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07
noviembre
POLVO AL VIENTO (39)

TERCERA PARTE

FORAJIDO

CAPÍTULO 9

Se firma la paz

Contra todo pronóstico Billy y Folliard regresaron cinco días después a Lincoln, esta vez iban acompañados de Doc Scurlock. La decisión la había tomado Billy en las horas que estuvo en la cárcel y había estado madurándola aquellas jornadas. Era bien simple: se había convencido de que la persecución de la que era objeto, era más debida a rencillas o como consecuencia de la guerra y no por la muerte de Brady en sí; ésta sólo era la excusa para tener cobertura legal. Llegó a la conclusión de que si hablaba con Dolan y conseguía convencerle para firmar la paz, quizá el Círculo anulase la orden de arresto, con lo cual podría beneficiarse del indulto del Gobernador. Este fue el motivo de su regreso, aunque su mejor amigo y Doc lo acompañaron, porque era meterse en la boca del lobo. Yginio Salazar, que aún estaba en casa de su hermano a pocas millas, se presentó también al oír que Kid estaba en la ciudad.

Sus enemigos habían vertido tantos embustes sobre su ferocidad, salvajismo e inhumanidad, que habían terminado creyendo sus propias mentiras, con lo cual su presencia en Lincoln ocasionó no pocos acontecimientos.

James Dolan y Bill Mathews huyeron para salvar sus vidas refugiándose en Fort Stanton al enterarse que Billy había tomado la ciudad, al tiempo que éste, comprobando que su adversario se había marchado, decidió esperar a que regresara.

El coronel Dudley acogió a los fugitivos a regañadientes y se negó a ayudarles esta vez, puesto que estaba siendo investigado por los acontecimientos del verano.

El sheriff Peppin al verse sin la ayuda militar, pensando que tendría que enfrentarse solo al peligrosísimo forajido, dimitió y se puso a trabajar en la carnicería del fuerte. Su ayudante George Kimbrell fue elegido sheriff para sustituirle, quien prefirió no cruzarse con Billy mientras éste estuviera en Lincoln y rezó para que sólo fueran unos días.

Dos meses.

Sesenta días aguardando a que Dolan apareciese por Lincoln, Billy estaba cansado de esperar. Se había mantenido durante aquel tiempo con lo que ganaba del juego, pero no podía seguir así eternamente, aunque para matar el tiempo se había comprado un sombrero con el que sustituir el de copa, uno de fieltro de ala ancha y color claro, con una banda artísticamente trenzada alrededor de la corona.

Su estancia en Lincoln no podía ser más tranquila. Los ciudadanos comprobaron que toda su infamia, grosería y bestialidad en sus hábitos, conversación o comportamiento, era falsa; que a pesar de lo que se había convertido seguía siendo el muchacho alegre, atento y generoso que habían conocido cuando trabajaba para John Tunstall. Los ancianos, los pobres, los enfermos, los desafortunados, los indefensos, acudían a él sabiendo que les ayudaría en la medida de sus posibilidades.

Sólo en una ocasión tuvo  un altercado y Kimbrell, avisado por un vecino, tuvo que acudir a regañadientes obligado por el cargo a la cantina, pero no se atrevió a entrar. Por la puerta veía a Billy de espaldas; enfrente de él, un hombre mucho más alto y poderoso. Había habido un malentendido y las frases habían subido de tono, pero el adversario temía su habilidad con las armas y no se movía.

Kimbrell vio como Billy se desabrochaba el cinturón, dejándolo caer al suelo, al tiempo que decía:

-Vamos, viejo, ahora no tengo ninguna ventaja. Aclaremos esto a puñetazos.

Con un suspiro el sheriff volvió a su despacho sin querer saber nada más. Luego oyó decir que Billy, ligero y elegante como una pantera, había ganado la pelea. Otros decían que no, que la había perdido y que, en lugar de guardar rencor, el muchacho había invitado al vencedor a un trago.

Convencido finalmente de que Dolan no haría acto de presencia, el chico se decidió por la vía indirecta. Escribió a Jesse Evans informándole que estaba cansado de luchas y expresando su deseo de entrevistarse con Dolan para firmar la paz. El bandolero le entregó la carta a su patrón quien al leerla se alegró, porque así cerraba uno de los frentes, dado que Susan McSween había abierto otro bastante más grave.

