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27
noviembre
POLVO AL VIENTO (42)

TERCERA PARTE

FORAJIDO

CAPÍTULO 12

Las Vegas, Nuevo México

La fuga de Lincoln fue la segunda bofetada de Billy a Wallace; la primera fue cuando salió de la cárcel tras la detención por Longworth. Wallace juró que no habría una tercera al tiempo que se preguntaba en qué madriguera se habría escondido, puesto que no lo localizaban en ningún sitio.

El 4 de julio de 1879, unas dos semanas después de su huida, todavía buscándolo por otros derroteros, amaneció Billy en Las Vegas. Había acudido como muchos curiosos a la inauguración del primer tren de Nuevo México y el sur del Pacífico, que finalmente había llegado a la ciudad.

La llegada del ferrocarril dividió la población en dos secciones, la Ciudad Vieja y la Nueva, aunque también las llamaban respectivamente Las Vegas Oeste y Este. La alegría era masiva, porque el nuevo sistema de transporte significaba el progreso, así que toda la población estaba en la calle. Se celebró una fiesta apoteósica al hacerlo coincidir con el Día de la Independencia. Había bailes, concursos de pasteles, competiciones de soga, carreras sujetando un huevo en una cuchara con los dientes, fuegos artificiales… lo que más desean los muchachos jóvenes, y Billy y Tom Folliard disfrutaban de todo ello como los adolescentes que seguían siendo, aunque no tardaron en darse cuenta que no todo lo que relucía era oro, porque el ferrocarril también había traído a la ciudad gran cantidad de prostitutas, fulleros, ladrones, asesinos, pistoleros y desperados, casi todos de Dodge City. La Banda de Dodge City, los llamarían los locales, cuyo líder consiguió ser nombrado juez de paz y no tardó en enchufar a varios de sus hombres como agentes de policía en la ciudad. Las Vegas, Nuevo México, no tardó en convertirse en una de las más mortales del Oeste.

Pero aquel primer día todo esto aún quedaba lejos, a pesar de que la experiencia de ambos amigos les auguraba lo que iba a pasar y decidieron que tan sólo se quedarían el tiempo suficiente para que se calmaran los ánimos tras la fuga de Billy.

-William Henry Roberts –oyó decir una voz queda a su espalda.

Billy se giró ni lento ni brusco, con naturalidad, nadie conocía su verdadero nombre. El desconocido era algo mayor de treinta años y le sonreía. Estaban los dos solos.

-Jesse James –sonrió a su vez.

-Por favor, llámame Howard, es el nombre que utilizo en estos momentos.

-Me parece bien. Yo soy…

-William Bonney, a quien llaman Kid, lo sé. Te has hecho famoso.

-No por gusto, te lo aseguro.

-¿Te apetece que tomemos un trago y hablamos?

Se instalaron en la habitación del hotel Adobe, donde se alojaba Jesse James. El atracador pasaba por una mala temporada, la banda había quedado desmantelada, él estuvo a punto de perder la vida malherido, y no había tenido más remedio que huir. Estaba en Nuevo México buscando un sitio al que mudarse con su familia al tiempo que aprovechaba el viaje para crear una nueva cuadrilla con la que actuar en Missouri.

Billy comprendió que Jesse James tenía intención de convertir Missouri en la víctima y Nuevo México en su escondite.

-Me vendría bien alguien como tú.

Billy sonrió; una sonrisa de conejo aún más pronunciada por sus incisivos.

-¿Por qué yo?

-Porque te conozco y he oído hablar de ti.

-No creas todo lo que se dice.

-Sé por experiencia que siempre se exagera, pero aunque sólo sea verdad la mitad de lo que dicen…

-Ni la mitad. No he hecho nada excepto robar ganado y aún así no me considero un bandolero. En esta tierra dime alguien que no lo robe –su voz tenía un tono amargo inhabitual en él -. No he atracado a nadie, no he robado tiendas ni asaltado diligencias, no he desvalijado ningún banco, y quiero seguir así.

-¿Y todas tus muertes?

-También son mentira. No sé si he matado a alguien en los tiroteos mientras duró la guerra, pero fuera de eso sólo he matado una vez; en defensa propia.

El muchacho estaba siendo acusado prácticamente de todos los asesinatos del condado de Lincoln en aquellos días, pero Jesse James comprendió que era debido a que el nombre de Billy se había convertido en sinónimo de atrevimiento y temeridad.

-Ha habido doscientos muertos en la guerra del condado de Lincoln –decía Kid -, ¿no creerás que a todos me los he cepillado yo?

Se miraban a los ojos, los de Billy seguían teniendo la honestidad de cuando lo conoció siendo niño en el rancho de Wild James.

-Te creo. Pero estás estigmatizado, algo que no podrás cambiar hagas lo que hagas. Puesto que ya estás condenado…

-No lo haré. No voy a darles la ocasión de que digan que tenían razón sobre mí, que sólo era cuestión de tiempo que hiciera lo que ya me acusan. No soy un forajido, ni lo seré por mucho que se empeñen.

-Orgulloso y cabezota, como tu padre.

Le llamó la atención el brillo que apareció en los ojos de Billy al pronunciar la frase.

-¿No me preguntas por él?

-No quiero saber nada de él –respondió sin más explicaciones.

Jesse James no insistió.

-Lo eres, Billy, un forajido –dijo en cambio.

-¿Porque he robado ganado? En ese caso, todos en Nuevo México deberíamos estar fuera de la Ley.

-No, porque lo dice la opinión pública. Será todo mentira, pero la gente se lo ha creído, por eso eres un forajido, porque todos creen que lo eres. Algo que nunca podrás cambiar por mucho que lo intentes.

Billy no respondió.

-Así que dime –continuaba Jesse James -, ¿qué más da si te conviertes en uno realmente? ¿A quién le importaría?

-A mí. Tengo mi propia opinión de mí mismo y aunque no es muy buena, no quiero que empeore.

-¿Evitará eso que te persigan? Lo harán igual. ¿No lees los periódicos? Eres el forajido más peligroso de Nuevo México ahora que Jesse Evans está a punto de ser encarcelado y los Seven Rivers Warriors destruidos por las acciones del Gobernador Wallace.

El autor de “Ben – Hur” se había tomado muy en serio terminar con todos los bandoleros del Territorio durante su mandato, aunque nunca quedó muy claro si lo hizo por justicia, por su cargo o como venganza por la indisciplina, jactancia y desvergüenza del testigo del asesinato de Chapman, que prefería seguir libre a fiarse de su palabra.

-No es verdad.

-No es lo que dicen los diarios, ni lo que cree la opinión pública.

-Me da igual.

-¿Estás seguro?

Tardó en responder, recapacitando.

-Tienes razón –reconoció -, no me da igual, pero no soy un forajido y no les daré el gusto de convertirme en uno. No lo conseguirán.

-Repito, eso se llama orgullo.

-Llámalo como quieras.

Jesse James no respondió. Recordó cuando se conocieron en el rancho del padre de Billy, por aquel entonces ya le notaba temple. Seguía teniéndolo, al parecer intacto, sin mellarse. Tendría un mal final, se dijo, los acontecimientos estaban arrastrando al muchacho hacia una tragedia que no podría evitar. Tuvo la sensación de que Billy lo sabía, que lo sabía desde hacía tiempo, por eso no daba el brazo a torcer ni se sometía; el final sería el mismo aunque se rindiera convirtiéndose en lo que ya decían que era. Final por final, Billy conservaría su dignidad en contra de todos, sin dejarse vencer.

-Tengo otro negocio, que quizá te interese más.

-¿Cuál?

– Dinero falso. Hay un grupo de sudistas que quieren hundir la economía de los Estados Unidos.

-¿Tú entre ellos?

-Yo entre ellos.

-¿Qué pinto yo?

-Ayudarías a mover el dinero en la venta del ganado que robas.

-Te has empeñado en convertirme en un delincuente.

-Tienes que vender ese ganado y de forma legal cada vez será más difícil. En cambio así nadie hará preguntas, porque necesitan poner ese dinero en circulación.

En eso tenía razón. Si seguía robando ganado tendría que entrar en el negocio. Lo hablaría con Folliard.

-Tendré que pensarlo.

-Si te interesa te daré más detalles.

-Te contestaré mañana. ¿Por qué no comemos en mi hotel?

***

Billy se alojaba en el famoso Hot Springs a seis millas de Las Vegas, equipado con una casa de baños de adobe y un hotel añadido. Su cocina era muy popular en Nuevo México, estando completamente lleno todos los domingos, por lo que solían compartir la misma mesa distintos comensales.

En una esquina del comedor se habían sentado Billy y Jesse James con un tercero cuando apareció un cuarto preguntando si la silla a la derecha de Kid la ocupaba alguien.

Billy levantó la vista y reconoció al médico de Tascosa, Henry Hoyt. Amable y sonriente como siempre se levantó para saludarlo y se dieron las manos. Buscado como estaba Kid, Hoyt no lo llamó por su nombre para no comprometerlo ante extraños.

-¿Qué es de tu vida? –preguntó el muchacho, que iba elegantemente vestido con sus ropas nuevas de ciudad y que había adquirido tan pronto llegó a Las Vegas en la tienda de Charley Ilfelt.

-Estoy trabajando de camarero en el Hotel Exchange de las Vegas.

Billy respondió que como no había visto un tren de pasajeros nunca, se había desplazado a Las Vegas exclusivamente para eso. Estaba pasando los mejores días de su vida.

Pronto estuvieron hablando del tiempo que estuvieron juntos en Texas como si fueran un par de cowboys. El hombre de la izquierda de Billy hizo un comentario sobre la conversación que llevaban.

-Hoyt –sonrió Billy -, te presento a mi amigo, Mr. Howard, de Tennesse. Hoyt es un médico del que me hice amigo en el Panhandle.

Hoyt le estrechó la mano pensando que debía ser alguien del ferrocarril y, a juzgar por sus palabras, había viajado bastante. El médico hizo constar en sus memorias que Billy le confesó más tarde que aquel hombre era Jesse James.

La comida transcurrió con una conversación agradable. El cuarto hombre, terminado su plato se retiró y Howard no tardó en hacer lo mismo.

Después de la sobremesa, Billy llevó a Hoyt a su habitación, donde estuvieron hablando de sus correrías en aquellos meses. El muchacho le comentó lo que le había ocurrido con el Gobernador.

-Resultó ser todo una trampa de Wallace para atraparme.

Hoyt alzó la vista de la carta del Gobernador, que Billy le había entregado a leer.

-Creo que cometes un error –dijo el médico -. Aquí pone que tiene el poder de indultarte.

-Lo que pone es que puede eximirme del enjuiciamiento. Pero el juicio se ha hecho.

-Tampoco te encarceló, quiero decir que después del juicio te permitió continuar en casa de Juan Patrón. No te volvió a encerrar. Eso debe significar algo.

-He tenido demasiadas experiencias con traiciones y promesas falsas. Su silencio tras ese juicio, real o por compromiso, es la gota que ha derramado el vaso.

-Vuelve a intentarlo. Vuelve a escribirle antes de que sea demasiado tarde.

-No.

En aquellos momentos parecía un niño obstinado.

-Por este camino sólo conseguirás que te maten.

-No tengo miedo a morir como un hombre peleando –sus ojos perdieron algo de brillo al añadir -: Pero no me gustaría morir como un perro desarmado. Ya no creo en sus palabras, si lo hago me colgarán y no he nacido para que me ahorquen.

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