Sin Comentarios
11
enero
FALTA DE AIRE (17)

46

            El sonido insistente de la radio acabó despertándole. Abrió molesto los ojos al tiempo que el ruido traqueteante del tren se acoplaba al de la radio. Enfrente suyo vio a un recluta (recluta o skin head, pensó) con los auriculares del walkman acompañando el ritmo de la música con la cabeza y palmoteando.

            La radio se oía a su izquierda. Era un hombre de unos cincuenta años. Sin saber por qué Dani deseó estampársela. Aún tenía sueño. La tensión de aquella larga noche le había dejado agotado tan pronto relajó su sistema nervioso.

            – Buenos días -saludó el hombre amigablemente.

            – Buenos días -respondió con sonrisa de circunstancias.

            El recluta acentuó el bailoteo de su cabeza.

            Pensó en la noche. A la luz del día le pareció increíble que hubiera sido real. Recordó la reacción de la familia de Raquel, echándoles la culpa de su estado y ensañándose con Santi como máximo responsable. El atento y servicial muchacho, que había sido hasta entonces, se había convertido en un miserable de la peor calaña. Había salido por aquellas bocas todo y más, y Santi, haciéndose cargo de la situación, comprendiéndoles, optó por no defenderse. También él se consideraba culpable de todo lo ocurrido. Dani habría hablado, pero por respeto hacia su amigo prefirió callar. La que habló fue Raquel. No pudo aguantar aquel ataque hacia Santi. El no tenía la culpa de nada; había ocurrido, ¡pues había ocurrido!, él no tenía nada que ver. Además si estaba viva era gracias a él. Raquel sacó fuera un genio que ninguno había creído que poseyera. Dani sintió envidia; aquella ceguera de Raquel hacia Santi no la tenía Montse hacia él, aunque tampoco podía exigírsela, porque tampoco él sentía por su novia la ceguera de Santi hacia la suya. Se preguntó si él habría reaccionado como su amigo en caso de haber sido Montse la secuestrada. Tuvo que reconocer que no. Quizá hubiera dado los mismos pasos pero habría conservado la cabeza fría.

            Deseó sinceramente que sus amigos fueran felices. Iban a pasar una mala temporada hasta que el tiempo fuera cicatrizando las heridas. Raquel estaba dispuesta a que cerraran y eso era mucho. No, era todo, porque Santi era débil. Tampoco, se dijo. Santi no era débil, pero la única cosa buena que había tenido en toda su vida era Raquel y se había entregado totalmente a ella. Perderla habría sido un duro golpe. Se preguntó cómo habría reaccionado. ¿Habría vuelto a la droga? Se habría sentido desesperado, pero quizá no… ¿o sí? De todas formas no iba a suceder. Raquel le quería demasiado como para culparle de aquello y más después de conocer la verdadera vida de su novio. Santi era un buen chico que no tuvo en su adolescencia otra opción más que aquella, pero que la abandonó tan pronto vio una oportunidad. Aquello decía mucho a su favor. De lo que pasó con el “Chino” era totalmente inocente. Por otra parte, la súplica de Santi de que le matara a él para que ella viviera le había llegado al alma, porque no era comedia, no estaba ganando tiempo, lo decía sinceramente.

            Dani volvió a abrir los ojos. ¡Nada! No era posible pegar ojo con aquella dichosa radio.

            Esta vez Santi había decidido quedarse en el pueblo. Le habría gustado poder ayudarle pero Raquel lo necesitaba más. No se lo dijo con estas palabras, no hizo falta, se conocían lo suficiente para entenderse sin hablar.

            ¡Mierda de radio! Había conseguido despejarle del todo.

            Entró una madre con su hijo de seis años. Tomaron asiento. La cabeza del recluta oscilaba en un ritmo lento; los ojos cerrados. El niño se hurgaba la nariz. Un moco inteligente, pensó Dani, no se dejaba coger.

            – ¡Que gentuza corre!

            – ¿Eh?

            – La radio -dijo su dueño.

