21
diciembre
FALTA DE AIRE (14)

36

Montse estaba furiosa. Desde la operación a Iván que no había vuelto a ver a Dani. Un fortuito aumento de trabajo en el hospital le había impedido acercarse al edificio de la Facultad y cuando le había telefoneado o había ido a casa del joven nunca estaba. Él tampoco había aparecido por Urgencias y no le había sabido bueno. Era como si a él no le importara nada, como si fuera autosuficiente, como si no la necesitara. Para su orgullo de hembra era un golpe y como enamorada un desengaño.
No había esperado que Dani se presentara solícito rogando su amor, pero al menos un gesto… no sabía bien; algo.
Había vuelto a hablar con Pedro, pero éste llevaba dos días que tampoco había visto el pelo a Dani. La última vez fue cuando llevaron a aquel hombre herido de bala en el pecho. Había intentado conversar con él, pero su amigo sólo respondió con monosílabos, más pendiente de sus propios pensamientos que de lo que le decía Pedro.
Montse estaba asustada, furiosa, preocupada, vamos ¡negra!, según sus propias palabras, en la conversación con Pedro, quien no tomó muy en serio aquello de que estaba harta de Dani y sus paranoias. Era el miedo quien hablaba por su boca. Bastaba ver sus expresivos ojos, sus ademanes nerviosos. Sin embargo el tono de su voz era firme, un puro enfado, porque Montse se daba cuenta que si quería hablar con Dani tendría que ser ella quien cediera, no él. Pero ya había cedido, se decía. Y al enojo de haber tenido que ser ella quien diera el brazo a torcer se añadía el miedo y la sensación de que Dani corría peligro.
No le quedaría más remedio, aún a su pesar, que volver a aquel edificio donde habían intervenido a Iván.
No le hacía gracia. En realidad temía a aquellos críos vagabundos; todos eran delincuentes. ¿Qué veía en ellos? ¿Qué poder tenían sobre él?, se lamentó explicándole todo a Pedro. ¿Qué ganaba él? No conoces a Dani, musitó suavemente Pedro, y le habló que en Brasil, en sólo cuatro años, habían sido asesinados 7000 niños porque cometieron el imperdonable delito de ser pobres, en Colombia fueron 4000 los asesinados y 7000 los desaparecidos.
– Sí, de acuerdo -comentó Pedro a la objeción de Montse de que aquello era muy triste pero que no entendía la relación-. Aquí, en España, según datos de la Cruz Roja, son abandonados dos niños cada día. ¿Sabes lo que es eso? Son 730 niños al año, abandonados por sus padres, que han de buscarse la vida en las calles. Los mismos niños con los que se ha mezclado Dani.
Las cifras cantaban. En el mismo estudio se demostraba que el 28 % mendigaban para poder vivir (el 61 % de los limosneros eran menores de 10 años), el 38 % se prostituían…
Montse pidió que se callara.
– No entiendes a Dani, no le conoces -repitió Pedro.
El no estaba de acuerdo con su amigo, pero le comprendía, había crecido en barrios marginales y sabía lo que era aquello. Prefería olvidar, apartarse. Dani tenía alma de misionero, terminó diciendo pensando que con aquella frase lo resumía todo. Dani era un idiota si pensaba que podría solucionar algo, replicó Montse. Los gobiernos sí, ellos sí, pero no Dani. Aquella manía, porque era una manía, no le iba a reportar nada bueno. Lo que debería hacer era dejar a los que sí podían ayudar a aquellas pobres criaturas. Los asesinatos eran asunto de la policía y lo demás del Gobierno. ¿Misionero? Un metomentodo, eso es lo que era. Un orgulloso, un cabezota, un cínico.
Las lágrimas acudieron a sus ojos recordando aquella conversación con Pedro. Van a matarlo, se dijo. Iban a matar a Dani y éste no hacía nada por evitarlo. ¿Tan importantes eran aquellos chiquillos que exponía su vida por ellos? ¿Es que no se daba cuenta que nada iba a cambiar? Que si detenían a aquel asesino saldría otro, que a nadie le importaba unos cuantos pordioseros muertos y menos si eran críos. Sí, la gente se escandalizaría y hablaría por los crímenes, pero nada más. Ninguno diría “¿qué podemos hacer por ellos?”. Los más darían las responsabilidades al Gobierno y otros llorarían sensibleros por las muertes, y gritarían y despotricarían, pero no moverían un dedo por aliviarles, y los muchachos seguirían vagabundos, pedigüeñando, drogando y prostituyendo. ¿De qué servía su sacrificio? ¿Su muerte? ¿Cómo no lo veía?
Lloró impotente.

