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20
marzo
POLVO AL VIENTO (6)

CAPÍTULO 5

Fugitivo

Pronto descubrió Billy que era más fácil dar la palabra que mantenerla. Se dio cuenta que para evitar problemas y poder cumplirla no le quedaba más remedio que apartarse de la cuadrilla.

No le hizo ninguna gracia, pero tras las aventuras desde que se fugó, la muerte de su tía, el abandono de William y creyendo tener quince años, en lugar de los trece reales, se veía a sí mismo como un hombre. Así que si debía apartarse de sus amigos, lo haría.

Siguió con sus estudios y ayudando en el hotel de los Truesdell. En marzo terminó el primer semestre de la escuela. Con ésta cerrada Billy, con otros estudiantes, participó en una serie de obras de teatro y musicales en donde hizo gala de sus dotes de bailarín.

Nada auguraba que aquel verano, debido a dificultades económicas, los Truesdell se vieron impotentes para mantenerlos. Ambos primos fueron separados. Joseph fue recogido por Joe Dyer, dueño del Orleans Club. Billy se trasladó a la pensión de los Brown, trabajando después de clase en la carnicería del señor Knight, matando, despellejando, destripando y preparando animales para su venta, o manchando el barquín de la fragua de la herrería, para poder pagar su alojamiento. Nunca tuve un trabajador como él, diría años más tarde el señor Knight, fue el único de mis empleados que nunca intentó robar.

Es difícil saber si fue coincidencia o se instaló en aquella pensión al caso, porque se dio la circunstancia que allí se alojaba también Sombrero Jack. La relación que había quedado suspendida unos meses atrás volvió a reanudarse.

Jack era su amigo, pero había prometido no volver a hurtar y no deseaba que lo relacionaran con él. Con sentimientos contrapuestos decidió finalmente no renunciar a su amistad y puesto que a ambos jóvenes les gustaban los naipes, ellos fueron la excusa para reanudar su relación. Empezaron en las propias habitaciones con una baraja tan sucia y sobada que cortaron las puntas para hacerla más manejable, aunque no tardaron en trasnochar en el Orleans Club, donde trabajaba su primo y que les facilitó la entrada, alargando el póquer mientras la palabra dada caía en el olvido. Allí, jugando contra otros y cartas de la cantina, se combinaban de tal manera que más parecían jugar al mus que al póquer, pues con leves gestos e inaparentes ademanes conocían el juego de cada uno arruinando a sus contrarios. Luego o se repartían las ganancias o seguían jugando entre ellos, viendo desolado Jack como su pecunia terminaba en los bolsillos de Billy.

Regresando a la pensión después de una de aquellas partidas Jack le habló de la lavandería de unos chinos. Los pelos de la nuca se le erizaron en señal de alarma, hasta creyó oír la voz de Whitehill, ¿de qué clase es tu palabra?

-Mira, Jack –interrumpió-, no sé lo que me vas a decir, pero no quiero oírlo.

-¿Qué te pasa? Desde que te cogió el sheriff estás cambiado.

-Porque quiero cambiar.

-Ya.

Retintín en el tono.

-Ponte como quieras –rezongó Billy.

-Te pasas horas trabajando en la carnicería y ¿sabes para qué? Para enriquecer a esa bruja de Sarah, la dueña de la pensión. Todo tu dinero se lo queda ella. Si llevas algo encima es el que me robas a mí, porque haces trampas, Henry, no sé cómo, pero me haces trampas.

-No hago trampas, juego mejor que tú.

Había tenido un buen maestro con William.

-Vamos a dejarlo –Jack no creía ni una palabra, pero no quería discutir -. Volviendo al tema, ese chino…

-¡No quiero oírlo!

Aceleró el paso dejándolo atrás y no se detuvo hasta llegar a su habitación.

Durante los siguientes días lo evitó, lo conocía bien y sabía de su insistencia. A partir de entonces acudió al Orleans Club solo, donde se mejoró en el póquer y aprendió a jugar al monte. Era agudo, brillante y aprendía rápido no perdiendo detalle de lo que ocurría en la mesa siempre con unos ojos que no sabían estar quietos.

Era un buen sitio para enriquecerse o arruinarse. Existían tres salones en Silver City, el Orleans Club, el Blue Goose y el Real Onion, en los cuales se producían grandes apuestas con el oro y la plata apilados enfrente de los jugadores, lo que evidenciaba la riqueza de las minas de la localidad.

Billy no participaba en estas partidas, ni tenía el dinero ni la edad, estándole vedada la entrada en los salones, excepto en el Orleans gracias a Joseph, con jugadas más modestas.

En ocasiones se unía Josie, pero éste no lo hacía por ocio ni por el dinero fácil. Desde que trabajaba para Joe Dyer, el propietario, era peón y jugador de la casa apostando o haciendo trabajos extraños de los que no le gustaba hablar.

De no conocerlos los del pueblo habrían dudado que fueran hermanos. No se daban ningún aire. Mientras que Billy no parecía mayor de doce años, delgado y modales suaves, Joseph era alto, corpulento, de cabello rubio, ojos azules y rudo, aparentando ser el más viejo de los dos.

Debido a que Josie jugaba por motivos laborales Billy nunca estuvo confabulado con él para no comprometerlo. En ocasiones ni jugaba limitándose a estudiar cómo lo hacían los tahúres por si podía sacar algo de provecho en sus propias partidas.

Había olvidado ya el tema del robo cuando llamaron a la puerta de su habitación una madrugada.

Jack.

Entró en la habitación casi empujándole.

-¿Qué ocurre?

-Necesito que me hagas un favor.

Llevaba un paquete en los brazos: ropa y dos pistolas. Lo sustraído superaba los 200 dólares.

-Guárdame esto.

-¿Estás chiflado? No puedo hacerlo, le prometí al sheriff que no volvería a robar.

Tú no has robado. Sólo  te pido que me lo guardes.

-Jack…

-Por favor, no pueden cogerme con esto.

Billy se mordió el labio inferior. Por un lado quería ayudarle, por otro… De todas formas era cierto, él no había robado. No rompía su palabra.

-De acuerdo –cedió -, pero recógelo cuanto antes.

Pese a toda su inteligencia sólo tenía 13 años y no se le ocurrió nada mejor que ocultarlo en su propia habitación. Allí lo encontró Sarah Brown veinte días después. Enseguida lo puso en conocimiento del sheriff.

El robo de las pistolas era bastante más grave que el de un queso. Fue directo al calabozo. Unas horas más tarde lo visitaba Whitehill que aplaudió lentamente antes de decir con sorna:

-Sabes mantener tu palabra.

-Yo no he robado –se defendió Billy -, sólo lo guardaba.

-¡No te salgas por la tangente! ¡Eres cómplice y por tanto tan culpable como Jack!

-¡Usted sabe que yo no he sido!

-¡¿Sabes lo que es ser cómplice?!

El muchacho no respondió.

-Te van a juzgar por robo, Henry, por todo lo robado mientras Jack está libre y riéndose. Dime dónde está.

De mala gana Billy reconoció que el sheriff tenía razón. El granuja de Jack había abusado de su amistad y él había sido un idiota.

-No lo sé –respondió.

Era cierto.

-En ese caso tú pagarás por los dos. Deberías felicitarte, chico.

Durante dos días estuvo aislado en la cárcel sumido en pensamientos cada vez más negros.

Dos detenciones en sólo cinco meses. La una por ladrón, la otra por imbécil. Sí, debería darse la enhorabuena.

También el sheriff estaba convencido de que Henry se había metido en aquel lío por pura estupidez. Se vanagloriaba de conocer a la gente y seguía creyendo que el chaval tenía buen fondo. Pero él no podía hacer nada, tendría que ser el jurado. Quizá si hablase con el juez para que fuera indulgente… Mal asunto para él si Henry volvía a delinquir. A menos que le metiera tal miedo en el cuerpo que se le quitaran las ganas para siempre. Podía intentarlo. Primero asustarlo y dependiendo de su reacción hablar con el juez para que fuera clemente con la condena. Tenía que hacerlo bien; si Henry volvía a las andadas el perjudicado sería él por haber hablado en su favor.

Tenerlo dos días aislado en la prisión formó parte de esta estrategia. Tuvo éxito, la imaginación del crío hizo casi todo el trabajo. Cuando el 25 de septiembre lo hizo llevar a su despacho Billy era incapaz de tener más miedo.

Whitehill se sonrió interiormente aunque sus facciones permanecieron serias. El chico estaba a punto. Ahora el toque final. La descripción de la pena que podía caerle y lo que a un adolescente de su edad podía ocurrirle en presidio con hombres que hacía años que no conocían mujer no pudieron ser más dantescas.

Billy tenía el rostro crispado en un esfuerzo inútil de mostrar entereza. Tenía ganas de llorar, de arrastrarse a los pies de aquel hombre, de suplicar…

La puerta se abrió bruscamente.

-¡Sheriff venga a la taberna, hay un altercado!

-Voy.

Miró a Billy.

-Luego volveré y terminaré de explicarte lo que te espera por tu mala cabeza.

Cerró la puerta con llave.

No necesitaba hablar más. La expresión cenicienta del muchacho lo decía todo, sólo necesitaba tiempo para que se aposentaran sus palabras.

Whitehill se demoró más de lo necesario siguiendo su plan sin darse cuenta que había tensado tanto la cuerda que la había roto, porque Billy al verse solo dedujo que la única forma que tenía para evitar aquel negro futuro era huyendo.

La puerta estaba cerrada.

Sus ojos recorrieron la estancia, ¿las ventanas? Atrancadas. Podía romper un cristal, pero el ruido alertaría a la gente. Paseó por la habitación buscando otra salida, ¿la chimenea? Se acercó a ella, la examinó. Era estrecha para un hombre, pero un chiquillo podía deslizarse y él era bastante delgado. Apoyando su espalda en una de las paredes y los pies en la opuesta para hacer presión fue ascendiendo lentamente por su interior. Le pareció una eternidad, pero cuando consiguió salir por la parte superior nadie se había percatado de la fuga, porque eso era ahora: un fugitivo, que con ello había empeorado su delito de robo.

Billy comprendió que no podía quedarse en Silver City.

Abandonó la ciudad aquella misma noche en un penco mangado pensando que donde más seguro estaría sería en Territorio Indio.

Con el tiempo la leyenda generó muchas versiones de su evasión y fueron varios los que se colgaron la medalla de haberlo ayudado. Fueron los Truesdell, que dijeron que había dormido en el suelo con sus hijos y se escapó con la diligencia al día siguiente. Fue Manuel Taylor, que dijo que pernoctó en su rancho y que le entregó un revólver, con el cual mató a un soldado negro para robarle el caballo. Hasta la casera Sarah Brown, que fue quien le denunció, juró haberlo ayudado en su huída años después.

También se rumoreó que acudió a su padrastro, William Antrim, a pedirle ayuda y que éste se la negó sin contemplaciones abominando del muchacho.

Grant County Herald.

26 de septiembre de 1875. Henry McCarthy, que fue arrestado el jueves y encarcelado en espera de juicio, acusado de robar ropa a Charli Sun y Sam Chung, escapó ayer de prisión por la chimenea. Se cree que Henry simplemente era el cómplice de Sombrero Jack, el cual efectuó el robo mientras Henry lo escondía. Jack ha desaparecido.

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