            Estaban dando las noticias. Hablaban de él. La policía lo buscaba por la muerte de… ¿Tantos niños habían sido asesinados?

            El asombro venció a la indignación cuando el locutor lo presentó como el criminal más buscado y peligroso de los últimos tiempos.

            La mujer se santiguó.

            – ¿Mamá, qué le harán si le cogen?

            – Deberían cortarle los huevos -respondió la buena mujer.

            El recluta aumentó el ritmo de su cabeza. Tarareó entre dientes.

            A Dani se le había erizado el cabello del cogote.

            El hombre apagó el transistor.

            – ¿Qué le parece? -dijo a Dani-. Y cualquiera que lo viera creería que no ha roto un plato en su vida.

            – ¿Cómo lo sabe? -tenía la boca seca.

            – Viene su foto en los periódicos.

            No supo cómo pero consiguió que su rostro no se alterara.

            – Véalo, véalo.

            La foto tenía cuatro o cinco años. La reconoció enseguida era una de las que había entregado en la Facultad. El que la cedió debió dar la primera que encontró.

            Era él. ¿Cómo es que no lo reconocían?

            – ¡Si es un crío!

            La mujer estaba escandalizada.

            – A ver mamá.

            – Deja niño.

            Entraron en un túnel. Entonces se vio reflejado en la ventanilla. Ni él mismo se reconoció. Al salir a la luz se tornó una imagen espectral. Su aspecto era de muerto de hambre con aquella barba de dos días. La imagen le devolvía la mirada estúpidamente. Unas leves ojeras evidenciaban su agotamiento y entre las cejas vio una arruga vertical que antes no poseía. Había aparecido durante aquellos días debido a la preocupación y al hecho continuo de fruncir las cejas involuntariamente. Se vio envejecido. Además se suponía que estaba aún en Barcelona, que su intención sería huir de la ciudad. Nunca regresar a ella como estaba haciendo.

            El hombre hablaba de haber visto un control policial por la ventanilla.

            – No lo cogerán -decía.

            – ¿Por qué? -se sentía algo más tranquilo.

            – Porque si yo fuera él me escondería en un piso vecino a la comisaría. La policía buscará en todos sitios menos allí.

            – Sería el colmo del cinismo -dijo pensando que el hombre le había dado una idea.

 

 

47

            No podía dormir. Santi se incorporó en el sofá sentándose. Encendió un cigarrillo. ¿Qué hora era? Las siete.

            No había dormido ni una hora e incluso en esta no había descansado nada, todo el rato dando vueltas en una especie de semiinconsciencia.

            Aquella noche no podría olvidarla nunca. No ya por lo ocurrido con el “Chino” sino por la reacción de Raquel frente a sus padres. Les había sorprendido a todos y más cuando colocó a sus padres entre la espada y la pared. O aceptaban a Santi o ya se podían despedir de su hija. Los padres enmudecieron, y el hermano, incluso él mismo. Santi intentó quitar hierro y Raquel le mandó callar.

            En un rincón Dani se sentía incómodo.

            Al final los padres claudicaron, hasta accedieron a que Santi durmiera aquella noche en casa. Valía más eso y habría que pensar en una buena excusa para explicar a los del pueblo las lesiones de su hija.

            Una noche de alucine, pensó recordando el orgullo que sintió cuando Raquel salió en su defensa. Asombro porque nunca hubiera creído que su dulce Raquel guardara un tigre en su interior y orgullo porque a pesar de todo el daño que le había hecho ella seguía amándole.

            Toda una mujer, le había dicho Dani al despedirse con un ligero tono de envidia.

            Levantó la vista al oír pasos. Raquel se acercaba. Llevaba puesta una bata. Su maltrecha cara estaba grave.

            – No podía dormir.

            – Ya -murmuró Santi sin saber qué decir, pero diciéndole miles de cosas con los ojos.

            – Escuchaba la radio. Buscan a Dani por asesinato.

            El rostro de Santi se alargó.

            – Sí, ya lo sé.

            Narró todo el lío en que andaba metido. Raquel escuchó en silencio.

