Sin Comentarios
29
noviembre
FALTA DE AIRE (11)

27

            Santi se apoltronó en la cama. Estaba cansado. Sus ojos se cerraron lentamente. Ni siquiera prestó atención a que continuaba vestido, ni que no había cenado. Frunció el ceño, sólo quería dormir. Quizá no le gustara al hombre con quien compartía la habitación. ¡Pues que se jodiese! No iba a desnudarse, no tenía ganas.

            Menos mal que ya habían terminado. No se explicaba cómo podía cansarse tanto. El primer año bien, pero ya llevaba tres años trabajando en la reparación que hacía anualmente la central térmica y continuaba cansándose como el primer día.

            Se volvió en el lecho. A pesar del cansancio el sueño se negaba a venir.

            Era un mal trabajo. Se ganaba dinero, sí, pero a fuerza de trabajar horas y  horas, de lunes a lunes y empalmando con el martes. Uno terminaba reventado. Menos mal que las de mayor duración eran sólo de mes y medio.

            El sueño continuaba sin venir.

            Se sentó. Encendió un cigarrillo. Volvió a tumbarse fumando lentamente.

            No era fácil cambiar de vida, pero lo había conseguido. Había rondado por muchos pueblos antes de terminar en el de Dani, siguiendo al fin su consejo, hacía tres años. Era mediados de abril, casi mayo, y se enteró de que iban a hacer una reparación en la central térmica y que necesitaban personal. Acudió a pedir trabajo. Le sorprendió lo fácil que consiguió la faena. No pareció preocuparles nada que no tuviera experiencia. Trescientos trabajadores nuevos, casi seiscientos entre todas las empresas. Mes y medio de trabajo duro, con una herida en la cabeza y siete puntos de sutura en una pierna. Pero no quiso la baja; necesitaba el dinero y no le convenía.

            Sonrió echando la ceniza al cenicero.

            Pero no los necesitaba para droga, no. Era porque pagaban bien y quien sabe cuando conseguiría trabajo nuevamente.

            Cuando terminó la reparación se marchó del pueblo, ya no había trabajo. Volvió a rondar. Al año siguiente estaba pidiendo trabajo en la nueva reparación. El encargado de la empresa se acordaba de él, había trabajado bien, volvió a admitirle. Le dieron faena de más responsabilidad, puesto que ya tenía experiencia. Era listo, aprendía rápido. Al acabar le dijeron que para agosto habría otra reparación más pequeña, pero también de muchas horas. Necesitaban personal entre tanto para irla preparando. Fue uno de los pocos admitidos en dicho intervalo.

            Comenzó a dar vueltas para conocer el ambiente del pueblo. En las reparaciones no tenía tiempo. No le gustó, aquí también había llegado la droga. Debía rehuir los sitios peligrosos, se conocía bien y dudaba de sí mismo si los frecuentaba. No tardó mucho en localizarlos. Dos bares, una casa de adobe, abandonada, en ruinas, dónde iban a chutarse y una fuente en las afueras, medio escondida en la carretera dónde hacían otro tanto.

            No quiso trato con los drogadictos del pueblo. Había conocido alguno en las reparaciones, pero no había querido hablar nada con ellos. Habría sido como pegar fuego a la gasolina. Había demasiada droga y aunque había adelantado mucho aún le llamaba. A la larga supo que tendría que marchar del pueblo o buscar otras alternativas.

            El pueblo le gustaba. Pero sobre todo una chica que había conocido. Marcharse significaba renunciar a ella. No quería; había renunciado ya a demasiadas cosas.

            El ayuntamiento tenía un centro de drogodependencias, pero no quiso acudir allí. No estaba tan mal como para eso. Llevaba tres años sin drogarse. Además ir allí significaba reconocerse como tal, relacionarse con otros toxicómanos y que en el trabajo o en la fonda se enteraran. No quería perder el trabajo.

            Había una asociación de alcohólicos rehabilitados. El no lo era, aunque se daba cuenta que cada vez iba bebiendo más cantidad y más frecuentemente. Su padre había sido alcohólico. Tenía miedo de convertirse en otro tanto. Había odiado a su padre por los malos tratos y su alcoholismo. Pensar que se podría convertir en otro como él le daba asco y miedo. Pensando fríamente se daba cuenta que estaba sustituyendo la heroína por el alcohol y quién sabe si éste no le encaminaría nuevamente a la heroína.

            Acudió a la asociación finalmente. No narró su verdadera historia, era demasiado fuerte, demasiado sucia. Se inventó otra más plausible. Su vida real no era para irla chismorreando por ahí. Se avergonzaba de ella. Era algo que le gustaría olvidar, pero que estaba ahí y no podía cambiarla. Lo mejor inventarse otra.