 

 

37

El aullido del tren era impresionante. Iván lo admiró cuando pasó traqueteante sin cesar de aullar más y más agónico. En aquel momento abrió los ojos y vio la ventana al fondo y un ceniciento Alex al lado.
Los aullidos persistían.
– ¿Qué ocurre? -preguntó.
– Dani ha cogido a uno de los asesinos. Lo está interrogando -la voz le temblaba.
Iván hizo un gesto con el rostro impresionado al aumentar los chillidos.
– Parece que lo está matando.
– Peor. Le está arrancando los dientes uno a uno para hacerle hablar.
Los aullidos cesaron.
El silencio fue una bendición.
Alex engulló saliva.
– Me estoy poniendo malo -susurró.
Entraron Rashid y Santi. El muchacho se secaba la frente con el antebrazo.
– No olvidaré esta escena en la vida -decía.
Otro aullido.
Alex salió para poder vomitar.
Santi rebuscó por los bolsillos el paquete de tabaco consciente de la mirada curiosa de Iván.
– Los tiene bien agarrados. Está haciendo sudar a Dani.
– Se los está rompiendo -terció Rashid-, aún no ha sacado ninguno entero.
– De eso no hagas caso. Me ha dicho que sacará los pedazos apalancando con un destornillador.
Iván vio mentalmente a un sudoroso Dani metiendo la herramienta en la boca de la víctima. La rodilla en el pecho del hombre para hacer más fuerza.
Sonrió.
– Empieza a caerme bien, el Dani este.
Rashid contempló incrédulo a su amigo. Una transpiración insana volvía a inundarle la frente.
– Es una salvajada.
– Y lo que han hecho con nosotros es cepillarnos la espalda. Pobres inocentes criaturas.
– Vete a la mierda. No…
– Vete tú. Donde las dan las toman.
Iván se incorporó en el deteriorado jergón que le servía de cama. Ya no llevaba el gotero, aunque aún no le permitían levantar.
– En esto estoy con Dani -concluyó de mal talante.
En realidad ya no desconfiaba de él, incluso empezaba a apreciarle.
– ¿Qué opinas tú? -espetó a Santi contemplándole suspicaz.
– Ninguna guerra es limpia.
– Debe estar cantando, ya no grita.
Santi se preguntó la clase de mentalidad que poseía el ser humano para que, en un momento dado, fuera más salvaje que cualquier otro ser. Hasta aquella tarde nunca pensó que Dani fuera capaz de hacer algo así y, sin embargo, ahora le parecía perfectamente lógico después de que Rashid le pusiera al corriente.
Iván le estudiaba desconfiado.
– Es un amigo de Dani -dijo Rashid-. Y es de fiar -añadió.
– ¿Me lees el pensamiento?
– ¿Quieres que te responda?
– Vete a paseo.
Entró Alex. Aún tenía el rostro verdino.
– ¿Quien tiene un pitillo? -preguntó.
– ¿Qué estás mirando? -escupió Iván a Santi, que no apartaba la vista de él.
– Nada en especial. Estaba viéndome en un espejo.
Iván arrugó ligeramente la nariz al tiempo que fruncía las cejas sin comprender.
Iván le recordaba a él mismo a aquella edad. De pronto se le antojaba algo muy lejano, como si en vez de cuatro años hubieran transcurrido cuatro lustros. Tenía únicamente veinte años recién cumplidos, pero le parecía una distancia enorme desde los dieciséis. Iván era algo más joven, catorce, la edad en que él empezó a consumir heroína y a prostituirse, pero su historia era más vieja, había comenzado en la infancia, en la Mina, con su amigo Luis. El recuerdo de éste le llevó al “Chino” y lo enlazó con Raquel. Tuvo deseos de telefonearla, de oír su voz, pero sólo oyó un “noo” agónico desde el otro cuartucho.
– ¡Entonces habla! -gritó Dani.
El hombre cantó como un soprano.

 

 

38

– ¿Qué sabes de ese confidente tuyo? -preguntó el comisario Pérez a Francesc.
– No gran cosa. Tiene una teoría muy sui géneris.
– Sí. Ya he leído tus informes. Es la cosa más idiota que he leído en mi vida. Una organización que trafica con órganos humanos y que mata por placer a los inútiles. ¿Cómo has podido creer algo así? No te creía tan simple.
– ¿Tienes otra hipótesis?
– ¡Desde luego! No existe tal organización. Es él quien los mata.
– Entonces, ¿por qué nos ayuda?
– Para despistar. Sí, para despistar. Realiza los crímenes y luego da pistas falsas para llevar la investigación por otros derroteros. ¿Quién podría sospechar de un confidente?
– Me parece más estúpido que la otra teoría.
– No preciso de tus opiniones. ¿Dónde vive?
– ¡Y yo que sé! -mintió.
– Supongo que te darás cuenta que podría acusarte de obstrucción.
– Pon los pies en el suelo, haz el favor. Todo lo que sé está en esos informes.
Pérez lo estudió suspicaz.
– ¿Cómo se llama? ¿Quién es?
– Sólo he hablado con él por teléfono. Se hace llamar Ramón Berenguer.
– ¿Se hace?
– No creo que sea su verdadero nombre.
– ¿Por qué?
– Porque es el nombre más común de los condes de Barcelona.
– Un tipo cínico. ¿Qué edad supones que tiene?
– Entre veinticinco y treinta años.
– ¿No estarás tomándome el pelo?
– ¿Con qué fin?
El otro no respondió.
Francesc estaba mintiendo como un bellaco. Lo presentía. Bien si quería jugar jugarían todos. Le intervendría el teléfono y le haría seguir. No le importaría detener a Francesc como cómplice de asesinato. Sería un buen empujón a su carrera.
Mentalmente ya veía los parabienes de sus superiores.

 

 

