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12
septiembre
POLVO AL VIENTO (31)

TERCERA PARTE

FORAJIDO

CAPÍTULO 1

Infame

Se había dormido con el ruido de fiesta de la ciudad como fondo, pero no fue el silencio que siguió después quien lo despertó sino el frío del sereno hacia el amanecer. Estaba encogido en un intento inconsciente para preservar el calor cuando abrió los ojos. Parpadeó. Los primeros rayos solares aparecían por el oriente en un tono amarillento. Se incorporó. Todos menos Folliard seguían durmiendo.

Tom se dio cuenta que Billy le observaba y lo saludó con la mano. Estaba sentado en una roca montando guardia.

-¿Has estado despierto toda la noche? –preguntó Billy caminando hacia él.

-No, nos quedamos dormidos todos. Una imprudencia, supongo que estábamos demasiado agotados.

-Y ellos demasiado alegres –respondió Billy recordando el bullicio -. ¿Alguna novedad?

Miraba hacia la ciudad.

-Durmiendo la mona, por el silencio que hay.

Billy se agachó, bebió agua del río. Luego se lavó la cara para despejarse. Deseó bañarse, no sólo tenía la cara tiznada sino toda la ropa olía a humo.

-¿Qué hacemos ahora? –preguntó Tom.


Mientras los soldados abandonaban Lincoln con la satisfacción del deber cumplido, una cuadrilla de Dolan acudía a la parte posterior de las ruinas de la casa de McSween para recoger a los muertos descubriendo que alguien había sobrevivido.

Tres hombres siguieron el rastro de sangre de Yginio Salazar encontrándolo en casa de su cuñada. Lo estaba curando un teniente médico de la tropa de Dudley, quien les dijo que les acusaría de asesinato si osaban hacerle algún mal al muchacho.

Dudaron, estaban envalentonados por la victoria del día anterior. Si aquel médico hubiera sido un civil habrían rematado a Yginio allí mismo, pero era un teniente del Ejército y no creían que Dolan quisiera enemistarse con el coronel Dudley.

A regañadientes se fueron de la vivienda.

-Sería conveniente que avisaran al juez de paz –aconsejó el teniente -, para que quede constancia del estado del boy. No me fío de esa gente y podrían volver.

El hermano asintió y un par de horas después regresaba con el juez Wilson, quien decidió aprovechar para tomar declaración a Yginio Salazar sobre lo ocurrido en las últimas horas de la batalla, cuando estuviera en condiciones de hablar.


El grupo se había roto. Mientras Jim French y Charlie Bowdre regresaban a la ciudad para buscar a Susan McSween y protegerla, el resto asaltaba el rancho Casey, uno de los partidarios de James Dolan, porque necesitaban caballos para huir. Al llegar a San Patricio les dijeron que Doc Scurlock había dispuesto que se reunieran todos los reguladores supervivientes en el rancho de Frank Coe.

Por su parte Billy, acompañado de Tom Folliard, había regresado a Lincoln para recuperar su potro aprovechando que aún estaban todos con resaca.

Aquello era una locura, protestó Tom, y todo por un caballo que en realidad era del sheriff Brady.

-Ahora es mío, él se quedó con mi revólver.

Un hermoso alazán árabe al que había cambiado el nombre bautizándolo como Dandy Dick.

No se lo iban a quitar así por las buenas.

Tom miró el cielo sin responder.

No tuvieron problemas. Como había esperado Billy seguían descansando de los abusos de la noche y nadie vigilaba las caballerizas. Luego se encaminaron a San Patricio.

Billy quería comenzar de cero ahora que la guerra había terminado. Su intención era buscar trabajo en alguno de los ranchos que habían sido amigos de Tunstall. Así que, aunque le informaron como al resto de las instrucciones de Doc Scurlock, no hizo ningún caso y se encaminó a su vivienda. Tom, tras pensarlo, le acompañó.


La noticia de que habían asaltado el rancho de Casey robando una manada llegó pronto a Lincoln. Dolan, que en un principio estaba dispuesto a olvidarse de todo una vez fallecido McSween, entró en cólera.

-¡Si quieren guerra, la tendrán! –rugió -. ¿Quién es el cabecilla ahora que McSween ha muerto? ¿Lo sabéis alguno?

-Billy Bonney –respondió Peppin.

-¿Kid? No puede ser, es un crío.

-Lo sé con seguridad –se reafirmó el sheriff.

Explicó a Dolan todos los pormenores de la fuga.

El financiero no respondió recordando que Kid había matado a Brady, según los testigos; que fue quien facilitó la huida de Tunstall provocando a los ayudantes del sheriff; que estaba en el grupo que mató a Morton y Baker; que según algunos fue quien en realidad mató a Buckshot Roberts en el molino de Blazer…

-¿Sabes dónde puede estar? –preguntó.

-En San Patricio, vive allí.

Aquello terminó de convencer a Dolan: aquel pueblo siempre había sido un bastión de los reguladores. Además, era perfectamente lógico que McSween se refugiara en su casa de Lincoln con el líder.

-Traedme su cabeza.


Siempre que las circunstancias se lo permitían le gustaba ir escrupulosamente limpio. Estaba llenando una tina para quitarse todo el hollín que llevaba encima cuando un chicuelo le avisó de que se aproximaba un grupo de jinetes.

Estaba visto que Dolan no daba por finalizada la guerra.

Tom y él salieron a galope hacia el rancho de Frank Coe mientras que los vecinos borraban sus huellas para dificultar la persecución.


Dispuesto a terminar de una vez por todas, Dolan puso en marcha nuevamente toda la maquinaria de propaganda. Y así los periódicos hablaban de la sangrienta guerra que había asolado el Territorio de Nuevo México en los últimos meses, no menos de 200 fallecidos, que no tenía visos de terminar, aún habiendo muerto el cabecilla de uno de los bandos. Hablaban de la última y cruel batalla y de cómo contra todo pronóstico, los facciosos habían conseguido escapar capitaneados por el asesino del sheriff Brady, William Bonney, alias Kid, que en la huida había asesinado también al alguacil Bob Beckwith.

De esta forma comenzó el atribuirle a Billy muertes en las que ni siquiera había estado presente, porque quien mató a Beckwith fue alguien del segundo grupo; él estaba en el primero.

Los papeles hablaban y no paraban. Entrevistaban a quienes decían conocerle, pero que ni siquiera sabían el aspecto que tenía. Sí, claro que lo conocían, cómo olvidar su mirada fría, brillante como un relámpago en la oscuridad cuando disparaba; su sonrisa siniestra y sarcástica, o su risa. Comió y rió, bebió y rió, montó y rió, habló y rió, luchó y rió, y mató y rió, escribirá años más tarde Pat Garrett en su falsa biografía. Alguien comentó sus incisivos prominentes y pronto los periodistas los convirtieron en unos colmillos que le daban una expresión cruel y asesina.


Yginio Salazar informaba al juez Wilson de lo acaecido en la casa mientras se enteraba él mismo que Billy estaba siendo perseguido por la justicia como forajido. Los antiguos reguladores eran ahora su banda. Habían asaltado diversos ranchos robando el ganado, habían asaltado la Agencia de la reserva apache de los mescaleros llevándose todos los caballos que encontraron. Billy había asesinado al funcionario durante el robo; es más, el chico se había cepillado no menos de una docena de personas desde que huyó de Lincoln.

Yginio escuchaba con la boca abierta; ni pestañeaba.

-Eso no puede ser cierto y usted lo sabe –dijo al final.

-No importa lo que yo crea o sepa –respondió Wilson -, ni lo que sepas tú o cualquier otro. Dolan se la tiene jurada a Billy. Creyó que muerto Tunstall todo terminaría y se equivocó, fue a peor. Creyó que muerto McSween terminaría y se ha vuelto a equivocar.

-Pero Billy no es el jefe de los reguladores, es Doc.

-Él cree que lo es. El chico mató a Brady y ha capitaneado una fuga increíble. No le perdonará que no se haya dejado asar como un lechón en ese incendio.

-No mató a Brady –defendió Yginio -. Eran cuatro, nadie sabe quién lo mató.

-Pero al único que vieron la cara fue a él. Luego lo ocurrido en la casa de McSween… los enemigos de Dolan, que son muchos aunque no se atrevan a hacer nada, lo consideran una hazaña, así que tiene que hundir al muchacho, convertirlo en un maleante, para que sea rechazado por todos. Está obligado a hacerlo.

-Me está diciendo que le tiene miedo.

-Creo que tiene miedo a lo que pueda llegar a hacer si lo deja suelto. Si pudiera lo compraría, pero me temo que Billy no es de los que se venden. No lo dejará en paz nunca, hasta que no esté muerto.

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