Sin Comentarios
19
junio
POLVO AL VIENTO (19)

CAPÍTULO 18

Cumbre al anochecer

Comenzó el año 1878 con los hombres de Murphy robando, para no perder la costumbre, el ganado del viejo Chisum y vendiéndolo al ejército en Fort Stanton, pero esta vez el ganadero se hartó y prometió un dólar por cabeza para recuperar su ganado mientras encargaba al socio de Tunstall, el abogado Alexander McSween, los asuntos legales.

Murphy se preocupó. Como le dijo en su día Jesse Evans a Billy, McSween había trabajado para este hombre y sabía demasiado de sus chanchullos. La guerra sucia en la pradera había fracasado, era necesario llevarla al terreno legal. Tenía la ventaja de tener como aliados los jueces, políticos y abogados que conformaban el Círculo de Santa Fe, con lo que podía silenciar a McSween aplicando las leyes con prevaricación.

Dado lo avanzado de su enfermedad neoplásica fue su socio Dolan quien denunció a Alexander McSween de sacar dinero fraudulentamente del Territorio, lo que provocó que fuera arrestado en su domicilio.

Tunstall salió en defensa de su socio con un ataque: escribió una carta al “Mesilla Valley Independent” acusando al sheriff Brady de malversación de fondos. El periódico lo publicó y Dolan, que pagaba a Brady sus buenos dineros, se enfureció primero y se propuso matar a John Tunstall después.

Tuvo la oportunidad en La Mesilla, donde ambos coincidieron con sus hombres. Le provocó e insultó creyendo que Tunstall respondería con las armas, tendría así la excusa perfecta de la defensa propia. Pero el británico no entró al trapo, demasiado inglés, tenía flema; aunque bien pudiera ser que no creyera en la violencia o que le vio el plumero a Dolan. Fuera como fuera el caso es que no se inmutó y evitó la lucha. Aquello irritó todavía más a Dolan, que volvió a intentarlo días más tarde con idéntico resultado.

Encolerizado y echando espumarajos el socio de Murphy agarró el rifle con no muy santas intenciones. Uno de sus hombres lo detuvo; en aquel preciso instante estaban en desventaja numérica respecto al inglés.

Era el 6 del febrero, James Dolan se tragó la bilis jurando que Tunstall no llegaría a fin de mes.

Unos días más tarde comenzó el juicio contra McSween y con tejemanejes legales le confiscaron la casa y el almacén, del cual era socio John Tunstall.

Esta vez fue el británico quien rabió, máxime porque el sheriff Brady añadió a la incautación el rancho de Tunstall y todo su ganado, asegurando que eran de McSween.

No había nada que hacer.

Ambos socios se dieron cuenta que estaban indefensos ante aquel prevaricato.

En un intento de salvar algo de su patrimonio, el día 11 de febrero, John Tunstall reunió en Lincoln nueve caballos, que habían quedado fuera de la expropiación y pidió a algunos de sus hombres, entre los que se encontraba Billy, que los llevaran al rancho, a 40 millas.

Aquello fue una bofetada para el sheriff Brady, que lo consideró una burla, por no decir pitorreo, a su autoridad. Por ello al día siguiente envió una partida armada a Río Feliz con orden de requisar aquel ganado. Puso al frente a Bill Mathews y lo hizo acompañar de Jesse Evans y sus secuaces, convencido de que, con los bandoleros formando parte de la jauría, los vaqueros de Tunstall se acobardarían.

Se equivocó.

El capataz Dick Brewer no se asustaba fácilmente.

-Aquí no hay potros de McSween –fue su respuesta ante las exigencias de Mathews, lo cual era cierto.

Bill Mathews sostuvo la mirada de Dick, leía en ella que aquello podía acabar de la peor manera, principalmente porque Jesse Evans y Dick habían tenido sus más y sus menos sólo unos meses antes. Pero la orden del sheriff era tajante: quería aquellos corceles a cualquier precio. Insistió. Las frases fueron subiendo de tono al tiempo que los hombres de cada uno iban tomando posiciones. En bandos opuestos Jessie y Billy no se quitaban el ojo de encima.

A ninguno de los cabecillas les gustó el cariz que iba tomando el asunto. Mathews veía que sus hombres, aún siendo más diestros, estaban al descubierto respecto a los de Brewer, y éste sabía que, aunque ganaran el tiroteo, Brady enviaría más gente y lo peor es que, a pesar de ser un granuja tiralevitas, era sheriff y por ello tenía la Ley de su parte.

En un intento de calmar los ánimos Dick invitó a Mathews y su gente a cenar.

La propuesta cogió por sorpresa al ayudante del sheriff, que paró cuenta que era una solución honrosa para evitar el derramamiento de sangre. Además era tarde, tenían hambre y siempre era mejor una buena comida que una mala bala.