39

Mientras Santi pedía la consumición Dani marcaba el teléfono del comisario. Ya era tarde, pero quizá no se había acostado. No, aún estaba en pie. Le notificó el resultado del interrogatorio. Francesc escuchó estoico. Estaba en completo desacuerdo con los métodos de Dani, pero tenía que reconocer que estaban dando resultados muy buenos. Lástima que todos fueran inútiles.
– ¿Por qué inútiles?
– Me han retirado del caso.
A medida que Francesc le iba explicando el rostro de Dani se alargaba. Desde la mesa Santi sospechó que algo grave ocurría.
– ¿Qué tal es ese hombre?
– Prefiero no decir nada.
– Comprendo -repuso Dani pensando que aquellas palabras en realidad decían mucho.
– Dani…
– ¿Qué?
– No hagáis lo que estoy pensando. No ibais a conseguir nada y encima os perseguirían a vosotros.
– ¿Se cree que no lo sé? Pero es una cosa que no está en mis manos.
– Tú puedes influir.
– No esté tan seguro. Haré lo que pueda, pero no le aseguro nada. Si deciden tomarse la justicia por su mano, ¿lo impediría?
Francesc tardó en responder.
– Es mi obligación.
No parecía muy conforme. Dani pensó que el del comisario no era un trabajo agradable.
– ¿Qué piensa hacer al respecto?
– ¿A qué te refieres?
– Con la información que le he dado. ¿Piensa pasársela a Pérez?
– ¿Estás diciéndome que me calle?
Dani sonrió. Lástima que el otro no pudiera verle; fue muy expresiva.
– ¿En qué estás pensando, Dani?
– Nada en concreto. Pero me pregunto, ¿qué pasaría si se publicara la confesión de este hombre en un periódico de confianza?
– Se armaría una buena. Aunque lo mejor sería la de uno de los cabecillas.
Santi vio como asomaban los dientes de su amigo en otra sonrisa. Se le antojó un animal de presa.
– No les quedaría más remedio que investigar el asunto en serio -proseguía Francesc completamente ajeno-. Corres el peligro de que en el momento de la verdad se retracten. Sería vuestra palabra contra la suya. Necesitaréis pruebas, porque como último recurso siempre se agarrarían a que les obligasteis a confesar bajo coacción. Eso es algo que no podríais negar y si lo hicierais sería nuevamente su palabra contra la vuestra. Llevaríais siempre las de perder en tal caso, porque, además, no creo que vuestro prisionero haya cantado por tu cara bonita.
– Por mi cara no, por mi buen hacer.
– No entres en detalles. Me da miedo tu buen hacer.
– No sea exagerado.
– Perderíais el juicio y encima os acusarían de amenazas y agresión. En vez de ir ellos a la cárcel iríais vosotros.
– O sea, mejor que lo dejemos correr.
– Yo no he dicho eso. Tu idea es buena, Dani, pero no valdrá para nada si no se presentan pruebas.
– ¿Nos ayudará?
– Oficialmente no puedo hacer nada -hubo una pausa-. Pero cuando tengas algo seguro puedo ponerte en contacto con periodistas. Conozco algunos que no se casan con nadie; pondrían el país patas arriba si fuera preciso. Pero mientras no dispongas de pruebas es mejor no hacer nada.
– De acuerdo pues -concluyó Dani disponiéndose a despedirse.
– Otra cosa. Ya no hay ningún policía custodiando a Albert.
– ¿Orden del nuevo?
Francesc sonrió tristemente.
– Sí, orden del nuevo. Ahora piensa lo que quieras.
Dani optó por no responder.
– Y no vuelvas a llamarme hasta que no tengas nada seguro. Pérez te acusa a ti de los asesinatos y sospecha de mí. No me extrañaría que pongan escuchas en mi teléfono.
– ¿Y por qué no lo ha dicho antes?
– No han tenido tiempo material.
– ¿Cómo lo sabe? -espetó colgando el auricular.
– ¿Malas noticias? -preguntó Santi cuando regresó a la mesa.
– No son muy buenas -suspiró sentándose. Dio un trago a la cerveza.
– Se está poniendo difícil -murmuró Santi después de escucharle- Voy a telefonear a Raquel, pero tú vete. Si el teléfono ya estaba interceptado con el rato que habéis estado hablando han tenido tiempo de localizar tu llamada.
– Acusado yo. No lo puedo creer -susurró Dani.
– Esta gente es muy poderosa -dijo Santi gravemente-, te lo digo por experiencia.
– Empiezo a preguntarme si existe un Dios.
– ¿Te vas a achicar ahora?
Dani negó con la cabeza.
– No -dijo levemente-, no, porque ya no me queda más opción que atacarles de lleno si quiero librarme de la sentencia.
– Quitado de en medio Francesc tienen a la policía de su parte. Ese Pérez está vendido, te lo digo yo, sino no actuaría así. Todas las pruebas que encuentres las destruirá.
– Gracias por tus ánimos. ¿Qué sugieres? ¿Justicia callejera?
– Eso tendrás que preguntárselo a los chicos.
Dani no respondió. No tenía ganas de hablar. Encendió un cigarrillo mientras Santi telefoneaba a Raquel.
– ¿Dónde dominios estás? -la voz del hermano de su novia parecía histérica.
– ¿Qué pasa?
– Raquel ha desaparecido.
Santi se irguió. Dani vio como palidecía y como sus facciones iban cambiando a medida que la conversación se prolongaba. De pronto pareció que había envejecido diez años.
Santi colgó, pero no se movió del teléfono. Dio un violento puñetazo al mostrador. El dueño protestó, pero ni siquiera lo oyó. Santi miró a su amigo con ojos brillantes.
– ¿El “Chino”?
Santi asintió con la cabeza. Tragó saliva.
– ¿Le ha hecho algo a Raquel?
– La tiene en su poder. Ha telefoneado a su familia de que si quieren volver a verla con vida no digan nada a la policía y me hagan volver antes de mañana.
La barbilla le temblaba.
– Tengo que regresar.
– Te acompaño.
– Tienes mucho que hacer aquí.
– Lo tuyo corre más prisa. Habrá más posibilidades con dos que con uno. El “Chino” sólo te espera a ti.
Salieron. Cogerían un taxi que les llevara al pueblo.
– ¡Tenéis que volver! -gritó Alex corriendo hacia ellos.
– Ahora no podemos -respondió Dani subiendo-. Tened al tío ese bien sujeto, que no se escape. Volveremos dentro de dos o tres días.
– Pero es que…
La voz se perdió con el ruido del motor al alejarse.
Cinco minutos más tarde un coche patrulla se detenía en la puerta del bar.

 

1 thoughts on “FALTA DE AIRE (14)”

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