La viuda había contratado al abogado Huston Chapman, quien en poco tiempo había conseguido grandes avances: que la señora McSween fuera asignada como administradora de los bienes de su difunto esposo, de John Tunstall y Dick Brewer; una orden contra el coronel Dudley por el incendio provocado y complicidad en el asesinato de Alexander McSween; el apoyo del Gobernador actual a pesar de las reticencias de Lew Wallace, más por quitarse de encima al pesado de Chapman que por interés; la recuperación legal del ganado de Tunstall, que seguía en poder de James Dolan…

Se había propuesto matar al dichoso abogado, incluso había permitido que le llegaran rumores, pero Chapman no se había achantado. Sin embargo, no podía quitarlo de en medio teniendo detrás a Billy haciendo de las suyas. Tanto había abusado de la propaganda que no se daba cuenta que, en realidad, el chico no hacía nada salvo escabullirse de la persecución a la que era sometido para poder seguir vivo.

La propuesta de Billy no podía llegar en mejor momento. Necesitaba cerrar aquel frente para dedicarse a Chapman. Escribió la respuesta aceptando esa reunión para la noche del 18 de febrero en Lincoln, porque según sus espías el abogado estaría en dicha fecha en la ciudad. Con un poco de suerte podía matar dos pájaros de un tiro.

18 de febrero. El aniversario del asesinato de Tunstall. Billy se preguntó si Dolan había escogido aquella fecha con alguna intención.

Poco después del anochecer del día acordado Billy con Tom Folliard, Doc Scurlock, George Bowens e Ygino Salazar se apostaban detrás de una pared de adobe en una de las calles de Lincoln. Al otro lado del mismo muro estaba James Dolan con Jesse Evans, Bill Campbell, Bill Mathews y Edgar Walz.

Ninguno de los diez se fiaba, ninguno se atrevía a salir por miedo a que le dispararan.

-¡Haces bien en no salir, Billy! –gritó Jesse Evans con una risita -. ¡Porque ahora que estás aquí, mi gente y yo aprovecharemos para matarte!

-Mal empezamos –bisbiseó Yginio Salazar.

-Fantochadas –quitó importancia Billy -, pero a fanfarrón no me gana –y alzando la voz gritó a su vez -: ¡Preferiría iniciar las conversaciones sin pelear, pero si ese es tu gusto, Jess, venid de tres en tres, tengo balas para todos!

Jessie hizo tanto caso de la baladronada de Kid como éste de la suya.

Quien sí se asustó y temió una carnicería fue Edgar Walz, que salió al exterior con los brazos en alto e intercediendo para calmar los ánimos. Se asombró de su éxito, pues apenas había terminado de hablar cuando Billy y Jesse Evans, como si se hubieran puesto de acuerdo telepáticamente, salían los dos al mismo tiempo y con ellos sus hombres.

Ninguno bajaba la guardia mientras Jessie y Kid se contemplaban adustos guardando las apariencias, aunque ambos leían en los ojos del otro que no se habían creído sus bravatas.

Billy extendió la mano, Jessie se la estrechó; todos se las dieron y eligieron uno de los saloons para discutir los términos del acuerdo.

***

La presencia de James Dolan con sus secuaces y de Billy con los suyos hizo temer lo peor al sheriff Kimbrell, que se desplazó a Fort Stanton a solicitar ayuda militar al coronel Dudley para detener a Kid, pensando que si podía encerrarlo evitaría una batalla campal en la ciudad.

***

Chapman terminó de informar a Susan McSween sobre sus últimas conversaciones con Lew Wallace. El Gobernador estaba firmemente de su lado en el conflicto, aseguró.

-Gracias a Dios –murmuró Susan.

Había tenido mucha suerte de conocer a aquel hombre. A pesar de tener un sólo brazo era intrépido, enérgico y gran conocedor de las leyes. Tampoco tenía miedo de correr la suerte de su difunto esposo, pues se había presentado en Lincoln aún con las amenazas.

Chapman miró el reloj de bolsillo.

-Pasan de las once –dijo -. Me voy al hotel. La veré por la mañana.

-Tenga usted cuidado. He oído que Dolan está en la ciudad.

-Sí. También Billy, por lo que dicen.

-Billy es un buen muchacho. Le acusan de todos los asesinatos del condado, pero no se crea ninguno. Es un chico extraordinario, muy por encima del promedio de los jóvenes de su edad.

-Sólo sé lo que dicen los periódicos y lo que dice usted, Mistress McSween; es algo contradictorio. La creeré a usted porque dice que defendió a su marido, pero también ha jurado matar a todos los que asesinaron a su patrón; y Dolan está en Lincoln, como usted asegura. Espero que el muchacho no organice un tiroteo que nos perjudique.