            – ¿Puedes ayudarle?

            Santi la miró intensamente.

            – ¿Quieres que le ayude?

            – No pregunto esto. ¿Quieres ayudarle?

            – Me gustaría. Pero tiene muchos recursos y tú me necesitas más.

            – Te necesitaba ayer, ahora no. Ahora es él.

            Parecía tan cambiada.

            – ¿De verdad no te importa que me vaya unos días?

            – ¿Importarme? -Raquel estaba escandalizada-. Santi, es nuestro amigo.

            – Ya. Pero se las sabe todas.

            – ¡¿Y con eso ya vale?!

            Raquel se estaba enfureciendo.

            Santi sonrió y la muchacha comprendió que aún con la gravedad del caso tenía ganas de broma. Algo de Dani se le había contagiado. Se dejó abrazar por su novio.

            – ¿Vendrías conmigo? -preguntó-. Así de paso nadie preguntaría lo que te ha pasado. Ya sabes cómo son en este pueblo; todo lo quieren saber.

            – ¿Y qué voy a hacer? Únicamente estorbar.

            – Si no vienes no le ayudo -el tono era mimoso.

            Sí, las ganas de chirigota en el peor momento, se lo había contagiado Dani.

            – Chantajista -se rió Raquel.

            Santi la besó.

            – ¿Vendrás? Una mujer ha de estar con su marido.

            – Machista asqueroso.

            Respondía a los besos sintiéndose fuerte. Ver a Santi atacado por su propia familia había sido un revulsivo para ella, le había hecho reaccionar y superar de un golpe el trauma creado por el “Chino”. Se sentía un ser nuevo, capaz de cualquier cosa.

            Se olvidó de Dani dejándose acariciar las moraduras de los golpes por los labios de Santi. Se olvidó de todo después que se preguntó a sí misma qué podían hacer realmente. Había intereses fuertes, poderosos, en hundir a Dani para que no se supiera nunca la verdad y evitar la destrucción de la organización de tráfico de órganos y cacería de críos. Había dinero por medio, policía por medio, estamentos médicos, quizá políticos… ¿qué tenía Dani? Nada. Tan solo amigos.

 

 

48

            Debían estar deliberando qué hacer con él. No había otra explicación para aquella pasividad. No obstante aquello le había favorecido, le había dado tiempo para estudiar su situación llegando a la conclusión de que para conservar la vida debía confesar y conseguir mediante alguna negociación que le dieran juicio previa entrega a la policía. Ya se encargarían sus abogados de conseguirle la libertad. Por otra parte tendría también posibilidades de planear algún contraataque tan pronto le soltaran aquellos malditos chiquillos.

            La conversación tranquila que debían estar llevando se convirtió en algazara. Al poco un jovencito demacrado con visibles dificultades para poder mantenerse en pie entró en el cuartucho donde permanecía atado de pies y manos.

            – Reza porque no lo pase nada a Dani, tío -le oyó decir con voz ronca-. Si crees en Dios reza porque no le pase nada.

            – Vuelve a la cama, Iván -replicó Rashid entrando detrás suyo.

            – ¡Déjame en paz!

            En un instante todos los chicos que estaban en la casa habían llenado la habitación. Ojos brillantes y expresión hosca.

            Norberto comprendió que sabían lo de Dani.

            – Sólo yo puedo ayudarle -dijo poniendo en práctica su plan y antes de que reaccionaran prosiguió-: Buscad a alguien de confianza, ese policía mismo con el que estabais en contacto, traedlo. Estoy dispuesto a confesar.

            Iván frunció las cejas. Miró a Rashid que estaba con expresión desconfiada.

            – Pensadlo bien -continuó Norberto-. Es la única salida.

            Daba la sensación que prefería la cárcel antes que la muerte; no podía esperar otra cosa de aquellos mozalbetes. Dani se convirtió así en moneda de cambio.

            Iván estudió al hombre indeciso.

            Era cierto. Era la única manera de ayudar a Dani. Pero olía a trampa. Demasiado fácil.