            Le gustaba la asociación. Había un ambiente muy bueno, se había integrado totalmente y la gente era agradable. Había dejado de beber. Raquel se lo tomó a bien; no le gustaba que bebiera tanto. En ocasiones le acompañaba a las terapias de grupo y entonces él se declaró formalmente. Tanta seriedad le sorprendió a él mismo. Se dio cuenta que había cambiado. Su vida había cambiado.

            Ahora al cabo de cuatro años desde que huyó de Barcelona volvía a pensar en su vida, cada vez más. Bien que tuviera engañada a toda la asociación de su pasado, pero no debía hacerlo con Raquel si iba a ser su mujer. Tenía que confesar la verdad.

            Los días pasaban sin decidirse y ahora, en que el mismo cansancio no le dejaba dormir, volvía a pensar en ello.

            El teléfono sonó.

            – ¿Diga?

            – Soy Dani -la voz pareció aliviada-. Escucha, el “Chino” va para allí.

            – ¿Cómo lo sabes?

            – Acabo de llegar a mi casa y me la he encontrado patas arriba. Alguien ha estado registrándola y no se ha preocupado en absoluto de disimularlo. Al libro de direcciones le faltaba una hoja, precisamente la que estabas tú.

            – Pero, ¿cómo ha averiguado que nos conocemos?

            – Es una larga historia. Ya te la contaré otro día. Ahora vete.

            ¿Irse? ¿Abandonar todo otra vez?

            – No.

            – Santi, ese tío está loco.

            – No voy a huir. Ya lo hice cuando era chico. Ahora lo esperaré.

            – …

            – ¿Qué has dicho?

            – Sólo me cagaba en tu insensatez.

            Santi se rio.

            – No creas que soy valiente, Dani, tío. Antes lo era más, no tenía nada que perder. Pero es que no gano nada huyendo. Me seguiría. Ahora sé que viene, estaré al tanto. La siguiente vez igual me cogía desprevenido.

            Era una razón que convencía. Dani desistió.

            – Ten cuidado.

            – Dani…

            – ¿Qué?

            – ¿Tú estás bien?

            – ¡Oh, sí, de puta madre!

            – En serio, tío. Conozco al “Chino”.

            – Estoy bien. Estate tranquilo. Cuídate, ¿vale?

            Santi colgó el teléfono.

            Estaba visto que nunca podría escapar de su pasado. Había luchado duramente por rehacer su vida y ahora, cuando creía que ya estaba todo logrado… Masculló un taco.

            Sacó del billetero una fotografía y se tendió en la cama. La miró con nostalgia. Era lo único que conservaba de su vida anterior. Bueno, ella y el tatuaje. Había sido hecha en una máquina de fotos instantáneas en el Metro. Tenían quince años y ya estaban en el fango. ¿Cuando no habían estado?, se preguntó contemplando aquellos dos alegres rostros juveniles. El rubio cabello de Luis contrastando con su melena negra. El pendiente en forma de espada brillaba bajo el flash en la oreja izquierda. Ahora, en su lugar, llevaba un pequeño aro de plata, pero ya no lucía la melena, ni su ropa heavy, que casi había sido su distintivo. No le quedaba nada de su adolescencia. Había decidido cambiar, pasar desapercibido. Nada quedaba en él que recordara a aquel muchacho de la fotografía. Su violento carácter se había suavizado y asentado. Su melena acortado, su pendiente cambiado, la ropa sustituida por otra convencional, su drogadicción superada…

            Borrón y cuenta nueva.

            Vaya falsedad.

            El “Chino” le indicaba que nada había cambiado.

            Alargó el brazo y conectó el casete. La potente música de Skid Row llenó la habitación. Bajó el volumen. Bueno, quizá él sí había cambiado. Antiguamente no le habría importado los vecinos.

            Los recuerdos afloraban y esta vez no luchó contra ellos como años atrás. No debía olvidarlos, los necesitaba si quería enfrentarse con el “Chino”.

            Pasó suavemente la yema del pulgar por el rostro de Luis. Habían sido como hermanos. Habían crecido juntos en la Mina, jugado juntos, luchado juntos, se habían defendido juntos e incluso metido en la droga, robado y prostituido juntos.

            Habían constituido su propia familia desde que huyeron de casa hartos de los malos tratos de sus padres. Por cierto, ¿qué vida llevaría el suyo? Encogió los hombros; no le importaba. Por él como si hubiera muerto el maldito borracho.

