TERCERA PARTE
FORAJIDO
CAPÍTULO 16
Emboscada
-¿Qué te ocurre?
La voz de Tom Folliard le sacó de su abstracción. Billy llevaba varios días mercurial, aunque únicamente lo dejaba entrever cuando creía estar solo, pero a Tom no le engañó en ningún momento. Su amigo había estado aguardando a que Kid se sincerara con él, pero en vista de que seguía sin abrir la boca terminó preguntando.
Billy miró a los ojos de Tom. Habían pasado unos veinte días de la muerte de Carlyle y en esas tres semanas la persecución se había multiplicado por mil.
La muerte de Carlyle fue la excusa perfecta para que Garrett se volcara en su captura con toda clase de medios, pero no fue el único. A los grupos que le acosaban se había añadido también Bob Olinger, el asesino de Bob Jones, e incluso el primo lejano de Tom, McKinney, se había unido a la persecución. Era preciso terminar de una vez con el asesino de policías que era Billy, porque, para no perder la costumbre, le habían acusado de asesinar a Carlyle. Nadie quiso ver que las balas le entraron de frente, no por la espalda. Billy, aunque sabía que era una pérdida de tiempo, escribió al Gobernador Lew Wallace diciendo que no había sido él sino los propios hombres de Carlyle quienes lo mataron.
Todos creían que había sido Kid, incluso sus propios amigos. Frank Coe fue uno de quienes no lo aprobaron y le preguntó por qué lo había hecho. Billy respondió que tenían una cuenta pendiente hacía muchos años, desde Silver City. No especificó más ni le desengañó de que no había sido él, porque su intención era matarlo; el que no lo hiciese fue debido al azar.
La situación llegó a tal extremo que el tío de Tom Folliard, el ranger Thalis Cook, se presentó en Nuevo México. Lo que no conseguía nadie lo consiguió el viejo ranger: hallar al que ya se conocía como Billy the Kid.
Cook no quería detener a Billy, tan solo llevarse a su sobrino a Texas antes de que fuera demasiado tarde. Pero fue con Billy con quien habló y éste le convenció de que no podía dejar marchar a Tom, porque lo necesitaba. Estuvieron hablando bastante rato hasta que Billy consiguió convencer a Cook de que Folliard no se iría. Derrotado, el tío de Tom regresó a Texas sin ni siquiera ver a su sobrino.
Desde aquel día Billy no era el mismo. Había sido un egoísta y se daba cuenta. Se sentía un miserable. Tom Folliard siempre había estado a su lado, ayudándole, apoyándole, dando lo mejor de sí ¿Y él cómo se lo pagaba? Reteniéndole, obligándole a llevar aquella vida de perros que no la quería ni para él.
Estaban a 19 de diciembre, Tom podría estar en Texas, en casa de su abuela, preparándose para pasar las navidades y no allí, en el rancho de Wilcox, rodeado de nieve y con la pandilla de Garrett esperándolos en Fort Sumner.
Aquella mañana había enviado al hijastro de Wilcox al pueblo para averiguar si el sheriff seguía allí.
No se había portado nada bien con su amigo y aquello le reconcomía, no la persecución de la que era objeto, puesto que ya estaba acostumbrado.
Seguían mirándose a los ojos. Tom leía en los de Billy la lucha interna que tenía, pero no decía nada esperando que Kid se decidiera a hablar.
Cuando lo hizo, se lo contó todo.
-Bueno –disculpó Tom -, sólo has retrasado el mensaje unos días.
-¿Quieres irte a Texas?
-Hace tiempo.
-¿Por qué no me lo dijiste?
-Porque me necesitabas.
-No utilices mis propias palabras contra mí.
-No lo hago, sólo digo la verdad. Yo estoy harto de esta vida y tú también. Pero tú no te vas por Celsa y yo no me he ido por ti, porque eres mi amigo.
-¿Amigo, con lo que te he hecho?
-Si no lo fueras no habrías tenido remordimientos ni me lo hubieras contado ahora.
Kid no respondió. Las últimas palabras de Folliard aún lo avergonzaban más.
-Charlie también quiere dejarlo –informó Tom -. Quiere ser un simple granjero, ya ni siquiera cowboy, dedicarse a su familia. Dave, Wilson y Pickett también quieren seguir su camino.
Habían estado hablando a sus espaldas, pensó mustio Billy.
-Nadie me ha dicho nada.
-Nadie quiere abandonarte.
-La situación se ha puesto muy difícil –reconoció Billy azorado; había pocos amigos como aquellos.
