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05
febrero
POLVO AL VIENTO (52)

CUARTA PARTE

DESPERADO

CAPÍTULO 4

Planes de fuga

La brutalidad de Olinger se incrementó, ya no eran burlas y amenazas sino también agresiones físicas rayando la tortura, que no fueron a más porque Bell lo impidió en varias ocasiones.

A diferencia de Olinger, Bell lo trataba correctamente. Billy era un ser humano condenado a muerte, no había necesidad de caer en la mezquindad de la humillación y malos tratos. Aunque no se excedió en su relación con Kid, el contraste entre uno y otro era tan enorme, que el chico no pudo evitar cogerle cierto afecto, aunque nunca llegó a ser amistad.

Garrett había esperado que el sadismo de Olinger provocara que Billy diera un paso en falso, para poder despacharlo legalmente, pero el  muchacho no perdía ni un segundo el dominio de sí mismo. Se había trazado un plan y no iba a echarlo a perder por ningún arrebato.

El aplomo de Billy comenzó a alarmar a Pat Garrett, y con la excusa de cobrar unos impuestos se dispuso a abandonar Lincoln camino de White Oaks, a varios kilómetros de distancia, para el día 27 de abril, dejando solos a sus ayudantes.

Tenía que marcharse, les informó, era una tarea que debía hacerle él, ellos no. Cobrar los impuestos era una cuestión muy delicada que no podía hacer cualquiera. De paso aprovecharía para comprar madera para la horca de Kid; se ve que en todo Lincoln no había madera suficiente.

-Vigilad bien a Billy –advirtió  -, si le dais la más mínima posibilidad de escapar, la aprovechará.

Olinger sonrió sin ocultar el desprecio que sentía por el chico.

-Pierda cuidado, boss. Si Kid escapa será para ir al Cielo.

Garrett no estaba tan seguro.

Por eso se iba.

No era el único que estaba convencido de que Billy planeaba huir. El que fuera cocinero en el rancho de Tunstall, Gottfried Gauss, un inmigrante alemán de 58 años, ex sacerdote, y que trabajaba ahora en el jardín de detrás de la cárcel, lo esperaba también.

Recordaba a Billy como el chiquillo que trabajaba en el rancho de Río Feliz, en los buenos tiempos en que el británico vivía. Aún le parecía verlo asomar por la cocina a ver si conseguía arrancarle alguna de sus deliciosas galletas de masa madre, sentarse en un saco de harina y decirle con una sonrisa vivaracha:

Dad, ¿no te sobrará algún pastelito?

A Gauss no le molestaba que lo llamara papá por la diferencia de edad; Billy se había ganado su corazón, el de todos en el rancho.

Tras el asesinato del patrón no lo había vuelto a ver hasta ahora, cuando lo sacaban a estirar las piernas y el muchacho siempre se le acercaba a saludarlo afectuosamente, con un brillo pícaro en los ojos, el mismo con el que le camelaba en la cocina. Seguía llamándole dad, como si no hubiera pasado el tiempo, con su sonrisa franca y traviesa. Luego lo veía charlar con el hijo de Gallegos, Severo, que siempre rodeaba a Billy con sus amigos. El niño conocía a Kid hacía tiempo, porque habían sido vecinos en San Patricio antes de que sus padres se trasladaran a Lincoln.

Los chavales le pedían que les hablara de sus aventuras. Billy se echaba el sombrero mexicano hacia atrás, de pronto parecía tan crío como ellos, para comenzar a narrarles lo primero que se le ocurría, moviendo los brazos con las cadenas que unían sus muñecas, haciendo fintas en el aire; Olinger se apartaba prudencialmente, acariciando la escopeta, al tiempo que Billy guiñaba un ojo poniendo voz de malote y haciendo pantomimas para representar mejor el cuento con el que los encandilaba.

Últimamente Gauss le veía algún hematoma, pero Billy no había cambiado en el trato, excepto que sus inquietos ojos tenían ahora una dureza metálica que no poseían días antes.

Billy planeaba escapar. Lo sabía. Ignoraba cómo y cuándo, porque estaba excesivamente vigilado. Sin duda lo había proyectado sin contar con nadie, puesto que siempre tenía el cancerbero al lado. Si estaba en lo cierto, lo mejor era no interferir y dejarle a su aire.

Gauss apreciaba al muchacho sinceramente no sintiendo más que animadversión por Garrett, Murphy y Dolan, que lo había amenazado el día que asesinaron a Tunstall; aquello seguía sin perdonarlo.

No inmiscuirse.

Fue lo que Gauss le dijo a Jim Jones cuando éste se presentó en Lincoln para liberar a Kid.

-Ya tiene planeada la fuga. Si haces algo, lo más fácil es que lo estropees. No hemos de hacer nada, tan sólo esperar.

Jim había intentado visitar a Billy, pero los guardias se lo impidieron. Había acudido a Gauss con la esperanza de que el antiguo cocinero transmitiera el mensaje a Kid.

Decidió fiarse del consejo. Sería el colmo que, por su culpa, Billy fracasara y lo colgaran al final.

Tuvo que conformarse con verlo a distancia. Su amigo parecía tan animado como siempre, por mucho que Olinger se empeñaba en romperlo y maltratarlo. El asesino de su hermano la tenía tomada con Billy. No disparó contra el criminal por mucho que lo deseó, porque Billy, sin achantarse, lo provocó. Lo que dijo tuvo el volumen suficiente para oírlo únicamente el verdugo, pero el aire le trajo palabras sueltas a Jim… nacen para ser ladrones… mona… seda… insignia mancillada…

La respuesta de Olinger, en cambio, fue por señas y Jim vio a Billy doblarse por el culatazo. Entreabrió la boca sin comprender por qué Kid lo cizañaba de aquella manera.

El día 27 Billy vio por la ventana que Pat Garrett abandonaba, como alma que lleva el diablo, Lincoln. Le llamó la atención que no iba en su caballo sino en otro de peor estampa, bastantes años y mayor lentitud, como si quisiera tardar en llegar y no regresar en semanas.

Que se largara y tardara en volver le venía de perlas, porque en su abandono dejaba sólo dos guardias para vigilar a seis prisioneros. La mejor hora sería cuando llevaran a los otros cinco a comer, porque entonces únicamente quedaría uno en toda la cárcel.

Esperaría otro día, que Garrett tomara distancia. Además, así podría advertir a Gauss; necesitaba su ayuda. Si no había cambiado de cuando eran compañeros en el rancho, y no lo parecía, podía confiar en él.

Unas horas más tarde, cuando Olinger lo condujo a la calle para que paseara, se encaminó como ya era habitual a saludar a Gauss, pero se hizo un lío con la cadena que unía sus pies y cayó de bruces al suelo.

Olinger aprovechó para darle de puntapiés gritando obscenidades y que se levantara.

Billy obedeció lo más rápido que pudo.

-¿Vamos al herrero? –preguntó.

-¿A qué?

-A que te cambie las herraduras. Llevas una suelta.

Esquivó el golpe de Olinger y caminó a saltitos para ir más deprisa evitando un culatazo, seguido del ayudante del sheriff y sus insultos adentrándose en la calle. Entre tanto, Gauss se agachaba para recoger del suelo, en el lugar donde había caído Billy, un trocito de papel que no estaba antes.

Dad, si aún fumas te agradecería que mañana encendieras una pipa cuando lleven a los presos a comer.

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