            No debería pensar así, se dijo. El alcoholismo es una enfermedad, aunque de muchacho no lo supiera. Su padre estaba enfermo. Pero el odio que sintió por su padre aún no lo había superado. No, no le importaba que el muy… claro que él tampoco había sido mejor, delincuente juvenil, drogata, chapero… Hasta que ya no pudo más. Hasta que dijo que o dejaba aquello o se pegaba un tiro. Y entonces mataron a Luis. Iban a matarlos a los dos, pero aquel día tuvo la suerte de cara, no quería drogarse, luchó por no hacerlo y fracasó, pero aquellos minutos de duda fueron su salvación, porque cuando fue a meterse el pico descubrió a Luis muerto. Lo primero que pensó fue en la sobredosis, se asustó y huyó. Luego supo por los periódicos que la heroína estaba fuertemente adulterada con estricnina. Lo habían matado. Si un día mataban a su mujer y sus hijos quizá no le dolerían tanto como con Luis. No habría sabido decir por qué, pero la verdad era aquella, porque en aquel entonces sólo se tenían el uno al otro, sólo con su propio apoyo se atrevían a enfrentarse a aquel mundo caótico de corrupción, de penurias, de hambre… de mierda en que vivían, pensó acordándose de la red de prostitución.

            Querían matarlos. Ahora él acabaría con ellos. Y acabó.

            Pero todo volvía a empezar. El “Chino” surgía de entre los muertos. Entonces se había conformado con encarcelarlo. Ahora tendría que matarlo si quería vivir. Era la única solución, la única definitiva. No había estado cuatro años luchando por regenerarse para dejarlos perder así

            Se levantó y fue al servicio. Mientras se afeitaba se dio cuenta de su aspecto. En aquel tiempo no se había fijado. Estaba cambiado. Medía cinco centímetros más que hacía cuatro años. Su torso seguía delgado, pero más fuerte, marcándose el relieve de sus músculos. Únicamente el águila luchando con la serpiente permanecía invariable, bajo sus colores brillantes, sobre el deltoides. Con todo, era su rostro lo más irreconocible, al ser sustituida su antigua melena por un cabello moderadamente corto. La cara había engordado algo y ya no era lampiña. Pero lo que más había cambiado era su mirada. Era serena, tranquila, sin aquel brillo de violencia y odio que poseía a los 16 años. En aquel entonces creía que odiaba a todos. Ahora sabía que era su propia vida lo que había odiado.

            En ese instante la cuchilla se detuvo. Acababa de darse cuenta de lo fácilmente que había decidido matar al “Chino”. Algo que ni en sus peores momentos de la adolescencia habría decidido así, fríamente, con aquella tranquilidad. Había sido en tiempos violento, pero nunca actuó con premeditación, sino que perdía el control de sí mismo. En cambio ahora… ¿Qué le pasaba? ¿Es que acaso en vez de ir para adelante estaba retrocediendo? ¿Cómo podía pensar en matar al “Chino” con aquella sangre fría? Ni siquiera cuando mataron a Luis se le ocurrió tal cosa. Quiso vengarse, sí, pero llevándolos a la cárcel. En cambio ahora…

            Terminó de afeitarse.

            Salió a la calle.

            Estaba asustado con aquella faceta suya que acaba de descubrir.

 

 

28

            – ¿A qué viene tanta urgencia?

            La pregunta se estaba volviendo una costumbre.

            Ya Norberto ni se dignó a contestarle, fue derecho al grano.

            – Esto va de mal en peor. De los dos zánganos que enviamos a liquidar a ese hombre, el uno está gravemente herido en la U.C.I., y el otro ha desaparecido.

            – ¿Desaparecido? -musitó Joan-, quieres decir que ese fulano…

            – ¡Quiero decir una mierda!

            – No son necesarias las palabras soeces -protestó afectadamente D. Miquel.

            – No creo que esté muerto -prosiguió Norberto-, la policía lo habría dado a conocer. Detenido tampoco, mis abogados lo han comprobado. Ha desaparecido, simple y llanamente.

            – Pero, ¿cómo te has enterado de que está herido? Los periódicos no dicen nada.

            – Algunos policías gustan de hablar si hay dinero por medio. En ocasiones me hacen pequeños trabajos.

            – ¿Cuál de los dos ha desaparecido?

            – El “Chino”.

            – ¿Qué le habrá sucedido? -se lamentó D. Miquel-, el pobre hombre estaba siempre muy trastornado, pero no hasta el punto…

            – Ha estado como una cabra -afirmó Norberto-, desde que aquel chico le hizo aquello. Ya nunca fue el mismo.

            – ¿Pero hasta este extremo? -Joan dudaba de que un hombre tan eficiente hiciera algo así- ¿No podría ser que el fulano… cómo dijo que se llamaba?