Se levantó y caminó mohíno hasta la ventana. Había ventisca. La contempló melancólico.
-¿Y tú? –oyó a Tom.
-¿Eh?
-¿Qué quieres hacer tú?
-Iré contigo a Texas.
-¿Qué hay de Celsa?
-Tal como están las cosas tengo que renunciar a ella. No tengo el indulto, nunca lo tendré, y todo ha ido a peor.
-Si te quiere te acompañará.
-No. Su madre está paralítica. Le dio algo a la cabeza hace unos días y tiene medio cuerpo paralizado. Está en la cama sin poderse mover. Su hermana vive en Roswell, Saval es un hombre; sólo está ella para cuidarla. No la abandonará… Y yo no puedo quedarme –añadió al cabo de unos segundos.
-Te gustará mi abuela –cambió de tercio Tom intentando animarle -. Y tú a ella. Ya verás, pronto serás un nieto más.
Billy sonrió agradecido.
-Le escribiré diciéndole que vamos.
***
Pat Garrett dispuso a sus hombres. Había sido una suerte descubrir a Juan Gallegos, el joven hijastro de Wilcox, y atemorizarle lo suficiente como para que el muchachito traicionara a Billy diciendo el motivo por el que estaba en Fort Sumner. Lo demás había sido fácil: una carta de José Váldez, que escribió a punta de pistola, diciendo que Garrett había abandonado el pueblo, y otra a Wilcox obligándole a que le ayudara en su plan so pena de tomar represalias en su familia, y Billy picó el anzuelo, aunque esperó al anochecer para encaminarse a Fort Sumner. Garrett y sus hombres estaban esperándole en el antiguo hospital indio, dado que debía entrar por allí.
Hacía una noche del infierno entre la ventisca helada, la nieve que caía y las nubes cubriendo la luna, sumiendo al mundo en oscuridad. La situación perfecta para que Kid osara entrar en la población, sólo que no sabía que se encaminaba a una trampa.
Pat Garrett sonrió complacido bajo el sombrero calado hasta los ojos resguardándolos de la nieve. Al final podría vengarse.
Su primer encuentro con Billy no fue en absoluto agradable. Aquel día Pat había bebido en exceso y estaba disparando por las calles de Fort Sumner. Billy, que salía de una de las tiendas, viendo volar proyectiles en todas direcciones, se refugió detrás de una caja de embalaje, para evitar ser alcanzado por una bala perdida.
Garrett viéndolo refugiarse gritó:
-Sal, amigo; no tengas miedo. No te haré daño.
Kid asomó de detrás de la caja. La ciudad ya hablaba de aquel energúmeno y lo conocía de oídas.
-No estoy tan seguro. Sé que no hay peligro que hagas daño a nadie, a menos que sea por accidente. Lo malo es que dicen por ahí que todos tus muertos son accidentales.
La respuesta irritó a Pat. Se había salvado de la muerte de su socio alegando que fue accidental. Aún así tuvo que huir de Texas para no ser linchado por la multitud.
Borracho y todo supo contenerse. También él había oído hablar de Billy Bonney y por las descripciones podría ser aquel crío que no le llegaba ni al hombro. Lo miró con acritud.
-¿De dónde eres, amigo?
-De muchos sitios –respondió alejándose sin prestarle más atención.
Lo humillante vino al día siguiente. Pat continuaba con la borrachera sin haberla dejado. Estaba en el bar de una de las tiendas, bastante concurrido, cuando entró Billy dirigiéndose a la parte trasera.
-¿A dónde crees que vas, pequeño bastardo? –comentó en voz alta Garrett.
Kid se dio la vuelta rápidamente y caminó hacia él llameándole los ojos. Tras lo ocurrido con el herrero Cahill se había convencido que no siempre era bueno esperar hasta perder la paciencia, que muchas veces enseñando los dientes en un principio podía evitarse un desenlace peor, puesto que el otro no llegaba a crecerse.
-¿Se dirige a mí, señor? –preguntó en voz baja.
Pat Garrett, que había querido tantear cuánto había de cierto en la fama que le atribuían, respondió:
-Estaba bromeando con este compañero.
Billy asintió con la cabeza seriamente.
-Ten cuidado cómo bromeas y con quien –advirtió -. Te habrás dado cuenta que soy el más pequeño de los dos y también soy demasiado estúpido como para entender ciertos chistes. Si alguna vez dices algo parecido cerca de mí, te romperé la cabeza. ¿Entendido?
Pat Garrett no respondió, tenía los ojos de Billy clavados en los suyos y el gris azulado de su iris le recordó el blanco nacarado de la calavera. Asombrado, se dio cuenta que aquel adolescente canijo le había intimidado, humillado delante de todos, y más porque, como el día anterior, Billy se giró con desprecio alejándose. Tuvo la tentación de dispararle por la espalda, pero había demasiados testigos y nadie creería en un accidente.
Fue entonces cuando Tom Folliard entró en la tienda.
-¡Pat! –exclamó el muchacho alegremente.
Folliard lo presentó a Billy añadiendo que eran amigos de cuando ambos vivían en Texas. Billy no hizo ningún comentario de lo ocurrido e incluso escotó dinero, para que Garrett pudiera casarse con Juanita Martínez.
Billy, aunque nunca dijo nada al respecto, lo toleraba por Tom, y sobre todo, desde que se convirtió en el cuñado de Celsa, al casarse en segundas nupcias con Apolinaria. No lo consideraba amigo, tan sólo un conocido con cierta confianza o como mucho un nivel básico de amistad por todas las veces que coincidieron después y en las que Garrett ocultaba su rencor detrás de sonrisas hipócritas y frases bonitas.
Ahora todo se había acabado, no necesitaba fingir más. Él era el sheriff y Billy un forajido. Aquella noche dejaría de existir. Mataría dos pájaros de un tiro: su venganza y la fama de haber terminado con Billy the Kid.
-Irá a la cabeza, como siempre. Tan pronto lo veáis, disparad.
-¿Sin darle el alto, primero?-preguntó Thomas Mckinney, el primo de Folliard.
-Si quieres que se escape, hazlo –respondió con desagrado.
Pat Garrett era un ladrón de ganado, dirá muchos años después la señora McSween al Gobernador de Nuevo México, Miguel Antonio Otero, y robó muchas cabezas de ganado mientras vivió en Fort Sumner. Fue el capitán J. C. Lea quien hizo que Garrett se convirtiera en el traidor de Billy the Kid. Por ese motivo, Garrett fue nombrado sheriff del condado de Lincoln, y la única condición que le pidieron fue que capturara a Billy, lo que finalmente consiguió en su forma habitual. Pat Garrett está muy sobrevalorado en cuanto a la valentía, pero era un completo cobarde, que sólo disparaba cuando tenía toda la ventaja. Se decía de Garrett que a todos los hombres que mató les disparó sin previo aviso.
No fue la única en afirmarlo, también Yginio Salazar diría que Pat Garrett sólo disparaba cuando sus oponentes estaban en desventaja.
***
La tormenta de nieve arreciaba, el viento soplaba con fuerza llevando y trayendo los copos, metiéndolos entre las rendijas de las ropas.
Doblaban la cabeza, con los sombreros bien atados para que no volaran, bailándoles las faldas.
Billy detuvo el caballo con el rostro azotado por el vendaval, que furioso parecía alma en pena aullando.
-Tengo un mal presentimiento –dijo a Tom que iba a su lado.
Tenía que forzar la voz para hacerse oír.
-Creo que deberíamos tomar otro camino.
-El más corto es este.
-Y el más lógico viniendo de donde venimos.
-¿Qué quieres decir?
-Que quizá nos estén esperando a la entrada del pueblo. Deberíamos ir a casa de Charlie por otro sitio.
-Su esposa nos está esperando, se preocupará, ten en cuenta que Charlie viene con nosotros. ¿Qué problema hay? Pat se ha ido.
-¿Y si no es cierto? Juanito tenía una expresión extraña cuando nos entregó la nota de Váldez.
-Estaría cansado. Ten en cuenta el tiempo que hace y todavía es un niño.
-No lo sé. No estoy tranquilo. Entremos por otro camino.
-Daremos un rodeo enorme con esta tormenta.
-Lo prefiero.
-Pues yo no. Te has vuelto demasiado suspicaz, Billy. No te escribió uno cualquiera, fue Váldez y sabes que es de toda confianza.
Billy volvió grupas, obstinado.
-Preguntaré a algún otro si quiere venir conmigo.
-Como quieras. Nos vemos en casa de Charlie.
***
¿Todavía no venían?
Era imposible saberlo con el viento en contra. Pat Garrett había ordenado silencio por si las voces le llegaban a Billy, pero por el mismo motivo era imposible oír si se aproximaban.
Tenía a todos sus hombres armados con rifles, escondidos en las sombras alrededor del edificio, mientras él y Chambers permanecían en el porche.
Su acompañante extendió el brazo señalando con el dedo.
Se escondieron.
Los forajidos iban en fila de a dos.
Al llegar a la distancia de ser todos alcanzados a tiro de pistola dispararon sus winchesters sin previo aviso ahogando la voz de McKinney que ordenaba que se rindieran.
A pesar de la lluvia de balas, los bandoleros consiguieron huir y Garrett no dio orden de perseguirlos temeroso de ser él ahora el emboscado.
El caballo de Folliard se había desbocado y le costó lo suyo detenerlo. Lo puso al paso y lo dirigió hacia el hospital indio, hacia Garrett. Era estúpido intentar huir o seguir a Billy, tenía un balazo en el vientre que le había atravesado los intestinos y perforado el estómago. Conocía aquel tipo de heridas, eran mortales de necesidad. Se maldijo por no haber hecho caso de la intuición de Billy.
Garrett y su gente vieron aparecer un caballo solitario entre las tinieblas de la ventisca.
¿Una trampa?
Prepararon las armas.
Vieron la sombra de un jinete doblado sobre sí mismo.
Tom Folliard iba caído sobre la silla de montar sin poder evitar los gemidos. Alzó la cabeza. No veía a nadie, pero estaban allí. Allí le habían baleado.
-No dispares más, Pat. Me estoy muriendo.
-Tira las armas y acércate.
Le costó desabrochar el cinturón que cayó al suelo. Cuando intentó lo mismo con el rifle, cayó él del caballo.
Lo recogieron y entraron al edificio tendiéndolo en una manta.
Garrett se sentía desengañado; le había disparado creyendo que era Billy.
La herida le había provocado una peritonitis fulminante; Tom Folliard ni siquiera se movía por el dolor.
-¿Dónde está Billy? –preguntó Pat a pesar de saber que no hablaría.
-Agua –fue su respuesta -. Agua, por favor.
-Dime dónde está o te dejaremos morir.
Tom apretó los dientes ahogando un quejido.
-Ya estoy muerto.
Su voz sonó como un lloriqueo.
Le dejaron solo, sin asistencia, mientras jugaban a las cartas en un extremo de la habitación. En el exterior McKinney montaba guardia ignorando que el hombre que habían recogido era su primo.
Media hora más tarde, Pat Garrett descansó del póquer y regresó junto al herido. Seguía vivo. En la crispación de su rostro se veía el sufrimiento que padecía debido al intenso dolor, pálido, sudoroso, con escalofríos, los ojos hundidos, febril. Había conseguido ponerse un poco de lado con las piernas encogidas en un intento de calmar el dolor y en aquella posición permanecía inmóvil.
Elevó los ojos al oír los pasos, vio a Pat junto a él.
-Si eres un amigo, mátame, no aguanto este dolor –consiguió articular. Mejor una muerte rápida que no aquella lenta.
Tenía la boca entreabierta, con los labios y lengua secos.
-Yo no soy amigo de gente como tú, que quiere matarme porque cumplo con mi deber –escupió.
Volvió a dejarlo solo.
-Pat…
La agonizante voz de Tom lo detuvo. Se miraron a los ojos.
-¿Cómo murió realmente Juanita? ¿También por accidente?
La mano de Garrett viajó al revólver, pero consiguió contenerse y no sacarlo.
-¡Púdrete! –rugió entre dientes.
Nuevamente solo, Tom cerró los ojos. Los abrió varios minutos después. El soplón de Barney Mason estaba a su lado.
-Por favor –imploró -, dile a mi primo Kip…
-¿Quién?
-Thomas McKinney. Dile que escriba a mi abuela en Texas, que le informe de mi muerte.
A pesar de ser el confidente de Garrett no tenía ninguna animadversión por Folliard.
-Lo haré, descuida.
Pocos segundos después Tom Folliard moría. Había estado cerca de una hora agonizando. Tenía 19 años.
Cuando McKinney supo de su muerte y cómo lo habían abandonado sin prestarle asistencia, no pudo evitar las lágrimas, aunque culpó a Billy. Su tío le había escrito diciéndole cómo Billy había evitado que se llevara a Tom a Texas.
Registrando las alforjas de Tom encontró la carta que su primo había escrito a su abuela aquella tarde. Los dos amigos lo dejaban todo, los dos iban a ir a verla. Billy finalmente había hecho algo decente, pero ¡a buenas horas!, se dijo. Aquel pequeño gesto no significaba nada; su primo Tom había muerto por su culpa, si no lo hubiera retenido, Tom estaría vivo.