***

Las negociaciones habían sido rápidas, poco más de dos horas en las que acordaron nueve puntos a respetar, pero que básicamente se reducían a no tomar represalias por lo ocurrido en la guerra, no declarar contra ninguno del otro bando en caso de ser juzgado y apoyarse mutuamente en caso de que les quisieran detener. Si alguno incumpliera estas normas podía ser asesinado.

Satisfecho por el resultado y por lo razonable que había resultado Billy, Dolan invitó a todos a una copa para celebrar el acuerdo de paz. Como eran diez se terminó bebiendo más de una ronda. De aquella taberna acudieron a otras a seguir la fiesta, entre ellas la que habían construido en las ruinas de lo que había sido la casa de McSween.

Siendo abstemio Billy sólo había bebido agua y ya no le apetecía más. Sus hombres se habían mantenido en un consumo moderado, principalmente porque no se fiaban de los de Dolan a pesar del tratado, dado que éstos no estaban tan borrachos como aparentaban. Así que no se opusieron cuando Kid dijo que ya era muy tarde y todavía tenían que regresar a San Patricio.

Se despidieron amistosamente. Billy vio alejarse a sus antiguos adversarios, un tanto perplejo; Dolan tenía tantas ganas de la paz como él. Después de la persecución a la que lo habían sometido, era extraño. Se preguntó qué llevaría el financiero entre manos.

Eran cerca de los once y media de la noche, la calle estaba en penumbra por la mala iluminación y alguien, a quien no distinguía bien, caminaba hacia ellos. En el juego de luz y oscuridad pudo distinguir que le faltaba un brazo. ¿Chapman? Había oído que era manco.

A la altura de la iglesia, Dolan y su gente se unieron al abogado.

El chico oyó que decían algo que no entendió por la distancia. Campbell sacó el revólver, chilló: ¡baila!

Folliard cogió del brazo a Billy.

-Vámonos, no es asunto nuestro.

Jesse Evans se fue no queriendo inmiscuirse.

Dolan insultaba a gritos a Chapman, que permanecía impasible. Tampoco podía hacer otra cosa, desarmado y encañonado, que conservar la dignidad. Su flema enfureció a Dolan, que recordó la de Tunstall en La Mesilla. Sacó la pistola y disparó al aire. Chapman se mantuvo firme. Ahora lo hizo Bill Mathews. La bala pasó rozando la oreja del abogado y el silbido le hizo pestañear; su único movimiento.

Mathews sólo había querido asustarlo, comprendió Billy; tenía mejor puntería.

Campbell también disparó, al pecho y a quemarropa. Chapman se tambaleó unos pasos antes de caer muerto al suelo.

-Billy –insistió Folliard -, vámonos.

-Sólo tenía un brazo y estaba desarmado.

-Billy…

-¡Miserables! –murmuró.

-¡No es asunto nuestro!

Kid miró a su amigo. Sus ojos reflejaban la oscuridad.

-No, no lo es –reconoció.

Pero caminó hacia el cadáver en lugar de irse. Había visto cómo Dolan le daba algo a Walz antes de desaparecer con los otros dos.

Con un suspiro resignado Tom siguió a Billy. El resto estaba con los caballos preguntándose por su tardanza.

-Walz, ¿qué haces con ese seis tiros en la mano?

-Me lo ha dado Dolan –dijo incómodo -, quiere que lo ponga en la mano de Chapman.

Querían hacer creer en la defensa propia como con Tunstall. Las pupilas de Billy brillaron irritadas.

-Diría que no te gusta –sonrisa de conejo -. Dámelo, lo haré yo.

Walz entregó la pistola sin dudar.

-Gracias –dijo supersticioso -, no está bien hacerle esto a los muertos.

Billy miró alrededor en cuanto lo perdió de vista.

Nadie.

Con Tunstall consiguieron que creyeran en la defensa propia, pero no ocurriría lo mismo con Chapman.

Se guardó el arma en el cinturón del pantalón.

-Vámonos –dijo a Folliard.

Regresaron a San Patricio.

Una hora más tarde llegaba a Lincoln el sheriff Kimbrell con una veintena de soldados para detener a Billy, pero en lugar del forajido lo que se encontró fue el cadáver desarmado del abogado.

No había testigos

Era un crimen tan similar al de Tunstall que no dudó un segundo de que el asesino era Dolan o alguno de sus hombres.

Chapman defendía los intereses de la viuda de McSween y, por la experiencia vivida, temió que su asesinato desencadenara una nueva guerra, por lo que Kimbrell solicitó al coronel Dudley que los veinte soldados se quedaran en Lincoln.

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