            – Daniel -respondió D. Miquel.

            – Eso es, ¿no podría ser que lo tenga prisionero?

            – No -Norberto estaba seguro-, lo habría entregado a la policía.

            Negó con la cabeza para auto confirmarse más.

            – No. Esos dos inútiles han fracasado. El uno por la razón que sea, ha desaparecido. El otro está mal herido en el hospital y vigilado por la policía, no podemos acercarnos. Hemos de cambiar de táctica. Ese Daniel sospecha, pero no tiene ninguna prueba. Te conoce únicamente a ti, Miquel; márchate una temporada. Perderá así la pista y en cuanto a Albert, por difícil que sea hemos de silenciarle.

            – ¿Cómo, si está vigilado?

            – Alguno de los policías que conozco podría hacerlo. Pero tendré que ir con cuidado. El asunto es serio y no todos se plegarían a ello. Una cosa es algún trabajito sin importancia y otra un asesinato. Tendría que ser muy corrupto como para aceptar y no creo que los que suelo utilizar lleguen a tal extremo, principalmente porque no confío en un policía extremadamente corrompido.

             – Quizá un médico.

            – Podría resultar. Pero estamos en el mismo problema. Habrá que estudiar qué conviene más.

            – ¿Qué pasa con Daniel? ¿Piensas que es recomendable dejarle las manos libres, después del daño que nos ha hecho? -Joan estaba furioso por la forma en que se había complicado todo.

            – No me preocupa el que ha hecho, sino el que pueda hacer. Ahora conoce la clínica y conoce a Miquel -se volvió hacia éste-. Aunque desaparezcas puede seguir metiendo las narices y averiguar muchas cosas. Hay que eliminarle. Contrataré a alguien especializado.

            – Déjamelo a mí -sonrió Joan-; será un magnífico trofeo.

            – Es demasiado listo para ti, Joan -el tono fue de cruel burla.

            El aludido adelantó la mandíbula afrentado.

            – Una bala no es detenida por la inteligencia. Además, cuanto más difícil es la presa, más gloria para el cazador.

            – Quizá -respondió Norberto sin inmutarse-, pero quiero asegurarme. Si te descubre y es él quien te caza a ti todo estará perdido. Quiero un profesional, alguien que seguramente no fallará, y no un aficionado con buena puntería.

            Joan terminó de enrojecer.

            – ¿C…?

            – No creas -interrumpió Norberto- que el haber matado a unos cuantos chiquillos indefensos te da capacidad para algo así. Primero, es un hombre; segundo, tiene muchos recursos, demasiados; tercero, está al acecho de que demos un paso en falso; y cuarto, nos tiene vigilados. Siempre hay chavales delante de la clínica, cuando no es pidiendo es jugando y cuando no, perdiendo el tiempo, pero siempre hay alguno. Sabe quien sale y quien entra.

            – Puedo quitarlos de delante.

            Norberto tuvo ganas de soltarle un puñetazo.

            – ¡Eso es! Dale ocasión al comisario para que tenga oportunidad de meter las narices en la clínica. Necesito alguien experimentado y tú eres un patoso.

            Dijo “patoso” por no decir algo más gordo.

            – No deberías hablarle así a Joan -terció el buen D. Miquel-, el muchacho hace lo que puede.

            – ¡No necesito tu compasión! -aulló.

  1. Miquel no respondió por la misma sorpresa. Un hombre tan bien compuesto como Joan…

            – Una cosa es segura -intervino Norberto-. Está consiguiendo ponernos nerviosos.

            Era la cizaña en el campo del sembrador, se quejó D. Miquel horrorizado por el curso de los acontecimientos y el progresivo deterioro de sus relaciones. Era el anticristo anunciado.

            Norberto parpadeó.

            Joan se santiguó escandalizado.

            La culpa la tenía la escolaridad generalizada que permitía que gentes abyectas consiguiera llegar a puestos profesionales importantes. La escuela actual era funesta. Disciplina es lo que hacía falta…

            Norberto se preguntó de qué agujero había salido D. Miquel.

            … disciplina y trabajo, no estudios. La ignorancia es lo primordial, el ignorante es feliz, no piensa, se deja llevar, el intelectual pone en duda todo, incluso los designios de Dios, el cual les había dado la misión de cuidar de sus criaturas a través de los órganos de aquellos advenedizos…

            Sus ojos tenían el brillo acaramelado de la paloma.

            Norberto no pudo más. Se levantó y se fue dejando al uno con la palabra en la boca y al otro con ésta abierta. Cerró de un portazo preguntándose si no sería más rentable, en vez de matar a Dani, quitar de en medio a aquellos dos lunáticos y buscarse otro negocio.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *