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11
diciembre
POLVO AL VIENTO (44)

TERCERA PARTE

FORAJIDO

CAPÍTULO 14

Joe Grant

Eran dos, estaban acampados y no habían tenido cuidado con la fogata; era demasiado llamativa, como si no supieran encender fuego o lo hubieran hecho a propósito.

Billy, desde la oscuridad, montado en su nueva yegua, que había comprado con el dinero que le correspondió, tras el reparto con sus hombres del obtenido en la venta del ganado de Chisum, los estudiaba.

Se había desplazado a White Oaks para tratar unos asuntos con William Wilson, mientras Tom Folliard se adelantaba a Antón Chico donde se iba a casar Pat Garrett con Apolinaria Gutiérrez, la hermana de Celsa; el desconsolado viudo volvía a emparejarse al año escaso del fallecimiento de su primera mujer. Estando con Wilson le habían informado de dos hombres que preguntaban por él, aunque lo que le dijo Wilson le interesó más: hacía dos meses que había terminado el juicio contra el teniente coronel Dudley.

-Ha sido absuelto.

A Billy no le extrañó, ya no le extrañaba nada de lo que hicieran los jueces. Todos los del Círculo de Santa Fe habían sido absueltos. Y Wallace guardaba silencio como si lo hubieran comprado. Quizá estuviera cometiendo un error, como le había dicho el doctor Hoyt, pero sabía leer las señales y éstas le decían que si había un condenado, sería él.

Cuando abandonó la población camino de Fort Sumner halló huellas de dos caballos. Picado por la curiosidad de si serían los mismos que lo buscaban las siguió, comprobando que llevaban la misma ruta que él.

Ahora los tenía allí, preparándose la cena.

Ató la yegua y se acercó con precaución.

-Buenas noches, señores –saludó.

Los sobresaltó, pero ninguno hizo ademán de llevar las manos a las armas. Billy no les apuntaba, pero tenía la mano apoyada en la suya.

-Hola, Billy –respondió uno.

Ahora que los veía de cerca Kid los reconoció, uno era el hermano de Chisum, Jim; el otro era Jack Finan. No bajó la guardia.

-Tengo entendido que me buscabais.

-Así es –dijo Jim -. Verás, mi hermano me ha traspasado el rancho.

Las cejas de Billy se movieron para unirse, pero detuvieron el movimiento. En lugar de eso exhibió media sonrisa entre candorosa e irónica.

-¿Ha hecho eso, con lo tacaño que es? –preguntó sin creer ni una palabra.

-Teme que le arruines y cree que si el rancho está a mi nombre, puesto que no tienes nada contra mí, dejarás el ganado en paz.

Billy rió divertido. Tenía que reconocer que John Chisum era un viejo zorro, pero debería conocerlo mejor y saber que no iba a creerse aquella patraña.

-Pero yo creo que no es suficiente –continuaba Jim alarmado por la carcajada -. Sé que todo lo has hecho por el dinero que te debe y no quiere pagarte.

-¿Y?

-¿Cuánto es?

-Quinientos dólares.

-Yo te los pago y dejas de robarnos, ¿te parece?

Billy ladeó la cabeza con una sonrisa que le dio un aire travieso.

-Eso te honra –dijo -, pero hay dos cuestiones. Una, la deuda es de tu hermano, no tuya. Y dos, ya me he cobrado lo que me debía. No puedo aceptar tu dinero, no estaría bien, sería cobrar dos veces la misma deuda.

-¿Entonces?

-Considérala saldada, no os robaré más ganado.

Jim Chisum respiró tranquilo, había resultado más fácil de lo que había esperado. También Jack Finan se sintió aliviado; Jim lo había llevado consigo como guardaespaldas, pero no tenía ningunas ganas de enfrentarse a Kid.

-Estamos cerca de Fort Sumner –decía ahora Billy -, ¿qué os parece si nos acercamos a tomar algo y de paso hacéis noche allí? No hace tiempo para pasarlo a la intemperie.

Estuvieron de acuerdo, los inviernos eran fríos en el condado y estaban en enero.

Quedaba poca gente en el salón de Bob Hargrave a las horas en que llegaron; una pareja en una esquina, dos más en la barra y un tercero que, aunque no estaba borracho, había bebido lo suficiente para mostrarse bravucón, el típico fulano que tenía mal beber. Alardeaba que había acudido a Fort Sumner a matar de Kid Bonney cuando entraron en la taberna.

Billy le echó un rápido vistazo al oír su nombre. Ninguno de los asistentes dijo nada.

Se sentaron en el otro extremo de la cantina, próximo al mostrador mientras el matón seguía fanfarroneando; había desenfundado la pistola.

-¿Quién es? –cuchicheó Billy al barman.

-Dice llamarse Joe Grant.

El nombre no le decía nada, pero le preocupaba que blandiera el arma. En su estado, una palabra a destiempo o un silencio que considerara ofensivo podía desencadenar la tragedia. Habría que tranquilizarlo.

-¿Por qué quiere matar a Kid? –preguntó.

Grant miró al muchacho. Era un hombre de un metro ochenta, cráneo alargado, rostro cuadricular y expresión engreída, de los que les gusta hacerse rogar por la gente y aprovecharse de ella, una especie de Juan sin Tierra capaz de entregar todo lo que le pidieran si con ello los comprados le daban lo que él deseaba. Había matado ya a otros hombres, pero quería ganarse una reputación matando a William H. Bonney.

-Me gusta hacerles comer su propia mierda a todos los que son como Kid, unos criminales. Dicen que el chico es un mal elemento, una fiera con el  revólver, pero yo le enseñaré quien es el maestro.

Billy movió la cabeza admirativamente. Se levantó de la mesa olvidándose de sus acompañantes y se acercó a Grant. Lo invitó a un whisky y pidió otro para él. El camarero se extrañó que no pidiera agua, pero no hizo ningún comentario comprendiendo que Grant era de los que se burlaban de quienes no bebían alcohol; Billy no iba a darle esa opción.

Pronto estuvieron Billy y Grant bebiendo y charlando juntos. Joe dejó el revólver en el mostrador, una pistola fina con mango de marfil.

-Ese seis tiros es una belleza –reconoció el muchacho -. ¿Puedo verlo?

Vanidoso, Joe Grant le pasó el arma.

-Muy bonito, sí señor –comentó Billy al tiempo de cogerlo y continuó hablando para distraer a Grant.

Si el camorrista era el pistolero que decía ser, tendría el cañón del primer disparo vacío. Era una costumbre que tenían muchos, incluso él, para evitar un disparo accidental. De esta forma para el primer tiro se solía hacer girar el cilindro dos espacios para que saliera la bala.

Mientras seguía distrayendo a Grant con su cháchara sin apartar los ojos de los suyos, giró el tambor de forma que, cuando avanzara los dos espacios, el percutor golpeara el cañón vacío. Devolvió el revólver con un nuevo halago.

Grant lo cogió y lo sopesó. Soltó una risotada.

-Te apuesto 25 dólares a que mato a un hombre más rápido que tú te bebes el whisky.

-¿Para qué quieres matar a alguien? –preguntó Billy con una amistosa sonrisa -. Guarda la artillería y tomemos otro trago.

Pero el alcohol estaba empezando a afectar bastante a Grant y en lugar de enfundar el arma, pasó al otro lado de la barra y se puso a romper vasos con el cañón de la pistola murmurando frases incoherentes.

Al final va a provocar una pelea, pensó Billy que hizo una seña al barman para que saliera del mostrador y luego se unió al balandrón dudando entre seguirle el juego o tratar de calmarlo de otra manera.

-¡John Chisum! –murmuró Joe Grant.

Rompiendo vasos se había acercado a la mesa donde estaba sentado Jim.

-Maldito hijo de puta, voy a matarte.

-Te equivocas de cerdo –dijo Kid deteniéndole -, ese no es John. Es su hermano.

-¡Eso es mentira! –aulló Grant enfrentándose a Billy -. Conozco a John Chisum mejor que nadie.

Se contemplaban a los ojos.

El chico hizo un gesto de cansancio, rindiéndose.

-Bueno, si lo conoces, no discutiré.

Caminó hacia la salida. Que lo calmara otro. Si seguía él terminarían mal; Grant se había vuelto demasiado violento con su último comentario.

Jim Chisum vio su oportunidad. ¡Aquel perdonavidas quería matar a Kid! Rió nervioso.

-¿De qué te ríes? –gruñó Grant.

-De ti –respondió ladino Jim en voz baja -. Dices que quieres matar a Kid y ni siquiera lo conoces –señaló a Billy con el dedo – ¡Ese es Kid!

Joe Grant miró con la boca abierta al muchacho que, dándole la espalda, alcanzaba ya la puerta de salida. Apuntó y disparó. Pero como había calculado Billy el percutor golpeó la cámara vacía y no salió ninguna bala.

El clic del disparo fallido alertó al chico que se giró desenfundado.

Con un juramento Joe Grant iba a disparar de nuevo cuando una bala le atravesó el cerebro. Cayó muerto detrás de la barra.

Billy, todavía con el revólver humeante en la mano, miraba a Jim Chisum. El ranchero, sudando y pálido, atravesado por los ojos de Kid, supo que el chico le había oído denunciarlo a Grant. Había esperado que el bravucón lo matara; ahora sería él el muerto.

Jack Finan no se atrevía a moverse.

Con un ceño despectivo Billy guardó el arma. Al igual que su hermano, Jim no merecía que malgastara una bala. Incluso le dio la espalda al salir del salón sabiendo que era demasiado cobarde hasta para dispararle así.

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