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16
octubre
POLVO AL VIENTO (36)

TERCERA PARTE

FORAJIDO

CAPÍTULO 6

Tascosa

Billy guardó el daguerrotipo en las alforjas; no era una buena foto. Celsa había tenido razón al asegurar que estaba horrible, que no era él.

Se la había hecho un día al salir de casa en Fort Sumner. Lo mostraba con el sombrero de copa alta, una chaqueta de lana gris, una camisa roja con dibujos blancos, el chaleco desabrochado, el pañuelo color hueso anudado al cuello, las botas por el exterior del pantalón, la pistola al cinto y el rifle apoyado en el suelo sujetándolo con su mano. El cabello largo le cubría la parte superior de las orejas; los párpados ligeramente cerrados, poco, dándole aspecto soñador; la boca entreabierta mostrando los incisivos. La copa del sombrero estaba parcialmente aplastada y, aunque en la foto no se apreciaba, comenzaba a descolorarse en algunos puntos por el uso. Había resultado de peor calidad que los mexicanos.

El fotógrafo, al verlo con las armas, le había pedido que pusiera expresión de facineroso y a Billy no se le ocurrió nada mejor que entornar los párpados y mostrar los dientes.

Era un daguerrotipo que no le hacía justicia. A ninguno de sus amigos le gustó y al ser una imagen invertida daba la sensación que Billy era zurdo.

A él no le desagradaba tanto, en cierto modo representaba su vida, toda del revés y una peligrosidad ficticia, porque le atribuían fechorías que realizaban otras bandas de forajidos, y que le cerraban las puertas a una vida honrada obligándole a robar ganado para poder subsistir; el único delito del que sí era culpable mas al que sólo recurría cuando los naipes eran insuficientes para mantenerlo.

Todo aquel verano no había hecho más que ir de bardanza. Las poblaciones se alarmaban cuando oían que había entrado la cuadrilla de Kid Bonney y se tranquilizaban cuando daba palabra de no crear problemas. Confiaban en ella porque sabían que nunca la rompía, pero Billy se estaba cansando, no le gustaba ver cómo acudían ante él con el temor en los ojos. Sin embargo, lo respetaban. Como muy bien le dijo Whitehill hacía tres años…

¿Sólo tres?

Parecía una eternidad.

… la palabra dada era lo que definía a un hombre.

En otoño estaban en Tascosa, ahora eran cinco contándole a él: Tom Folliard, Henry Brown, Fred Wayte y John Middleton. Salvo Folliard era el grupo de trabajadores que había acompañado a John Tunstall el día de su muerte.

Acamparon cerca de la población. Era una villa pequeña con solo dos tiendas, una herrería y una casa de adobe, que era el centro de suministros para las grandes extensiones ganaderas de la región texana de Panhandle.

La noticia de que había llegado a Tascosa se extendió como la pólvora por la aldea. Su reputación de malhechor había empeorado, se ofrecía una gran recompensa por su captura vivo o muerto, preferiblemente muerto.

A pesar de ser sólo cinco le tenían demasiado miedo para enfrentársele y por otro lado, saber que cumplía su palabra de no crear problemas equilibraba un tanto la balanza.

***

Billy vio acercarse la comisión y no pudo evitar un mohín.

-Vienen bien armados –comentó Tom Folliard a su lado.

-¿Cuándo no nos han venido armados?

Ninguno se movió, se habían acostumbrado ya a aquellas situaciones. Aún así, Billy estudió cada uno de los rostros y ademanes de quienes se acercaban. La población era tan pequeña que ni siquiera tenían sheriff. No detectó agresividad.

Cuando estuvieron lo suficientemente próximos se adelantó pacíficamente.

Saludó con educación y añadió en qué les podía servir. Su voz suave, su sonrisa amistosa, su aplomo, sus ojos que con la iluminación de aquellas horas parecían de azul claro… no había nada de la agresividad que le atribuían.

Los panhandlers se desconcertaron, olvidaron el discurso preparado y comenzaron una charla informal con aquel joven. Sabían todo de él, le dijeron, preguntándole qué hacía allí, que no querían conflictos.

-Tampoco nosotros –respondió -. Estamos aquí porque oí que necesitaban monturas y hemos traído una buena remesa.

Sin duda todos mangados, pero no preguntaron lo que era obvio y dado que sí era cierto que los necesitaban se volvieron ciegos, mudos y sordos no importándoles que los jamelgos fueran robados si el precio era razonable.

Lo fue, Billy no era avaricioso, nunca buscó lucrarse con el latrocinio de ganado, tan sólo ganar lo suficiente para vivir.

A diferencia de otras bandas sus hombres estaban de acuerdo con esto, porque ninguno se veía a sí mismo un profesional de la delincuencia.

Cerrado el trato, el estúpido de turno, que siempre los hay, tensó la cuerda al ver a Kid tan manso.

-Pueden quedarse los días que quieran. No habrá problemas siempre y cuando se comporten. De lo contrario –advirtió enfáticamente -, si transgreden…

-Nos comportaremos –repitió Billy atravesando los ojos de quien había hablado cuya voz se extinguió -, si nos dejan ustedes en paz.

Seguía pacífico, pero el brillo de sus pupilas cuando miró al bocazas, el ligero cambio apenas perceptible en su tono de voz… todos entendieron que no eran tan inofensivo como sus modales agradables daban a entender.

Una hora más tarde pagaron los caballos y se los llevaron bajo la atenta mirada de los forajidos.

Billy repartió el dinero y seleccionó parte del suyo para comprar balas.

-¿Vienes a la cantina? –preguntó Tom.

-Después de pasar por la tienda.

Estaban más que bebidos cuando se reunió con ellos.

-¡Hola, Billy! –farfulló Tom.

-¿Ya estás borracho?

-Como me haces beber por los dos… aquí tienes tu agüita, recién sacada del pozo.

Billy no respondió. Se sentó en la silla y contempló a sus amigos. Hablaban ya otro idioma comiéndose las palabras y conversando de las necedades de siempre cuando estaban ebrios. Paseó la vista por el local. Se detuvo en un parroquiano que lo observaba. Era el único que como él bebía agua, el único con quien se podría llevar una conversación que tuviera sentido.

Cogió el vaso y se acercó.

-¿Me permite que me siente en su mesa?

-Por favor –señaló una silla vacía con la mano abierta.

-Gracias. Me llamo Billy Bonney.

-Lo sé. Yo soy Henry Hoyt, médico.

Muchos años más tarde, el doctor Henry Hoyt escribió sus recuerdos y aventuras como médico en la frontera, dando a conocer su relación con Billy the Kid. Lo primero que le llamó la atención fue que Kid era abstemio cuando ya, en aquel tiempo, se había escrito largo y tendido de las hazañas de Billy en competiciones de bebidas. Sin embargo, él nunca lo vio tomar una gota de alcohol.

Este detalle ayudó para que tuvieran una buena relación inicial, puesto que Hoyt, criado en estrictos principios cristianos, también era abstemio.

Mientras escuchaba a Billy, Hoyt lo estudiaba. Le calculó unos 18 años, de facciones suaves, imberbe, cuerpo atlético y simétrico. En realidad cumplía los 17 aquel año y ya había alcanzado toda su estatura, no crecería más.

La conversación se interrumpió por un altercado. Ambos giraron la cabeza hacia el barullo.

John Middleton estaba vociferando con la mano apoyada en su arma.

Kid se levantó murmurando algo que Hoyt no entendió. Caminó hacia el borracho que parecía esperar la mínima excusa para liarse a tiros.

-John Middleton –dijo suavemente, pero con un ligero tono de desafío y mando -, maldito idiota, vuelve al campamento y quédate allí hasta que yo llegue.

Middleton se giró hacia Kid al oír su voz. Tenía los ojos brillantes.

-No me hablarías así si estuviéramos solos. No presumas tanto.

-Si es lo que crees, vamos los dos detrás de la tienda. Allí estaremos solos.

Tenía también la mano apoyada en la pistola. Su tono era más metálico, sus ojos parecían haberse oscurecido.

Middleton palideció. El labio inferior le temblaba cuando intentó una sonrisa enfermiza.

-Venga, Billy –rezongó en un tartamudeo -, no sabes aguantar una broma.

-Quizá, pero yo no bromeo. Ya me has oído. Vuelve al campamento. Ahora.

Middleton tragó saliva y sin atreverse a mirar a ver si lo respaldaban sus compañeros salió por la puerta arrastrando los pies. A Hoyt se le antojó un perro apaleado.

Años más tarde, cuando Pat Garrett ya había intentado sin éxito explotar el hecho de haber asesinado a Billy the Kid y publicado su fraudulenta biografía, fanfarroneó a Hoyt de que Billy tenía más fama que destreza real con las armas y que John Middleton le superaba en todos los sentidos con el revólver. Hoyt no creyó ni una palabra, porque había visto el miedo de Middleton en Tascosa.

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