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18
julio
POLVO AL VIENTO (23)

SEGUNDA PARTE

LA GUERRA DEL CONDADO DE LINCOLN

CAPÍTULO 1

Agua Negra Springs

La guerra duró cinco meses y desde el primer momento se les torció a los reguladores, aunque en apariencia comenzaran con buen pie, puesto que el día seis de marzo encontraban a Morton, Baker y Dick Lloyd en Río Peñasco, cerca de Siete Ríos.

Durante cinco millas hubo una persecución con disparos durante la cual el caballo de Lloyd tropezó arrojándolo al suelo, rápidamente se levantó y alzó los brazos en señal de rendición, pero ante su asombro los reguladores pasaron de largo, no era él quien les interesaba.

Un par de millas más adelante los caballos de Morton y Baker se negaron a seguir agotados por haberlos forzado en extremo. Al ver la huida fracasada ambos se rindieron arrojando sus armas. Pronto los tuvieron de rodillas con las manos en la cabeza.

Ver a Morton a sus pies y representársele todos los pormenores del asesinato de Tunstall fue demasiado para Kid, la situación era tan parecida que no pudo resistirlo. Amartilló el revólver con la peor de las intenciones.

-Billy –sonó suavemente una voz, la de Dick.

El zagal lo miró, respiraba por la boca.

-¿Crees que voy a permitir que lleguen vivos a Lincoln después de lo que hicieron?

-Te pondrías a su altura –seguía empleando un tono suave- ¿Crees que Tunstall querría eso?

Los labios del chico temblaron. Bajó los ojos avergonzado. Guardó el arma.

-Lo siento –musitó sintiendo envidia de Dick por su entereza.

-Yo haría lo mismo –reconoció el capataz -, pero no es el modo.

Al atardecer del día 8 llegaban al rancho de Chisum, en donde se había refugiado McSween tras huir de la ciudad. Mientras Dick informaba a ambos Sally salió al porche llevada por la curiosidad, aunque tan pronto vio a Billy bajo los tonos rojizos del crepúsculo se olvidó de todo y caminó hacia él con el rostro iluminado.

Al día siguiente siguieron ruta hacia Lincoln desviándose del camino. Dick comentó que Chisum le había asegurado que los hombres de Dolan preparaban una emboscada, así que tomaron una ruta militar que cruzaba Agua Negra Springs, un sendero que serpenteaba hacia los manantiales a través de un paisaje áspero, rocoso y lleno de cactos.

Morton y Baker estaban en medio del grupo que los escoltaba para minimizar el riesgo de fuga. Billy iba un poco adelantado, de avanzadilla, aunque lo cierto es que prestaba poca atención al entorno; podían haberles atacado y no se habría enterado sumido en sus pensamientos. Ni siquiera se percató que Dick Brewer se había puesto a su lado.

Por primera vez en aquellos días no pensaba en el asesinato de su patrón sino en Sally Chisum. El muchacho le había regalado unos caramelos con forma de corazón que había comprado días atrás, pero cuando se los entregaba se dio cuenta que no iban a llegar a ningún sitio.

El capataz lo estudiaba; había visto la expresión de Sally caminando hacia Billy.

-Sallie es muy guapa, ¿verdad?

Billy sonrió. Una sonrisa infantil de felicidad.

-Sí –reconoció -, pero es una joya fuera de mi alcance.

No era la respuesta que Brewer esperaba. El chico estaba en la edad en que se mezclan reacciones infantiles y adultas; no supo interpretar sus palabras.

-¿A qué te refieres?

-A lo que me dijo su tío. Hay mucha distancia entre ella y yo. Antes aún tenía un empleo, ahora no tengo nada.

-Ayer me dio la impresión que está coladita por ti.

-Sí –triste -, pero es una Chisum. Es más parecida a su tío de lo que aparenta. Además, todavía es una niña.

-¿Y qué edad tienes tú? –rió jocoso Dick.

-Dieciocho, creo.

-¿Crees?

-A veces dudo que la fecha que me dio mi t… madre, sea la real.

¿Cómo no va a saberlo su madre?, se preguntó Dick, ¿o es que era adoptado?

Era un tema capcioso y prefirió no preguntar.

-Lo cierto es que soy más viejo que Sallie, y quizá por eso me doy cuenta que como mucho sólo seré su primer amor. En fin, que no puedo aspirar a otra cosa que ser su amigo.

La voz era resignada. En las semanas siguientes los reguladores visitarían muchas veces el rancho de Chisum convirtiéndolo en una especie de base y ambos jóvenes llegaron a conocerse muy bien. Les encantaba sentarse en el porche durante la noche, ante la exasperación del viejo Chisum, y hablar durante horas o cabalgar juntos.

Fue con todo un amor fugaz de adolescentes, como se temía Billy, que se mantuvo en amistad después que Sally conociera al hombre con el que se casaría dos años más tarde, cuando Kid era ya un desperado.

La conversación que llevaba con el capataz se interrumpió al oír gritos y disparos. Al volver grupas vieron a los prisioneros y a un regulador muertos en el suelo.

-Morton cogió la pistola de la funda de McCloskey y le disparó matándolo. Intentó huir a galope junto con Baker, así que les disparamos –explicó Frank McNab.

