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08
febrero
SAN MACARIO - Patrón de la Villa de Andorra

LA OBRA LITERARIA DE SAN MACARIO

La literatura hagiográfica que nace en el siglo IV está estrechamente relacionada con el monaquismo. Hasta entonces en la Iglesia se había venerado sólo como santos a los mártires, y se habían transmitido sus testimonios en panegíricos, vidas y actas de mártires. Con los monjes apareció en escena un segundo grupo de cristianos ejemplares a los que se peregrinaba como a “santos vivientes”, al tiempo que se acudía también a los santos lugares de la vida de Cristo en Palestina y a las tumbas de los santos (principalmente de los apóstoles y mártires en Roma). Y se escribían y divulgaban sus vidas.

A pesar de que se conoce por referencias no se conserva nada de la obra literaria de San Macario, la cual formaría parte de la antigua literatura monástica, junto con la de San Antonio Abad o la ya citada de San Pacomio, cuya regla se ha conservado íntegra sólo en la traducción latina de San Jerónimo. Se divide en cuatro partes con un total de 193 instrucciones breves. El original fue escrito en copto. Otras obras de la época pertenecen a San Basilio el Grande, la propia regla que escribió San Agustín, Evagrio Póntico, etc.

 

1.- LOS APOTEGMAS O “DICHOS” DE LOS PADRES DEL DESIERTO

 

El origen de esta primitiva literatura cristiana está en el propio monacato instaurado por San Antonio Abad. En un principio no existía más documento escrito que el propio Evangelio, al que los legisladores monásticos se remitían constantemente para sacar de él norma de vida. No obstante, este sistema estaba expuesto a muchos inconvenientes: se prestaba a malas interpretaciones, para muchos puntos de la vida del monje el Evangelio no daba directrices concretas, etc. Por eso, el cristiano que deseaba abrazar la vida monástica comenzaba por ponerse bajo la dirección de un anciano. Ordinariamente, el género de vida que los ancianos prescribían a sus discípulos, cenobitas o eremitas, eran transmitidos por éstos oralmente a los que se les iban añadiendo. La tradición tenía ante ellos una importancia extraordinaria y aunque daban más valor a los actos que a las palabras, no dejaban, sin embargo, de completar la lección de sus ejemplos con dicha enseñanza oral, añadiendo a la doctrina y ejemplo de sus antepasados lo que les iba dictando la experiencia personal. Finalmente comenzó a escribirse esta tradición a fin de conservarla en toda su pureza. De este modo se formaron los grupos de códigos monásticos o reglas, poco precisas en un principio y de más minuciosa y detallada organización posteriormente. De estas reglas o códigos monacales fue San Antonio Abad el primer legislador. A la gran tradición antoniana pertenecen los monjes de Nitria y Escitia, al oeste de la desembocadura del Nilo. Sus prácticas se revelan claramente en las dos colecciones intituladas Verba seniorum  y Apothegmata patrum.

Ilustración 35 – Abu Makar. Vista de satélite

 

1.1.- Los apotegmas de San Macario

 

Apotegma (del griego apophthegma a través del latín) es una sentencia breve y graciosa en la que subyace un contenido moral aleccionador.

Algunos textos atribuidos a San Macario — aunque no he podido constatar si se refiere a nuestro patrón o a San Macario de Egipto —, se consideran obra hoy en día de Simeón de Mesopotamia. No obstante, en algunas de las biografías sobre nuestro patrón podemos hallar supuestos apotegmas suyos:

  • Desalentado en cierta ocasión uno de sus discípulos, viendo su poco aprovechamiento espiritual, acudió a desahogarse con su maestro Macario. Este le respondió: ‹‹No te entretengas nunca con esta tentación y respóndete a ti mismo; mi amor a Jesús me obliga a perseverar aquí hasta el fin; estoy decidido a permanecer en esta celda, aunque sólo sea para darle gusto a Él y cumplir su voluntad.

  • Atravesando el Nilo en cierta ocasión junto con el otro Macario (el Viejo), cruzaronse con un grupo de oficiales del ejército, los cuales vivamente impresionados por el porte alegre y la felicidad que respiraban ambos anacoretas, decían los unos a los otros: “Es curioso como estos hombres son tan felices en medio de su pobreza”. Oyendo esta expresión Macario de Alejandría cuentase que repuso: ‹‹ Tienes razón, al calificarnos de hombres felices, pues en verdad así lo atestigua nuestro nombre[1]. Pues si somos felices porque despreciamos el mundo, ¿no es justo que os consideréis vosotros como miserables por ser sus servidores?

  • San Jerónimo y otros autores narran que, habiendo un anacoreta dejado a su muerte cien coronas que había ganado tejiendo túnicas, los monjes se reunieron para deliberar lo que debía hacerse con aquel dinero. Algunos pensaban que convenía repartirlo entre los pobres, otros que debía darse a la Iglesia; pero Macario, Pambo, Isidoro y el resto de Los Padres, ordenaron que se arrojase el dinero sobre la tumba con estas palabras: ‹‹Tu dinero sea contigo para tu perdición.

  • Habiéndole consultado un compañero un día sobre los pensamientos que tenía para dejar la oración, a causa de las continuas distracciones que padecía en ella, respondió: ‹‹ Guárdate bien de dejarte vencer de una tentación tan peligrosa; antes bien, cuando sean más importunas las distracciones, entonces has de alargar la oración un poco más Y has de responder al enemigo, que si no sabes orar, por lo menos sabrás estarte en tu oratorio.

 

2.- LA REGLA DE SAN MACARIO

De la primitiva literatura cristiana han llegado hasta nosotros varias reglas. Una de ellas se atribuye, parece ser que con bastante fiabilidad, a San Macario de Alejandría, la cual encierra la misma prescripción que el Occidente toma más adelante del Oriente: nada debe preferirse al servicio de Dios. Ya en el siglo IV, Efrén el Siríaco ordenaba a sus monjes preferir la oración a la aplicación de cualquier otro precepto. San Macario recitaba veinticuatro oraciones yendo a una pequeña gruta, y veinticuatro al volver de ella. Oramos sesenta veces al día y diez veces en la noche, dice San Pacomio.

 

La Regla Monástica de San Macario
Se compone de 30 artículos en que se recomienda la caridad, la humildad, la sumisión interna, el amor al trabajo, el silencio, las vigilias y la corrección fraterna
 

Las Regulae Patrum son compilaciones similares, compuestas con motivo de una reunión de 38 abades para tratar del gobierno de sus monjes. Entre ellos se hallaban los cuatro célebres abades: los dos Macarios (el de Alejandría y el de Egipto), Serapión y Pafnucio, quienes hablaron sucesivamente y legislaron acerca de distintos aspectos de la disciplina monástica.

En el Codex Regularum y la Concordia Regularum o “Colección de reglas”, de San Benito de Aniano se halla otra serie de normas y reglas espirituales con los nombres de San Macario Anacoreta (el nuestro) y San Macario de Egipto.

En el año 554 en el monasterio de Réome, en el territorio de Langres, en Neustria (hoy Francia), san Juan, presbítero, presidió durante tiempo una comunidad monástica según la Regla de san Macario.

[1] MakarioV (Makários) significa en griego “bienaventurado”, “feliz”, “dichoso”. Las Bienaventuranzas se llaman en griego Makarismoi (Makarismói). Makarioi oi ptocoi tw pneumati… (Makárioi oi ptojói to pnéumati…) Bienaventurados los pobres de espíritu… Así empiezan las bienaventuranzas. Aparece como nombre propio ya en Tucídides (hacia el 450 antes de Cristo), pero muy esporádicamente. A partir del cristianismo y por influencia sobre todo de las bienaventuranzas, en Grecia sobre todo, el nombre se popularizó.

 

 

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