil, y como éste y el vicio son correlativos, hay en la ciudad toda clase de actividades clandestinas. Prolifera el juego, la prostitución, el proxenetismo, el tráfico de armas y drogas.

He descubierto que hay un policía implicado, un comisario, Bravo Portillo, y un granuja alemán, que se hace pasar por el noble barón Köning. Ambos están vinculados al servicio secreto de espionaje alemán, y han reclutado mercenarios en los bajos fondos barceloneses, organizando una temible banda de pistoleros, que tan pronto comete actos de sabotaje a favor de los intereses de Alemania, como se venden a la patronal catalana en su lucha contra los sindicatos obreros…

Orosia cerró los ojos temiendo lo que venía a continuación, pero cuando lo hizo suspiró de alivio.

… he remitido todos mis datos a Marcelo, él sabrá lo que hay que hacer. Lo habría hecho yo aquí, pero sinceramente me siento incapaz de volver a ver a Julio, que ha regresado aprovechando el conflicto, y a toda su camarilla. También es cierto que no puedo hacer más; mañana parte mi barco hacia Grecia. Me acompañará un fotógrafo que conoce tanto el griego como el alemán y el ruso…

La carta pasó ahora al terreno sentimental y aunque era expresiva no tenía comparación a tenerlo con ella; sus expresiones, su sonrisa, ademanes y fiestas expresaban su amor mil veces mejor que todas sus palabras.

Guardó la carta rezando para que la guerra acabara pronto, pero se licenció, a punto de ser madre, antes de que ocurriera. Le escribió una carta que le envió a través del periódico informándole que había quedado embarazada antes de su partida y que era padre de dos mellizos, niño y niña, aunque dudaba que la hubiera recibido. Las misivas de Jesús le llegaban con meses de retraso y en ninguna hacía mención a los bebés. Las únicas noticias frescas que tenía de él eran los artículos del periódico, que compraba siempre sin falta. Su firma, al final de la columna, le decía que seguía sano y salvo.

Se trasladó a Barcelona por la sencilla razón de que allí estaba el diario de Jesús y aquello la hacía sentir más cerca de él. El tamaño de la ciudad era mareante, era mucho más grande que Melilla, más que Zaragoza, no se había dado cuenta de ello cuando estuvo encerrada en el convento y la guerra la había hecho crecer aún más.

Todo lo que había escrito Jesús era cierto, pero se había quedado corto. El conflicto la había transformado en una ciudad abierta y cosmopolita, que florecía gracias a negocios internacionales, vivía en plena modernidad y estallaba en una explosiva vitalidad nocturna. Los sectores empresariales catalanes disfrutaban de las enormes ventajas de ser neutrales y había aparecido una nueva clase social formada por fabricantes y especuladores, el nuevo rico, encarnado por hombres sin escrúpulos que, bajo la etiqueta de gran industrial o conocido financiero o importante hombre de negocios, como aparecían en la prensa del corazón no dejaban pasar la menor oportunidad de acrecentar su fortuna con cualquier método a su alcance, incluidos los ilegales.

Barcelona vivía una época dorada en donde el cabaré y el music-hall eran su símbolo, y en donde las personas con mucho dinero, ganado con prisas y sin limpieza, se divertían haciendo gala pública de sus millones, gastándolos en prostitutas elegantes, que habían recalado en la ciudad, y que eran alemanas, escandinavas, austriacas, croatas, búlgaras, francesas y en definitiva de todos los países en guerra, constituyendo una especie de internacional femenina del sexo.

Nada quedaba de la antigua Barcelona que había conocido tan sólo siete años antes. La Barcelona mercantil cuya dinámica social había estado configurada por una clase dominante de carácter familiar, apegada a la tradición, poco imaginativa, amiga del ahorro, de la mediocridad y enemiga del riesgo, había muerto. En su lugar había surgido una Barcelona bulliciosa e inmoral, con cafés conciertos, cabarés repletos de profesionales del amor y en donde las drogas, aquellas drogas que se utilizaban en España desde hacía más de tres siglos vinculadas a la farmacopea popular, se habían convertido en una nueva forma de diversión. En el bar del Centro, en la Rambla y cerca del Liceo, se congregaban cómicos, toreros, cupletistas, periodistas, escritores y otros extraños para consumir cocaína, y de allí se extendió a todos los demás bares, tabernas, garitos, prostíbulos y antros de El Rabal, el barrio obrero que había crecido con los inmigrantes de principios de siglo, un bajo fondo que sería inmortalizado años más tarde como el Barrio Chino. La cocaína se había convertido en la droga más democrática al utilizarla tanto los pobres como la alta sociedad, el mundo artístico y el literario, pero no era la única, proliferaba también la morfina, aunque ésta estaba relegada a los 12.000 voluntarios catalanes que habían ido a la guerra europea y regresaban heridos y habituados al opiáceo.

Pero aquella prosperidad era una cortina de humo. Bajo la riqueza, la especulación, las discusiones entre germanófilos y aliadófilos, que bullía, no sólo en Barcelona sino en toda España, existía la indignación que ocasionaban las exportaciones ilegales, los negocios no sometidos al control estatal, el despojo del país que irritaba a los sectores sociales no beneficiados, que habían sido demasiado honestos o demasiado estúpidos para no aprovecharse de la situación.

Lo cierto es que con las exportaciones legales más las ilegales escaseaban ya el ganado, los cereales, la tela, los minerales y hasta los botones que exigía la Intendencia de los ejércitos en lucha. Esta escasez encareció el país y los hundimientos de buques españoles por submarinos alemanes no beneficiaba en nada; una situación tan insostenible que los políticos, para solucionarlo, se enzarzaron en una lucha de intereses personales. Salvo algún lamento hipócrita se olvidaron de los graves problemas sociales que iban apareciendo y de los escandalosos negocios de guerra, provocando ellos mismo tal falta de autoridad y desconcierto, que nadie veía solución posible a lo que estaba viviendo, con lo que se crearon las Juntas Militares de Defensa, que lo único que consiguieron fue poner en mayores aprietos al Gabinete del Gobierno, carente ya de toda autoridad ante las protestas y alteraciones del orden, sobre todo cuando, tras las Juntas Militares, surgieron otras civiles, formadas por funcionarios del Estado.

La situación en el verano de 1917 era el de una caldera a punto de estallar. El vacío de poder del Estado, la aparición de dos poderes nuevos, como eran ambas Juntas, en un feudalismo de nuevo cuño, el hambre del pueblo, las escaseces, el encarecimiento de la vida y la desesperación obrera, estaba llegando a un punto culminante, que no palió en absoluto la implantación, el 17 de julio, de los Seguros Sociales. Y así, mientras Jesús enviaba artículos informando sobre la revolución bolchevique en Rusia, Orosia vivía en agosto la huelga revolucionaria, con ochenta muertos y cientos de heridos en toda España. Una reproducción a gran escala de lo que había sido la Semana Trágica ocho años antes y que motivó la declaración del estado de guerra en las principales ciudades del país, tan sólo para que, cuatro meses más tarde, en enero del 18 fueran las mujeres quienes rompieran los hostilidades contra el Gobierno por un nuevo encarecimiento de subsistencias y escasez del carbón. Y cuando parecía tranquilizarse la situación Correos se declaró en huelga y los militares tuvieron que hacer de carteros.

El rey, en marzo, dijo que estaba preocupado y ninguno de sus ministros entendía por qué, si aquello lo llevaban viviendo ya veinte años, no ocurría en el país nada que no fuera cotidiano y normal, pero no le convencieron y les solicitó su buena voluntad y patriotismo para conducir al país a una era de paz. Contritos agacharon la cabeza abochornados, pero no surgió nadie que quisiera hacerse cargo del poder. El rey estaba desolado. Entonces el conde de Romanones, enternecido, planteó la solución, ¡formar un Gobierno nacional!, un Gabinete que fuera una coalición que permitiría salir de tan difícil coyuntura. El rey se alegró, España se alegró, y la satisfacción de la nación fue enorme al ver en el poder ejecutivo a representantes de variadas tendencias políticas. Tan acertada fue esta combinación de distintos partidos que duró la friolera de ocho meses. Pero el generoso pueblo español les perdonó y se divirtió mucho con el nuevo reajuste horario, porque al sonar las doce de la noche, resultó que era la una.

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