            Rashid hizo salir a todos menos a Esther, para que le vigilara. Era la única que no dudaría en liquidarlo si intentaba escapar. Ya le costaba lo suyo no tomarse la justicia por su mano, como para andar con tonterías.

            – ¿Qué piensas? -preguntó Rashid.

            – Hay gato encerrado -murmuró Iván tendiéndose en el jergón. De pronto se sentía terriblemente agotado.

            – Pero es la única manera.

            – No conseguiremos nada. Habrá juicio y lo desmentirá.

            – Es verdad. Nuestra palabra no vale nada frente a la suya.

            – Tíos, pero si declara…

            – Dirá que le obligamos a ello. Una declaración a la fuerza no vale una mierda.

            – Hay que ir de pillo a pillo -dijo Rashid-. El no quiere morir, eso está claro, y confía en salir bien del juicio. Pero eso requiere tiempo. Desde la detención a que salga el caso igual pasan meses. Nosotros necesitamos tiempo para reunir pruebas.

            – Y que Dani quede libre -añadió Iván-. Con el cuento de los asesinatos se lo cargarán antes de que pueda ponerse a salvo. A esta gente no les interesa cogerlo vivo.

            – Hemos de acceder al trato.

            – Necesitamos un periodista -murmuró Alex-. Uno de esos sensacionalistas, uno que sepa remover la mierda.

            – El comisario quizá conozca alguno, pero ¿dónde vive?

            Iván se irguió  con un codo.

            – Yo lo sé -La sonrisa que exhibió en su pálido y ojeroso rostro pareció una mueca-. Cuando seguía a Dani lo vi hablar una vez con él y también lo seguí. Pero sé llevaros, no me preguntéis la calle.

            – No jodas tío, no puedes moverte.

            – Dani nos necesita, así que no me vengas con hostias. Si no puedo ir, me lleváis.

            – Joder, tío, como le defiendes -los ojos de Rashid brillaban- ¿Quien está enamorado de él, tú o yo?

            Iván intentó darle una patada desde el jergón que el otro esquivó fácilmente con una carcajada.

            – ¡Rencoroso! ¡Hijo puta! ¡Ayúdame a levantarme y verás!

            – No puedes con tu alma y quieres llevarnos a casa del policía.

            – Es verdad -escupió siguiendo la broma Alex-. No tienes cojones ni de levantarte.

            – ¡Pero tengo dos bofetadas…!

            – Pues como no andes más ágil…

            – ¡Hala va, inténtalo otra vez!

            – ¡Iros a la mierda!

            Al final consiguió levantarse, pero si no lo sujetan habría caído de nuevo.

            – Vale, tíos -jadeó-, me rindo.

            – ¿Dónde vive?

            – Te he dicho que no sé la calle, Rashid. Sé llevaros, pero no sé la calle.

            – Joder, tío, inténtalo. No podemos llevarte entre tres, cantaríamos un huevo.

            – Mucho que te importa a ti eso.

            – Ahora sí. Estando la policía implicada sí que importa. Si nos retienen no podremos ayudar a Dani. Hemos de pasar desapercibidos y contigo sería imposible.

 

 

49

            Pedro se sentó en la mesa de la enfermera en la U.C.I. Estudió el caso del herido. Con toda aquella policía buscando a Dani sólo cabía deducir que el asunto era más turbio de lo que pensaba. Lo tenían bien planeado. Hacían recaer las culpas en la única persona que podía descubrirles. El siguiente paso sería silenciar para siempre al único que podía inculparles.

            No sería así si él podía evitarlo.

            Hacía dos días que Albert había salido del coma, pero aún no estaba en condiciones de poder declarar.

            Dejó la historia clínica encima de la mesa y jugueteó levemente con la silla giratoria en la que estaba sentado. Dani tenía razón debía de haber médicos implicados, sino no tenía sentido aquel que ya se había asomado dos veces, preguntando estúpidamente por un paciente y entablando conversación. No era del hospital. ¿Cómo se llamaba? Sí, Joan B. Se había sorprendido que Pedro no lo conociera. No, ni siquiera había oído hablar de él. Ah, pues era un cirujano bastante conocido. Bueno, y Pedro sonrió lo más imbécil que pudo, también él era muy despistado.