Fue una tregua, porque a lo largo de la velada las cosas se volvieron a tensar; demasiado alcohol. En un momento dado pareció que el postre iba a estar sazonado con plomo.

Mathews consiguió tranquilizar a sus hombres, los que más habían bebido y por tanto los más bravucones, pero que por lo mismo habían perdido habilidad con las armas. De pronto se preguntó si la cena no habría sido una trampa de Brewer.

-Creo –mintió – que puede que tengas razón, Dick. Mañana regresaré a Lincoln e informaré a Brady de tus argumentos.

Satisfecho de lavarse las manos al devolverle la pelota a su jefe, añadió que harían noche en el rancho si a Brewer no le importaba.

-En absoluto.

Durmieron, pero no se fiaron. Cada grupo dejó centinelas. Billy hizo el primer turno; Jessie, al saberlo, lo solicitó también a Mathews.

Ambos amigos se encontraron cerca del corral.

-Ha sido una sorpresa verte con la gente de Tunstall.

-Como si no lo hubieras sabido –contestó Billy.

Jessie sonrió tristemente.

-Sabes cómo acabará esto, ¿no?

Billy no respondió, pero su silencio fue muy explícito. Cada día que pasaba las acciones de Dolan eran más agresivas y violentas. De tener John Tunstall otro temperamento estarían ya en guerra abierta, pero el inglés era demasiado civilizado, demasiado creyente en unas leyes que no tenían ninguna fuerza en aquel Territorio.

-Deberías irte –aconsejó Jessie -. Abandona a Tunstall.

-¿Me estás dando órdenes?

-Sabes que no, pero esto terminará mal. Recuerda lo que te dije cuando te uniste a mí.

-El Círculo de Santa Fe –musitó Billy.

-Exacto, una mafia, porque no tiene otro nombre, que controla todo Nuevo México. Dolan pertenece a este grupo y tienen comprado a Brady.

-Y a ti.

-A través de Dolan, sí –reconoció -. Mira, esto no es una lucha entre ganaderos, es algo mucho más serio, es Tunstall contra el Gobierno…

-¿El Gobierno?

-El Gobernador es uno de ellos. Esto es como David contra Goliath, solo que esta vez perderá David. Billie, te lo digo como amigo, abandónale, no podéis ganar.

El adolescente tardó en responder. A pesar de que sólo tenía 16 años era algo que sabía, que lo supo desde que le hablaron del altercado en La Mesilla, que le atormentaba preguntándose qué actitud iba a tomar, y siempre llegaba a la misma conclusión. Aquel rancho, aquellos vaqueros, eran su hogar, el único que había tenido desde que murió su tía, eran su gente, sus amigos.

Hacer lo correcto.

No era un traidor.

-No puedo irme, Jess –dijo finalmente –. John Tunstall es mi patrón.

-No le debes nada.

-Eso no lo sabes.

Ahora fue Jessie quien guardó silencio.

-No tendréis ninguna ayuda –advirtió -. Estaréis solos, porque Chisum os abandonará a las primeras de cambio, lo conozco bien. En cuanto a la Ley, la manipulan ellos, estará a favor de ellos.

Se calló esperando una respuesta, pero sólo obtuvo la mirada silenciosa de Kid.

-Nunca creí, cuando me abandonaste, que terminaríamos en bandos opuestos.

-Tampoco me gusta a mí –murmuró Billy.

-Bueno, has tomado tu decisión. Quería que habláramos y que quedaran las cosas claras, porque sabes que yo hace tiempo que tomé la mía.

Kid asintió con la cabeza en silencio.

No hablaron más. Consumieron toda la guardia perdidos en sus pensamientos, preguntándose si se dispararían en caso de contienda. Lo cierto es que nunca llegaron a enfrentarse. En los tiroteos que vendrían en un futuro procuraron evitarse y aunque en algún momento tuvieron al otro en el punto de mira nunca dispararon. Tampoco se rompió su amistad, lo demuestra una carta de Jesse Evans de 1881 dirigida a Kid Antrim. En ella le informaba que estaba preso, camino del penal, y le solicitaba ayuda para huir. La carta fue interceptada y Billy the Kid nunca la recibió; de haberla tenido es seguro que hubiera ido en su ayuda, con lo cual no habría estado en Fort Sumner la fatídica noche del 14 de julio.

Al terminar el turno Billy se dirigió al barracón de los vaqueros para dormir. Dick Brewer estaba esperándole.

-Te he visto charlando con tu antiguo jefe –fue su saludo.

-¿Y? –el tono del capataz no le había gustado un pelo.

-¿De qué?

-Eso no te importa.

-Me importa si eres un espía.

Los ojos de Kid brillaron fríos.

-Si eso es lo que crees, despídeme. Me voy a la cama.

Dick le vio darse la vuelta y caminar hacia el catre en un andar que al capataz se le antojó desdeñoso.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *