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21
febrero
POLVO AL VIENTO (2)

PRIMERA PARTE – LA FORJA DE UN CUATRERO

CAPÍTULO 1

Henry McCarthy

Había nacido en un rancho próximo a Buffalo Gap, en el condado de Taylor, Texas, según le había dicho su tía. Él no lo recordaba; de hecho, hasta que no se lo contó, siempre creyó que Catherine era su madre.

Sus padres eran de Kentucky y habían emigrado a Texas buscando un lugar mejor. En aquel tiempo Buffalo Gap era poco más que un asentamiento de tres o cuatro familias, acudidero de los viajeros que atravesaban el territorio y se detenían allí para refrescarse en el rico manantial que poseía.

Catherine nunca entendió cómo su hermana se había unido a aquel hombre violento e infame, no teniendo ningún reparo de definirlo así ante su sobrino; si tenía derecho a conocer la verdad, que la supiera entera.

James Henry Roberts era temperamental, cruel, se dejaba llevar por una violencia innata, y no dudó en abandonar a su familia al estallar la guerra civil, para terminar formando parte de la banda de Quantrill, una pandilla de facinerosos, que se hacían pasar por soldados, pero que utilizaban la guerra como excusa para saquear y robar a sangre y fuego a supuestos simpatizantes de la Unión. ¡Y cómo sería, que hasta sus propios compañeros lo apodaban Wild James por lo sádico!

Su madre, en cambio, era otra cosa. El tono de Catherine dejaba de destilar veneno para tornarse dulzura y nostalgia. Mary Adeline Dunn había sido grácil, delgada, de una belleza etérea, que nunca se había repuesto del todo del parto del pequeño Billy ni de las palizas del marido.

Con un hijo recién nacido y sintiéndose débil fueron los vecinos quienes cuidaron de ella y escribieron a Catherine informándole de la gravedad de su estado. En aquel entonces estaba casada con Michael McCarthy y esperaba a su primer hijo, pero no dudó en reunirse con su hermana. Por otra parte, también su marido estaba en el frente y se sentía sola.

Hijas de una india cheroki, pero de distinto padre, Catherine se parecía poco a su hermana pequeña, con un rostro ovalado; nariz larga, ligeramente aquilina y el cabello con raya en medio recogido en un moño a la altura de la nuca.

Nunca esperó que Mary hubiera fallecido cuando llegó a Buffalo Gap. De nada sirvieron las explicaciones de los vecinos. Adeline estaba muerta por culpa del marido, ¡bien lo sabía ella! Él la había golpeado, él la había abandonado, él la había dejado morir. Por su hermana no había podido hacer nada, pero aquel miserable no le pondría la mano encima a su sobrino.

A los pocos días abandonó la población llevándose al niño a Territorio Indio con la clara intención de borrar sus huellas en caso de que Wild James intentara seguirles.

Al haber contraído matrimonio al poco de estallar la guerra tenía la ventaja de que el cuñado ignoraba su nombre de casada, así que no tuvo ningún reparo de llamar a su sobrino con el apellido de su esposo haciéndole pasar como hijo propio. De esta forma William Henry Roberts se convirtió en William Henry McCarthy.

Para más seguridad, aprovechando descaradamente el fallecimiento de su consorte en la guerra, falsificó también la edad, haciéndolo dos años más viejo de lo que era realmente y dado que desconocía la fecha se inventó un 31 de diciembre, a última hora por más señas.

Billy, a quien llamó Henry tan pronto se fueron de Buffalo Gap, para ocultar mejor su rastro, creció creyendo que McCarthy era su verdadero nombre, Catherine su madre y el pequeño Joseph (Josie lo llamaban familiarmente) su hermano.

Sin embargo, a pesar de lograr hacer creer a todos que Henry era su hijo mayor, nacido en 1859, en lugar de 1861, Catherine no se sentía tranquila. Desconfiada, se detenían poco tiempo en las diversas localidades en que se asentaban, emigrando siempre antes de consolidar amistades.

Imposibilitados de ir al colegio con tanta peregrinación, ella misma se convirtió en la maestra de ambos infantes, enseñándoles las primeras letras, a cantar y bailar, demostrando Henry que lo último le encantaba al convertirse en un consumado bailarín.

Uno puede pensar que, al estar incesantemente de un lado para otro, en un éxodo interminable, el temperamento de Henry pudo haberse resentido o al menos que fuera apartadizo. Al parecer no fue así. Su carácter era alegre, bromista. Testimonios de quienes lo conocieron en su infancia señalan que no era más problemático que cualquier niño de su edad, incluso sus travesuras eran escasas. Cuando se dirigía a una mujer, fuera mayor o joven, siempre lo vieron descubrirse la cabeza hablado educadamente. Nunca abusó de niños más pequeños o débiles que él sino que los defendía de los matones siendo él igualmente bajo de talla y peso cuando se comparaba con otros niños de su supuesta edad.

En 1868 estaban en Indiana, aquí Catherine conoció a un aventurero llamado William Antrim, quien, sin ser nada del otro mundo con su cráneo pequeño, frágil, calvicie casi completa excepto por unos cabellos ralos semitransparentes (sólo poseía de espeso el bigote en herradura) la sedujo de tal manera que la arrastró allí donde iba. Jugador, borracho y vividor, Henry pronto lo aborreció y si bien aprendió a jugar a las cartas con él, al alcohol le cogió tal asco que apenas llegó a probarlo alguna vez.

Al año de haberse conocido, mientras la nación celebraba el término del primer ferrocarril transcontinental, la pareja se trasladó a Kansas donde Catherine enfermó de tuberculosis, lo cual les obligó, por consejo médico, buscar un clima más benigno en Colorado, aunque un año más tarde estaban en Santa Fe, Nuevo México, ciudad en la que finalmente se casaban tras tres años de vivir amancebados. Fueron testigos del acto ambos niños que adquirían así el apellido Antrim.

Fue en la víspera de la boda cuando Catherine se sintió en la obligación de decirle la verdad a Henry y cómo éste descubrió que toda su vida era una mentira. A medida que escuchaba su expresión fue pasando del desconcierto a la incredulidad, a la rabia contenida y al dolor.

-¿Por qué? –musitó -, ¿por qué me apartaste de mi padre?

-Te lo he dicho, cariño, es un mal hombre, y muerta Adeline yo tenía que regresar con mi marido, que en paz descanse. No podía abandonarte.

La respuesta no le convenció.

-¿Se lo has dicho a él? –no pudo evitar un tono de rencor. Quería a su mad… a su tía, pero todo lo que le había dicho… no lo asimilaba, no aceptaba que su vida fuera una quimera, que su padre fuera un granuja, que…

-No, William no lo sabe.

Aquello le reconfortó; no le gustaba su futuro padrastro. No entendía a su tía; despotricaba constantemente de su padre y se casaba con uno que era a todas luces igual.

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