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06
diciembre
POLVO AL VIENTO (43)

TERCERA PARTE

FORAJIDO

CAPÍTULO 13

Ladrones de ganado

Billy permaneció algo más de un mes en Las Vegas, principalmente porque entre los de la Banda de Dodge City, que habían acudido con el ferrocarril, estaban Dave Rudabaugh y Tom Pickett, que habían sido compañeros suyos durante el tiempo que estuvo trabajando para John Tunstall. Fueron ellos quienes le informaron en agosto de que se había descubierto oro en el condado de Lincoln y de su intención de desplazarse allí.

Billy y Folliard los acompañaron hasta el rancho de Frank Yerby, en donde  Charlie Bowdre trabajaba ahora como capataz. Yerby contrató a Rudabaugh y Pickett, pero no a Billy; desde su fuga de Lincoln la situación había empeorado y no quería problemas legales si lo descubrían trabajado para él. Sí, en cambio, hubiera contratado a Folliard, pero éste se negó.

-¿Dónde vamos ahora? –preguntó Folliard cuando abandonaron el rancho de Yerby.

-¿Probamos suerte en el pueblo nuevo? –sugirió Billy.

El descubrimiento de oro había generado la aparición de un campamento minero llamado White Oaks, que había crecido muy rápidamente.

Folliard se encogió de hombros. No tenían dónde ir y tan bueno era un sitio como otro.

Su detuvieron en Fort Sumner, que les venía de paso, saludaron a sus amigos y luego entraron en la taberna para comer y continuar ruta.

Billy se detuvo. En una de las mesas estaba John Chisum. Todavía les debía el dinero prometido en la guerra del condado de Lincoln y Billy aprovechó para reclamárselo. Después de todo eran 500 dólares, que era una bonita cantidad y que le permitiría vivir una temporada evitándole robar ganado. Pero el avaro no tenía intención de soltar un centavo.

-Billy –se justificó -, sabes muy bien que yo nunca te contraté para pelear en la guerra.

Un subterfugio. Era cierto que no le contrató directamente, pero no lo era menos que lo prometió a todos los reguladores cuando el padre de Tunstall los financió. Billy frunció el ceño.

-Siempre pago mis deudas honestas…

¿Honestas? ¿Qué quería decir con aquello?

-… No te debo nada. ¿Qué harás, matarme? –fatuo -. Puedes hacerlo. Soy ya un hombre viejo al que no le queda mucho tiempo.

El tono, una rara mezcla de impertinencia, cinismo y soberbia enfureció a Billy. Matarlo no, pero una bala en cada brazo, otras dos en las piernas y una patada en las pelotas no habría venido mal. Su frialdad se impuso a su mal humor.

-No mereces una bala –respondió.

Al menos de momento.

No siendo minero y sin ganas de destripar la tierra Billy tenía intención de mantenerse con el juego en White Oaks, pero aquí no era tan sencillo. El oro había atraído gran número de tahúres y fulleros deseando conseguirlo con sus manos limpias, con lo que las ganancias de Billy eran mínimas cuando lo conseguía. Necesitaba algún ingreso adicional y despedirse de las cartas en aquel pueblo.

White Oaks tenía la suficiente demografía como para tener problemas de alimentación, puesto que todos se dedicaban a extraer oro sin preocuparse de lo demás. Había pues gran demanda de carne, preferible a las verduras, y no tardó en aparecer un mercado que no hacía preguntas sobre el origen de las chuletas.

Aquel otoño de 1879 Billy entró conscientemente en la delincuencia al crear su propia banda. La implacable persecución de Wallace había aniquilado las antiguas cuadrillas de forajidos creando un vacío que Billy iba a llenar con la suya. Aunque existía una gran diferencia con las anteriores: él sólo iba a dedicarse al cuatrerismo, nada más. Por eso la pandilla fue conocida como  The Rustlers (ladrones de ganado)

Hasta ahora sus robos habían sido esporádicos, pero esto cambió en estos momentos adquiriendo una continuidad que iba a exasperar a Chisum.

Dado que no quería pagarle la deuda en metálico, Billy se lo cobraría en especies. Desde aquel día el ranchero se convirtió en su víctima predilecta. La segunda vez que fue objeto de la rapiña de Kid, Chisum acudió arrastrándose al Círculo de Santa Fe, tanto que los denostó antes, mendigando ayuda contra el azote de Billy.

Folliard, como no, fue el primero en unirse convirtiéndose en su lugarteniente, le siguió Charlie Bowdre y otros amigos, más por amistad y echarle una mano que por necesidad, puesto que varios, como el propio Bowdre, tenían trabajo. También se unieron al enterarse, Rudabaugh y Pickett. Excepto Folliard no siempre iban todos en la cuadrilla al mismo tiempo, pero siempre cabalgaba alguno en un momento u otro.

Su entrada de lleno en la delincuencia no fue bien recibida por todos sus amigos, aunque todos la comprendieron. Billy no era un hombre malo, diría muchos años después Susan McSween a Miguel Antonio Otero cuando éste recopilaba datos para escribir “The Real Billy the Kid”, él no era un asesino que matara sin sentido. La mayoría de los que mató se lo merecían. Por supuesto, no puedo defender muy bien su robo de caballos y ganado; pero, cuando se considera que personas como Murphy, Dolan y Riley lo forzaron a llevar una vida tan sin ley a través de sus esfuerzos para arrestarlo y condenarlo, es difícil culpar al pobre muchacho por lo que hizo.

La idea de Billy era sencilla: robarle caballos y ganado a Chisum y venderlos en White Oaks, Las Vegas y en Texas. Y si robaba en este último Territorio, los vendería en Nuevo México.

A lo largo del año su movilidad se incrementó. Nunca estaba donde esperaban y recibía sin cesar ayuda de los nativos mexicanos, porque era el único que les ayudaba a ellos, viéndole como una especie de héroe, pero incluso entre los agentes de la Ley tenía simpatizantes, como Kimbrell.

Llevaba el ganado robado a través del desierto de Llano Estacado o escondía los caballos en cuevas poco conocidas, como en Los Portales, un hueco en las llanuras con manantiales, que poseía una de las pocas fuentes de agua buena en el Llano, antes de concentrarlos en el antiguo rancho de Chisum en Bosque Grande. Billy rió a carcajadas cuando comentó la cara que pondría el viejo si lo supiera.

Finalmente hizo tratos con William Wilson, un joven poco más viejo que él, que poseía un establo de librea en White Oaks, para almacenar los animales.

Fue por esas fechas cuando se enteró que habían asesinado a John Jones. Sin dudarlo, dejó a Folliard al cargo de la banda y se desplazó al rancho de los Jones. Aquella familia le había salvado y cuidado cuando llegó medio muerto del desierto. Lo menos que podía hacer era darles el pésame.

Jim le informó cómo habían matado a su hermano.

John había discutido con un hombre por un asunto de ganado robado. La discusión llegó a tal extremo que sacaron las armas y John lo mató. Con orden de busca y captura decidió entregarse. En el rancho de Milo Pierce se detuvo un instante. Allí, Pierce le sujetó las manos cuando iba a estrechárselas y un agente de la Ley, Bob Olinger, le disparó dos veces por la espalda.

Mientras regresaba no podía dejar de pensar en el asesinato de su amigo; por la espalda. El asesino era un representante de la Ley. Otro que decía defender la legalidad, como el Gobernador que le había convertido en proscrito, como el que le prometió el indulto si declaraba y sólo quería encarcelarle, como los que defendieron a los asesinos de Tunstall, sheriffs, jueces, militares… Los que ostentaban el poder, los que decían lo que estaba bien y mal plegando las leyes a conveniencia de sus intereses.

Comprendía a Jesse James y nunca, como en aquellos momentos, estuvo tan tentado de seguir sus directrices. Sólo le detuvo el recordar que también había gente honesta, como Whitehill, el sheriff de Silver City, o Kimbrell, el de Lincoln, pero, ¿qué podían hacer aquellos pocos contra el gran número que corrompía las leyes o las dictaba?

En un Gobierno de Cleptómanos, ¿era indecente que él hiciera lo mismo? Al menos no era un hipócrita como ellos, no se amparaba en la Ley ni fingía ser honrado, mucho menos acusaba a otros de sus propios delitos como hacían ellos.

Hacer lo correcto.

Las palabras de fray Perico acudieron a su mente no como un golpeteo sino como en una conversación tranquila. Tuvo la sensación de tenerlo al lado. Mal que bien siempre había intentado cumplirlo y ¿de qué le había servido? Ser perseguido como una alimaña por quienes robaban más que él, por quienes gobernaban, cuando no mangoneaban, Nuevo México saqueando a los pobres, los únicos que no tenían ninguna defensa, analfabetos, sin dinero, en un país en el que todos eran iguales ante la Ley, excepto su aplicación, porque ésta dependía del dinero que poseyeran en los bolsillos.

 Su idiosincrasia adolescente le empujaba a rebelarse contra aquel abuso, atacar aquel sistema corrupto de Gobierno ¿democrático?, porque quienes lo poseían no habían sido votados por su valía sino porque eran quienes mejor habían mentido al pueblo y deseaban perpetuarse y enriquecerse a costa del pueblo. ¿Qué otra cosa podía esperarse más que ser robados, esquilmados, abusados, cuando los que gobernaban y quienes les defendían eran los mayores ladrones? La prueba estaba en John Kinney, el cabecilla de la banda a la que perteneció Jesse Evans antes de independizarse. El que fuera jefe de los Seven Rivers Warriors, ante la persecución a la que Wallace lo sometía, se había hecho agente de la Ley. Todos lo habían aceptado sin hacer preguntas incluso quien lo acosó justo la víspera. Bob Olinger, el asesino de John Jones, era otro ejemplo.

¿Cómo no rebelarse?

Sí, Jesse James tenía razón en muchas cosas.

Sólo que era inútil.

Desde que se fue de casa, para conocer a su padre, la vida le había enseñado que nada cambia, que como mucho podrían cambiar las caras y los nombres, pero no lo que eran ni lo que representaban. Siempre habría un granuja que gobernara y robara más de la cuenta.

A finales de año, dentro de tres meses, cumplía 18, aunque él creía que serían 20, según la fecha que le dijo su tía. A sus 17 años y pico poseía muchas características propias de la edad, pero mentalmente era más maduro de lo que se podía esperar. La vida, desde que abandonó el hogar, se había encargado de ello. No era, por tanto, ningún idealista estúpido sino un muchacho práctico que conocía sus limitaciones y no se dejaba embaucar por los bonitos espejismos de igualdad, libertad y fraternidad. La vida era como era y punto. Y si no se podía vivir en ella había que aprender a convivir con ella.

Sin embargo, seguía teniendo 17 años y no pudo resistir la tentación de dar por saco a quienes le acosaban, pero de una forma más inteligente a como se la esperaban. Les daría donde más les dolía: el dinero.

-¿Dinero falso? –se extrañó Tom Folliard cuando se lo dijo nada más llegar -. ¿Cómo?

-Hay unos supuestos compradores en Colorado –explicó recordando la conversación con Jesse James -. Les vendemos el ganado, nos lo pagan con dinero falso que ingresamos en el banco. Al cabo de unos días lo retiramos y nos dan dinero legal. Puesto que se trata de ponerlo en circulación nos pagarán las reses a buen precio y sin preguntas.

-También correremos más peligro. Si circula dinero falso pronto tendremos a los federales en Nuevo México.

-¿Qué pasa, que ahora no lo corremos?

-Sabes lo que quiero decir. Creo que nos vamos a exponer de la manera más tonta. Ya nos persiguen demasiados para que además se añadan los federales.

– En eso tienes razón. Si quieres irte, lo entenderé.

-No he dicho eso.

El tono era de dolor.

-Perdona –respondió Billy -. No he querido herirte, ni quiero que te vayas, pero… -se interrumpió. Tardó en proseguir-. Creo que el asesinato de John me ha afectado bastante.

Tom conocía el episodio. Billy debía su vida a aquella familia; normal que estuviera… Golpeó afectuosamente el hombro de su amigo y retuvo la mano en él.

-¿Cuándo nos ponemos en marcha? –preguntó.

El primer paso consistió en llevar todo el ganado robado al rancho de Frank Yerby, donde cambiaron la marca a todas y cada una de las reses. El ranchero cobró una comisión a cambio.

Que todos eran buenos vaqueros lo demostró el hecho que apenas llegaron a tres las vacas que perdieron por el camino, atravesando más de la mitad de Nuevo México en dirección norte hasta llegar al Territorio de Colorado, en donde vendieron 118 cabezas de ganado. Billy les dijo que todas eran de Chisum, que trabajaba para él. A nadie le extrañó que las marcas de las reses no fueran de Chisum. Como bien había dicho, nadie hizo preguntas.

Cuando se enteró John Chisum de la jugarreta de Billy se desplazó a Colorado con sus hombres dispuesto a recuperar su ganado, lo cual no fue tan sencillo, porque ninguna llevaba su marca. Mientras hacía esto Kid le organizaba otra. Él y Tom Folliard se desplazaron al rancho de Jim Cook, un viejo conocido del último, ubicado cerca del río Llano Sur en Texas Hill Country. Kid le dijo a Cook que John Chisum le debía a él y a Folliard dinero y le explicó cómo planeaban cobrar, ahora que el ranchero había desprotegido su ganado al llevarse la mayoría de sus vaqueros.

-Tom y yo regresaremos a Los Pecos y reuniremos tres mil doscientos novillos de tío Johnny. Te los traemos aquí, te damos una factura de venta, tú los conduces a Kansas y los vendes.

-¿Dónde?

-En Honeywell. Llevas el dinero a Kansas City y lo depositas. Esperas tres días, regresas al banco y lo retiras. Te quedas tu parte y nos das el resto.

El mismo sistema que habían empleado para blanquear el dinero falso en Colorado, sólo que ahora en Kansas. Varias semanas más tarde, Jim Cook entregaba a Billy nueve mil dólares.

El golpe de Kid fue tremendo para el ranchero, que comprendió que la faena de Colorado había sido de distracción. Otro como aquel y Billy lo arruinaría.

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