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17
septiembre
Del Regallo al Ebro (16)

SEGUNDA PARTE

VERANO DE 1972

CAPÍTULO 1

            – Un chaval que concuerda con la descripción de quien busca ha robado a D. Urbano Güémez esta madrugada.

            – ¿Robo con intimidación? -leyó Antonio- ¿Una navaja? ¿Qué hacía un hombre de su categoría a esas horas en la calle para que un chico vagabundo le robe a punta de navaja?

            – No le pagan para pensar. Encuentre a ese crío.

            – Comisario, este hombre es un corruptor de menores. Pondría la mano en el fuego.

            El comisario García se puso en jarras. Dominaba a Antonio en toda su estatura.

            – Agente López, ¿quiere decir usted que D. Urbano Güémez, casado, padre de seis hijos, industrial y alcalde de Zaragoza, es un maldito pederasta?

            – Hay quienes juegan a dos bandas.

            – ¡Encuentre a ese chico! -aulló García-. Que le ayude el agente Jiménez si es preciso, ¡pero encuéntrelo!

            Cerró con un portazo el despacho.

            – Pero ese rapaz, ¿quién es, Al Capone? -preguntó el agente Jiménez, destinado a los archivos, un joven de rostro enjuto y cabello revuelto.

            – No había visto al jefe tan acalorado -comentó un sempiterno policía de uniforme, calvo, con el poco pelo que le quedaba blanco de nieve sucia y bigotito de años cuarenta-, desde una ocasión que le dijeron que venía Franco, que por cierto, no vino. Me acuerdo que estaba yo entonces…

            – Tanto revuelo porque han robado al alcalde -atajó otro, temeroso que González iniciara otra de sus inacabables batallas-. Se lo hacen a un pelagatos y ni puñetero caso.

            – Te va a oír.

            – Que se joda.

            Antonio estaba ausente, totalmente ajeno a la conversación.

            – Pareces muy pensativo.

            Jiménez pasó la mano haciendo señales ante sus ojos.

            – ¿Eh?

            – Que qué piensas.

            Antonio parpadeó volviendo a la tierra.

            – Pensaba en que este chaval no es un delincuente. Tengo una ficha completa de él -narró a sus compañeros todo lo que había averiguado-… Está desde unos meses -concluyó- bajo una presión enorme, los remordimientos, la persecución, han intentado matarlo dos veces… -hablaba casi con admiración-. Es posible que haya robado al alcalde, no digo que no, pero no es un delincuente. Era tanta la tensión, que tenía que estallar por algún sitio.

            Guillermo, de ojos achinados, caries y piel brillante de seborrea no estuvo de acuerdo.

            – Eso no le justifica. Un acto delictivo…

            – Que no habría tenido trascendencia -cortó González- de no ser la víctima el todopoderoso señor alcalde, a quien el comisario… (¿no me escuchará?) -estiró el cuello atisbando la puerta-, no; lame el culo.

            – Sigue sin justificarle -Guillermo apretó los labios con decisión y añadió-: La Ley, señores, se ha de respetar y no saltarse a la torera…

            – Amén -Jiménez puso cara de asco. Guillermo le enfermaba. Algunas noches soñaba con él, en un púlpito, el índice al cielo, amenazador, perdido en sus retóricas y, como Mambrú en la guerra, sin saber salir de ellas; un faldulario mugriento rematado en faralá; nariz falcónida, larga, interminable, con dos túneles por fosas. Cuando tenía suerte despertaba de la pesadilla.

            – ¡Jiménez, te la estás buscando! -graznó Guillermo- ¡Me tienes harto!

            – Ojo no explotes.

            González puso la porra por medio deteniendo a Guillermo con ella.

            – Un respeto a mis canas.

            – ¡Pues dile que se calle!

            – ¡Que se calle él primero!

            – Y nos atrevemos a juzgar el comportamiento de un niño; bien nos va -refunfuñó otro policía-. De todas maneras, yo pienso como Antonio. Ese muchacho no es un delincuente, pero también creo que como no lo detengamos acabará siéndolo; ha cogido el camino de la violencia y de ahí no se sale fácilmente.

            – Es un caso aislado. No significa nada.

            – Esperemos que sea aislado -Guillermo volvía a la carga-. Ese chico tiene instintos criminales, sino no habría actuado de esta forma. En mi experiencia…

            – ¿Que tienes alguna? -Jiménez.

            – ¡González, dile que se calle!

            – Cállateee – suspiro.

            – ¿Tienes idea de lo que es la conducta antisocial, Jiménez? -espetó con orgullo Guillermo.

            – ¿Tener? -Jiménez negó-. Nosotros los pobres no tenemos gran cosa.

            – Sí, síguete riendo, pero cuando vuelva a robar, a desvalijar, a matar…

            – Es un niño, Guillermo -cortó Antonio-, únicamente un niño, y está asustado.

            – ¿Asustado? -y repitió con afectamiento-: Asustado. ¿Por qué no hablas con el alcalde? Que te diga lo asustado que estaba ese pequeño asesino. No he visto a ese chico en mi vida, pero mi experiencia con otros delincuentes juveniles me dice que es un chico difícil, agresivo, impulsivo, desobediente, indisciplinado, insolente, grosero, atrevido y sinvergüenza, el tipo de chico que acaba siendo un criminal. Seguramente su familia será de inteligencia limitada y le habrá ofrecido poco afecto y quién sabe si hasta inmoralidad. En cuanto a su inteligencia será más baja que la de cualquier otro chico de su edad, simplemente porque es impulsivo y no se para a pensar. Dices que es huérfano de padre, pues bien, la madre o será cruel o pasiva o rechazante, despreciativa, humillante o neurótica, lo típico en estos casos para que se forme la personalidad delincuente. En fin, un hogar inestable, lo típico, ya digo. La madre, si es honrada, habrá mostrado en cambio incoherencias en sus actitudes disciplinarias y educativas. En definitiva, malos tratos, sino físicos sí psíquicos.

            – Lo típico, vamos -concluyó Jiménez.

            – Exacto.

            – Que talento.

            – Te lo tomas a cachondeo, Jiménez, pero ese chico es un peligro. No me extrañaría nada que haya sido violento en su infancia, aunque las peleas, a esas edades, tienen un carácter más bien lúdico, pero en la edad que tiene, entrando en la adolescencia, la agresividad es gratuita, es la utilización de la agresividad por la agresividad, para exteriorizarla, porque no se puede contener. Un gamberro, un pendenciero que se cree que así es más hombre. Posiblemente será un fracaso en la escuela, a la que habrá convertido en víctima de la destrucción y el robo. Y no me extrañaría, escúchame bien, que se haya unido a una banda, aquí, en Zaragoza.

            – En definitiva -González se rascó la calva-: impulsivo, agresivo y un zoquete.

            – Entre otras cosas.

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