Brewer lo lamentó, hubiera preferido que llegaran vivos a Lincoln y que hubiera habido juicio. Ahora podían acusarles de buscar venganza en lugar de justicia.

-Estamos cerca de San Patricio –dijo -. Aguardadme allí, yo iré al juez Wilson a explicar lo ocurrido.

-Esperaremos en mi casa.

Dick no tenía ni idea de cómo contarle lo sucedido a Wilson sin que pareciese un ajuste de cuentas. Tampoco hizo falta. Al llegar a la ciudad descubrió que el Gobernador Samuel Axtell, miembro del Círculo de Santa Fe y por ende partidario de Murphy y Dolan (no le quedaba otra, que para eso le pagaban) había recusado su nombramiento de policía anulando la disposición del juez Wilson. Aquello convertía las muertes de los prisioneros en asesinatos y a los reguladores en proscritos.

Dos de sus hombres estaban sentados en la calle conversando cuando Dick llegó a casa de Billy.

-¿Malas noticias? –preguntó uno al verle la expresión del rostro.

-Las peores, ¿dónde están los demás?

-Dentro.

-Entrad también, tengo que informaros a todos.

Forajidos.

Por malas que las esperaban ninguno se imaginó aquello.

-¿Qué hacemos ahora? –preguntó Charlie Bowdre.

-Ya no somos agentes de la Ley –respondió Dick -, peor aún, el Gobernador nos ha convertido en bandidos, pero yo digo que sigamos. Si lo dejamos no recibirán nunca el castigo que se merecen.

-Pero ahora somos proscritos.

-¿Es que ellos son mejores? –preguntó Billy -. Placas llevaban algunos de los que mataron al señor Tunstall.

-El chico tiene razón.

-Sí, pero…

-¿Qué es lo que deseamos? –Dick Brewer miró a todos y cada uno antes de añadir -: ¿Qué queremos, justicia o legalidad?

-No olvidemos a McSween –terció Doc Scurlock -. También van a por él y es el socio de Tunstall.

El socio. Aquello lo convertía también en su patrón. Las palabras de Doc sirvieron de revulsivo. A menos que McSween los liberara del compromiso estarían con él pasase lo que pasase.

En clara desventaja y sin cobertura legal ningún regulador se rindió. A lo largo del mes se produjeron tiroteos entre las dos facciones en San Patricio, en sus cercanías, en Lincoln… mientras el rodillo del Círculo de Santa Fe comenzaba a involucrar al Ejército para conseguir la detención de McSween, porque aquellos vaqueros eran más duros de pelar de lo que esperaban, máxime cuando uno de ellos, Widnmann, había conseguido de alguna forma que Jesse Evans fuera detenido por robar mulas del Gobierno.

Murphy estaba maravillado. Tenían todo el poder político y judicial en la mano, tenían a la policía, a dos bandas de forajidos compradas y no podían terminar con una docena de cowboys. Para colmo, Dolan se había roto una pierna estúpidamente al tratar de matar a no sabía quién, con lo que él, que estaba moribundo por el cáncer, había tenido que tomar cartas en el asunto viéndose obligado a apelar al Ejército.

El 28 de marzo, el sheriff Brady, algunos de sus ayudantes y un destacamento de soldados de Fort Stanton bajo el mando del teniente George Smith abandonaban Lincoln camino del rancho de Chisum, para detener a McSween.

Dos días después llegaban al rancho, pero McSween se negó a entregarse ante la desesperación de Chisum que temía un tiroteo. No era para menos, porque el grupo había sido avistado con antelación y los reguladores habían tomado posiciones. Si se desencadenaba una batalla los militares no harían distinción entre su gente y la del abogado.

Hasta la fecha Chisum mal que bien se había mantenido en segunda fila y prefería seguir así. Por tanto, de la misma manera que había abandonado a Tunstall, abandonó ahora a McSween apelando a la prudencia: no podían luchar contra el Ejército de los Estados Unidos, contra lo que éste representaba.

Chisum suplicaba en vano con voz melosa de patriotismo, demasiado sabía McSween que no podía enfrentarse contra el Ejército, pero no se fiaba de Brady ni de sus hombres tras la experiencia de Tunstall.

-Tendrá escolta militar –propuso ladinamente el teniente Smith, que tampoco quería un tiroteo allí, pues su ojo experto le decía que el rancho podía convertirse en una encerrona mortal. Era necesario sacar a McSween de alguna manera a terreno más apropiado.

-¿Nos lo  promete? –preguntó Susan, la esposa de McSween.

-Tiene mi palabra –ofreció con la misma lealtad con que se la brindaba a los indios.

Aún así el abogado no se fiaba por la presencia de los otros.

Acordaron finalmente que se entregaría dos días después, el uno de abril, a un destacamento militar a medio camino entre el rancho y Lincoln.

Brady no estaba conforme, pero la autoridad militar superaba la suya.

Chisum respiró tranquilo.

-Regresaremos todos a Lincoln –declaró el teniente creando más confianza -, una vez allí, dejaré el grupo de soldados que le servirán de escolta al juzgado para que declare y luego lo acompañarán a Fort Stanton, donde quedará confinado.

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