            ¿Qué pintaba un cirujano allí? Uno que no pertenecía al hospital. Además, cuando se aproximó al supuesto paciente no le prestó más atención que un estudiante de primero. Raro, era todo muy raro. ¿Qué había dicho sobre Albert? ¿que era un matoncete? ¿A santo de qué aquella expresión?

            Y su porte.

            Delgado, alto, con manos finas y largos dedos, ojos metálicos, engreídos y voz… No encontró palabras para definirla, pero no le gustaba.

            Se abrió la puerta.

            – Aún sigue usted aquí.

            No era una pregunta y Pedro creyó vislumbrar un deje molesto.

            – Si se quiere aprender, ya se sabe.

            – Ya se sabe -el Dr. Joan se sentó al otro lado de la mesa. Llevaba un periódico en la mano. -¿Lo ha leído usted? Es vergonzoso, un estudiante de Medicina, un criminal.

            Pedro vio una foto juvenil de su amigo.

            – Sí -murmuró-. Y lo cínico que ha resultado ser.

            – ¿Lo conocía?

            El Dr. Joan pareció súbitamente interesado, no pudo disimularlo. Pedro fingió no darse cuenta. Contemplaba con expresión dolida el periódico.

            – Sí. Se hizo aquí la autopsia de uno de esos chavales y estuvimos los dos presentes. Me empezó a hablar de que habían médicos implicados, que tenían una clínica no sé dónde -sonrió con desdén-, y que tenía recogidas las pruebas que los culpaban, tenía también grabaciones con las declaraciones de ese que está ahí herido, e incluso escritas y firmadas -vio como el otro parpadeaba nervioso y puso la puntilla-. Me contó que todo lo tenía un periodista amigo suyo y que si alguna vez le pasaba algo, fuera lo que fuera, éste sabía lo que tenía que hacer -y ya puestos a mentir continuó-: Me dijo que había algún que otro político implicado, que no sabía si al final lo pondría todo en manos de algún policía honrado o si se contentaría con pedir dinero. Yo creí que bromeaba. Nunca pensé que fuera tan macabro. ¡Menuda pieza ha resultado ser!

            El Dr. Joan se contoneó incómodo en su asiento.

            – ¿Y usted piensa que puede ser verdad?

            – Claro que no. Si él es el asesino, ¿cómo va a ser verdad?

            Las manos del Dr. Joan parecían bruscamente sudorosas.

            – Sí, naturalmente. Bueno -se levantó-, parece que mi paciente va mejor -miraba sin percatarse a Albert. Pedro estaba ya convencido-. Y yo tengo otras obligaciones. Volveré a la noche a ver como sigue. Me voy a lo mío.

            Vaya, vaya, pensó sardónico Pedro.

            Dani había acertado en todo.

            Si pudiera ponerse en contacto con Francesc.

            Cogió el teléfono del interior. Llamó a Urgencias y preguntó por Montse. Le notificó su conversación con Joan y le pidió que intentara averiguar su domicilio. De acuerdo, ayudaría a Dani, pero si aquello salía bien le arrancaría los ojos por imbécil. Pedro no contestó. La interrumpió cuando ella inició una letanía de reproches contra su novio llamándolo de todo menos guapo. Que le dejara a él de historias, que la cosa corría prisa.

            Montse colgó el auricular con un golpe seco. El imbécil de Dani, ¿qué podía esperar? Tozudo, terco, idiota. No iban a conseguir nada, ellos tenían todo el poder. El, ¿qué tenía? No tenía nada, ni nadie en quien apoyarse.

            ¡Claro que averiguaría dónde vivía el tal Joan!

            Era la única posibilidad de echarle una mano.

            Imbécil, imbécil, ¿qué esperaba, el atontado? ¡Y suerte tendría si no le pegaban un tiro!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *